Frederic Brotherton Meyer


F. B. Meyer, pastor, predicador, autor de numerosos libros, maestro notable de las Escrituras. Un don dado a la iglesia de Cristo.


Frederic Brotherton Meyer fue uno de los predicadores más amados en su tiempo, uno de los principales exponentes del movimiento Higher Life (Vida Superior), y por más de 20 años expositor de la Conferencia de Keswick. Spurgeon decía de él: «Meyer predica como un hombre que ha visto a Dios cara a cara».

Influencia familiar

F. B. Meyer nació en Londres en abril de 1847, en el seno de una devota familia cristiana adinerada de origen alemán. Especial influencia ejerció sobre él una abuela cuáquera. Asistió al Brighton College y se graduó de la Universidad de Londres en 1869. Estudió teología en el Regent’s Park College, Oxford. Meyer empezó a pastorear iglesias en 1870. Su primer pastorado estuvo en la Capilla Bautista de Pembroke en Liverpool.

Contacto con D. L. Moody

Siendo pastor en la Capilla Bautista de Priory Street, acudió a escuchar a D. L. Moody, el evangelista norteamericano. Su primera impresión fue confirmada por uno de sus maestros de Escuela Dominical, quien vino a él y le dijo: «Hermano Meyer, la ilustración que ese predicador dio el otro día impactó tanto a mis muchachas que ha habido mucho llanto, confesión y testimonio. ¡Estamos seguros que el Espíritu Santo ha venido sobre nosotros; y hemos tenido una experiencia en nuestra clase que usted no creerá!».

F. B. Meyer fue tan afectado por el testimonio de ese maestro y esas muchachas que quiso comprobarlo por sí mismo, y pronto llegó a ser su propia realidad. Desde ese momento, Meyer se acercó a Moody, y sellaron una amistad que duró de por vida.

Dos áreas de interés

Desde el comienzo de su ministerio, Meyer mostró un gran interés por los nuevos movimientos dentro de la Iglesia. Entre éstos estaban los movimientos por la reforma social y por la espiritualidad más profunda. Meyer incursionó con distinta suerte en ambas áreas. Su carácter práctico rechazaba una forma de espiritualidad mística y desconectada de la realidad.

El comienzo de su incursión tras los pasos de una espiritualidad más profunda lo tuvo en 1874 y 1875. Meyer asistió a dos conferencias sobre el tema de la vida espiritual que iba a mostrarse decisivo para la vida evangélica británica. La primera fue una reunión bastante selecta sostenida en Broadlands, la propiedad del futuro Lord y Lady Mount Temple. Con aproximadamente cien personas invitadas– incluyendo, por ejemplo, al escritor George MacDonald– se desarrolló durante seis días en julio de 1874.

El segundo evento, del 29 de agosto al 6 de septiembre, fue una conferencia en Oxford «para la promoción de la santidad Escritural», que atrajo a 1.500 personas. Dos de los oradores principales eran una pareja americana con raíces cuáqueras, Robert y Hannah Pearsall Smith.

La esencia del mensaje en Oxford fue que la santificación, como la justificación, era una bendición asequible a través de la fe simple. Este enfoque, que contrastaba con la visión evangélica de que la santidad era lograda por el esfuerzo activo, fue recibido ávidamente por los cristianos que luchaban con un sentimiento de fracaso.

Meyer recordaba vivamente su reacción en Broadlands y en Oxford. Él fue impactado sobre todo por los mensajes de Pearsall Smith.

Con este trasfondo, Meyer acudió con entusiasmo a la Convención de Brighton, al año siguiente. Sin embargo, la controversia estuvo a punto de quebrar el ambiente. ¿Era la «impecabilidad» enseñada por los líderes de la santidad? Meyer fue incapaz de aceptar algunas de las declaraciones hechas en Brighton, y se sumió en un estado de decepción. Fue renuente a asistir a la Convención inicial de Keswick que, en el verano de 1875 sólo reunió a 300-400 personas. (A principios del s. XX acudían más de 5.000).

