DAVID LIVINGSTONE

Célebre misionero y explorador 1813-1873

Cierto comerciante, al visitar la abadía de Westminster, en Londres, donde se encuentran sepultados los reyes y personajes eminentes de Inglaterra, preguntó cuál era la tumba más visitada, excluyendo la del "soldado desconocido". El conserje respondió que era la tumba de David Livingstone. Son pocos los humildes y fieles siervos de Dios, que el mundo distingue y honra de esta manera.

Se cuenta que, en Glasgow, después de haber pasado 16 años de su vida en el Africa, Livingstone fue invitado a pronunciar un discurso ante el cuerpo estudiantil de la universidad. Los alumnos resolvieron mofarse de quien ellos llamaban "camarada misionero", haciendo el mayor ruido posible para interrumpir su discurso. Cierto testigo del acontecimiento dijo lo siguiente: "A pesar de todo, desde el momento en que Livingstone se presentó delante de ellos, macilento y delgado, como consecuencia de haber sufrido más de treinta fiebres malignas en las selvas del Africa, y con un brazo apoyado en un cabestrillo, resultado de un encuentro con un león, los alumnos guardaron un gran silencio. Oyeron, con el mayor respeto, todo lo que el orador les relató, y cómo Jesús le había cumplido su promesa: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."

David Livingstone nació en Escocia. Su padre, Neil Livingstone, acostumbraba relatar a sus hijos las proezas de 8 generaciones de sus antepasados. Uno de los bisabuelos de David tuvo que huir, con su familia, de los crueles partidarios de los pactos o "covenanters" a los pantanos y montes escabrosos donde podían adorar a Dios en espíritu y en verdad. Pero aun esos cultos que se realizaban entre los espinos y a veces sobre el hielo, eran interrumpidos de vez en cuando por la caballería, que llegaba galopando para matar o llevarse presos tanto a hombres como a mujeres.

Los padres de David educaron a sus hijos en el temor de Dios. En su hogar siempre reinaba la alegría y servía como modelo ejemplar de todas las virtudes domésticas. No se perdía una sola hora de los siete días de la semana, y el domingo era esperado y honrado como un día de descanso. A la edad de nueve años David se ganó un Nuevo Testamento, como premio ofrecido por repetir de memoria el capítulo más largo de la Biblia, el Salmo 119.

"Entre los recuerdos más sagrados de mi infancia", escribió Livingstone, "están los de la economía de mi madre para que los pocos recursos fuesen suficientes para todos los miembros de la familia. Cuando cumplí diez años de edad, mis padres me colocaron en una fábrica de tejidos para que yo ayudara a sustentar la familia. Con una parte de mi salario de la primera semana me compré una gramática de latín."

David iniciaba su día de trabajo en la fábrica de tejidos a las seis de la mañana y, con intervalos para el café y el almuerzo, trabajaba hasta las ocho de la noche. Sujetaba su gramática de latín abierta sobre la máquina de hilar algodón y mientras estaba trabajando, estudiaba línea por línea. A las ocho de la noche, se dirigía sin perder un minuto, a la escuela nocturna. Después de las clases, estudiaba sus lecciones para el día siguiente, a veces quedándose hasta la media noche, cuando su madre tenía que obligarlo a que apagase la luz y se acostase.

La inscripción sobre la lápida de la tumba de los padres de David Livingstone indica las privaciones del hogar paterno:

Para marcar el lugar donde descansan


Neil Livingstone y Agnes Hunter, su esposa,
y para expresar a Dios la gratitud de sus hijos:
Juan, David, Janet, Charles y Agnes
por haber tenido padres pobres
y piadosos


Los amigos insistieron en que él cambiase las últimas palabras de esa inscripción para que dijese "padres pobres, pero piadosos". Sin embargo, David rehusó aceptar esa sugerencia porque, para él, tanto la pobreza como la piedad eran motivos de gratitud. Siempre consideró que el hecho de haber aprendido a trabajar durante largos días, mes tras mes, año tras año, en la fábrica de algodón, constituyó una de las mayores felicidades de su vida.

