“El determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”


“Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42:2).

Ningún propósito de Dios puede frustrarse. El hombre puede ser perverso, pero Dios tiene Sus caminos. El hombre siempre tiene mucho que decir, pero Dios tiene la última palabra. Salomón nos recuerda que: “No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová” (Pro 21:30). Jeremías añade su testimonio, diciendo así: “Es confirmado...todo pensamiento de Jehová...” (Jer 51:29).

Los hermanos de José decidieron deshacerse de él vendiéndolo a una banda de madianitas. Pero todo lo que lograron con eso fue llevar a cabo la voluntad de Dios. Los madianitas lo llevaron gratis a Egipto donde más tarde fue constituido como Primer Ministro y salvador de su pueblo.

Cuando aquel hombre que había nacido ciego recibió la vista y confió en el Salvador, los judíos lo expulsaron de la sinagoga. ¿Fue ésta una gran victoria para ellos? No, porque Jesús había venido precisamente a sacarlo de allí porque es el Buen Pastor que: “a sus ovejas llama por nombre, y las saca” (Jn 10:3). Así que todo lo que hicieron fue ahorrarle el esfuerzo.

La maldad de los hombres llegó a su máxima expresión cuando apresaron al Señor Jesús y lo mataron en una cruz. Más tarde, Pedro les recordó que él fue entregado por “el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch 2:23). Dios anuló el gigantesco crimen resucitando a Cristo y haciéndole Señor y Salvador.

Donald Gray Barnhouse contaba la historia de un rico terrateniente que tenía hermosos árboles en su finca. “Pero tenía un cruel enemigo que cierto día dijo para sí, ‘cortaré uno de sus árboles y eso le lastimará.’ En la oscuridad de la noche el enemigo se deslizó sobre la cerca y fue al más hermoso de los árboles, y sierra y hacha en mano, comenzó a trabajar. Cuando apareció la primera luz de la mañana vio a la distancia a dos hombres que venían a caballo por la colina, y reconoció que uno de ellos era el propietario de la finca. Apresuradamente empujó la cuña y dejó caer al árbol; pero una de las ramas le aprisionó y le clavó en tierra, hiriéndolo tan gravemente que murió. Antes de exhalar su último suspiro, decía a gritos: ‘Qué bien que corté tu hermoso árbol’, mas el propietario de la hacienda viéndolo con lástima le dijo: ‘Este hombre que viene conmigo es un arquitecto. Habíamos planeado construir una casa, y era necesario cortar uno de estos árboles para hacerle espacio; y es éste precisamente, en el que has estado trabajando toda la noche.’”

William MacDonald
De día en día

¿ ES OBAMA MUSULMAN ?

Juzguen ustedes mismo, que nadie se los diga, su propio testimonio declara la verdad.




Atentado en Jerusalén: Un muerto y al menos 30 heridos



El atentado terrorista podría haber sido mucho peor. La alerta de un ciudadano redujo posiblemente el número de heridos, dijo el intendente de Jerusalén Nir Barkat.

Según el intendente de la ciudad, uno de los heridos llamó a la policía al observar un objeto sospechoso junto a la parada de autobuses, pero mientras hablaba, el artefacto explotó asesinando a una mujer .

"Él vio un bolso sospechoso, le dijo a los jóvenes que se alejen y telefoneó a la policía", afirmó Barkat al llegar al hospital Hadassa Ein Kerem.

Una poderosa bomba explotó junto a una concurrida parada de autobuses frente

al Centro Internacional de Convenciones (conocido como Binianei HaUmá), enfrente de la estación central de ómnibus. Una mujer de 59 años fue asesinada y al menos 30 personas resultaron heridas, tres de ellas gravemente.

Todos los heridos fueron trasladados al hospital Hadassa Ein Kerem.

La explosión que se escuchó en toda Jerusalén rompió los vidrios del autobús 74, que recorre el trayecto desde Guivat Shaúl hasta Har Homá. El artefacto explosivo estaba aparentemente escondido en un bolso cerca de un teléfono público.

Las ambulancias del servicio Maguen David Adom, y las fuerzas de seguridad llegaron inmediatamente a la escena.



Masacre en Itamar

Hadas Fogel, tres meses, asesinada por terrorista palestino


El viernes 11 de marzo del 2011 será -utilizando la frase del Presidente Roosevelt- una fecha que pervivirá en la infamia ("a date which will live in infamy"). Cinco miembros de una familia, incluyendo una bebita de meses, fueron acuchillados y degollados por terroristas palestinos mientras dormían. El horrendo crimen, de una crueldad e inhumanidad inauditas, impactará decisivamente los futuros acontecimientos en la región.


El asentamiento de Itamar

El asentamiento de Itamar, fundado en 1984, lleva el nombre del hijo menor del Sacerdote Aarón, Itamar, quien, según la tradición fue enterrado en el lugar. Su población, compuesta de judíos religiosos, consta de 160 familias con un total de cerca de 1,100 personas, que se ganan la vida cultivando plantas orgánicas y criando ovejas y cabras.

Itamar, construido en tierras estatales, está situado al sur de la ciudad de Nablus en un área que el Acuerdo de Oslo designó "C", bajo completo control civil israelí. La comunidad internacional considera que estos asentamientos son ilegales, definición con la cual Israel no está de acuerdo.

La masacre del viernes 11 de marzo del 2011 no es la primera tragedia que ha sufrido Itamar. En el mes de mayo del 2001 Gilad Zar fue muerto abaleado en una emboscada. Un año después, en mayo del 2002, tres adolescentes, Netanel Riachi de 17 años, Gilad Stiglitz de 14 años, y Avraham Siton de 17 años, estudiantes de yeshiva fueron asesinados por un palestino. Un mes después, en junio del 2002, un palestino entró a la casa de la familia Shabo, y mató a balazos a Rachel Shabo y a tres de sus hijos, Neria de 16 años, Zvi de 13 años, y Avishai de 5 años. Yossi Tuito que escuchó los disparos y fue a ayudar, también murió abaleado.

