“Del evangelio de la gloria de Cristo...” (2Cor 4:4).
Nunca debemos olvidar que el evangelio es las buenas nuevas de la gloria de Cristo; concierne a Aquél que fue crucificado y sepultado. Pero ya no está más en la Cruz como tampoco yace en la Tumba. Ha resucitado, ha ascendido al cielo, y ahora es el Hombre glorificado que está a la diestra de Dios.
No le mostramos como el humilde Carpintero de Nazaret, el Siervo sufriente o el Extraño de Galilea. Tampoco lo representamos como el afeminado hacedor de buenas obras del arte religioso moderno.
Predicamos al Señor de la vida y la gloria. Aquél a quien Dios exaltó hasta lo sumo y le dio un Nombre que es sobre todo nombre. A Su Nombre toda rodilla se doblará y toda lengua le confesará como Señor para gloria de Dios el Padre. él está coronado de gloria y honor, como Príncipe y Salvador.
Con mucha frecuencia lo deshonramos con el mensaje que predicamos. Exaltamos al hombre con sus talentos y creamos la impresión de que Dios es muy afortunado al tenerlo a Su servicio, y que le hace un gran favor al confiar en él. ése no es el evangelio que los Apóstoles predicaron. Ellos dijeron, en efecto: “Vosotros sois los culpables asesinos del Señor Jesucristo. Vosotros lo apresasteis y con manos perversas lo clavasteis al madero. Pero Dios lo resucitó de los muertos y lo glorificó sentándolo a Su propia diestra en los cielos. El Señor vive hoy, en un cuerpo glorificado de carne y hueso. Su mano atravesada por el clavo empuña el cetro del dominio universal y regresará una vez más para juzgar al mundo con justicia. Y mientras hay tiempo, es mejor que os ARREPINTÁIS y os volváis a él con FE. No hay otro camino de salvación. No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
¡Oh, que tengamos una fresca visión del Hombre de Gloria! ¡Y una lengua que confiese las muchas glorias que coronan sus sienes! Ciertamente entonces, como en Pentecostés, los pecadores temblarán ante él y clamarán: “¿Varones hermanos, qué haremos?”
“No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mat 7:1).
Aquellos que conocen poco más de la Biblia, conocen este versículo y lo usan de un modo muy caprichoso. Aún cuando se critica a una persona por su enorme maldad, estas gentes piadosamente gorgotean: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. En otras palabras, utilizan este versículo para evitar que se condene el mal.
Sin embargo, aun cuando hay áreas en las que no debemos juzgar, hay otras en las que se nos manda expresamente hacerlo.
Hay algunos ámbitos en donde no se debe juzgar. Por ejemplo, no debemos juzgar los motivos de la gente; no somos omniscientes, y no siempre podemos saber porqué hacen lo que hacen. No debemos juzgar el servicio de otro creyente; para su propio Maestro está en pie o cae. No debemos condenar a aquellos que son escrupulosos o meticulosos acerca de cosas que son neutrales moralmente; para ellos sería malo violar sus conciencias. No debemos juzgar por las apariencias o hacer acepción de personas; lo que hay en el corazón es lo que cuenta. Y ciertamente debemos evitar un espíritu crítico y severo; una persona que habitualmente busca defectos en los demás representa una pobre publicidad para la fe cristiana.
Pero hay otras áreas donde se nos manda juzgar. Debemos juzgar toda enseñanza para ver si está de acuerdo con las Escrituras. Tenemos que juzgar si otros son creyentes verdaderos, para no unirnos en yugo desigual. Los cristianos deben juzgar disputas entre creyentes en vez de permitir que vayan a los tribunales civiles. La iglesia local debe juzgar en casos de formas extremas de pecado y cortar de la comunión al ofensor culpable. Los de la iglesia deben juzgar qué hombres reúnen los requisitos bíblicos para ser ancianos o diáconos.
Dios no espera que desechemos nuestra facultad crítica o abandonemos los valores morales y espirituales. Todo lo que pide es que nos abstengamos de juzgar donde no debemos y que juzguemos justamente donde se nos manda.
Estas palabras salieron de la boca del Señor Jesús en Mt. 11:19, en referencia al ministerio de Juan el Bautista y de Su propio ministerio también. Habían los que hablaban mal de Él y de Juan, y Jesús dijo: «La sabiduría es justificada por sus hijos». Tenemos un refrán que dice: «La prueba está en el postre», o sea, el resultado manifiesta los ingredientes. Este principio se mostró evidentemente en el hogar de los Booth.
A William y Catherine Booth, Dios les dio ocho hijos, y todos ellos se entregaron al servicio del Señor.1 Amaron a Dios y consagraron sus vidas al sacrificado servicio en el Ejército de Salvación y en otras organizaciones similares, en Francia, India, Suiza, EE.UU. y en otros lugares. Trabajaban como autores, organizadores, administradores, maestros, predicadores y padres piadosos, todos los días. De los ocho hijos, les nacieron 45 nietos. Todos estos también escogieron servir al Dios de sus abuelos. Muchos de los nietos también entraron en el Ejército de Salvación, consagrando sus vidas para alcanzar a los abatidos y despreciados a través del evangelio. Luego, sin sorpresa, se nota que muchos de los bisnietos se rindieron a Dios, y siguen hasta hoy en día sirviéndole. En el año 1960, ‘el Ejército’ había crecido hasta el punto de tener cuatro millones de miembros, trabajando en 86 países, en más de cien lenguas.
Empiece mientras están chiquitos
En el hogar de los Booth, la enseñanza y el entrenamiento empezó a una edad muy temprana. Los primeros cuatro o cinco años fueron los más importantes. Los padres invirtieron más tiempo en ellos durante esta etapa.
«¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? ¿A los destetados? ¿A los arrancados de los pechos?» (Is. 28:9). [Nótese que la versión King James del inglés no tiene las últimas frases como preguntas, sino como las respuestas de las dos primeras preguntas de este versículo]. Cumpliendo este verso, los hijos de los Booth recibieron versos e historias bíblicas, sentados a la rodilla de uno de los padres. Las verdades bíblicas fueron explicadas y las historias fueron expuestas de manera más sencilla para que los niños las entendieran. «Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá» (Is. 28:10). Los Booth (padres), se entristecieron mucho al ver en esa época la falta de entendimiento en el pueblo de Dios. La misma falta se manifiesta hoy. La mayoría de los padres entienden poco acerca de las santas impresiones que pueden recibir los niños en sus primeros años de vida. Catherine escribió a su esposo lo siguiente: «Yo creo en el entrenar a los hijos desde sus primeros años, para que lleguen a ser cristianos». Nótese que ella no creyó que tal enseñanza les salvaría, sino que necesitaban además un nuevo nacimiento. Pero la enseñanza y el entrenamiento pusieron un cimiento.
Una dedicación específica
William creyó que cada hijo que nos es dado le pertenece a Dios; y por eso, cada uno de los suyos recibió un gran aprecio de parte de él. Con tanta valoración, consecuentemente vinieron altas responsabilidades. Los padres consagraron a los hijos, a cada uno individualmente, en términos bien definidos. Hicieron votos a Dios – votos de criar, guardar, disciplinar y amar a cada hijo, hasta que éste escogiera personalmente rendirse al Salvador. Me gusta tal dedicación, y mi esposa y yo hemos dedicado a nuestros hijos al Señor, a cada uno desde su nacimiento, con similares votos.
El Ejército de Salvación hacía un servicio de dedicación por cada hijo nacido a una pareja salvacionista. No practicaban el bautismo infantil, sino que de este modo se les encargó a los padres a criar bien al hijo. Yo creo que los padres actuales deben dedicar así a cada uno de sus hijos, pero, tristemente, pocos tienen tal visión. ¡Cuántos padres están faltos de una consagración para llevar a cabo una fiel crianza en sus hijos! A continuación se enuncian los votos de compromiso leídos en un servicio dedicatorio del Ejército.
* Hago voto de consagrar a mi hijo a Dios durante todos los días de mi vida.
* Hago voto de entrenar, criar y fortalecer a mi hijo en los caminos de Cristo.
* Hago voto de criar a mi hijo para ser un siervo del Dios Viviente.
* Hago voto de guardar a mi hijo de bebidas alcohólicas, tabaco, comodidades y vestidos lujosos, riquezas, material de lectura dañina, amigos peligrosos y cualquier otra cosa que le impida ser un soldado de Cristo.
* Hago voto de permitir a Dios enviar a mi hijo a cualquier lugar que se le necesite, y estoy de acuerdo que mi hijo sea despreciado, odiado, maldecido, golpeado, encarcelado o matado por amor a Cristo.
Y, todos los hijos mayores, de igual modo que los padres, hacían voto de cumplir con su parte para ayudar al bebé, recién nacido, a alcanzar estas metas.
¿Puedes ver la meta presentada en estas promesas? Quizás has reaccionado negativamente en contra de esta clase de dedicación, pero no debemos criticarla cuando estamos realmente muy lejos de tales metas en nuestros propios hogares. Traigamos a nuestros hijos a Jesús, rindiéndoselos. Luego criémoslos para Su eterno propósito.