En los días feriados, a David le gustaba ir a pescar y a hacer largas excursiones por los campos y por las márgenes de los ríos. Esos extensos paseos le servían tanto de instrucción como de recreo; salía para verificar en la propia naturaleza lo que había estudiado en los libros sobre botánica y geología. Sin saberlo, de ese modo se fue preparando, en cuerpo y mente, para las exploraciones científicas y para lo que escribiría con exactitud acerca de la naturaleza del Africa.

A los veinte años se produjo un gran cambio espiritual en la vida de David Livingstone, que determinó el rumbo de todo el resto de su vida. "La bendición divina le inundó todo el ser, como había inundado el corazón de San Pablo o el de San Agustín, y de otros del mismo tipo, dominando sus deseos carnales. . . Actos de abnegación, muy difíciles de realizar bajo la ley férrea de la conciencia, se convirtieron en servicio de la voluntad libre bajo el brillo del amor divino. . . Es evidente que a él lo había impulsado una fuerza, pasiva pero tremenda, dentro del propio corazón, hasta el fin de su vida. El amor que había comenzado a conmoverlo en la casa paterna, continuó inspirándolo durante todos los largos y pesados viajes que realizó por el Africa, y lo llevó a arrodillarse a media noche en el rancho en Ilala, de donde su espíritu, mientras aún oraba, regresó a su Dios y Salvador.

Desde su infancia, David había oído hablar de un misionero valiente destacado en la China, cuyo nombre era Gutzlaff. En sus oraciones de la noche, al lado de su madre, oraba también por él. A la edad de dieciséis años, David comenzó a sentir un deseo profundo de que el amor y la gracia de Cristo fuesen conocidos por aquellos que permanecían aún en las densas tinieblas. Por ese motivo, resolvió firmemente en su corazón dar también su vida como médico y misionero al mismo país. la China.

Al mismo tiempo el maestro de su clase en la Escuela Dominical, David Hogg, lo aconsejó de esta manera: "Ora, muchacho; haz de la religión el motivo principal de tu vida cotidiana y no una cosa inconstante, si quieres vencer las tentaciones y otras cosas que te quieren derribar." Y David resolvió sinceramente dirigir su vida futura bajo esa norma.

Cuando cumplió nueve años de servicios en la fábrica, fue promovido para un trabajo más lucrativo. Consiguió completar sus estudios, recibiendo el diploma de licenciado de la Facultad de Medicina y Cirugía de Glasgow, sin recibir de nadie ningún auxilio económico que lo ayudase a completar su carrera. Si los creyentes no lo hubiesen aconsejado a que hablase a la Sociedad Misionera de Londres acerca de enviarlo como misionero, él habría ido por sus propios medios, según declaró más tarde.

Durante todos los años de estudios para llegar a ser médico y misionero, se sintió impelido para ir a la China. Cierta vez, en una reunión, oyó el discurso de un hombre, de larga barba blanca, alto, robusto y de ojos bondadosos y penetrantes, llamado Robert Moffat. Ese misionero había regresado del Africa, un país misterioso, cuyo interior era todavía desconocido. Los mapas de ese continente tenían en el centro enormes espacios en blanco, sin ríos y sin sierras. Hablando sobre el Africa, Moffat dijo al joven David Livingstone: "Hay una vasta planicie al norte, donde he visto en las mañanas de sol, el humo de millares de aldeas, donde ningún misionero ha llegado todavía."

Conmovido, al oír hablar de tantas aldeas que permanecían todavía sin el evangelio y sabiendo que no podía ir a la China por causa de la guerra que se había desencadenado en aquel país, Livingstone respondió: "Iré inmediatamente para el Africa."

Los hermanos de la misión concordaron con esa resolución y David volvió a su humilde hogar de Blatire para despedirse de sus padres y hermanos. A las cinco de la mañana del día 17 de noviembre de 1840, la familia se levantó. David leyó los Salmos 121 y 135 junto con su familia. Las siguientes palabras quedaron impresas en su corazón, y lo fortalecieron para resistir el calor y los peligros durante los largos años que pasó después en el Africa: "El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche. . . Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre." Después de orar, se despidió de su madre y de sus hermanas y viajó a pie, junto con su padre que lo acompañó, hasta Glasgow. Después de despedirse uno del otro, David se embarcó en el navío para no volver a ver nunca más, aquí en la tierra, el rostro del noble Neil Livingstone.