Después de este traspié, Meyer se dedicó de lleno al ministerio pastoral en Leicester, con un fuerte énfasis en el evangelismo, probablemente debido a la influencia de su reciente amistad con D. L. Moody. Cuando él miraba hacia atrás esa época decía que había «malgastado la vida interior», viviendo para dedicarse a «obtener influencia social, ganar dinero, atraer audiencias y hacer obra filantrópica».

Por ese tiempo, la posición de Meyer era tensa. La enseñanza de la vida espiritual más profunda lo llamaba fuertemente, pero él no podía integrarla en su compromiso de evangelización y acción social. Sólo cuando reconcilió estos elementos dentro de sí mismo, pudo llevar a cabo su ministerio como maestro de santidad.

Un encuentro revitalizador

El momento decisivo vino el 26 de noviembre de 1884, cuando C. T. Studd y Stanley Smith visitaron la floreciente iglesia de la cual Meyer era pastor (Melbourne Hall, Leicester). Un gran revuelo se había levantado cuando Studd y Smith, que eran deportistas conocidos en toda Inglaterra, junto con otros cinco estudiantes universitarios de Cambridge –conocidos como los «Cambridge Seven»– se ofrecieron a ir como misioneros a China.

Meyer invitó a las dos famosas personalidades a hablar en el Melbourne Hall poco antes de que dejaran Bretaña. Lo que Meyer no sospechaba era el efecto que esta decisión causaría en él mismo.

Él observó en Studd y Smith una «fuente constante de reposo, fuerza y alegría» que él no tenía y que estaba decidido a poseer. Era esencial para Meyer que la espiritualidad fuese práctica si es que debía ser aceptada como auténtica, y esto fue exactamente lo que él vio en aquellos dos jóvenes. Meyer fue a Studd y Smith por consejo a las 7:00 a.m. el día después de reunirse en el Melbourne Hall, y ellos le instaron a que rindiera todo a Cristo. Meyer entonces, «por primera vez» –así lo afirmó– tomó la voluntad de Dios como el objetivo de su vida entera. Esta declaración, «rendirse a Dios», expresaba un elemento crucial de la espiritualidad del movimiento de la vida más profunda.

Cuando la experiencia de rendición de Meyer se hizo pública, los organizadores de la Convención de Keswick lo reconocieron como equipado para tomar un lugar en la tribuna de Keswick. Le pidieron que fuera uno de los oradores durante la semana de la Convención de 1887.

Meyer estaba padeciendo depresión nerviosa como resultado de un largo tiempo de exceso de trabajo, y la atmósfera entusiasta de las grandes muchedumbres que asistían a la convención aumentaron su nerviosismo. Durante una reunión nocturna de oración en que las personas buscaban el poder del Espíritu Santo, la tensión en Meyer alcanzó niveles intolerables. Apresuradamente salió de la tienda de la convención y huyó al monte. Éste fue el escenario en el cual él experimentó la llenura del Espíritu. Él dijo: «Como respiro el aire, así mi espíritu respira en la llenura del Espíritu Santo».

Cuando volvió de este encuentro, él oyó una voz «que sugería de modo siniestro en la oscuridad», diciéndole: «Eres un necio, tú no tienes nada». Meyer admitió que él no sentía nada, lo cual confundió a sus amigos cuando se reunió con ellos, porque ellos esperaban una experiencia extática. La manera particular en que Meyer experimentó a Dios determinaría su subsecuente enseñanza de santidad. Aunque no se oponía a las experiencias de crisis, para él la emoción no era importante. Al contrario, la decisión de recibir el Espíritu podría ser tranquila, quieta y deliberada, incluso sanadora. De hecho, él vio a Keswick como una «clínica espiritual».