La obediencia y la disciplina
Catherine explicó muy claramente el equilibrio entre estos dos aspectos, diciendo: «Tenemos que hacer guerra contra la voluntad egoísta del niño, y vencerla». Parece que ella había leído las palabras de Susana Wesley (madre de John y Charles), quien dijo palabras semejantes en cuanto a la voluntad de un niño.
William escribió un libro acerca de la crianza de niños en el año 1884. El título es: Cómo criar hijos para ser santos y soldados de Jesucristo. Al escribirlo, tenía 52 años. Todos sus hijos estaban bien fundados en la fe, ocupándose en la viña del Señor. Por esto tenía el merecido derecho de escribir sobre el tema. Vale la pena leer minuciosamente todo el libro. La sección sobre la obediencia y la disciplina se lee como el libro de Proverbios. «Castiga a tus hijos», dice William, «no de venganza, sino para el provecho de ellos».
La escuela en el hogar
William y Catherine estaban alarmados en cuanto a la mala condición de las escuelas, tanto públicas como privadas de ese tiempo. Las ciudades se llenaban de gente, y por esto se empeoraban las condiciones sociales rápidamente. Por la misma razón, la mamá de Catalina educó a su hija en casa. «El que se junta con necios será quebrantado» (Pr. 13:20), dice la Biblia, y las escuelas estaban hartas de tales niños. Pero los Booth les enseñaron a sus hijos en el hogar, no sólo por razón de la mala calidad de las escuelas, sino que también por el deseo de ganarlos para Dios. En su libro, William animó a todos los padres a que les enseñasen a sus hijos en el hogar. Para Catherine, esa tarea no era fácil y a veces necesitó ayudantes para cumplirla. La ayuda en el hogar era necesaria, pues Catherine ayudaba en el Ejército de Salvación. Ayudaba tanto, que le llamaban ‘la madre del Ejército de Salvación’. William hizo su parte en la enseñanza, charlando con los niños sobre temas educativos durante las comidas. También había charlas acerca de las situaciones políticas, sobre la obra misionera y sobre otros temas comunes.
La obra de Dios
Uno de los secretos que aseguró a los Booth ganar a sus hijos para Cristo, fue el ayudarlos a entrar en la obra del Señor. La salvación de almas y la edificación del Reino de Dios fueron el centro de la vida y las actividades hogareñas de los Booth.
¿Puedes imaginarte cómo era vivir en un hogar donde algo divino acontecía siempre? Los hijos crecían fascinados, escuchando siempre noticias de los avances de la obra de Dios. Esto incentivó a cada uno, desde su niñez, a tener un gran deseo por entrar en la obra del Señor. Pero, para los niños Booth, no bastaba escuchar las historias; tan pronto podían, iban con sus padres a las campañas, viendo las proezas del Ejército. Fueron guiados a entrar a la obra, con el cuidado de los padres, en niveles que podían manejar bien. Y sabemos los resultados de esto. Los niños se encendieron, y nada menos que el entrar a ‘la guerra de la salvación’ podía darles tal satisfacción. Para ser honestos, los Booth estuvieron demasiado ocupados en sus trabajos ministeriales, y debieron invertir más tiempo junto con sus hijos, en el hogar. Sin embargo, por haber entrado en la obra juntamente con los hijos, pudieron vencer esa falta.
La bendita pobreza
Leyendo los archivos del Ejército de Salvación, se hace patente que las riquezas se vieron como una peligrosísima amenaza. Y, durante sus primeros años, esa organización y la familia Booth vivieron en la pobreza. Los hijos Booth crecieron así, conociendo bien la escasez. William y Catherine vivían ‘por fe’, confiando que el Señor supliría las necesidades de la familia y de la organización. Durante esos primeros años, muchos miraron a los bulliciosos y valientes soldados del Ejército con ojos fariseos.
Como recibían pocas donaciones, toda la familia tuvo que disciplinarse y practicar la abnegación diariamente. Asimismo, la ropa la necesitaron conservar por más tiempo; las hijas tuvieron que aprender a coser sus propios vestidos y los hijos tuvieron que aprender a cultivar huertos y cuidar animales. Las comidas eran saludables, pero sencillas. El pudín de arroz fue algo especial en ese hogar; no había dinero para cosas como chocolates y sodas.
Pero todo esto no se vio como una carga, más bien fue contado como una oportunidad de practicar la abnegación. Estudiando acerca de los diferentes hogares que hemos analizado, he notado que muchos han aprovechado de la experiencia de la pobreza, formando un buen carácter en esas experiencias. Los cristianos actuales, viviendo en una época de prosperidad, tenemos un gran peligro alrededor – las riquezas. Es muy fácil arruinar toda una generación de soldados de Cristo, por acostumbrarnos a los hábitos y necesidades de nuestra sociedad.
El ambiente prevaleciente
¿Qué pasa en el ambiente silencioso de un hogar, donde los padres aman a Dios de todo corazón, con toda su alma y toda su mente?
¿Cuáles son los misteriosos resultados de una pareja que camina con Dios, viviendo bajo la unción del Espíritu en cada momento? Sabemos las respuestas a estas preguntas. Se dijo acerca de William que su entusiasmo era contagioso, y de Catherine que su personalidad era como un imán, atrayendo a los niños a su corazón. El hogar rebosaba de gozo. William cantaba todo el día mientras cumplía sus quehaceres. Un ambiente de amor prevaleció en el hogar Booth, haciendo de esta manera cumplir las partes más difíciles del entrenamiento de los niños, más tranquilamente.
Lo mismo de necesario es una santa fragancia tan importante en el hogar cristiano. Hay muchos «haz esto» y «no hagas esto» en el entrenamiento de niños piadosos. Si el dulce espíritu de amor se pierde, las reglas pueden traer resultados negativos. El amor de un padre para Dios y para los hijos, son como gotitas de misericordia que caen todo el día sobre el hogar. No conozco otro camino que permita a Dios construir activamente un hogar bendecido. Amados padres y madres, estemos llenos continuamente del Espíritu Santo en nuestros hogares.
Diversiones familiares
A primera vista, el hogar Booth puede parecer como un hogar demasiado estricto y cargado de pesadas demandas para los hijos. Pero no era el caso. La vida hogareña era bonita, llena de gozo y a cada diferente aspecto se le llenaba de encanto lo más posible. William y Catherine gozaron de un saludable y feliz punto de vista con respecto a la vida. Admiraban la creación, al ver los animales. En cada diferente casa donde vivieron (fueron muchas, puesto que William trabajó como ministro en varios lugares), había un cuarto de juegos para los niños. Allí pudieron los niños retozar y juguetear hasta que se quedaban contentos y exhaustos. Los padres se sacrificaban para poder comprar juguetes, usándolos como herramientas de enseñanzas. Los niños imitaban a su padre en el cuarto de juegos, como cuando él hacía cultos al aire libre. A veces se celebraba una ‘fiesta familiar’ (únicamente la familia, nadie más), los viernes por las noches, con jugos, frutas, juegos… ¡y sonrisas! De igual modo, había ‘días familiares’, en los cuales toda la familia se iba en el carruaje, con una Biblia, himnario, juguetes y comida campestre, compartiendo felizmente todo un día en el campo. Se dice de William, que ese día se comportaba como un niño, sonriendo y cantando alegremente, mientras salía de la ciudad rumbo al bosque, junto con su familia. Para mí, esto es hermoso. ‘El General’ del Ejército de Salvación era muy serio cuando estaba en su trabajo, pero al llegar a su hogar era como un amigo y compañero a sus hijos. Hay que notar que esas diversiones familiares no tenían nada de mundano o de carnal.
El poder del amor en un matrimonio
Este es uno de los más importante aspectos del hogar de los Booth, y da más influencia de lo que la mayoría de la gente pueda imaginarse. Esta pareja se amaba el uno al otro profunda, perdida, y a veces, fanáticamente. Ese amor empezó con el buen cimiento de un noviazgo piadoso. El mismo duró largo tiempo, a razón de la pobreza del novio, causándole muchas luchas interiores. Se sentía indigno de casarse. Durante su noviazgo, no pudieron visitarse mucho, pues William tenía muchos compromisos de predicar en un lugar u otro. Pero estas separaciones hicieron que su amor se profundizara más. Con tal cimiento, el amor siguió madurando después de la boda. Era muy patente a todos que William y Catherine se amaban y respetaban.
Los resultados de esta maravillosa unidad sobre las siguientes generaciones solamente se pueden medir en la eternidad. Lo opuesto es verdad también: nada es más dañino a la siguiente generación, que un matrimonio enfermo.
Cuando hay amor en el hogar, brota la seguridad y la confianza en los niños. Cuando hay amor en el hogar, la obediencia se hace más fácil para el hijo. Malaquías 2:15 dice, «Y ¿porque [los hizo Dios] uno? Porque buscaba una descendencia para Dios». Si nuestros matrimonios están enfermos, sanémoslos, no importa el costo.