El viaje desde Glasgow a Río de Janeiro y luego a Ciudad del Cabo en el Africa, duró tres meses. Pero David no desperdició su tiempo. El capitán se volvió su amigo íntimo y lo ayudó a preparar los cultos en los que David predicaba a los tripulantes del navío. El nuevo misionero aprovechó también la oportunidad de aprender, a bordo, el uso del sextante y a saber exactamente la posición del barco, observando la luna y las estrellas. Ese conocimiento le fue más tarde de incalculable valor para orientarse en sus viajes de evangelización y exploración en el inmenso interior desconocido, del cual "subía el humo de mil villas sin misionero".

Desde Ciudad del Cabo, el viaje de 190 leguas (1.058 km) lo hizo a tropezones, en un carro de buey, traqueteando a través de campos incultos. El viaje duró dos meses, hasta llegar a Curumá, donde debía esperar el regreso de Robert Moffat. Deseaba establecerse en un lugar que estuviese situado a 50 ó 60 leguas (280 ó 330 km) más al norte de cualquier otro en que existiese ya una obra misionera.

A fin de aprender la lengua y las costumbres del pueblo, nuestro explorador empleaba su tiempo viajando y viviendo entre los indígenas. Su buey de transporte se pasaba la noche amarrado, mientras él se sentaba con los africanos alrededor del fuego, oyendo las leyendas de sus héroes; Livingstone por su parte les contaba las preciosas y verdaderas historias de Belén, de Galilea y de la cruz. Continuó estudiando siempre mientras viajaba, trazando mapas de los ríos y de las sierras del territorio que recorría. En una carta a un amigo suyo le escribió que había descubierto 32 clases de raíces comestibles y 43 especies de árboles y arbustos frutales que se producían en el desierto sin ser cultivados. Desde un punto que alcanzó en esos viajes, le faltaron apenas 10 días de viaje para llegar al gran lago Ngami, que descubrió siete años más tarde.

Desde Curumá, el misionero, licenciado de la Facultad de Medicina y Cirugía de Glasgow, escribió a su padre: "Tengo una clientela bien grande. Hay pacientes aquí que caminan más de 60 (330 km) leguas para recibir tratamiento médico. Esas personas, al regresar, envían otras con el mismo fin."

Estableció su primera misión en el lindo valle de Mabotsa, en la tierra de Bacatla. En una carta, que escribió desde Curumá, Livingstone se expresó de la siguiente manera sobre el lugar que había escogido para su centro de evangelización: "Está situado en una comunidad de seres que se llama `Mabotsa', que quiere decir 'Cena de Bodas'. Que Dios nos ilumine con su presencia, para que por intermedio de siervos tan débiles, mucha gente encuentre la entrada para la Cena de las Bodas del Cordero."

Fue en Mabotsa donde tuvo lugar el histórico encuentro con un león. Acerca de ese acontecimiento David escribió lo siguiente: "El saltó y me alcanzó el hombro; ambos rodamos por el suelo. Rugiendo horriblemente cerca de mi oído, me sacudió como un perro lo hubiese hecho con un gato. Los sacudones que me dio el animal, me produjeron un entorpecimiento igual al que debe sentir un ratón, después de la primera sacudida que le da el gato. Me atacó entonces una especie de adormecimiento, y no sentí ningún dolor ni ninguna sensación de temor."

No obstante, antes de que la fiera tuviese tiempo de matarlo, lo dejó para atacar a otro hombre que con una lanza en la mano había entrado en la lucha. El hombro desgarrado de Livingstone nunca sanó completamente; él nunca más pudo apuntar un rifle o llevarse la mano a la cabeza sin sentir dolores.

Fue en la casa de Robert Moffat, en Curumá, que llegó a conocer a María, la hija mayor de ese misionero. Después de abrir la misión en Mabotsa, los dos se 'casaron. Seis hijos fueron el fruto de ese enlace.

Después que Livingstone se casó, la Escuela Dominical de Mabotsa se transformó en una escuela diaria, pasando su esposa a ser la maestra. Schele, el jefe de la tribu, se volvió un gran estudiante de la Biblia, pero quería "convertir" a todo su pueblo a fuerza de "litupa", es decir, de látigo de cuero de rinoceronte.