Hacia un misticismo práctico

Entre los años 1887 y 1928, él dirigió veintiséis convenciones de Keswick y habló en numerosos mini-Keswicks en Bretaña y en otras partes del mundo.

La enseñanza de la santidad de Meyer, que durante las próximas cuatro décadas él ofreció a los públicos por el mundo, siguió las líneas trazadas por los fundadores de Keswick, a la cual Meyer hizo una contribución distintiva. En el cristiano que se rindió a Dios, decían los oradores de Keswick, mora el pecado «perpetuamente neutralizado». La preocupación de Meyer era deletrear esto en forma menos teológica pero más sencilla, para que todos pudieran llevar el concepto a la práctica.

Para Meyer, había tres fases en la jornada espiritual. La conversión era seguida por «la consagración», que era seguida por la «unción del Espíritu». Se reconoció rápidamente en los círculos de Keswick que Meyer tenía un poder excepcional para llevar a las personas a la experiencia de la rendición. Él constantemente volvía a su tema básico: los pasos hacia la «vida bendecida».

Meyer supervisaba su impacto en las Convenciones, observando en 1895 que le gustaba permanecer en la puerta después de hablar, y había personas que venían hacia él diciendo, con respecto a la bendición impartida: «No, señor, yo no puedo decir que la siento, pero la he recibido».

En 1889, Meyer les dijo a sus oyentes de Keswick que las personas habían intentado usar la «fórmula» para «la liberación del poder del pecado conocido» dada desde el púlpito, pero que en la práctica esto había fallado, porque la consagración tenía que ocurrir antes de la llenura del Espíritu.

La comprensión de Meyer sobre este asunto se diseminó ampliamente a través de sus muchos escritos. Un énfasis central era que la recepción del Espíritu era «gobernada por ley» y que la obra del Espíritu dependía de la complacencia obediente del cristiano que tenía que recibir el poder del Espíritu. La experiencia de santidad era recibida a través de la fe, y era accesible para todos.

Los críticos de la espiritualidad de Keswick alegaban que a través de su énfasis en la vida interior, enseñaba un quietismo que desalentaba las expresiones prácticas de la vida cristiana y un misticismo que era extraño a la teología evangélica. Aunque él reconoció que él y otros enseñaban «el quietismo de un corazón calmado por Dios», Meyer negó que esto significara una búsqueda de la experiencia religiosa en y por sí misma. Él declaró en 1903 que tenía que decirse cien veces por día que su experiencia de bendición espiritual era verdad, porque él no la sentía y no tenía «ningún gozo en ello».

Aunque, sin duda, al hablar así Meyer exageraba, él evidentemente conocía el conflicto que sentían los cristianos comunes que habían «exigido» la llenura del Espíritu pero les faltaba el «sentimiento» de haberla recibido. Aquí la experiencia de algunos místicos fue relevante. Había escritores influyentes, como Juan de la Cruz, que habló de la oscuridad en la que no se sentía la presencia de Dios. Meyer habló en 1922 de tener confianza «sin sentimiento, una confianza ciega... Entonces lograrás tanto sentimiento como quieras».

En 1925, Meyer, en consonancia con su actitud hacia la experiencia mística entre los cristianos, alineó a Keswick con una línea de enseñanza que él denominó –aunque admitió que era controversial– como «misticismo práctico». Era una fórmula que él construyó con el objetivo de conectar la espiritualidad de Keswick con una tradición más antigua de la vida religiosa.

El acercamiento de Meyer a la vida espiritual también era marcado por su detallado énfasis en lo práctico, en contraste con las generalidades devocionales que caracterizaron mucha enseñanza de la santidad.

Por ejemplo, en 1903, Meyer instó a los oyentes de Keswick de la tarde del martes a poner su atención en las cosas que estaban erradas en sus vidas. Si ellos necesitaban hacer restitución financiera, debían inmediatamente escribir un cheque, con los intereses respectivos. Igualmente, él insistió en que cualquiera que necesitaba escribir cartas de disculpa, debía hacerlo en forma inmediata. Al hacer esto, «el fuego de Dios» vendría.