Preludio a la masacre

La masacre de Itamar no es un caso único. Tiene precedentes, entre otros la matanza, el 2 de mayo del 2004, de Tali Hatuel, de 34 años, que tenía ocho meses de embarazo, y sus cuatro hijas, Hila de 11 años, Hadar de 9 años, Roni de 7 años y Merav de 2 años, a quienes dos terroristas palestinos asesinaron a quemarropa.

El odio, el fanatismo, y la inhumanidad de los terroristas se nutren del caldo de cultivo que proveen Hamás y la Autoridad Palestina en su continuo incitamiento contra Israel y los judíos, y su glorificación de terroristas. El incitamiento se realiza en los medios de comunicación, en la televisión, en los textos colegiales y en los sermones en las mezquitas. En los programas de televisión para niños llaman "enemigos" a los judíos, y "animales salvajes" a los soldados israelíes. En los colegios palestinos utilizan como texto el libro "Historia de los árabes y del mundo en el siglo 20", donde no hay mención del Holocausto.

Algunas muestras de incitación palestina de los últimos tres meses:

Editorial: El 30 de diciembre de 2010 Al-Hayat al-Jadida, periódico oficial de la Autoridad Palestina, informó que "Israel quiere destruir las mezquitas que están en el Monte del Templo para construir allí un Templo judío".

Editorial: El 24 de enero del 2011 el Presidente de la Autoridad Palestina otorgó la suma de $2,000 a la familia de Khaldoun Najib Samoudy, terrorista que fue matado cuando trató de explotar dos bombas en un puesto de control.

Editorial: El 9 de febrero del 2011 la estación de televisión de la Autoridad Palestina, en un documental titulado, "Mujeres ejemplares" encomió a la terrorista Dalal al-Mughrabi" que fue líder de la Masacre de la Carretera Costanera en el año 1978, en el cual murieron 37 israelíes y 71 fueron heridos.

Editorial: A principios de marzo, 2011, el Presidente de la Autoridad Palestina, Abbas, honró en una ceremonia a varios terroristas suicidas, responsables por las muertes de decenas de israelíes.

Editorial: El 6 de marzo del 2011 el periódico Al-Hayat al-Jadida publicó un anuncio informando que un campeonato de fútbol llevaría el nombre de Wafa Idris, la primera mujer suicida palestina, que en enero del 2002 mató a una persona e hirió a 150 en Jerusalén.

Editorial: El 9 de marzo del 2011, dos días antes de la masacre Sabri Seidam, principal consejero del presidente Mahmoud Abbas, dijo que los palestinos deberían dejar de lado las diferencias internas, y dirigir las armas contra Israel, "el principal enemigo".

La masacre

El viernes 11 de marzo del año 2011 el rabino Udi Fogel, su esposa Ruth y sus seis hijos celebraron el kidush. Después de la comida de Shabbat, se retiraron todos a descansar, menos Tamar de 12 años que salió a participar en las actividades de Bnei Akiva, una organización juvenil.

A las 9 de la noche uno o dos terroristas saltaron sobre la cerca electrónica y de alarma que circunda Itamar. La alarma sonó en la habitación de control. Una de las personas responsables de la guardia nocturna fue a investigar, vio que la cerca estaba intacta y asumió que había sido una falsa alarma, probablemente, como en muchos casos anteriores, causada por un animal. (Una cámara de televisión hubiese revelado que eran terroristas, pero, lamentablemente, por diversos motivos, su adquisición no había sido aprobada). Decidió no avisar a la unidad del ejército que estaba a menos de un kilómetro de distancia.

Los terroristas primero entraron a una casa vacía. Luego, alrededor de las 10:30 de la noche entraron a la casa de la familia Fogel a través de la ventana de la sala. No vieron a Roi, el niño de 6 años que estaba durmiendo en un sofá, y continuaron al dormitorio, donde estaban durmiendo Udi Fogel y su hija, Hadas, bebita de tres meses. Los terroristas degollaron a ambos. Ruth, la madre, salió del baño y fue acuchillada. Entraron a la habitación de Yoav, de 11 años de edad, que estaba leyendo un libro y le cortaron la garganta. A Elad, de 3 años de edad, lo mataron con dos puñaladas en el corazón. Salieron de la habitación sin ver a Shai, de 2 años de edad, que estaba durmiendo en otra cama. Cerraron la puerta principal por adentro y escaparon por la ventana por la cual habían entrado.

Exactamente dos horas después de la primera alarma volvió a sonar la alarma de la cerca, en el mismo sitio de la anterior. Nuevamente, la alarma no fue identificada como infiltración.

Tamar regresó a su casa a las 12:30 de la madrugada, y no pudo entrar porque la puerta estaba cerrada por adentro. Pidió a un vecino, el rabino Yaacov Cohen, que la ayudase. El rabino gritó por la ventana, y Roi despertó y les abrió la puerta. Cuando Tamar entró a los dormitorios se encontró con una escena dantesca y, gritando, salió corriendo de la casa. Poco rato después llegaron policías y soldados, y realizaron búsquedas para ver si los terroristas continuaban adentro de Itamar. A las 3:30 de la madrugada descubrieron huellas que conducían a Avrata, el pueblo palestino vecino.

Las fuerzas de seguridad israelí están realizando intensas investigaciones para capturar a los terroristas a la brevedad posible.

Reacciones a la masacre

CNN
La cadena de televisión al informar sobre los asesinatos escribió lo que el ejército de Israel llama "ataque terrorista". El denigrante uso de las comillas provocó una indignada protesta del Director de la Oficina de Prensa del Gobierno de Israel.

IRÁN
La agencia iraní de noticias Fars News informó que "el combatiente palestino, luego de matar a los cinco sionistas, regresó sano y salvo luego de concluir su misión con éxito".

GAZA
La masacre fue celebrada en la ciudad de Rafah, Gaza, por los residentes que salieron a las calles a repartir caramelos y dulces. Hamás sugirió que los israelíes habían asesinado a la familia Fogel.

PRIMER MINISTRO PALESTINO SALAM FAYYAD
Se limitó a decir que estaba en contra de "todo tipo de violencia", pero no ofreció ayuda de la Autoridad Palestina para encontrar a los asesinos.