El "inició un culto doméstico en su casa, y el propio Livingstone se admiró de su manera sencilla y natural de orar". Era costumbre de Livingstone comenzar el día con un culto doméstico, y no es de admirarse que el jefe la adoptase también.

Livingstone se vio obligado a mudarse para Chonuane, situada a diez leguas, y más tarde, por falta de agua, él y todo el pueblo, para Colobeng. Fue en ese último lugar que el jefe de la tribu construyó una casa para los cultos, y Livingstone construyó, con gran sacrificio de dinero y mucho trabajo, su tercera casa de residencia. En esa casa vivió durante cinco años, y nunca más consiguió fijar residencia en otro lugar de la tierra.

Acerca del trabajo en ese lugar, se expresó así:

"Aquí tenemos un campo sumamente difícil de cultivar. . . Si no confiásemos en que el Espíritu Santo obra en nosotros, desistiríamos en desesperanza."

A través del desierto de Calari llegaban rumores de un inmenso lago y de un lugar llamado "Humazo Ruidoso", el cual se creía que era una gran catarata de agua. Las sequías lo oprimían tanto en Colobeng, que Livingstone resolvió hacer un viaje de exploración para encontrar un lugar más apropiado para establecer su misión. Así fue como el 1° de julio de 1849, David Livingstone, junto con el jefe de la tribu, sus "guerreros", tres hombres blancos y su propia familia, salieron para atravesar el gran desierto de Calari. El guía del grupo, Romotobi, conocía el secreto de subsistir en el desierto cavando con las manos y chupando el agua de debajo de la arena mediante una caña sorbedora.

Después de viajar durante muchos días, llegaron al río Zouga. Al preguntarles a los indígenas, ellos les informaron que el río tenía su naciente en una tierra de ríos y bosques. Livingstone quedó convencido de que el interior del Africa no era un gran desierto, como el mundo de entonces suponía, y su corazón ardía con el deseo de encontrar una vía fluvial, para que otros misioneros pudiesen ir y penetrar el interior del continente con el mensaje de Cristo.

"La perspectiva", escribió él, "de encontrar un río que diese entrada a una vasta, populosa y desconocida región, fue creciendo constantemente desde entonces; creció tanto que cuando por fin llegamos al gran lago, ese importante descubrimiento, en sí mismo, nos pareció de poca importancia".

Fue el 1° de agosto de 1849 que el grupo llegó al lago Ngami; era un lago tan grande que desde una orilla no se podía ver la orilla opuesta. Habían sufrido largos días de sed atormentadora sin haber podido obtener una sola gota de agua, pero habían vencido todas las dificultades y habían descubierto ese lago, mientras que otros pretendientes, mucho mejor equipados que ellos pero menos persistentes, habían fallado.

Las noticias de ese descubrimiento fueron comunicadas a la Real Sociedad Geográfica, la cual le concedió una hermosa recompensa de 25 guineas, "por haber descubierto una tierra importante, un importante río y un enorme lago".

El grupo tuvo que volver a Colobeng. Sin embargo, algunos meses después, inició un nuevo viaje para el lago Ngami. No quería separarse de su familia y la llevó en un carro tirado por bueyes. Pero al llegar al río Zouga, sus hijos fueron atacados por la fiebre y tuvo que volver con la familia. Le nació una hija, la cual murió luego de fiebre. Con todo, Livingstone permaneció más firme que nunca en su resolución de encontrar un camino para llevar el evangelio al interior del continente africano.

Después de descansar durante algunos meses con su familia en la casa de su suegro en Curumá, salieron con el propósito de encontrar un lugar saludable donde pudiese establecer una misión más al interior.

Fue en ese viaje, en junio de 1851, que descubrió el río más grande del Africa oriental, el Zambeze, río del que el mundo de entonces nunca había oído hablar.