El miércoles por la tarde, Meyer informó que las personas habían respondido. Relaciones matrimoniales, por ejemplo, se habían puesto en orden. Sin embargo Meyer estaba preocupado, porque algunos mostraron complacencia, y les instó a que examinaran sus motivos.

Compromiso con la acción social

En 1883 se publicó en Inglaterra «The Bitter Cry of Outcast London» (El Amargo Lamento del Londres Proscrito), que detallaba la pobreza, miseria y degradación sexual de Londres. Como consecuencia, el mundo cristiano se levantó con diversas iniciativas de ayuda a los necesitados.

F. B. Meyer hizo suya esta causa, y se abocó a combinar la predicación con ambiciosos programas sociales, que incluían la rehabilitación de ex-convictos, prostitutas y alcohólicos. Uno de los aportes que Meyer intentó hacer fue crear fuentes de trabajo. Una de ellas fue ‘F. B. Meyer - Firewood Merchant’ (F. B. Meyer, Comerciante de Leña) y el otro era un negocio de limpieza de ventanas, para dar dignidad a los expresos a través del trabajo.

Lamentablemente, los resultados no fueron siempre alentadores. En su fábrica de leña él recibía a ex-convictos, y les ofrecía buenos sueldos, un lugar para vivir y, cuando era posible, estímulo espiritual. A cambio, él esperaba que ellos tuvieran un buen rendimiento. Pero ellos no lo hicieron así, y él perdió dinero. Finalmente, tuvo que despedirlos, y compró una sierra circular impulsada por un artefacto de gas. En una hora, el trabajo rindió más que los esfuerzos combinados de todos los hombres en el curso de un día entero.

Un día, Meyer tuvo una pequeña charla con su sierra: «Cómo puedes tú hacer tanto trabajo?», preguntó. «¿Eres tú más afilada que las sierras que mis hombres estaban usando? ¿No? ¿Es tu hoja más brillante? ¿No? ¿Qué entonces? ¿Mejor aceite o lubricación contra la madera?».

La respuesta de la sierra, si pudiese hablar, habría sido: «Yo pienso que hay una energía más fuerte detrás de mí. Algo está trabajando a través de mí con una nueva fuerza. No soy yo, es el poder detrás de mí».

A partir de esta experiencia, Meyer observó que muchos cristianos están trabajando en el poder de la carne, en el poder de su intelecto, su energía, su celo entusiasta, pero con efecto pobre. Ellos necesitan unirse al poder de Dios a través del Espíritu Santo.

Meyer también emprendió un ataque masivo contra los prostíbulos. Decía: «No hay otro pecado como la falta de castidad, que provoque la caída de una nación más pronto. Si la historia enseña algo, enseña que esa indulgencia sensual es la vía más segura a la ruina nacional. La sociedad, al no condenar este pecado, se condena a sí misma». A través de los esfuerzos de un equipo especializado de la iglesia, 700-800 locales fueron cerrados entre 1895 y 1907 y se hicieron esfuerzos para ofrecerles empleo alternativo y alojamiento a las ex-prostitutas.

Sin embargo, su pasión por las actividades socio-políticas le metió en más de algún problema. En 1906 se vio obligado a disculparse ante un muy anglicano público de Keswick por todo aquello en que él hubiese «involuntariamente» herido a algún clérigo anglicano por las cosas fuertes que se había visto forzado a decir sobre los «grandes problemas políticos». Él tenía que ser fiel a sus principios, pero quería «defenderlos en un espíritu de perfecto amor y ternura». La asamblea fue tranquilizada, y Meyer recibió un «Amén».

Las preocupaciones socio-políticas raramente figuraron en Keswick, y Meyer hizo una contribución crucial manteniendo el movimiento de santidad en contacto con la acción cristiana práctica.