AL AQSA BRIGADA DE MÁRTIRES
Este grupo terrorista, parte de la organización Fatah, cuyo líder es el presidente Mahmoud Abbas, anunció su responsabilidad por el ataque, diciendo que era "una operación heroica, parte de la respuesta natural a las masacres de la ocupación fascista de nuestro pueblo en la Ribera Occidental y Gaza". (Ninguna personalidad palestina condenó ese anuncio).

FATAH, PRINCIPAL ORGANIZACIÓN DE LA AUTORIDAD PALESTINA
En el mismo día que la familia Fogel fue sepultada la organización palestina Fatah, dio el nombre "Dalal al-Mughrabi" a una plaza en la ciudad palestina de El-Bireh, en honor a la mujer terrorista que fue el líder de la Masacre de la Carretera Costanera en el año 1978, en el cual murieron 37 israelíes y 71 fueron heridos.

HAARETZ
El periódico Haaretz, consecuente en su línea pro-palestina y anti-israelí, encontró la forma de utilizar la tragedia para demonizar a la derecha manifestando su "temor de represalias por parte de judíos de la extrema derecha".

LA COMUNIDAD EUROPEA
Su reacción pavloviana fue pedir que se renueven las negociaciones de paz.

EL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS
La Casa Blanca declaró "Condenamos en los más fuertes términos posibles el asesinato de cinco israelíes y ofrecemos nuestras condolencias a la familia y al pueblo de Israel. No hay ninguna justificación posible para asesinar a padres y niños en su hogar. Pedimos a la Autoridad Palestina que de modo inequívoco condenen el ataque terrorista".

EL PUEBLO DE ISRAEL
25.000 personas atendieron el funeral, presentado en vivo por los principales canales de televisión, de las cinco víctimas del atroz ataque terrorista.

EL GOBIERNO DE ISRAEL
El gobierno de Israel decidió aprobar la construcción de 500 viviendas, proyectos que habían estado paralizados, en ciudades que se considera serán parte de Israel como resultado de un eventual acuerdo de paz: 48 unidades en Gush Etzion, 300 en Modiin Ilit, 100 en Ariel y 100 en Maaleh Adumim.

MAHER GHNAIM, MINISTRO DE LA AUTORIDAD PALESTINA
Ghnaim sugirió que "los colonos israelíes fueron los autores del incidente, para usarla como excusa para beneficiarse".





CARLOS SPURGEON


EL PRINCIPE DE LOS PREDICADORES 1834 1892

Durante el período de la inquisición española, bajo el reinado del emperador Carlos V, un número muy grande de creyentes fueron quemados en las plazas públicas o enterrados vivos. El hijo de Carlos V, Felipe II, en 1567 llevó la persecución hasta los Países Bajos, declarando que aunque le costase mil veces su propia vida, él limpiaría todo su dominio del "protestantismo". Antes de morir, se jactaba de haber mandado al verdugo por lo menos 18.000 "herejes".

Al comenzar ese reinado de terror en los Países Bajos, muchos millares de creyentes huyeron para Inglaterra. Entre los que escaparon del "Concilio de Sangre" se encontraba la familia Spurgeon.

En Inglaterra el pueblo de Dios tampoco se encontraba libre de la persecución. Al mismo tiempo que Juan Bunyan, autor de "El progreso del peregrino", permanecía en la prisión de Bedford, Jo Spurgeon, bisabuelo del tatarabuelo de Carlos, se encontraba preso por segunda vez por haber asistido a un culto evangélico, y permaneció casi cuatro meses en la cárcel de Chelsford, "donde pasó la mayor parte del tiempo sentado por hallarse demasiado débil para acostarse". Los bisabuelos de Carlos eran creyentes fervorosos y habían criado a sus hijos en el temor de Dios. Su abuelo paterno después de casi cincuenta años de pastorado en el mismo lugar podía decir:

"No he tenido ni una hora de tristeza con mi iglesia después que asumí el cargo de pastor!" El padre de Carlos, Santiago Spurgeon, fue el amado pastor de Stambourne.

Cuando Carlos era todavía un niño, se interesaba por la lectura de "El progreso del peregrino", de la historia de los mártires y de diversas obras de teología. Es casi imposible apreciar la enorme influencia que esas obras ejercieron sobre su vida.

Se puede apreciar que él era precoz en los asuntos espirituales, por el siguiente acontecimiento: A pesar de ser un niño de apenas cinco años de edad sintió profundamente el cuidado del abuelo, por causa del comportamiento de uno de los miembros de la iglesia llamado el "Viejo Roads". Cierto día Carlos, al encontrar a Roads en compañía de otros fumando y bebiendo cerveza, se dirigió a él en estos términos: "¿Qué haces aquí, Elías?" El "Viejo Roads" arrepentido contó entonces a su pastor, cómo al principio se disgustó con el niño, pero al fin se conmovió. Desde aquel día el "Viejo Roads" anduvo siempre cerca del Salvador.

Cuando Carlos era todavía pequeño, quedó convencido de pecado por Dios. Durante algunos años se sintió como una criatura sin esperanza, sin consuelo; asistía a diferentes cultos en distintos lugares, sin llegar a saber cómo podía librarse del pecado. Entonces, cuando tenía quince años de edad, aumentó en él el deseo de ser salvo. Ese deseo aumentó en tal forma que pasó seis meses agonizando en oración. En ese tiempo, un día asistió a un culto en cierta iglesia; pero ese día el predicador no pudo ir al culto debido a una gran tormenta de nieve. A falta del pastor, un zapatero se levantó para predicar ante las pocas personas que se encontraban presentes, y leyó este texto: "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra" (Isaías 45:22). El zapatero, que no tenía experiencia en el arte de predicar, solamente podía repetir el pasaje y decir: "(Mirad! No es necesario que levantéis ni un pie, ni un dedo. No es necesario que estudiéis en el colegio para saber mirar, ni tampoco que contribuyáis con 1000 libras esterlinas. Mirad a mí, y no a vosotros mismos. No hay consuelo en vosotros. Miradme, sudando grandes gotas de sangre. Miradme colgado de la cruz. Miradme, muerto y sepultado. Miradme, resucitado. Miradme, sentado a la derecha de Dios." Luego, fijando los ojos en Carlos, le dijo: "Joven, parece que tú eres desgraciado. Serás infeliz en la vida y en la muerte si no obedecieres."