En un párrafo que escribió Livingstone, se descubre algo de lo que habían sufrido durante esos viajes: "Uno de los ayudantes desperdició el agua que llevábamos en el carro y en la tarde apenas si quedaba un poquito para los niños. Pasamos esa noche muy angustiados, y al día siguiente, a medida que iba disminuyendo más y más el agua, tanto más la sed de los niños iba en aumento. El pensar que fuesen a perecer ante nuestros ojos, nos llenaba de angustia. En la tarde del quinto día sentimos un gran alivio, cuando uno de los hombres volvió trayendo tanto de ese precioso líquido, como jamás antes lo habíamos pensado."

Livingstone, convencido de que era la voluntad de Dios que saliese para establecer otro centro de evangelización, y con una indómita fe de que el Señor supliría todo lo necesario para que se cumpliese su voluntad, avanzaba sin vacilar.

Después de descubrir el río Zambeze, Livingstone vino a saber que los lugares saludables eran lugares sujetos a saqueos inesperados por parte de otras tribus. Solamente en los lugares plagados de enfermedades y azotados por la fiebre era donde se encontraban tribus pacíficas.

Resolvió, por tanto, enviar a su esposa a descansar en Inglaterra, mientras él continuaba sus exploraciones con el fin de establecer un centro para su obra de evangelización. Se veía obligado a establecer tal centro, porque los bóers holandeses invadían el territorio, robando las tierras y el ganado de los indígenas y poniendo en práctica un régimen de la más vil esclavitud. Livingstone enviaba a creyentes fieles para evangelizar a los pueblos que estaban a su alrededor, pero los boérs acabaron con su obra, matando a muchos de los indígenas y destruyendo todos los bienes que el misionero poseía en Colobeng.

Livingstone llevó a su familia para Ciudad del Cabo, desde donde sus seres queridos se embarcaron en un navío con destino a Inglaterra.

Fue en ese tiempo, cuando Dios le proveyó todo lo necesario para que su necesitada familia volviese a Inglaterra, que dijo: "Oh, Amor divino, no te amo con la fuerza, la profundidad y el ardor que convienen."

La separación de su familia le causó profunda pena, pero, de nuevo, dirigió su rostro heroicamente hacia su meta que era ir a socorrer a las desgraciadas tribus del interior del Africa.

Había tres motivos para hacer un viaje de exploración: Primero, quería encontrar un lugar donde residir con su familia en medio de los barotses, para evangelizarlos. Segundo, la comunicación entre el territorio de los barotses y Ciudad del Cabo era muy demorada y difícil, y por lo tanto, quería descubrir un camino para un puerto más próximo. Tercero, quería hacer todo lo posible para influir a las autoridades contra el horrendo tráfico de esclavos.

Fue en esa época de su vida que Livingstone, debido a sus hazañas, se volvió mundialmente conocido.

En su fervor, deseando que Dios le conservase la vida y lo usase como medio para que el evangelio penetrase en el continente africano, Livingstone oró así: "Oh Jesús, te ruego que ahora me llenes de tu amor y me aceptes y me uses un poco para tu gloria. Hasta ahora no he hecho nada por ti, pero quiero hacer algo. Oh Dios, te imploro que me aceptes y me uses, y que sea tuya toda la gloria." Además, escribió lo siguiente: "No tendría ningún valor nada de lo que poseo o llegare a poseer, si no tuviese relación con el reino de Cristo. Si algo de lo que poseo, puede servir para tu reino, te lo daré a ti, a quien debo todo en este mundo y en la eternidad."

Livingstone atravesó, ida y vuelta, el continente africano, desde la desembocadura del río Zambeze hasta San Pablo de Luanda, siendo él el primer blanco en realizar semejante hazaña. En sus memorias, que escribía diariamente, se nota cómo él admiraba los lindos paisajes de un país que el mundo consideraba como un vasto desierto, pues lo desconocía por completo.

Llegó a Luanda flaco y enfermo. A pesar de la insistencia del cónsul británico para que regresase a Inglaterra, a fin de recuperar la salud quebrantada, él volvió nuevamente por otro camino, para llevar a sus fieles compañeros hasta su casa, conforme les había prometido antes de iniciar el viaje.

En ese viaje, Livingstone descubrió las magníficas cataratas de Victoria, nombre que él dio a esas grandes caídas de agua en honor de la reina de Inglaterra. En ese lugar el río Zambeze tiene un ancho de más de un kilómetro; allí las aguas de ese gran río se precipitan espectacularmente desde una altura de cien metros.