El hogar de los Booth era muy especial. Oro a Dios para que Él levante otros como estos hoy mismo, hasta que se considere normal y no especial el tener tal vida hogareña.
William y Catherine llevaron una gran carga, anhelando que se levantasen muchos hogares cristianos. Todo su ministerio y vida estuvo motivada por la misma carga. Era algo fundamental en sus corazones y lo enseñaron a sus hijos, quienes, luego se levantaron y lo enseñaron a los suyos; para que la otra generación pudiese conocer las grandes obras de Dios. Hermanos, hagamos así también. Que Dios nos dé «una casa encendida».
William Booth (1829-1912) fue el fundador y primer presidente del Ejército de Salvación.
F. B. Meyer, pastor, predicador, autor de numerosos libros, maestro notable de las Escrituras. Un don dado a la iglesia de Cristo.
Frederic Brotherton Meyer fue uno de los predicadores más amados en su tiempo, uno de los principales exponentes del movimiento Higher Life (Vida Superior), y por más de 20 años expositor de la Conferencia de Keswick. Spurgeon decía de él: «Meyer predica como un hombre que ha visto a Dios cara a cara».
Influencia familiar
F. B. Meyer nació en Londres en abril de 1847, en el seno de una devota familia cristiana adinerada de origen alemán. Especial influencia ejerció sobre él una abuela cuáquera. Asistió al Brighton College y se graduó de la Universidad de Londres en 1869. Estudió teología en el Regent’s Park College, Oxford. Meyer empezó a pastorear iglesias en 1870. Su primer pastorado estuvo en la Capilla Bautista de Pembroke en Liverpool.
Contacto con D. L. Moody
Siendo pastor en la Capilla Bautista de Priory Street, acudió a escuchar a D. L. Moody, el evangelista norteamericano. Su primera impresión fue confirmada por uno de sus maestros de Escuela Dominical, quien vino a él y le dijo: «Hermano Meyer, la ilustración que ese predicador dio el otro día impactó tanto a mis muchachas que ha habido mucho llanto, confesión y testimonio. ¡Estamos seguros que el Espíritu Santo ha venido sobre nosotros; y hemos tenido una experiencia en nuestra clase que usted no creerá!».
F. B. Meyer fue tan afectado por el testimonio de ese maestro y esas muchachas que quiso comprobarlo por sí mismo, y pronto llegó a ser su propia realidad. Desde ese momento, Meyer se acercó a Moody, y sellaron una amistad que duró de por vida.
Dos áreas de interés
Desde el comienzo de su ministerio, Meyer mostró un gran interés por los nuevos movimientos dentro de la Iglesia. Entre éstos estaban los movimientos por la reforma social y por la espiritualidad más profunda. Meyer incursionó con distinta suerte en ambas áreas. Su carácter práctico rechazaba una forma de espiritualidad mística y desconectada de la realidad.
El comienzo de su incursión tras los pasos de una espiritualidad más profunda lo tuvo en 1874 y 1875. Meyer asistió a dos conferencias sobre el tema de la vida espiritual que iba a mostrarse decisivo para la vida evangélica británica. La primera fue una reunión bastante selecta sostenida en Broadlands, la propiedad del futuro Lord y Lady Mount Temple. Con aproximadamente cien personas invitadas– incluyendo, por ejemplo, al escritor George MacDonald– se desarrolló durante seis días en julio de 1874.
El segundo evento, del 29 de agosto al 6 de septiembre, fue una conferencia en Oxford «para la promoción de la santidad Escritural», que atrajo a 1.500 personas. Dos de los oradores principales eran una pareja americana con raíces cuáqueras, Robert y Hannah Pearsall Smith.
La esencia del mensaje en Oxford fue que la santificación, como la justificación, era una bendición asequible a través de la fe simple. Este enfoque, que contrastaba con la visión evangélica de que la santidad era lograda por el esfuerzo activo, fue recibido ávidamente por los cristianos que luchaban con un sentimiento de fracaso.
Meyer recordaba vivamente su reacción en Broadlands y en Oxford. Él fue impactado sobre todo por los mensajes de Pearsall Smith.
Con este trasfondo, Meyer acudió con entusiasmo a la Convención de Brighton, al año siguiente. Sin embargo, la controversia estuvo a punto de quebrar el ambiente. ¿Era la «impecabilidad» enseñada por los líderes de la santidad? Meyer fue incapaz de aceptar algunas de las declaraciones hechas en Brighton, y se sumió en un estado de decepción. Fue renuente a asistir a la Convención inicial de Keswick que, en el verano de 1875 sólo reunió a 300-400 personas. (A principios del s. XX acudían más de 5.000).
Después de este traspié, Meyer se dedicó de lleno al ministerio pastoral en Leicester, con un fuerte énfasis en el evangelismo, probablemente debido a la influencia de su reciente amistad con D. L. Moody. Cuando él miraba hacia atrás esa época decía que había «malgastado la vida interior», viviendo para dedicarse a «obtener influencia social, ganar dinero, atraer audiencias y hacer obra filantrópica».
Por ese tiempo, la posición de Meyer era tensa. La enseñanza de la vida espiritual más profunda lo llamaba fuertemente, pero él no podía integrarla en su compromiso de evangelización y acción social. Sólo cuando reconcilió estos elementos dentro de sí mismo, pudo llevar a cabo su ministerio como maestro de santidad.
Un encuentro revitalizador
El momento decisivo vino el 26 de noviembre de 1884, cuando C. T. Studd y Stanley Smith visitaron la floreciente iglesia de la cual Meyer era pastor (Melbourne Hall, Leicester). Un gran revuelo se había levantado cuando Studd y Smith, que eran deportistas conocidos en toda Inglaterra, junto con otros cinco estudiantes universitarios de Cambridge –conocidos como los «Cambridge Seven»– se ofrecieron a ir como misioneros a China.
Meyer invitó a las dos famosas personalidades a hablar en el Melbourne Hall poco antes de que dejaran Bretaña. Lo que Meyer no sospechaba era el efecto que esta decisión causaría en él mismo.
Él observó en Studd y Smith una «fuente constante de reposo, fuerza y alegría» que él no tenía y que estaba decidido a poseer. Era esencial para Meyer que la espiritualidad fuese práctica si es que debía ser aceptada como auténtica, y esto fue exactamente lo que él vio en aquellos dos jóvenes. Meyer fue a Studd y Smith por consejo a las 7:00 a.m. el día después de reunirse en el Melbourne Hall, y ellos le instaron a que rindiera todo a Cristo. Meyer entonces, «por primera vez» –así lo afirmó– tomó la voluntad de Dios como el objetivo de su vida entera. Esta declaración, «rendirse a Dios», expresaba un elemento crucial de la espiritualidad del movimiento de la vida más profunda.
Cuando la experiencia de rendición de Meyer se hizo pública, los organizadores de la Convención de Keswick lo reconocieron como equipado para tomar un lugar en la tribuna de Keswick. Le pidieron que fuera uno de los oradores durante la semana de la Convención de 1887.
Meyer estaba padeciendo depresión nerviosa como resultado de un largo tiempo de exceso de trabajo, y la atmósfera entusiasta de las grandes muchedumbres que asistían a la convención aumentaron su nerviosismo. Durante una reunión nocturna de oración en que las personas buscaban el poder del Espíritu Santo, la tensión en Meyer alcanzó niveles intolerables. Apresuradamente salió de la tienda de la convención y huyó al monte. Éste fue el escenario en el cual él experimentó la llenura del Espíritu. Él dijo: «Como respiro el aire, así mi espíritu respira en la llenura del Espíritu Santo».
Cuando volvió de este encuentro, él oyó una voz «que sugería de modo siniestro en la oscuridad», diciéndole: «Eres un necio, tú no tienes nada». Meyer admitió que él no sentía nada, lo cual confundió a sus amigos cuando se reunió con ellos, porque ellos esperaban una experiencia extática. La manera particular en que Meyer experimentó a Dios determinaría su subsecuente enseñanza de santidad. Aunque no se oponía a las experiencias de crisis, para él la emoción no era importante. Al contrario, la decisión de recibir el Espíritu podría ser tranquila, quieta y deliberada, incluso sanadora. De hecho, él vio a Keswick como una «clínica espiritual».
Hacia un misticismo práctico
Entre los años 1887 y 1928, él dirigió veintiséis convenciones de Keswick y habló en numerosos mini-Keswicks en Bretaña y en otras partes del mundo.
La enseñanza de la santidad de Meyer, que durante las próximas cuatro décadas él ofreció a los públicos por el mundo, siguió las líneas trazadas por los fundadores de Keswick, a la cual Meyer hizo una contribución distintiva. En el cristiano que se rindió a Dios, decían los oradores de Keswick, mora el pecado «perpetuamente neutralizado». La preocupación de Meyer era deletrear esto en forma menos teológica pero más sencilla, para que todos pudieran llevar el concepto a la práctica.