Tendiendo puentes entre las divisiones

A través de las conexiones que él hizo con diferentes realidades de vida y pensamiento cristianos, Meyer intentó construir puentes entre grupos que eran a menudo recelosos entre sí. A través de su ministerio en Keswick, él fue muy hábil para crear un vínculo entre las dos más grandes corrientes cristianas de Inglaterra: el Anglicanismo y el No Conformismo.

Para ser creíble, la espiritualidad de Keswick tenía que trascender los límites denominacionales. Dado que Meyer era el representante inglés más excelente del «No conformismo» en la plataforma de Keswick –él fue dos veces presidente del Concilio Nacional de las Iglesias Libres Evangélicas, fue el secretario honorario de ese cuerpo durante diez años, y fue presidente de la Unión Bautista, sirviendo con distinción entre 1906-07–, él fue idealmente puesto para insistir en que los líderes de la Iglesia Libre debían estar abiertos a los énfasis de Keswick.

El lema de Keswick «Todos Uno en Cristo Jesús» (escogido por el cuáquero Robert Wilson) fue sostenido con entusiasmo por Meyer. Su visión, que él derivó en parte de D. L. Moody, era de unidad espiritual por sobre los límites sectarios. Meyer se aprovechó de Keswick para dirigirse a grupos eclesiásticos específicos. Los clérigos, incluyendo a los Clérigos Altos, fueron instados por Meyer en 1910 para orar por sus vecinos locales bautistas y del Ejército de Salvación. Él vio la enseñanza de la vida interior como un camino natural a «una visión más amplia de la constitución divina de la Iglesia de Cristo». La visión de Meyer fue que esa verdadera espiritualidad era una parte de la vida de la iglesia uniendo y reconciliando.

Dado este punto de vista, Meyer siempre estaba abierto a los nuevos movimientos de renovación espiritual, aun cuando ellos vinieran de fuentes inesperadas. Él vio una evidencia de profunda realidad espiritual y poder en el Avivamiento galés de 1904-05, que tenía como su líder principal al minero galés Evan Roberts.

Este avivamiento tenía varias conexiones con Keswick. En 1903, algunos jóvenes ministros galeses vinieron a Keswick «con un tono cercano a la desesperación» ansiosos de recibir avivamiento personal. Uno de ellos, Owen Owen, escribió a Meyer, en nombre de los demás. Meyer les aconsejó asistir a una convención que era organizada por una líder de santidad galesa, Jessie Penn-Lewis. El impacto que causó Meyer en esa convención fue considerable. Cuando él dio la oportunidad para la expresión de rendición y dedicación, parecía como si todos quisieran recibir «la llenura de bendición».

Meyer fue inicialmente cauto sobre el emocionalismo galés. Sin embargo, algo significativo estaba pasando. Meyer se mantuvo en estrecho contacto con los líderes más jóvenes del avivamiento, algunos de los cuales habían sido profundamente afectados por su ministerio.

En enero de 1905, Meyer visitó Gales para oír a Evan Roberts. El poder que vio en las reuniones conducidas por Roberts hizo a Meyer sentirse como «un niñito en la escuela del Espíritu Santo», y volvió a Londres decidido a extender el mensaje del avivamiento. Veinte años después, Meyer hablaba de su experiencia en Gales en 1905 como «días de fluir pentecostal».

Fue de ese trasfondo de avivamiento que un nuevo movimiento del siglo XX, el Pentecostalismo, tomó forma. Meyer hizo su propia contribución a su aparición.

En abril de 1905, él habló durante ocho días a grandes concentraciones en Los Angeles, enfatizando lo que él había experimentado de Evan Roberts y el avivamiento galés. Uno de los presentes el 8 de abril de 1905 era Frank Bartleman, que iba a ser una figura central en la explosión pentecostal en Azusa Street, Los Angeles, en el año siguiente. Bartleman se «conmovió» al oír cómo «Meyer ... describió el gran avivamiento en Gales que él había visitado».