Continuó predicando el evangelio constantemente, a veces a auditorios de más de mil naturales del país. Sobre todo, se esforzaba en ganar la estimación de las tribus hostiles por donde pasaba, con su conducta cristiana que era un gran contraste con la de los mercaderes de esclavos.

En un período de siete meses estando acompañado sólo de sus fieles macololos, cayó con fiebre en la selva treinta y una veces. Pero no era sólo el sufrimiento físico lo que lo afligía. Sus cartas revelan su angustia moral, al ver los horrores del pueblo africano masacrado y arrebatado de sus hogares, conducido como ganado para ser vendido en el mercado. Desde un lugar alto a donde subió contó diecisiete aldeas en llamas, incendiadas por esos nefandos mercaderes de seres humanos. Prometió a su esposa que se reuniría con su familia después de dos años, pero, ¡transcurrieron cuatro años y medio antes que ella recibiese alguna noticia de él!

Por fin, después de una ausencia de diecisiete años de su patria, regresó a Inglaterra. Volvió a la civilización y a reunirse con su familia, como quien vuelve de la muerte. Antes de desembarcar supo que su querido padre había fallecido.

En toda la historia de David Livingstone, no se cuenta un acontecimiento más conmovedor que su encuentro con su esposa y sus hijos. En Inglaterra fue aclamado y honrado como un heroico descubridor y gran benefactor de la humanidad.

Los diarios publicaban todos sus actos de valentía. Las multitudes afluían para oírlo contar su historia. "El doctor Livingstone era muy humilde.. . No le gustaba andar por la calle, por temor a ser atropellado por las multitudes. Cierto día, en la calle Regent en Londres, fue apretado por una multitud tan grande, que sólo con gran dificultad logró refugiarse en un coche. Por la misma razón evitaba ir a los cultos. Cierta vez, deseoso de asistir al culto, mi padre lo persuadió a ocupar un asiento debajo de la galería, en un lugar no visible para el auditorio. Pero fue descubierto y la gente pasó por encima de los bancos para rodearlo y estrecharle la mano."

Una de las muchas cosas que llevó a efecto, mientras permaneció en Inglaterra, fue la de escribir su libro: Viajes misioneros, obra que alcanzó una enorme circulación, y produjo más interés sobre la cuestión africana que cualquier otro acontecimiento anterior.

En el mes de marzo de 1858, a la edad de 46 años, Livingstone, acompañado de su esposa y el hijo menor Osvaldo, se embarcaron nuevamente para el Africa. Dejando a los dos en casa de su suegro, el misionero Moffat, Livingstone continuó sus viajes. En el año siguiente descubrió el lago Nyasa. Recibió también una carta de su esposa desde la casa de los padres de ella, en Curumá, informándole el nacimiento de una nueva hija. . . ¡Hacía casi un año! Sólo entonces pudo su padre conocer el acontecimiento.

Realizó exploración de los ríos Zambeze, Tete y Shiré, y la del lago Nyasa, con el propósito de saber cuáles eran los puntos más estratégicos para la evangelización, y luego enviaron misioneros desde Inglaterra para que ocupasen esos lugares.

En 1862 su esposa se reunió con él, de nuevo, y lo acompañó en sus viajes; pero tres meses después falleció víctima de la fiebre, y fue enterrada en una ladera verdeante en las márgenes del río Zambeze. En su diario, Livingstone escribió al respecto de esta manera: "La lloré, porque merece mis lágrimas. La amé cuando nos casamos y cuanto más tiempo vivíamos juntos, tanto más la amaba. Que Dios tenga piedad de nuestros hijos. . ."

Uno de los mayores obstáculos que Livingstone enfrentó en su obra misionera, fue el terror de los indígenas al ver un rostro de hombre blanco. Las aldeas enteras en ruinas; fugitivos escondiéndose en los campos de hierba alta, sin tener nada para comer; centenares de esqueletos y cadáveres insepultos; caravanas de hombres y mujeres esposados a los troncos asegurados al cuello, eran conducidos a los puertos — es difícil concebir la magnitud de la desolación creada por los hombres crueles que participaban del tráfico de la esclavitud.