Entonces gritó con más fuerza: "(Joven, mira a Jesús! (Míralo ahora!" El joven miró y continuó mirando, hasta que por fin, un gozo indecible se apoderó de su alma.

El recién salvo al contemplar el constante celo del Maligno, se sintió inspirado por el Poder divino para hacer todo lo posible para frustrar la obra del enemigo del bien. Spurgeon aprovechaba todas las oportunidades para distribuir folletos. Se entregaba de todo corazón a enseñar en la Escuela Dominical, donde se ganó, desde el comienzo, el amor de sus alumnos, y por intermedio de ellos, la presencia de los padres en la Escuela Dominical. A la edad de dieciséis años comenzó a predicar. Acerca de ese hecho él dijo lo siguiente: ";Cuántas veces me fue concedido el privilegio de predicar en la cocina de la casa de algún agricultor, o en un establo!"

Algunos meses después de predicar su primer sermón, fue llamado a pastorear la iglesia de Waterbeach. Al cabo de dos años, esa iglesia de cuarenta fervorosos y habían criado a sus hijos en el temor de Dios. Su abuelo paterno después de casi cincuenta años de pastorado en el mismo lugar podía decir: "No he tenido ni una hora de tristeza con mi iglesia después que asumí el cargo de pastor!" El padre de Carlos, Santiago Spurgeon, fue el amado pastor de Stambourne.

Cuando Carlos era todavía un niño, se interesaba por la lectura de "El progreso del peregrino", de la historia de los mártires y de diversas obras de teología. Es casi imposible apreciar la enorme influencia que esas obras ejercieron sobre su vida. Se puede apreciar que él era precoz en los asuntos espirituales, por el siguiente acontecimiento: A pesar de ser un niño de apenas cinco años de edad sintió profundamente el cuidado del abuelo, por causa del comportamiento de uno de los miembros de la iglesia llamado el "Viejo Roads". Cierto día Carlos, al encontrar a Roads en compañía de otros fumando y bebiendo cerveza, se dirigió a él en estos términos: "¿Qué haces aquí, Elías?" El "Viejo Roads" arrepentido contó entonces a su pastor, cómo al principio se disgustó con el niño, pero al fin se conmovió. Desde aquel día el "Viejo Roads" anduvo siempre cerca del Salvador.

Cuando Carlos era todavía pequeño, quedó convencido de pecado por Dios. Durante algunos años se sintió como una criatura sin esperanza, sin consuelo; asistía a diferentes cultos en distintos lugares, sin llegar a saber cómo podía librarse del pecado. Entonces, cuando tenía quince años de edad, aumentó en él el deseo de ser salvo. Ese deseo aumentó en tal forma que pasó seis meses agonizando en oración. En ese tiempo, un día asistió a un culto en cierta iglesia; pero ese día el predicador no pudo ir al culto debido a una gran tormenta de nieve. A falta del pastor, un zapatero se levantó para predicar ante las pocas personas que se encontraban presentes, y leyó este texto: "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra" (Isaías 45:22). El zapatero, que no tenía experiencia en el arte de predicar, solamente podía repetir el pasaje y decir: "(Mirad! No es necesario que levantéis ni un pie, ni un dedo. No es necesario que estudiéis en el colegio para saber mirar, ni tampoco que contribuyáis con 1000 libras esterlinas. Mirad a mí, y no a vosotros mismos. No hay consuelo en vosotros. Miradme, sudando grandes gotas de sangre. Miradme colgado de la cruz. Miradme, muerto y sepultado. Miradme, resucitado. Miradme, sentado a la derecha de Dios." Luego, fijando los ojos en Carlos, le dijo: "Joven, parece que tú eres desgraciado. Serás infeliz en la vida y en la muerte si no obedecieres."

Entonces gritó con más fuerza: "¡Joven, mira a Jesús! ¡Míralo ahora!" El joven miró y continuó mirando, hasta que por fin, un gozo indecible se apoderó de su alma.

El recién salvo al contemplar el constante celo del Maligno, se sintió inspirado por el Poder divino para hacer todo lo posible para frustrar la obra del enemigo del bien. Spurgeon aprovechaba todas las oportunidades para distribuir folletos. Se entregaba de todo corazón a enseñar en la Escuela Dominical, donde se ganó, desde el comienzo, el amor de sus alumnos, y por intermedio de ellos, la presencia de los padres en la Escuela Dominical. A la edad de dieciséis años comenzó a predicar. Acerca de ese hecho él dijo lo siguiente: ";Cuántas veces me fue concedido el privilegio de predicar en la cocina de la casa de algún agricultor, o en un establo!"

Algunos meses después de predicar su primer sermón, fue llamado a pastorear la iglesia de Waterbeach. Al cabo de dos años, esa iglesia de cuarenta miembros pasó a tener cien. El joven predicador deseaba educarse, y el director de una escuela superior, que estaba de visita en esa ciudad, le dio una cita para discutir con él ese asunto. Sin embargo, la criada que recibió a Carlos, por descuido no llamó al profesor y éste salió sin saber que el joven lo estaba esperando. Después ya en la calle, un poco triste, Carlos oyó una voz que le decía: "Buscas grandes cosas para ti? ¡No las busques!" Fue entonces allí mismo, que abandonó la idea de estudiar en ese colegio, convencido de que Dios lo dirigía a otras cosas. No se debe concluir, sin embargo, que Carlos Spurgeon decidió no educarse. Después de eso él aprovechó todos los momentos libres para estudiar. Se dice que alcanzó la fama de ser uno de los hombres más instruidos de su tiempo.

Spurgeon había predicado en Waterbeach solamente durante dos años, cuando fue llamado a predicar en el Park Street Chapel de Londres. El local era inconveniente para los cultos, y el templo que tenía asientos para mil doscientos oyentes era demasiado grande para los auditorios. Sin embargo, "había allí un grupo de fieles que nunca cesaron de rogar a Dios por un glorioso avivamiento". Y el avivamiento ocurrió. Ese hecho está registrado así en las palabras del propio Spurgeon: "Al comienzo yo predicaba solamente a un puñado de oyentes. Sin embargo, no me olvido de la insistencia de sus oraciones. A veces parecía que rogaban hasta querer ver realmente presente el Angel del Pacto queriendo bendecirlos. Más de una vez nos admiramos con la solemnidad de las oraciones hasta que llegábamos a sentir quietud, mientras el poder del Señor nos sobrevenía. . . ¡Así fue como descendió la bendición, la casa se llenó de oyentes y fueron salvas decenas de almas!"