En Keswick había temores de los excesos del Pentecostalismo. Meyer por su parte, era más cercano que la mayoría de los maestros de Keswick a la doctrina pentecostal del bautismo del Espíritu, y por su enseñanza acerca del Espíritu Santo, creó lazos con la nueva espiritualidad. En 1930, una revista líder pentecostal británica, refiriéndose al desarrollo del Pentecostalismo, sugirió que la enseñanza de Meyer había contribuido significativamente al despertar pentecostal.

Otro movimiento que tuvo un impacto considerable en los cristianos en los años veinte, sobre todo en América del Norte, fue el Fundamentalismo. Con su deseo de una espiritualidad inclusiva, Meyer encontró la estridencia del Fundamentalismo poco atractiva. Para Meyer, y para la mayoría de los líderes de Keswick, el espíritu violento del Fundamentalismo desentonaba con la apacibilidad que debe caracterizar a la persona espiritual. Meyer estuvo en Estados Unidos en 1926, y cuando se le pidió hacer un comentario sobre el Fundamentalismo contestó que la fe cristiana era «no una materia de argumento, sino una fuerza espiritual». Él no creía en una espiritualidad que, en lugar de crear, divide.

Una red espiritual mundial

En 1891, Meyer hizo su primer viaje a América del Norte, invitado por Moody a hablar a la conferencia anual que éste convocó en Northfield, Massachusetts. Antes de ir a los Estados Unidos, a Meyer se le avisó que él debía evitar la palabra «santidad,» debido a sus asociaciones con las ideas de «impecabilidad». Meyer, sin embargo, decidió subrayar la espiritualidad de santidad de Keswick. Hubo algunas protestas en Northfield por lo que Meyer estaba enseñando, pero él fue considerado un gran éxito.

T. L. Cuyler informó en el «New York Evangelist» sobre las muchedumbres espiritualmente hambrientas que quisieron oír a Meyer tres veces al día. Cuyler atribuyó la efectividad de Meyer al hecho de que él era efectivamente un místico profundo y completamente práctico.

Meyer era consciente de que su enseñanza sobre espiritualidad estaba siendo evaluada, y él creyó que podría resistir el escrutinio. Reclamó ser él el primero en ofrecer a Norteamérica la sistematización de Keswick del «lado subjetivo de la experiencia cristiana» en «pasos sucesivos», aunque también reconoció que su pensamiento estaba en línea con el del predicador norteamericano, A. J. Gordon. De hecho, juntos condujeron reuniones orientadas a motivar la recepción de la «llenura» del Espíritu.

El sueño de Meyer probablemente era que Northfield fuese un Keswick americano. Su hermoso entorno estaba, comentó Meyer, en «estrecha armonía con el carácter devocional de las reuniones». Con algún descuido por los sentimientos americanos, Meyer se regocijó en 1894 en la recepción de «la vida interior como es enseñada en Inglaterra», y cuando Meyer llegó a América en 1896, Northfeld estaba, en palabras de Moody, «esperando ser llevado a la tierra prometida». Meyer estaba amoldándose a la espiritualidad interdenominacional internacional.

De Northfield, Meyer, con apoyo de Moody, pudo penetrar más allá en el ambiente evangélico americano. En 1897, él se sentía capaz de anunciar desde Boston que él creía que las «posiciones principales» de Keswick habían sido aceptadas, y la misma visita a Boston vio, según el informe de Meyer, 400 ministros que se arrodillaron para recibir «un bautismo aplastante del Espíritu Santo». Muchos líderes eclesiásticos a lo largo de los Estados Unidos estaban fascinados de oír que Meyer, como maestro de santidad, denunciaba «los errores y extravagancias» del perfeccionismo. Meyer fue «estrechamente interrogado» por muchos pastores durante su visita en 1897. Él dio la bienvenida a este interrogatorio como una oportunidad de denunciar «visiones exageradas y enfermizas».