Para Meyer, había tres fases en la jornada espiritual. La conversión era seguida por «la consagración», que era seguida por la «unción del Espíritu». Se reconoció rápidamente en los círculos de Keswick que Meyer tenía un poder excepcional para llevar a las personas a la experiencia de la rendición. Él constantemente volvía a su tema básico: los pasos hacia la «vida bendecida».
Meyer supervisaba su impacto en las Convenciones, observando en 1895 que le gustaba permanecer en la puerta después de hablar, y había personas que venían hacia él diciendo, con respecto a la bendición impartida: «No, señor, yo no puedo decir que la siento, pero la he recibido».
En 1889, Meyer les dijo a sus oyentes de Keswick que las personas habían intentado usar la «fórmula» para «la liberación del poder del pecado conocido» dada desde el púlpito, pero que en la práctica esto había fallado, porque la consagración tenía que ocurrir antes de la llenura del Espíritu.
La comprensión de Meyer sobre este asunto se diseminó ampliamente a través de sus muchos escritos. Un énfasis central era que la recepción del Espíritu era «gobernada por ley» y que la obra del Espíritu dependía de la complacencia obediente del cristiano que tenía que recibir el poder del Espíritu. La experiencia de santidad era recibida a través de la fe, y era accesible para todos.
Los críticos de la espiritualidad de Keswick alegaban que a través de su énfasis en la vida interior, enseñaba un quietismo que desalentaba las expresiones prácticas de la vida cristiana y un misticismo que era extraño a la teología evangélica. Aunque él reconoció que él y otros enseñaban «el quietismo de un corazón calmado por Dios», Meyer negó que esto significara una búsqueda de la experiencia religiosa en y por sí misma. Él declaró en 1903 que tenía que decirse cien veces por día que su experiencia de bendición espiritual era verdad, porque él no la sentía y no tenía «ningún gozo en ello».
Aunque, sin duda, al hablar así Meyer exageraba, él evidentemente conocía el conflicto que sentían los cristianos comunes que habían «exigido» la llenura del Espíritu pero les faltaba el «sentimiento» de haberla recibido. Aquí la experiencia de algunos místicos fue relevante. Había escritores influyentes, como Juan de la Cruz, que habló de la oscuridad en la que no se sentía la presencia de Dios. Meyer habló en 1922 de tener confianza «sin sentimiento, una confianza ciega... Entonces lograrás tanto sentimiento como quieras».
En 1925, Meyer, en consonancia con su actitud hacia la experiencia mística entre los cristianos, alineó a Keswick con una línea de enseñanza que él denominó –aunque admitió que era controversial– como «misticismo práctico». Era una fórmula que él construyó con el objetivo de conectar la espiritualidad de Keswick con una tradición más antigua de la vida religiosa.
El acercamiento de Meyer a la vida espiritual también era marcado por su detallado énfasis en lo práctico, en contraste con las generalidades devocionales que caracterizaron mucha enseñanza de la santidad.
Por ejemplo, en 1903, Meyer instó a los oyentes de Keswick de la tarde del martes a poner su atención en las cosas que estaban erradas en sus vidas. Si ellos necesitaban hacer restitución financiera, debían inmediatamente escribir un cheque, con los intereses respectivos. Igualmente, él insistió en que cualquiera que necesitaba escribir cartas de disculpa, debía hacerlo en forma inmediata. Al hacer esto, «el fuego de Dios» vendría.
El miércoles por la tarde, Meyer informó que las personas habían respondido. Relaciones matrimoniales, por ejemplo, se habían puesto en orden. Sin embargo Meyer estaba preocupado, porque algunos mostraron complacencia, y les instó a que examinaran sus motivos.
Compromiso con la acción social
En 1883 se publicó en Inglaterra «The Bitter Cry of Outcast London» (El Amargo Lamento del Londres Proscrito), que detallaba la pobreza, miseria y degradación sexual de Londres. Como consecuencia, el mundo cristiano se levantó con diversas iniciativas de ayuda a los necesitados.
F. B. Meyer hizo suya esta causa, y se abocó a combinar la predicación con ambiciosos programas sociales, que incluían la rehabilitación de ex-convictos, prostitutas y alcohólicos. Uno de los aportes que Meyer intentó hacer fue crear fuentes de trabajo. Una de ellas fue ‘F. B. Meyer - Firewood Merchant’ (F. B. Meyer, Comerciante de Leña) y el otro era un negocio de limpieza de ventanas, para dar dignidad a los expresos a través del trabajo.
Lamentablemente, los resultados no fueron siempre alentadores. En su fábrica de leña él recibía a ex-convictos, y les ofrecía buenos sueldos, un lugar para vivir y, cuando era posible, estímulo espiritual. A cambio, él esperaba que ellos tuvieran un buen rendimiento. Pero ellos no lo hicieron así, y él perdió dinero. Finalmente, tuvo que despedirlos, y compró una sierra circular impulsada por un artefacto de gas. En una hora, el trabajo rindió más que los esfuerzos combinados de todos los hombres en el curso de un día entero.
Un día, Meyer tuvo una pequeña charla con su sierra: «Cómo puedes tú hacer tanto trabajo?», preguntó. «¿Eres tú más afilada que las sierras que mis hombres estaban usando? ¿No? ¿Es tu hoja más brillante? ¿No? ¿Qué entonces? ¿Mejor aceite o lubricación contra la madera?».
La respuesta de la sierra, si pudiese hablar, habría sido: «Yo pienso que hay una energía más fuerte detrás de mí. Algo está trabajando a través de mí con una nueva fuerza. No soy yo, es el poder detrás de mí».
A partir de esta experiencia, Meyer observó que muchos cristianos están trabajando en el poder de la carne, en el poder de su intelecto, su energía, su celo entusiasta, pero con efecto pobre. Ellos necesitan unirse al poder de Dios a través del Espíritu Santo.
Meyer también emprendió un ataque masivo contra los prostíbulos. Decía: «No hay otro pecado como la falta de castidad, que provoque la caída de una nación más pronto. Si la historia enseña algo, enseña que esa indulgencia sensual es la vía más segura a la ruina nacional. La sociedad, al no condenar este pecado, se condena a sí misma». A través de los esfuerzos de un equipo especializado de la iglesia, 700-800 locales fueron cerrados entre 1895 y 1907 y se hicieron esfuerzos para ofrecerles empleo alternativo y alojamiento a las ex-prostitutas.
Sin embargo, su pasión por las actividades socio-políticas le metió en más de algún problema. En 1906 se vio obligado a disculparse ante un muy anglicano público de Keswick por todo aquello en que él hubiese «involuntariamente» herido a algún clérigo anglicano por las cosas fuertes que se había visto forzado a decir sobre los «grandes problemas políticos». Él tenía que ser fiel a sus principios, pero quería «defenderlos en un espíritu de perfecto amor y ternura». La asamblea fue tranquilizada, y Meyer recibió un «Amén».
Las preocupaciones socio-políticas raramente figuraron en Keswick, y Meyer hizo una contribución crucial manteniendo el movimiento de santidad en contacto con la acción cristiana práctica.
Tendiendo puentes entre las divisiones
A través de las conexiones que él hizo con diferentes realidades de vida y pensamiento cristianos, Meyer intentó construir puentes entre grupos que eran a menudo recelosos entre sí. A través de su ministerio en Keswick, él fue muy hábil para crear un vínculo entre las dos más grandes corrientes cristianas de Inglaterra: el Anglicanismo y el No Conformismo.
Para ser creíble, la espiritualidad de Keswick tenía que trascender los límites denominacionales. Dado que Meyer era el representante inglés más excelente del «No conformismo» en la plataforma de Keswick –él fue dos veces presidente del Concilio Nacional de las Iglesias Libres Evangélicas, fue el secretario honorario de ese cuerpo durante diez años, y fue presidente de la Unión Bautista, sirviendo con distinción entre 1906-07–, él fue idealmente puesto para insistir en que los líderes de la Iglesia Libre debían estar abiertos a los énfasis de Keswick.
El lema de Keswick «Todos Uno en Cristo Jesús» (escogido por el cuáquero Robert Wilson) fue sostenido con entusiasmo por Meyer. Su visión, que él derivó en parte de D. L. Moody, era de unidad espiritual por sobre los límites sectarios. Meyer se aprovechó de Keswick para dirigirse a grupos eclesiásticos específicos. Los clérigos, incluyendo a los Clérigos Altos, fueron instados por Meyer en 1910 para orar por sus vecinos locales bautistas y del Ejército de Salvación. Él vio la enseñanza de la vida interior como un camino natural a «una visión más amplia de la constitución divina de la Iglesia de Cristo». La visión de Meyer fue que esa verdadera espiritualidad era una parte de la vida de la iglesia uniendo y reconciliando.
Dado este punto de vista, Meyer siempre estaba abierto a los nuevos movimientos de renovación espiritual, aun cuando ellos vinieran de fuentes inesperadas. Él vio una evidencia de profunda realidad espiritual y poder en el Avivamiento galés de 1904-05, que tenía como su líder principal al minero galés Evan Roberts.