Bajo el ministerio de ese joven de diecinueve años, la concurrencia aumentó en pocos meses a tal punto, que el edificio ya no podía contener las multitudes; centenares de oyentes permanecían en la calle para aprovechar las migajas que caían del banquete que había dentro de la casa.

Se resolvió entonces reformar el New Park Street Chapel, y durante el tiempo de la obra se celebraban los cultos en Exeter Hall, un edificio que tenía asientos para cuatro mil quinientos oyentes. Allí, en menos de dos meses, los auditorios fueron tan grandes que las calles durante los cultos se volvían intransitables. Cuando volvieron al edificio de la New Park Street Chapel, el problema en vez de estar resuelto era aún mayor; ¡tres mil personas ocupaban ahora el espacio preparado para mil quinientas! ¡El dinero empleado en esa obra que fue una suma muy elevada, había sido totalmente desperdiciado! Se hizo necesario volver para el Exeter Hall.

Pero ni el Exeter Hall era suficiente para los auditorios, y la iglesia tuvo que tomar una actitud espectacular C alquiló el Surrey Music Hall, el edificio más amplio, imponente y magnífico de Londres, construido para diversiones públicas.

La noticia de que los cultos tendrían lugar en Surrey Music Hall en vez del Exeter Hall, electrificaron a toda la ciudad de Londres. El culto inaugural fue anunciado para la noche del 19 de octubre de 1856. En la tarde de ese día, millares de personas se dirigieron para allá a fin de encontrar asiento. Cuando por fin, el culto comenzó, el edificio en el cual cabían doce mil personas, estaba totalmente lleno y había más de diez mil personas afuera que no podían entrar.

Desde el primer culto celebrado en el Surrey Music Hall, se notaron indicios de la persecución que Spurgeon tendría que encarar. El estaba orando, después de la lectura de las Escrituras, cuando los enemigos de la obra de Dios se levantaron gritando: "¡Fuego! ¡Fuego!" A pesar de todos los esfuerzos de Spurgeon y de todos los otros creyentes, la gran masa de gente estaba tan envuelta en el tumulto que se produjo, que siete personas murieron y veintiocho quedaron gravemente heridas. Después, serenó, se encontraron regados por todas partes del edificio restos de ropa de hombre y de mujer; sombreros, mangas de vestidos, zapatos, piernas de pantalones, mangas de sacos, chales, etc., etc., objetos esos que los millares de personas dejaron, en la lucha de escapar del edificio. En todo momento Spurgeon se comportó con la mayor calma durante todo el tiempo de la indescriptible catástrofe, pero después pasó días postrado, sufriendo a consecuencia de semejante suceso.

Las noticias sobre los trágicos sucesos ocurridos durante el primer culto celebrado en el Surrey Music Hall, en vez de perjudicar la obra, sirvieron de estímulo para aumentar el interés por los cultos. De un día para otro Spurgeon, el héroe del sur de Londres, se volvió un personaje de proyección mundial. Aceptó invitaciones para predicar en las ciudades de toda Inglaterra, Escocia, Irlanda, Gales, Holanda y Francia. Predicaba al aire libre y en los mayores edificios, un promedio de ocho a doce veces por semana.

En ese tiempo, siendo todavía joven, reveló cómo lograba entender en las Escrituras los textos difíciles, es decir, cómo simplemente pedía a Dios: "¡Oh Señor, muéstrame el sentido de este pasaje!" y añadió: "Es maravilloso verificar cómo el texto, duro como un pedernal, emite chispas cuando es golpeado con el acero de la oración." Años más tarde dijo lo siguiente:

"Orar acerca de las Escrituras es como pisar las uvas en el lagar, trillar el trigo en la era, y extraer el oro de las minas."

Acerca de su vida familiar, Susana, la esposa de Spurgeon, escribió lo siguiente: "Practicábamos el culto doméstico, ya fuese hospedados en un rancho en las sierras, ya en un suntuoso cuarto de hotel de la ciudad. Y la bendita presencia de Cristo, que para muchos creyentes parece imposible alcanzar, era para él la atmósfera natural; él vivía y respiraba en el Señor."

Antes de iniciar la construcción del famoso templo de Londres, El Tabernáculo Metropolitano, Spurgeon, junto con algunos de los miembros de la iglesia, se arrodillaron en el terreno entre las pilas de materiales de construcción y rogaron a Dios que no permitiese que ningún trabajador muriese ni quedase herido durante la ejecución de las obras de construcción. Dios respondió maravillosamente a esa oración, no permitiendo que ocurriese ningún accidente durante todo el tiempo de la construcción del imponente edificio, que medía ochenta metros de largo, veintiocho metros de ancho y veinte de alto.

La iglesia comenzó a edificar el tabernáculo teniendo como meta liquidar todas las deudas de los materiales y pagar toda la mano de obra antes de que acabase la construcción. Como de costumbre, pidieron a Dios que les ayudase a realizar ese deseo, y todo quedó pagado antes del día de la inauguración.

"El Tabernáculo Metropolitano quedó terminado en marzo de 1861. Durante los siguientes 31 años, un promedio de 5.000 personas se congregaba allí todos los domingos, por la mañana y por la noche. De tres en tres meses, Spurgeon pedía a los que habían asistido en ese período que se ausentasen. Ellos así lo hacían; sin embargo, el Tabernáculo estaba siempre lleno con otra parte de las masas que aún no habían sido alcanzadas por el mensaje."

Durante cierto período predicó 300 veces en doce meses. El mayor auditorio al cual predicó, fue en el Crystal Palace de Londres, el 7 de octubre de 1857. El número exacto de asistentes fue de 23.654 personas. ¡Spurgeon se esforzó tanto en aquella ocasión y su cansancio fue tan grande, que después de ese sermón de la noche del miércoles durmió hasta la mañana del viernes!