Aunque Meyer estaba preparado para defender la posición doctrinal de Keswick en puntos polémicos, él no era un polemizador. Más bien su preocupación era por los resultados prácticos. Así, en Richmond, Virginia, en 1901, estaba encantado que una asamblea entera estuviera de pie «clamando por la llenura de la promesa de Pentecostés». Para Meyer era crucial forjar un carácter de santidad que atravesara el Atlántico.

A la edad de 80 años, él emprendió su duodécima campaña de predicación en Estados Unidos, viajando más de 15.000 millas y dirigiendo más de 300 reuniones.

Durante los 1890s, el mensaje de Keswick llegó a ser no sólo familiar a los cristianos en Bretaña y América del Norte, sino en muchas partes del mundo. Muchos misioneros fueron a ultramar como resultado de la influencia de Keswick. Meyer estaba orgulloso de lo que él llamaba la «energía irresistible» que derivaba de la espiritualidad de Keswick y que produjo lo que él vio como un movimiento misionero notable.

El propio Meyer fue reconocido como el que más hizo por extender el mensaje de Keswick a lo largo del mundo. Con su linaje alemán, él estaba encantado de ser el primer orador inglés, en 1897, en la Convención de Blankenburg, en las colinas cubiertas de pinos del sur de Alemania.

El ministerio de Keswick de Meyer lo llevó en una jornada de 25.000 millas al Oriente Medio y Lejano en 1909. Dondequiera que él fue, intentó ser pertinente con la realidad local, relacionando a grupos que iban de los armenios en la Iglesia Gregoriana en Constantinopla a los residentes de Penang, China, que vinieron a oírlo en el salón del pueblo.

Cuando Meyer encontró culturas diferentes, su acercamiento relativamente desprovisto de lo dogmático en teología le permitió adaptar su mensaje a cada situación. En India, por ejemplo, Meyer aprovechó el interés de los hindúes en los «aspectos subjetivos» de la fe. El interés de Meyer era adaptar su enseñanza sobre la experiencia espiritual más profunda para que las personas en culturas diferentes pudieran entenderlo y pudieran hacerla suya propia.

Teología y espiritualidad

Aunque Meyer puso fuerte énfasis en vivir la vida de santidad práctica, él no era de ningún modo indiferente a la teología. Él hablaba de su deuda a los pensadores de la tradición Reformada, como el teólogo americano Jonathan Edwards. Pero la Cristiandad, para Meyer, era finalmente (como él lo dijo en 1894) «no un credo, sino una vida; no una teología o un ritual, sino la posesión del espíritu del hombre por el Espíritu Eterno del Cristo Viviente». Él estaba consciente, dijo en 1901, de que la Cristiandad había sido «vergonzosamente maltratada» por los evangélicos y otras clases de cristianos que habían pensado que la Cristiandad era totalmente una cuestión de doctrina objetiva. Él argüía que era «grandemente e igualmente» subjetiva. Como un guía espiritual, y también evangelista práctico y activista social, Meyer sostuvo que la consideración más urgente para la iglesia no era la ortodoxia del credo sino la fe viviente.

Significativamente, Meyer, en un mensaje en 1901 en una Conferencia de la Alianza Evangélica, reconoció su deuda hacia «los santos místicos»; y aquellos a quienes él parecía haber admirado más eran los que, como Francisco de Asís, combinaron la espiritualidad con la misión en el mundo. Para Meyer, el misticismo no significaba sólo una vida de contemplación sino una correspondiente acción dirigida al exterior. Dios mismo, como Meyer lo veía, era un Dios de acción. Meyer era atraído hacia una teología que imaginaba a Dios como «un peregrino» con su pueblo. Este acercamiento teológico le permitió ver la experiencia de Dios como un continuo ir, en que el cristiano nunca asía del todo a Dios, sino siempre estaba siendo más profundamente atraído a la realidad de Dios a través de la jornada de seguir a Cristo.