Este avivamiento tenía varias conexiones con Keswick. En 1903, algunos jóvenes ministros galeses vinieron a Keswick «con un tono cercano a la desesperación» ansiosos de recibir avivamiento personal. Uno de ellos, Owen Owen, escribió a Meyer, en nombre de los demás. Meyer les aconsejó asistir a una convención que era organizada por una líder de santidad galesa, Jessie Penn-Lewis. El impacto que causó Meyer en esa convención fue considerable. Cuando él dio la oportunidad para la expresión de rendición y dedicación, parecía como si todos quisieran recibir «la llenura de bendición».
Meyer fue inicialmente cauto sobre el emocionalismo galés. Sin embargo, algo significativo estaba pasando. Meyer se mantuvo en estrecho contacto con los líderes más jóvenes del avivamiento, algunos de los cuales habían sido profundamente afectados por su ministerio.
En enero de 1905, Meyer visitó Gales para oír a Evan Roberts. El poder que vio en las reuniones conducidas por Roberts hizo a Meyer sentirse como «un niñito en la escuela del Espíritu Santo», y volvió a Londres decidido a extender el mensaje del avivamiento. Veinte años después, Meyer hablaba de su experiencia en Gales en 1905 como «días de fluir pentecostal».
Fue de ese trasfondo de avivamiento que un nuevo movimiento del siglo XX, el Pentecostalismo, tomó forma. Meyer hizo su propia contribución a su aparición.
En abril de 1905, él habló durante ocho días a grandes concentraciones en Los Angeles, enfatizando lo que él había experimentado de Evan Roberts y el avivamiento galés. Uno de los presentes el 8 de abril de 1905 era Frank Bartleman, que iba a ser una figura central en la explosión pentecostal en Azusa Street, Los Angeles, en el año siguiente. Bartleman se «conmovió» al oír cómo «Meyer ... describió el gran avivamiento en Gales que él había visitado».
En Keswick había temores de los excesos del Pentecostalismo. Meyer por su parte, era más cercano que la mayoría de los maestros de Keswick a la doctrina pentecostal del bautismo del Espíritu, y por su enseñanza acerca del Espíritu Santo, creó lazos con la nueva espiritualidad. En 1930, una revista líder pentecostal británica, refiriéndose al desarrollo del Pentecostalismo, sugirió que la enseñanza de Meyer había contribuido significativamente al despertar pentecostal.
Otro movimiento que tuvo un impacto considerable en los cristianos en los años veinte, sobre todo en América del Norte, fue el Fundamentalismo. Con su deseo de una espiritualidad inclusiva, Meyer encontró la estridencia del Fundamentalismo poco atractiva. Para Meyer, y para la mayoría de los líderes de Keswick, el espíritu violento del Fundamentalismo desentonaba con la apacibilidad que debe caracterizar a la persona espiritual. Meyer estuvo en Estados Unidos en 1926, y cuando se le pidió hacer un comentario sobre el Fundamentalismo contestó que la fe cristiana era «no una materia de argumento, sino una fuerza espiritual». Él no creía en una espiritualidad que, en lugar de crear, divide.
Una red espiritual mundial
En 1891, Meyer hizo su primer viaje a América del Norte, invitado por Moody a hablar a la conferencia anual que éste convocó en Northfield, Massachusetts. Antes de ir a los Estados Unidos, a Meyer se le avisó que él debía evitar la palabra «santidad,» debido a sus asociaciones con las ideas de «impecabilidad». Meyer, sin embargo, decidió subrayar la espiritualidad de santidad de Keswick. Hubo algunas protestas en Northfield por lo que Meyer estaba enseñando, pero él fue considerado un gran éxito.
T. L. Cuyler informó en el «New York Evangelist» sobre las muchedumbres espiritualmente hambrientas que quisieron oír a Meyer tres veces al día. Cuyler atribuyó la efectividad de Meyer al hecho de que él era efectivamente un místico profundo y completamente práctico.
Meyer era consciente de que su enseñanza sobre espiritualidad estaba siendo evaluada, y él creyó que podría resistir el escrutinio. Reclamó ser él el primero en ofrecer a Norteamérica la sistematización de Keswick del «lado subjetivo de la experiencia cristiana» en «pasos sucesivos», aunque también reconoció que su pensamiento estaba en línea con el del predicador norteamericano, A. J. Gordon. De hecho, juntos condujeron reuniones orientadas a motivar la recepción de la «llenura» del Espíritu.
El sueño de Meyer probablemente era que Northfield fuese un Keswick americano. Su hermoso entorno estaba, comentó Meyer, en «estrecha armonía con el carácter devocional de las reuniones». Con algún descuido por los sentimientos americanos, Meyer se regocijó en 1894 en la recepción de «la vida interior como es enseñada en Inglaterra», y cuando Meyer llegó a América en 1896, Northfeld estaba, en palabras de Moody, «esperando ser llevado a la tierra prometida». Meyer estaba amoldándose a la espiritualidad interdenominacional internacional.
De Northfield, Meyer, con apoyo de Moody, pudo penetrar más allá en el ambiente evangélico americano. En 1897, él se sentía capaz de anunciar desde Boston que él creía que las «posiciones principales» de Keswick habían sido aceptadas, y la misma visita a Boston vio, según el informe de Meyer, 400 ministros que se arrodillaron para recibir «un bautismo aplastante del Espíritu Santo». Muchos líderes eclesiásticos a lo largo de los Estados Unidos estaban fascinados de oír que Meyer, como maestro de santidad, denunciaba «los errores y extravagancias» del perfeccionismo. Meyer fue «estrechamente interrogado» por muchos pastores durante su visita en 1897. Él dio la bienvenida a este interrogatorio como una oportunidad de denunciar «visiones exageradas y enfermizas».
Aunque Meyer estaba preparado para defender la posición doctrinal de Keswick en puntos polémicos, él no era un polemizador. Más bien su preocupación era por los resultados prácticos. Así, en Richmond, Virginia, en 1901, estaba encantado que una asamblea entera estuviera de pie «clamando por la llenura de la promesa de Pentecostés». Para Meyer era crucial forjar un carácter de santidad que atravesara el Atlántico.
A la edad de 80 años, él emprendió su duodécima campaña de predicación en Estados Unidos, viajando más de 15.000 millas y dirigiendo más de 300 reuniones.
Durante los 1890s, el mensaje de Keswick llegó a ser no sólo familiar a los cristianos en Bretaña y América del Norte, sino en muchas partes del mundo. Muchos misioneros fueron a ultramar como resultado de la influencia de Keswick. Meyer estaba orgulloso de lo que él llamaba la «energía irresistible» que derivaba de la espiritualidad de Keswick y que produjo lo que él vio como un movimiento misionero notable.
El propio Meyer fue reconocido como el que más hizo por extender el mensaje de Keswick a lo largo del mundo. Con su linaje alemán, él estaba encantado de ser el primer orador inglés, en 1897, en la Convención de Blankenburg, en las colinas cubiertas de pinos del sur de Alemania.
El ministerio de Keswick de Meyer lo llevó en una jornada de 25.000 millas al Oriente Medio y Lejano en 1909. Dondequiera que él fue, intentó ser pertinente con la realidad local, relacionando a grupos que iban de los armenios en la Iglesia Gregoriana en Constantinopla a los residentes de Penang, China, que vinieron a oírlo en el salón del pueblo.
Cuando Meyer encontró culturas diferentes, su acercamiento relativamente desprovisto de lo dogmático en teología le permitió adaptar su mensaje a cada situación. En India, por ejemplo, Meyer aprovechó el interés de los hindúes en los «aspectos subjetivos» de la fe. El interés de Meyer era adaptar su enseñanza sobre la experiencia espiritual más profunda para que las personas en culturas diferentes pudieran entenderlo y pudieran hacerla suya propia.
Teología y espiritualidad
Aunque Meyer puso fuerte énfasis en vivir la vida de santidad práctica, él no era de ningún modo indiferente a la teología. Él hablaba de su deuda a los pensadores de la tradición Reformada, como el teólogo americano Jonathan Edwards. Pero la Cristiandad, para Meyer, era finalmente (como él lo dijo en 1894) «no un credo, sino una vida; no una teología o un ritual, sino la posesión del espíritu del hombre por el Espíritu Eterno del Cristo Viviente». Él estaba consciente, dijo en 1901, de que la Cristiandad había sido «vergonzosamente maltratada» por los evangélicos y otras clases de cristianos que habían pensado que la Cristiandad era totalmente una cuestión de doctrina objetiva. Él argüía que era «grandemente e igualmente» subjetiva. Como un guía espiritual, y también evangelista práctico y activista social, Meyer sostuvo que la consideración más urgente para la iglesia no era la ortodoxia del credo sino la fe viviente.