Sin embargo, no debemos pensar que solamente era en el púlpito que su alma ardía por la salvación de los perdidos. También se ocupaba grandemente en el evangelismo individual. En ese sentido citamos aquí lo que cierto creyente dijo con respecto a él: "He visto auditorios de 6.500 personas enteramente impresionados por el fervor de Spurgeon. Pero al lado de un niño moribundo, que él había llevado a Cristo, lo encontré aún más sublime que cuando dominaba el interés de la multitud."

Parece imposible que semejante predicador tuviese tiempo para escribir. Sin embargo, los libros que él escribió constituyen una biblioteca de 135 tomos. Hasta hoy, no hay una obra más rica en joyas espirituales que la de Spurgeon, de siete volúmenes sobre los Salmos, titulada: "La tesorería de David." Publicó un número tan grande de sus sermones, que aun leyéndolos uno por día, ni en diez años el lector podría leerlos todos. Muchos fueron traducidos a varias lenguas y publicados en los periódicos del mundo entero. El mismo escribía una gran parte del material para su periódico, "La espada y la cuchara", título que le fue sugerido por la historia de la construcción de los muros de Jerusalén, en los tiempos angustiosos de Nehemías.

Además de predicar constantemente a grandes auditorios y de escribir tantos libros, se esforzó también en otras varias actividades. Inspirado por el ejemplo de Jorge Müller, fundó y dirigió el orfanato de Stockwell. Los que estaban al frente de esa obra, pedían a Dios y recibían lo necesario para levantar edificio tras edificio y para sustentar a centenares de niños desamparados.

Reconociendo la necesidad de instruir a los jóvenes llamados por Dios para proclamar el evangelio y, de esa manera, alcanzar un mayor número de perdidos, fundó y dirigió el Colegio de los Pastores con la misma fe en Dios que demostró en la obra de cuidar de los huérfanos.

Impresionado por la vasta circulación de literatura viciosa, formó una junta de venta de libros evangélicos. Decenas de vendedores fueron sustentados y se pronunciaron millares de discursos, además de venderse de casa en casa muchas toneladas de Escrituras y de otros libros.

Acerca del éxito tan estupendo alcanzado en la vida de Spurgeon, conviene observar lo siguiente: Ninguno de sus antepasados alcanzó fama. Su voz podía predicar a los mayores auditorios, pero otros predicadores sin fama gozaban también de la misma voz. El Príncipe de los predicadores era, ante todo, EL PRINCIPE DE RODILLAS. Como Saulo de Tarso, entró en el Reino de Dios también agonizando, de rodillas C en el caso de Spurgeon esa angustia duró seis meses. Después, como sucedió con Saulo de Tarso, la fervorosa oración se convirtió en un hábito en su vida. Aquellos que asistían a los cultos en el gran Tabernáculo Metropolitano, decían que las oraciones eran la parte más sublime de los cultos.

Cuando alguien le pedía a Spurgeon que explicase el poder de su oración, El Príncipe de rodillas señalaba para el entresuelo que quedaba abajo del salón del Tabernáculo Metropolitano y decía: "En la sala que está allí abajo, hay 300 creyentes que saben orar. Todas las veces que yo predico, ellos se reunen allí para sustentarme las manos, orando y suplicando ininterrumpidamente. En la sala que está abajo de nuestros pies es donde se encuentra la explicación del misterio de esas bendiciones."

Spurgeon acostumbraba dirigirse a los alumnos del Colegio de los Pastores de esta manera: "Permaneced en la presencia de Dios. . . si vuestro fervor llega a enfriarse, no podréis orar bien en el púlpito. . . tampoco en el seno de la familia. . . y menos aún cuando estéis estudiando solos. Si vuestra alma se debilita, los oyentes sin saber por qué, notarán que vuestras oraciones públicas tienen muy poco sabor."

Asimismo sobre la oración, su esposa dio este testimonio: "El le daba mucha importancia a la media hora de oración que pasaba con Dios antes de comenzar el culto." Cierto creyente también escribió sobre este respecto lo siguiente: "Se siente durante su oración pública, que él es un hombre de bastante fuerza como para llevar en las manos ungidas las oraciones de una multitud. Esta es la idea más grandiosa del sacerdote entre Dios y los hombres."

Convencido del gran poder de la oración, Spurgeon designó el mes de febrero de cada año para celebrar en el gran Tabernáculo, la convención anual y hacer súplicas por un avivamiento de la obra de Dios. En esas ocasiones pasaban días enteros en ayuno y en oración, oración que se volvía más y más fervorosa. No solamente sentían la gloriosa presencia del Espíritu Santo en esos cultos, sino que les era aumentado el poder con frutos abundantes.

En su biografía consta que desde el comienzo de su ministerio en Londres, numerosas personas gravemente enfermas se curaron como respuesta a sus oraciones.

La vida de Spurgeon no era una vida egoísta y de interés propio. El y su esposa hicieron los mayores sacrificios para colocar libros espirituales en las manos de un gran número de predicadores pobres, y contribuían constantemente al sustento de las viudas y huérfanos. Recibían grandes sumas de dinero, pero lo daban todo para el progreso de la obra de Dios. Nunca buscó fama ni la honra de fundador de otra denominación, como muchos de sus amigos esperaban.

Nunca predicó para su propia gloria, sino que tuvo siempre como propósito el mensaje de la cruz para llevar a los oyentes a Dios. Consideraba sus sermones como si fuesen saetas, y ponía en ellos todo su corazón, empleando toda su fuerza espiritual para producirlos. Predicaba confiado en el poder del Espíritu Santo, empleando lo que Dios le concediera para conmover el mayor número de oyentes.

"Carlos Hadon Spurgeon recibía el fuego del cielo estudiando la Biblia, horas enteras en comunión con Dios."

Cristo era el secreto de su poder. Cristo era el centro de todo para él; siempre y únicamente Cristo.

J.P. Fruit dijo lo siguiente: "Cuando Spurgeon oraba, parecía que Jesús estaba de pie a su lado."