Esos hombres procuraban también, con odio cruel y arte diabólica, acabar con la obra de Livingstone. Finalmente consiguieron por medio de la política de su país, inducir a Inglaterra a que lo llamase de regreso a su tierra. Fue así como Livingstone llegó de nuevo a su patria, después de una ausencia de cerca de ocho años.

Los creyentes y amigos de Inglaterra, animados por la visión de Livingstone, comenzaron a orar y a enviarle dinero para que continuase su obra en el continente negro. Y nuestro héroe desembarcó por tercera y última vez en el Africa, en Zanzíbar.

En la expedición que inició en Zanzíbar, descubrió los lagos Tanganyka (1867), Moero (1867) y Bangüeolo (1868). Pasó cinco largos años explorando las cuencas de esos lagos. La constante oración y el pan de la Palabra de Dios fueron su sustento espiritual durante todos esos años de prueba que sufrió debido a las crueldades de los negociantes de esclavos. Resolvió entonces, hacer todo lo posible para descubrir la cabecera del río Nilo y resolver un problema que durante millares de años se había burlado de los geógrafos. Sabía que si descubriese el nacimiento del famoso Nilo, el mundo le daría oídos acerca de la llaga abierta que tenía el Africa con el comercio de los esclavos. Es interesante conocer lo que él escribió: "El mundo cree que yo busco fama; sin embargo, yo tengo una regla, es decir, no leo nada sobre los elogios que me hacen." El sabía que al acabarse la esclavitud, el continente se abriría para dejar entrar el evangelio.

Durante los largos intervalos que había entre los períodos en que sus cartas eran recibidas en Inglaterra, llegadas desde el corazón del Africa, circularon rumores de que Livingstone había muerto. No eran solamente los hombres que traficaban con esclavos, los que querían matarlo, sino también muchos de los propios naturales, que no creían que existiese un hombre blanco que fuese amigo de verdad. El mismo contó muchos hechos relacionados con las celadas que le prepararon en la tierra de Maniuema para matarlo. En ese lugar él escribió en su diario lo siguiente: "Leí toda la Biblia cuatro veces mientras estuve en Maniuema." En la soledad encontró un gran alivio en las Escrituras.

Reconocía siempre la posibilidad de perecer en manos de los enemigos, pero siempre respondía así a la insistencia de los amigos: "¿No puede el amor de Cristo constreñir al misionero a que vaya adonde el comercio ilegal lleva al mercader de esclavos?" Por primera vez, en los millares de leguas que caminó, los pies del explorador le fallaron. Obligado a quedarse por algún tiempo en una cabaña, todos sus compañeros lo abandonaron, con excepción de tres que se quedaron con él.

Por fin, llegó a Ujiji, reducido a piel y huesos, por causa de la grave enfermedad que sufrió en Maniuema. No había recibido cartas desde hacía dos años y esperaba recibir también las provisiones que había enviado para allá. Sin embargo, las cartas no habían llegado, entonces, con el cuerpo enflaquecido y carente de ropas y de alimentos, vino a saber que le habían robado todo. En esa situación él escribió: "En mi pobreza me sentí como el hombre que, descendiendo de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de ladrones. No tenía esperanza de que un sacerdote, un levita o un buen samaritano viniese en mi auxilio. Sin embargo, cuando mi alma estaba más abatida, el buen samaritano ya se hallaba muy cerca de mí."

El "buen samaritano" era Henry Stanley, enviado por el diario New York Herald, a insistencia de muchos millares de lectores de ese periódico, para saber con seguridad si Livingstone todavía vivía o, en el caso de que hubiese muerto, para que su cuerpo fuese devuelto a su patria.

Stanley pasó el invierno con Livingstone, quien se negó a ceder a la insistencia de volver a Inglaterra. Podía volver y descansar entre amigos con toda comodidad, pero prefirió quedarse y realizar su anhelo de abrir el continente africano al evangelio.

Realizó su último viaje con el propósito de explorar el Luapula, para verificar si ese río era el origen del Nilo o del Congo. En esa región llovía incesantemente. Livingstone sufría dolores atroces; día tras día se le iba volviendo más y más difícil caminar. Fue entonces que tuvo que ser cargado por vez primera, por sus fieles compañeros: Susi, Chuman y Jacó Wainwright, todos indígenas.