Significativamente, Meyer, en un mensaje en 1901 en una Conferencia de la Alianza Evangélica, reconoció su deuda hacia «los santos místicos»; y aquellos a quienes él parecía haber admirado más eran los que, como Francisco de Asís, combinaron la espiritualidad con la misión en el mundo. Para Meyer, el misticismo no significaba sólo una vida de contemplación sino una correspondiente acción dirigida al exterior. Dios mismo, como Meyer lo veía, era un Dios de acción. Meyer era atraído hacia una teología que imaginaba a Dios como «un peregrino» con su pueblo. Este acercamiento teológico le permitió ver la experiencia de Dios como un continuo ir, en que el cristiano nunca asía del todo a Dios, sino siempre estaba siendo más profundamente atraído a la realidad de Dios a través de la jornada de seguir a Cristo.
Las reflexiones de Meyer sobre la teología en relación a la espiritualidad continuaron hasta el fin de su vida y parecían haber ahondado como él lo reflejó en su larga jornada espiritual. Escribiendo en 1928 sobre la naturaleza trinitaria de Dios, Meyer observó que en sus años tempranos la cruz de Cristo era presentada como si el enojo de Dios necesitara ser propiciado antes de que él pudiera «abrir las puertas de la esclusa de su amor». Esto creó una visión de Dios que no alentaba la confianza en sus amorosos propósitos. De hecho, declaraba Meyer, la auto-entrega de Jesús en su muerte fue un acto de Dios, y sin esta perspectiva cristológica, la expiación estaba «oscurecida y empañada».
Para Meyer, el verdadero conocimiento de Dios podría ser descubierto sólo en Dios revelado en Cristo. Éste era un conocimiento del perdón del pecado, pero también de unión con Cristo.
En «The Call and Challenge of the Unseen» (La Llamada y el Desafío del Invisible), también publicado en 1928, el énfasis de Meyer estaba en la experiencia cristiana contemporánea de la muerte con Cristo, no sólo en la experiencia que fluyó de la muerte de Cristo en el pasado. Meyer usó el ejemplo de John Tauler, el místico alemán del siglo XIV, a quien Nicolás de Basilea dijo: «Doctor Tauler, usted debe morir». Como resultado de poner en la práctica en su vida interior este mensaje, Tauler predicó sermones que Meyer consideró «altos modelos de un devoto... ministerio».
En una serie de artículos en «The Christian», en 1929, Meyer se valió de grupos como los valdenses del siglo XII, con su ministerio radical en Italia, para ilustrar su ideal de verdadera espiritualidad. Él creyó haber encontrado una expresión similarmente auténtica de fe, en una forma contemporánea, en la posición de Keswick.
Durante su vida larga y fructífera, predicó más de 16.000 sermones. Fue autor de más de 40 libros, incluyendo biografías de personajes bíblicos (estudio de caracteres), comentarios devocionales, volúmenes de sermones y trabajos explicativos. También fue autor de varios folletos y editó varias revistas.
En español, las editoriales CLIE y Vida han publicado varios de sus libros. Entre ellos: «La vida y la luz de los hombres», «Ciudadanos del cielo», «Cristo en Isaías», y la serie «Grandes Personajes de la Biblia».
Sus escritos son simples y atrayentes, y están conectados con experiencias de su propia vida. En unos de sus muchos viajes en barco, Meyer estaba de pie en la cubierta de una nave que se acercaba a tierra. Mientras la tripulación guiaba la embarcación, él se preguntó cómo ellos podían navegar con seguridad hacia el muelle. Era una noche tormentosa, y la visibilidad era baja. Meyer se asomó a través de la ventana y preguntó: «Capitán, ¿cómo sabe usted guiar esta nave en este estrecho puerto?».
«Este es un arte», contestó el capitán. «¿Ve usted esas tres luces rojas en la orilla? Cuando todas ellas están en línea recta, yo puedo entrar perfectamente».
Después, Meyer escribió: «Cuando nosotros queremos conocer la voluntad de Dios, hay tres cosas que siempre necesitan estar en línea: el impulso interior, la Palabra de Dios, y la disposición de las circunstancias. Nunca actúes hasta que estas tres cosas estén en concordancia».
Dice un autor: «La redacción de sus sermones era simple y directa; él pulía sus escritos como un artista pule una piedra perfecta. Había siempre una imaginación resplandeciente en sus palabras; su discurso era pastoral, encantador como un valle inglés bañado en luz del sol... En su día, grandes guerras se pelearon. Aquéllos que fueron a oírlo se olvidaron de las batallas».
F. B. Meyer pasó a la presencia del Señor el 28 de marzo de 1929.
Cierta vez, en uno de mis seminarios, pregunté a los jóvenes: ‘¿Cuándo fue la última vez que usted oró con su enamorada?’. Después, uno de ellos me dijo. ‘Jaime, ¿oración en el enamoramiento? ¡No tiene cabida!’. Si no hay ambiente para la oración, alguna cosa está mal en su relación, porque la oración debe ser la práctica más espontánea en la vida cristiana.
Nuestra tendencia es seleccionar y catalogar lo que juzgamos espiritual y aquello que consideramos corriente. Por ejemplo, muchos piensan que ir a reunión de la iglesia los domingos es un actividad espiritual, pero no creen que conversar con la novia o comer pizza juntos sea, también, una actividad espiritual.
Pablo derriba esta idea en 1ª Corintios 10:31: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». Dios quiere participar de todas las actividades de nuestra vida.
Una joven me dijo una vez que no leía la Biblia u oraba con su enamorado porque él era tímido. Puedo entender esa timidez cuando la persona es recién convertida, o si la amistad está en el comienzo. Sin embargo, si después de seis meses o un año él (o ella) no puede o no quiere orar y leer la Biblia con ella (o él), esa relación debe ser seriamente evaluada. Si no ponen este fundamento el matrimonio no resistirá las tempestades y crisis que la vida conyugal traerá. Sin los principios de Dios bien definidos, es imposible tomar decisiones correctas en el enamoramiento, noviazgo o matrimonio.
Cuando joven, yo también fui tentado a no preocuparme con el establecimiento de una base espiritual firme. Nunca me voy a olvidar de la primera vez que yo y mi novia, que ahora es mi esposa, salimos. Mi corazón latía tan descompasadamente que llegué a pensar que saltaría de mi pecho. ¡Yo estaba completamente enamorado de ella! Había resuelto en mi corazón tener un noviazgo con Judith según los patrones de Dios. Cuando entramos en mi Chevrolet nuevo, yo quería orar antes de salir, pero tuve miedo de que ella pensase que yo era un fanático religioso. Por algunos segundos, luché conmigo mismo, pero a última hora dije: ‘¿Querrías orar conmigo ahora?’. Ella me miró con una hermosa sonrisa, y dijo: ‘Sí, quiero’. Fue necesario mucho valor para hacer aquello, pero doy gracias a Dios porque hoy, después de 39 años, es fácil orar con mi esposa. Todavía me acuerdo de aquella oración: ‘Querido Padre, queremos invitarte a participar con nosotros de nuestras actividades. Deseamos que seas el centro de nuestro noviazgo. Que nuestros pensamientos, palabras y acciones sean dirigidos por ti. Queremos agradarte con nuestra amistad. Bendícenos, Señor, en el nombre de Jesús. Amén’.
Los momentos de oración, de compartir acerca de la obra de Dios en nuestras vidas y la lectura de la Biblia juntos fueron usados para darnos fuerzas en las horas de tentaciones que dos jóvenes tienen, especialmente en el control de los impulsos sexuales y en la relación física del noviazgo. No estoy diciendo que fue todo perfecto. Hubo dificultades, tentaciones, y, a veces, malentendidos; pero siempre consideramos a Jesús como la Persona más importante en nuestra amistad, y la Palabra de Dios como guía de nuestras decisiones y actitudes.
Si ustedes no oran juntos en el período de enamoramiento o noviazgo, si no procuran leer y obedecer la Palabra, si no hay conversaciones francas y abiertas sobre las dificultades, no piensen que, de repente, el primer día del matrimonio, será automático orar, poner la Biblia como prioridad y organizar la vida conforme a los principios de Dios. Eso simplemente no sucederá. El período de enamoramiento y noviazgo es importante para construir el cimiento para un matrimonio feliz.
Tomado de «Antes de dizer sim» (Traducido del portugués).
A mediados del siglo XIX una conmoción sobrevino a la ciudad de Nueva York. Miles de comercios quebraron cuando los bancos fallaron, y el ferrocarril fue a la bancarrota. Las fábricas cerraron y un enorme número de personas perdió el empleo. Sólo la ciudad de Nueva York tenía 30.000 desempleados.
El 1 de julio de 1857, un hombre de negocios tranquilo y celoso llamado Jeremiah Lanphier fue nombrado misionero en el centro de la ciudad de Nueva York. Lanphier fue nombrado por la Iglesia del Norte, que pertenecía a la Iglesia Reformada Holandesa. Esta iglesia estaba sufriendo una disminución de la membresía por el traslado de la población del centro a las mejores zonas residenciales, y al nuevo misionero se le encomendó que visitara con diligencia a las personas del vecindario con el fin de aumentar la asistencia a la iglesia de personas de la población flotante de la parte baja de la ciudad.