Sus últimas palabras en el lecho de muerte, dirigidas a su esposa, fueron estas: "¡Oh querida, he gozado un tiempo muy glorioso con mi Señor!" Ella al ver por fin, que su marido había partido con el Señor cayó de rodillas y con lágrimas exclamó: "¡Oh bendito Señor Jesús, te agradezco el tesoro que me prestaste durante todos estos años; ahora Señor, dame fuerzas y dirección para seguir en el futuro!"

Seis mil personas asistieron a su funeral. En el féretro le pusieron una Biblia abierta que mostraba el texto que Dios usó para convertirlo: "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra."

El cortejo fúnebre pasó entre cientos de miles de personas que se encontraban apostadas de pie en las mujeres lloraban. La sencilla tumba del célebre Príncipe de los predicadores, en el cementerio de Norwood, da testimonio de la verdadera grandeza de su vida. En la lápida se leen estas humildes palabras:




Aquí yace el cuerpo de
CARLOS HADON SPURGEON
Esperando la aparición
de su Señor y Salvador
JESUCRISTO

HUDSON TAYLOR


PADRE DE LA MISIÓN EN EL INTERIOR DE LO CHINO 1832 1905


Santiago Taylor se había levantado temprano, de madrugada. Había llegado, por fin, el anunciado y tan anhelado día de su casamiento; el joven se ocupaba de arreglar todo para recibir a su novia en la casa que irían a ocupar. Mientras trabajaba, estaba meditando sobre los acontecimientos recientes que habían ocurrido en la aldea.

Dos familias, la de los Cooper y la de los Shaw, se habían convertido e invitaron a Juan Wesley a que predicase en la feria. El anciano predicó sobre "La ira venidera" de tal manera, que el pueblo desistió de su amarga persecución, dejando al intrépido orador que se hospedase en la casa del señor Shaw.

Mientras Santiago preparaba la casa para la llegada de la novia, se escuchaba la voz de la vecina, la señora de Shaw, que estaba cantando. Recordó entonces de cómo ella, meses antes, pasaba todo el tiempo en cama, gimiendo día tras día por causa de su reumatismo que la había dejado imposibilitada. Pero cuando "confió en el Señor", como ella dijo, para su cura inmediata, muy grande fue su transformación. Asimismo, indecible fue la sorpresa de su marido cuando volvió a la casa: su esposa no solamente estaba curada y de pie, sino (estaba barriendo la cocina!)

Santiago Taylor odiaba la religión. Aún más: ése era el día en que él se iba a casar. Después de la boda iban a bailar y a beber, como se hacía en tales ocasiones. Sin embargo, no podía librarse de las palabras, tal vez oídas en el sermón del predicador: Pero yo y mi casa ser viremos al Señor.

Sí, iba a tomar una esposa e iba a asumir las responsabilidades de marido y de padre de familia. Hasta allí había sido muy grande su descuido. Resuelto entonces a entrar seriamente en la vida de casado, comenzó a repetir las palabras: (Serviremos al Señor!)

Las horas fueron transcurriendo. El sol subía más y más en el cielo, bañando con su luz las casas cubiertas de nieve. Pero el joven Santiago, olvidado de todo lo que es material, y tomado por la realidad de las cosas eternas, permaneció de rodillas, frente a frente a Dios. Por fin el amor del Salvador venció el corazón de Santiago Taylor, quien se levantó poseído de Jesucristo.

Podemos imaginarnos cómo repicaban las campanas, cómo la novia y los invitados se impacientaban ese día. Había pasado la hora para el culto del casamiento, cuando el joven volvió en sí y se levantó de la oración. Después de vestirse, el joven recorrió con rapidez los tres kilómetros que lo separaban de la aldehuela de Royston.

Sin perder tiempo en preguntar al muchacho la razón de tanto atraso, se realizó el culto y Santiago y Elizabeth salieron de la iglesia, casados. El joven no vaciló, sino que al salir de la iglesia, contó todo lo relativo a su conversión al oído de Betty. Al oír lo que él le relataba, ella exclamó en un tono de desesperación: "(Entonces me he casado con uno de esos metodistas!")

Ese día no hubo baile; la voz y el violín del novio se usaron para glorificar al Maestro. Betty, a pesar de saber en su corazón que Santiago tenía la razón, continuó resistiendo y quejándose día tras día. Entonces, cierto día cuando ella se mostraba aún más contrariada, el robusto Santiago la levantó en sus brazos y la llevó al cuarto, donde se arrodilló a su lado, derramando toda su alma en oración por ella. Conmovida por la profunda pena y el cuidado que Santiago sentía por su alma, ella comenzó a sentir también su pecado y al día siguiente, de rodillas al lado de su marido, Elizabeth Taylor clamó a Dios, renunciando a la vanidad del mundo y entregándose a Cristo.

Es así, con los bisabuelos, que comienza la verdadera biografía del héroe de la fe, Hudson Taylor. Los abuelos y los padres, en su orden, criaron a sus hijos en el mismo temor de Dios. En un memorable día, antes del nacimiento de Hudson, el primogénito de la familia, el padre llamó a su esposa para conversar sobre un pasaje de las Escrituras que lo impresionaba profundamente. En su Biblia le leyó una parte de los capítulos 13 del Exodo y 3 de Números; Conságrame todo primogénito. . . Mío es todo primogénito. . . Míos serán. . . Dedicarás a Jehová todo aquel que abriere matriz.. .

Los dos esposos conversaron durante largo rato sobre la alegría que los esperaba. Entonces, de rodillas, entregaron su primogénito al Señor, pidiéndole que ya desde ese momento lo separase para su obra.

Santiago Taylor, el padre de Hudson, no solamente oraba fervorosamente por sus cinco hijos, sino que también les enseñó a todos a pedir a Dios todas las cosas detalladamente. Arrodillados diariamente al lado de la cama, el padre colocaba el brazo alrededor de cada uno, mientras oraba insistentemente por él. Insistía en que cada miembro de la familia pasase también, al menos media hora todos los días, ante Dios renovando su alma por medio de la oración y el estudio de las Escrituras.

La puerta cerrada del cuarto de la madre diariamente, al mediodía, a pesar de las constantes e innumerables obligaciones de ella, tenía también una gran influencia sobre todos, puesto que sabían que ella se postraba delante de Dios para renovar sus fuerzas, y para pedir que el prójimo se sintiese atraído al Amigo invisible que habitaba en ella.