En su diario, las últimas notas que escribió, dicen lo siguiente: "Cansadísimo, estoy. . . recuperada la salud. . . Estamos en las márgenes del Mililamo."

Llegaron a la aldea de Chitambo, en Ilala, donde Susi hizo una cabaña para él. En esa cabaña, el 1° de mayo de 1873, el fiel Susi encontró a su bondadoso maestro, de rodillas, al lado de su cama — muerto. ¡Oró mientras vivió y partió de este mundo orando! Sus dos fieles compañeros, Susi y Chuman, enterraron el corazón de Livingstone debajo de un árbol en Chitambo, secaron y embalsamaron el cuerpo y lo llevaron hasta la costa — viaje que duró varios meses, a través del territorio de varias tribus hostiles. El sacrificio de esos valientes hijos del Africa, sin que tuvieran ningún propósito de recibir remuneración económica alguna, no será olvidado por Dios, ni por el mundo.

El cuerpo después que hubo llegado a Zanzíbar, fue transportado para Inglaterra, donde fue sepultado en la Abadía de Westminster, entre los monumentos de los reyes y héroes de aquella nación. No había dudas con respecto al cuerpo de Livingstone; era fácil de identificarlo; el hueso por encima del brazo izquierdo tenía bien patentes las marcas de los dientes del león que lo atacara años atrás.

Entre los que asistieron a su entierro, se encontraban sus hijos y el viejo misionero Robert Moffat, padre de su querida esposa. La multitud estaba compuesta tanto de un pueblo humilde, que lo amaba, como de los grandes, que lo honraban y respetaban.

Se cuenta que entre la multitud que permanecía en las aceras de las calles de Londres, el día en que el cortejo que llevaba el cuerpo de David Livingstone pasó, había un viejo llorando amargamente. Al preguntarle por qué lloraba, respondió: "Es porque Davidcito y yo nacimos en la misma aldea, cursamos el mismo colegio y asistimos a la misma escuela dominical; trabajamos en la misma máquina de hilar, pero, Davidcito se fue por aquel camino y yo por éste. Ahora él es honrado por la nación, mientras que yo soy despreciado, desconocido y deshonrado. El único futuro para ml es el entierro del borracho."

No es solamente el ambiente, sino las preferencias de nuestra juventud lo que determina nuestro destino, no solamente aquí en este mundo, sino para toda la eternidad.

Cuando Livingstone hablaba a los alumnos de la Universidad de Cambridge, en 1857, dijo lo siguiente: "Por mi parte, nunca ceso de regocijarme porque Dios me haya designado para tal oficio. El pueblo habla del sacrificio que yo he hecho en pasarme tan gran parte de mi vida en el Africa. ¿Es sacrificio pagar una pequeña parte de la deuda, deuda que nunca podremos liquidar, y que debernos a nuestro Dios? ¿Es sacrificio aquello que trae la bendita recompensa de la salud, el conocimiento de practicar el bien, la paz del espíritu y la viva esperanza de un glorioso destino? ¡No hay tal cosa! Y lo digo con énfasis: No es sacrificio. . . Nunca hice un sacrificio. No debemos hablar de sacrificio, si recordamos el gran sacrificio que hizo Aquel que descendió del trono de su Padre, de allá de las alturas, para entregarse por nosotros."

Si Livingstone no se hubiese enfermado, habría descubierto la cabecera del Nilo. Durante los treinta años que pasó en el Africa, nunca se olvidó del propósito que tenía de llevar a Cristo a los pueblos de ese obscuro continente. Todos los viajes que realizó, eran viajes misioneros.

Grabadas en su tumba se pueden leer estas palabras: "El corazón de Livingstone permanece en el Africa, su cuerpo descansa en Inglaterra, pero su influencia continúa."

Pero grabadas en la historia de la iglesia de Cristo están los grandes éxitos alcanzados en el Africa durante un período de más de 75 años después de su muerte, éxitos inspirados en gran parte, por las oraciones y por la gran persistencia de ese gran siervo que fue fiel hasta la muerte.