Con carga por los necesitados, Jeremiah Lanphier decidió invitar a otros a unirse a él en una reunión de oración al mediodía una vez a la semana, los miércoles. Era una invitación dirigida a los hombres de negocio en general. Distribuyó un folleto que decía lo siguiente: “¿Cada cuánto debemos orar? Siempre que vengan a mi corazón palabras de oración, siempre que vea que necesito ayuda, siempre que sienta el poder de la tentación, siempre que experimente un bajón o que sienta la agresión de un espíritu mundano. En oración cambiamos el tiempo por la eternidad, y el negocio con los hombres por el negocio con Dios”. El texto mencionaba la hora (12 a 13 hrs.) y el lugar, y agregaba: “Yo estaré una hora; pero está abierta tanto a aquellos que no puedan estar más de cinco minutos como a aquellos que puedan permanecer toda la hora”.
De acuerdo con esto, a las 12 en punto, el 23 de septiembre de 1857 se abrió la puerta y el fiel Lanphier tomó asiento para esperar la respuesta a su invitación. (...) Pasaron cinco minutos. No apareció nadie: El misionero se paseó preocupado por la habitación luchando entre el temor y la fe. Pasaron diez minutos. Aún no venía nadie. Pasaron quince minutos. Lanphier seguía estando solo. Veinte minutos; veinticinco, treinta, y después, a las 12,30 se escucharon unos pasos en las escaleras y apareció la primera persona; después, otra, otra y otra. Seis personas estaban presentes cuando comenzó la reunión de oración. El miércoles siguiente hubo cuarenta.
Así que la primera semana de octubre de 1857 se decidió tener una reunión diaria en vez de semanal. En seis meses, diez mil hombres de negocios se reunían diariamente para orar en Nueva York, y en dos años se añadieron un millón de convertidos a las iglesias norteamericanas.
Sin duda, el mayor avivamiento en la pintoresca historia de Nueva York estaba sacudiendo la ciudad, y fue de tales dimensiones que toda la nación sintió curiosidad. No hubo fanatismo ni histeria, simplemente un increíble movimiento de personas que oraban.
“De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mat 10:8).
Fritz Kreisler, uno de los violinistas más grandes del mundo dijo: “Nací con la música en mi interior, conocí las partituras musicales instintivamente antes de que aprendiera el ABC. Fue un don de la Providencia y no algo que adquirí por mi propia cuenta. Así que ni aun siquiera merezco que se me agradezca por la música... La música es demasiado sagrada para venderla. Los precios ultrajantes que las celebridades musicales cobran hoy son verdaderamente un crimen contra la sociedad”.
Estas son palabras que debería tomar muy a pecho cualquiera que trabaja en la obra cristiana. El ministerio cristiano consiste en dar, no en recibir. La cuestión no es: “¿Qué hay aquí para mí?”, sino más bien: “¿Cómo puedo dar a conocer mejor el mensaje del Señor Jesús a un mayor número?” En el servicio de Cristo, es mucho mejor que las cosas cuesten en vez de que deban ser pagadas.
Es verdad que: “El obrero es digno de su salario” (Luc 10:7), y que: “los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1Cor 9:14). Pero esto no justifica que un hombre le ponga precio a su don o que cobre honorarios excesivos por hablar o cantar en diversas ceremonias. Con nada se justifica cobrar derechos exorbitantes por utilización de himnos.
Simón el mago quería comprar el poder de dar el Espíritu Santo a los demás (Hch 8:19). No cabe duda que vio esto como un modo de ganar dinero para sí mismo. De su nombre y por su acción se deriva nuestra palabra “simonía”, que significa comprar o vender privilegios religiosos. No es exagerado decir que el mundo religioso de hoy en día está plagado de simonía.
Si el dinero pudiera de alguna manera eliminarse de la así llamada obra cristiana, mucho de esto se detendría de inmediato. Pero aún quedarían siervos fieles del Señor que proseguirían hasta agotar la última pizca de su fuerza.
Hemos recibido de gracia; debemos dar de gracia. Cuánto más demos, mayor será la bendición, y más grande la recompensa, buena medida, apretada, remecida y rebosante.
Un trabajador social de Afganistán, Said Musa, convertido al cristianismo, ha sido condenado a la horca por negarse a volver a la fe de Mahoma. Musa, de 45 años, está desde hace ocho meses en una prisión de Kabul, donde ha sido objeto de abusos sexuales y torturas. El “apóstata,” que perdió una pierna en 1990 al pisar una mina anti persona, trabajaba como fisioterapeuta para la Cruz Roja en un centro donde se da asistencia sanitaria a personas amputadas. Hace unos días, un juez le manifestó que si no regresaba al islam sería ahorcado inmediatamente, a lo que Musa respondió que no estaba dispuesto a abandonar el cristianismo, aunque le costara la vida. Los abogados, rechazan defender la causa de Musa a menos que abrace de nuevo el islam, mientras que otros ya dejaron el caso debido a las amenazas de muerte. La apostasía es considerada un crimen que se debe castigar con la pena de muerte en países como Afganistán, Somalia, Irán o Arabia Saudita.
En la vida de casi todos nosotros hay cosas que nunca habríamos escogido y de las que nos gustaría deshacernos, pero que jamás podrán cambiar. Por ejemplo, los impedimentos físicos o anormalidades. Puede tratarse de una enfermedad crónica o terminal que no nos dejará jamás. Bien puede ser un desorden nervioso o emocional que persiste como invitado inoportuno.
Muchos viven vidas derrotadas, soñando solamente en lo que pudo haber sido y nunca fue. Si nada más hubieran sido más altos. Si tan sólo tuvieran una mejor apariencia. Si solamente hubieran nacido en una familia diferente o fueran de otra raza o sexo. Si sólo tuvieran un cuerpo hecho para sobresalir en atletismo. Si únicamente pudieran tener buena salud.
La lección que tales personas deben aprender es que pueden encontrar la paz si aceptan lo que no puede cambiar. Somos lo que somos por la gracia de Dios. él ha planeado nuestra vidas con amor infinito e infinita sabiduría. Si pudiéramos ver las cosas como él las ve, las habríamos arreglado exactamente como lo hizo. Por lo tanto, debemos decir: “Sí, Padre, porque así te agradó”.
Pero debemos avanzar un paso más. No tenemos que aceptar estas cosas con un espíritu de humilde resignación. Si sabemos que fueron permitidas por un Dios de amor, podemos hacer de ellas causa de alabanza y regocijo. Pablo oró tres veces para que el aguijón en su carne le fuera quitado. Cuando el Señor le prometió gracia para soportarlo, el apóstol exclamó: “De muy buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2Cor 12:9).
Es un signo de madurez espiritual que podamos regocijarnos en las circunstancias aparentemente adversas de la vida, y que las usemos como un medio para glorificar a Dios. Fanny Crosby aprendió la lección temprano en su vida. Cuando tenía tan sólo ocho años, la poetisa ciega escribió:
¡Oh, que niña tan feliz soy Aunque no puedo ver! He resuelto que en el mundo Contenta viviré. ¡Cuántas bendiciones tengo yo, Que otros no pueden disfrutar! Así que, por ser ciega, llorar o suspirar ¡No puedo, ni lo haré!
Nuestra era, caracterizada por los viajes supersónicos y las comunicaciones de alta velocidad, tiene como contraseña la prisa. Sin embargo, cuando leemos la Biblia descubrimos que Dios rara vez se apresura. Rara vez, digo, porque hay un ejemplo donde el padre corre para encontrarse con su hijo pródigo que regresa, sugiriendo que Dios se apresura a perdonar. Pero de manera general, Dios nunca tiene prisa.
Cuando David dijo: “la orden del rey era apremiante” (1Sa 21:8), usó de un subterfugio, y no debemos valernos de estas palabras para justificar nuestro frenético correr de aquí para allá.
Nuestro texto nos enseña una verdad muy sencilla: si confiamos en verdad en el Señor, no debemos tener prisa. La urgencia de nuestra tarea puede llevarse a cabo mejor si caminamos tranquilamente en el Espíritu que por el frenesí de la actividad carnal.
Un joven tiene prisa por casarse. Supone que si no actúa rápidamente, alguien más podría quedarse con la chica. La verdad es que si Dios quiere que esa chica sea para él, nadie más podrá tenerla. Si ella no es la elección de Dios, entonces él tendrá que aprenderlo por el camino más difícil: “Cásate deprisa; arrepiéntete poco a poco”.
Otro se apresura para dejar su trabajo e ir a servir al Señor, como se suele decir, “a tiempo completo”. Argumenta que el mundo está pereciendo y que no puede esperar. Pero Jesús no arguyó así durante los treinta años que pasó en Nazaret. Esperó hasta que Dios le llamó al ministerio público.