Las reflexiones de Meyer sobre la teología en relación a la espiritualidad continuaron hasta el fin de su vida y parecían haber ahondado como él lo reflejó en su larga jornada espiritual. Escribiendo en 1928 sobre la naturaleza trinitaria de Dios, Meyer observó que en sus años tempranos la cruz de Cristo era presentada como si el enojo de Dios necesitara ser propiciado antes de que él pudiera «abrir las puertas de la esclusa de su amor». Esto creó una visión de Dios que no alentaba la confianza en sus amorosos propósitos. De hecho, declaraba Meyer, la auto-entrega de Jesús en su muerte fue un acto de Dios, y sin esta perspectiva cristológica, la expiación estaba «oscurecida y empañada».

Para Meyer, el verdadero conocimiento de Dios podría ser descubierto sólo en Dios revelado en Cristo. Éste era un conocimiento del perdón del pecado, pero también de unión con Cristo.

En «The Call and Challenge of the Unseen» (La Llamada y el Desafío del Invisible), también publicado en 1928, el énfasis de Meyer estaba en la experiencia cristiana contemporánea de la muerte con Cristo, no sólo en la experiencia que fluyó de la muerte de Cristo en el pasado. Meyer usó el ejemplo de John Tauler, el místico alemán del siglo XIV, a quien Nicolás de Basilea dijo: «Doctor Tauler, usted debe morir». Como resultado de poner en la práctica en su vida interior este mensaje, Tauler predicó sermones que Meyer consideró «altos modelos de un devoto... ministerio».

En una serie de artículos en «The Christian», en 1929, Meyer se valió de grupos como los valdenses del siglo XII, con su ministerio radical en Italia, para ilustrar su ideal de verdadera espiritualidad. Él creyó haber encontrado una expresión similarmente auténtica de fe, en una forma contemporánea, en la posición de Keswick.

Durante su vida larga y fructífera, predicó más de 16.000 sermones. Fue autor de más de 40 libros, incluyendo biografías de personajes bíblicos (estudio de caracteres), comentarios devocionales, volúmenes de sermones y trabajos explicativos. También fue autor de varios folletos y editó varias revistas.

En español, las editoriales CLIE y Vida han publicado varios de sus libros. Entre ellos: «La vida y la luz de los hombres», «Ciudadanos del cielo», «Cristo en Isaías», y la serie «Grandes Personajes de la Biblia».

Sus escritos son simples y atrayentes, y están conectados con experiencias de su propia vida. En unos de sus muchos viajes en barco, Meyer estaba de pie en la cubierta de una nave que se acercaba a tierra. Mientras la tripulación guiaba la embarcación, él se preguntó cómo ellos podían navegar con seguridad hacia el muelle. Era una noche tormentosa, y la visibilidad era baja. Meyer se asomó a través de la ventana y preguntó: «Capitán, ¿cómo sabe usted guiar esta nave en este estrecho puerto?».

«Este es un arte», contestó el capitán. «¿Ve usted esas tres luces rojas en la orilla? Cuando todas ellas están en línea recta, yo puedo entrar perfectamente».

Después, Meyer escribió: «Cuando nosotros queremos conocer la voluntad de Dios, hay tres cosas que siempre necesitan estar en línea: el impulso interior, la Palabra de Dios, y la disposición de las circunstancias. Nunca actúes hasta que estas tres cosas estén en concordancia».

Dice un autor: «La redacción de sus sermones era simple y directa; él pulía sus escritos como un artista pule una piedra perfecta. Había siempre una imaginación resplandeciente en sus palabras; su discurso era pastoral, encantador como un valle inglés bañado en luz del sol... En su día, grandes guerras se pelearon. Aquéllos que fueron a oírlo se olvidaron de las batallas».

F. B. Meyer pasó a la presencia del Señor el 28 de marzo de 1929.