Muy a menudo tenemos prisa en nuestra evangelización personal. Estamos tan ansiosos por acumular profesiones que arrancamos el fruto antes de que madure. Fallamos al no permitir que el Espíritu Santo convenza cabalmente de pecado a la persona. El resultado de este método es un rastro de falsas profesiones y de escombros humanos. Debemos dejar que: “la paciencia tenga su obra completa”, para que seamos perfectos (Sant 1:4).
La verdadera eficacia de nuestra vida está no en correr locamente en proyectos y misiones que nosotros mismos nos hemos designado, sino en tener parte en aquella actividad que el Espíritu dirige, y esperar pacientemente a que el Señor la determine.
En una época cuando la sociedad es cada vez más alérgica al trabajo, los cristianos deben esforzarse al máximo cada momento que transcurre. Es pecado malgastar y perder el tiempo.
No hay época de la historia en la que no oigamos alzarse las voces de los que testifican de la importancia del trabajo diligente. El Salvador mismo decía, “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura: la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Juan 9:4).
Tomás de Kempis escribió: “Nunca sean holgazanes o estén desocupados; lean, escriban, oren o mediten constantemente y ocúpense en alguna labor útil para el bien común”.
Cuando se le preguntó a G. Campbell Morgan acerca del secreto de su éxito como intérprete de la Palabra, contestó: “¡Trabajar, trabajar duro, y de nuevo trabajar!”
Nunca debemos olvidar que cuando el Señor Jesús vino al mundo, trabajó como carpintero. La mayor parte de Su vida la pasó en el taller de Nazaret.
Pablo fabricaba tiendas, y lo consideraba como una parte importante de su ministerio.
Es un error pensar que el trabajo es un resultado de la entrada del pecado. Antes de que éste penetrara, Adán fue colocado en el jardín para que lo cultivara y guardara (Gen 2:15). La maldición implicó trabajo duro y el sudor que lo acompaña (Gen 3:19). Aún en el cielo estaremos trabajando, porque “sus siervos le servirán ” (Apoc 22:3).
El trabajo es una bendición. Por medio de él encontramos satisfecha nuestra necesidad de creatividad. La mente y el cuerpo funcionan mejor cuando trabajamos diligentemente. Cuando nos ocupamos en algo útil, disfrutamos de una mayor protección del pecado, porque: “Satanás encuentra alguna maldad que hacer para las manos inútiles” (Isaac Watts). Thomas Watson dijo: “La holgazanería tienta al Maligno a tentar”. El trabajo honesto, diligente y fiel es una parte vital de nuestro testimonio cristiano. Los resultados de nuestro trabajo pueden sobrevivir cuando nosotros muramos. Como alguien ha dicho, “cada uno deberá proveerse a sí mismo de alguna ocupación útil cuando su cuerpo yazca en la tumba”. Y William James apuntaba: “La mejor manera en que podemos emplear nuestra vida es utilizarla en algo que la sobreviva o que dure más que ella”.
“Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1Jo 4:11).
No debemos pensar que el amor es una emoción, algo sentimental, incontrolable y impredecible. Dios nos manda amar, lo cual no sería posible si el amor fuera algo eludible, una emoción o sensación esporádica, que apareciera inesperadamente como un frío repentino. El amor puede afectar las emociones, pero es más un asunto de la voluntad que de las emociones.
El amor no está confinado a un mundo de castillos en el aire con escasa relación a la esencia de la vida cotidiana. Por cada hora de claro de luna y rosas, hay semanas de fregona y platos sucios.
En otras palabras, el amor es intensamente práctico. Por ejemplo, cuando se pasa un plato de fruta, el amor escoge la tocada o mala. El amor limpia el lavabo y la bañera después de usarlos. El amor repone el papel higiénico para que el próximo que lo necesite no sufra incomodidad. El amor apaga las luces cuando no se necesitan. Recoge el papel en el suelo en vez de pisarlo y pasar de largo. Cuando le prestan un automóvil, repone el gasóleo y el aceite. El amor vacía la basura sin que se lo pidan. No hace esperar a los demás. Sirve a otros antes que a sí mismo. Saca al niño ruidoso para no molestar en la reunión. El amor habla fuerte para que el sordo pueda oír. Y el amor trabaja para tener qué compartir con los demás.
El amor con la largura su vestido Alcanza del suelo al polvo mismo - Puede alcanzar lo sucio de la calle y del camino, Y es porque puede, que debe.
No osa descansar en las montañas Es su deber descender hasta el valle; Pues satisfecho no queda hasta que enciende Las vidas que allí se apagan.
Con Su venida al mundo, Jesucristo añadió una nueva palabra al lenguaje griego: ágape, “amor”. éste ya contaba con un vocablo para amistad (philia) y otro para el amor apasionado (eros), pero faltaba una palabra que expresara la clase de amor que Dios mostró cuando nos dio a Su Único Hijo. éste es el amor que desea que nos mostremos los unos a los otros.
Ágape es otra clase de amor que nadie en el mundo conocía, un amor con nuevas dimensiones. El amor de Dios no tuvo principio y nunca tendrá fin. Es un amor sin límite que jamás podrá medirse. Es absolutamente puro y libre de toda mancha de sensualidad. Es sacrificado, nunca cuenta el costo y se manifiesta dando, pues leemos: “De tal manera amó Dios al mundo que dio...” y “Cristo de tal manera nos amó, que se ha dado a sí mismo por nosotros...” El amor busca incesantemente el bienestar de los demás. Busca a los desagradables y antipáticos como a los agradables y atractivos. Se dirige a amigos y enemigos. No se da porque encuentra a sus objetos dignos o virtuosos, sino sólo porque Aquél que lo concede es bondadoso. El amor es desinteresado, nunca espera nada a cambio y jamás explota a los demás en beneficio propio. No repara en los errores, las ofensas o improperios, mas los cubre con un velo bondadoso. El amor devuelve con benevolencia la descortesía, y ora por aquellos que serían sus asesinos. El amor siempre piensa en los demás, considerándoles mejores.
Pero el amor también es firme. Dios castiga a los que ama. El amor no puede soportar ni consentir el pecado, porque es dañino y destructivo, y el amor desea proteger a sus objetos de daño y destrucción.
La manifestación más grande del amor de Dios fue habernos dado a Su Hijo Amado para que muriera por nosotros en la Cruz del Calvario.
¿Quién Tu amor, oh Dios, puede medir, Que aplastó por nosotros su Tesoro, A él en quien tú te complacías, A Cristo, el hijo de tu amor? (Allaben)
Hay muchas cosas por las que una persona puede inquietarse: la posibilidad de contraer un cáncer, problemas de corazón o un sinfín de otras enfermedades; los alimentos supuestamente contaminados, una muerte accidental, un golpe de estado, la guerra nuclear, la creciente inflación, un futuro incierto o el sombrío porvenir que aguarda a todos aquellos niños que crecen en un mundo como el nuestro. Las posibilidades son innumerables.
A pesar de esto, la Palabra de Dios nos dice: “por nada estéis afanosos”. El Señor desea que nuestra vida se vea libre de ansiedades. ¡Y por buenas razones!
El afán y la ansiedad son innecesarias. El Señor tiene cuidado de nosotros. Nos sostiene en las palmas de Sus manos. Nada puede sucedernos fuera de Su voluntad. No somos víctimas del azar ciego, los accidentes o el destino porque nuestras vidas están planeadas, ordenadas y dirigidas.
La ansiedad es infructuosa. No resuelve los problemas o impide que las crisis sobrevengan. Como alguien ha dicho: “La ansiedad nunca le quita al mañana sus penas, solamente nos despoja de la fuerza que necesitamos para vivir el presente”.
La ansiedad es dañina. Los médicos están de acuerdo en que muchas de las enfermedades de sus pacientes se deben a la inquietud, la tensión y los nervios. Las úlceras están a la cabeza de la lista de los males relacionados con la inquietud.
La ansiedad es pecado. “Pone en duda la sabiduría de Dios y nos incita a pensar que no sabe lo que hace. Nos hace desconfiar de Su amor, haciéndonos suponer que no le importamos. Nos hace recelar del poder de Dios, creando la sospecha de que no es capaz de superar y vencer las circunstancias que nos causan la ansiedad”.
Muy a menudo nos enorgullecemos de nuestras preocupaciones. En una ocasión, cuando un marido reprochaba a su esposa por su incesante preocupación, ella replicó: “Si no me preocupara como lo hago, tendríamos menos de lo que ahora ves que tenemos”. Nunca alcanzaremos a librarnos de la preocupación hasta que la confesemos como pecado y renunciemos a ella por completo. Entonces podremos decir con confianza:
Nada tengo que ver con el mañana, Mi Salvador tendrá eso a su cuidado; Si lo llena con apuros y tristeza, Me ayudará a sufrirlo él a mi lado. Nada tengo que ver con el mañana; Sus cargas ¿por qué compartiré?
No puedo tomar prestadas su fuerza y su gracia; ¿Por qué prestadas sus preocupaciones tomaré?