No es de admirarse, por lo tanto, que al crecer Hudson se consagrase enteramente a Dios. El gran secreto de su increíble éxito era que cuando carecía de algo, fuera espiritual o material, él siempre recurría a Dios y recibía de El los tesoros infinitos.

No obstante, no debemos pensar que la juventud de Hudson Taylor estuviese exenta de grandes luchas. Como sucede con muchas personas, el joven llegó a la edad de diecisiete años sin reconocer a Cristo como su Salvador. Acerca de eso él escribió más tarde lo siguiente:

"Puede parecer extraño, pero me siento agradecido por el tiempo que pasé en el escepticismo. Lo absurdo de que hay creyentes que profesan creer en la Biblia, mientras que se comportan justamente como si tal Libro no existiese, era uno de los más fuertes argumentos de mis compañeros de escepticismo. Frecuentemente yo afirmaba que si yo aceptase la Biblia, al menos haría todo lo posible por seguir sus enseñanzas, y en el caso de que yo no las hallase de un valor práctico, lanzaría todo para afuera. Esa fue mi resolución cuando el Señor me salvó. Yo creo que desde entonces realmente he verificado la Palabra de Dios. Ciertamente, nunca he tenido que arrepentirme por haber confiado en sus promesas o por haber seguido sus normas.

"Por eso quiero contarles cómo Dios respondió a las oraciones, que mi madre y mi hermana querida elevaron al Señor por mi conversión.

"Cierto día, para mí inolvidable. . . con el fin de distraerme, tomé un folleto de la biblioteca de mi padre. Pensé leer el comienzo de la historia pero no la exhortación del fin.

"Yo no sabía lo que sucedía en ese mismo instante en el corazón de mi querida madre, quien se encontraba a más de cien kilómetros de distancia. Ella se había levantado de la mesa anhelando la salvación de su hijo. Hallándose lejos de su familia, y libre de los quehaceres domésticos, entró en su cuarto resuelta a no salir de ahí hasta que no recibiese una respuesta a sus oraciones. Oró durante varias horas hasta que por fin, sólo pudo alabar a Dios, puesto que el Espíritu Santo le reveló que el hijo por quien había estado orando, ya se había convertido.

"Yo, como ya lo mencioné, fui guiado al mismo tiempo a leer el folleto. Entonces mi atención fue atraída por las siguientes palabras: La obra consumada. Me pregunté a mí mismo: 'Por qué el escritor no escribió: La obra propiciatoria? Cuál es la obra consumada?' Entonces me di cuenta de que la propiciación de Cristo era plena y perfecta. Toda la deuda de nuestros pecados quedó pagada, y no me quedaba nada por hacer. En ese momento sentí una gloriosa convicción, fui iluminado por el Espíritu Santo y reconocí que lo único que yo necesitaba era postrarme y aceptando al Salvador y su salvación, alabarlo para siempre.

"Así pues, mientras mi querida madre, estando de rodillas en su cuarto, alababa a Dios, yo estaba alabando a Dios en la biblioteca de mi padre a donde había entrado para leer el librito."

Fue de esta manera como Hudson Taylor aceptó para su propia vida la obra propiciatoria de Cristo, un acto que transformó totalmente el resto de su vida. Acerca de su consagración, él escribió lo siguiente:

"Recuerdo muy bien ese momento cuando con mi corazón lleno de gozo, derramé mi alma ante Dios, confesándome repetidamente agradecido y lleno de amor porque El lo había hecho todo  salvándome cuando yo había perdido toda esperanza, y tampoco quería la salvación. Le supliqué entonces, que me concediese una obra que realizar como expresión de mi amor y gratitud, algo que requiriese abnegación, fuese lo que fuese; algo para agradar a quien había hecho tanto por mí. Recuerdo cómo, sin reservas, consagré todo; colocando mi propia persona, mi vida, mis amigos y todo sobre el altar. Con la seguridad de que mi ofrecimiento fue aceptado, la presencia de Dios se volvió verdaderamente real y preciosa. Me postré en tierra ante El, humillado y lleno de indecible gozo. Para qué servicio había sido aceptado, no lo sabía. Pero sentí una certidumbre tan profunda de que ya no me pertenecía a mí mismo, que ese sentimiento, después dominó toda mi vida.

El joven que entró en su cuarto para estar solo con Dios ese día, no era el mismo cuando salió. El conocimiento de un objetivo y un poder se habían apoderado de él. Ya no le bastaba con alimentar solamente su propia alma en los cultos, sino que comenzó a sentir una responsabilidad hacia su prójimo  ahora anhelaba ocuparse en los asuntos de su Padre. Se regocijaba con riquezas y bendiciones indecibles. Y como los leprosos en el campamento de los sirios, Hudson y su hermana Amelia decían: No estamos haciendo bien; hoy es día de buenas nuevas, y nosotros callamos. Así pues, desistieron de ir a los cultos de los domingos por la noche y salieron para anunciar el mensaje, de casa en casa, entre las clases más pobres de la ciudad. Sin embargo, Hudson Taylor no estaba satisfecho todavía; sabía que aún no estaba en el centro de la voluntad de Dios. Entonces, en la angustia de su espíritu exclamó, como aquel personaje de la antigüedad: No te dejaré, si no me bendices. Entonces, encontrándose solo y de rodillas, surgió en su alma un gran propósito; si Dios rompiese el poder del pecado y lo salvase en espíritu, alma y cuerpo, para toda la eternidad, él renunciaría a todo en la tierra para entregarse para siempre a la disposición de Dios. Acerca de esta experiencia, él mismo se expresó como sigue:

"Nunca me olvidaré de lo que sentí en aquel momento; no hay palabras para describirlo. Me sentí ante la presencia de Dios, haciendo una alianza con el Todopoderoso. Me pareció oír una voz enunciando estas palabras: Tu oración ha sido oída; tus condiciones han sido aceptadas.' Desde entonces, nunca dudé de que Dios me llamaba para ir a trabajar en la China."

A pesar de que Hudson Taylor casi nunca lo mencionaba, ese llamamiento de Dios ardía como un fuego dentro de su corazón. Copiamos a continuación el siguiente párrafo de una de las cartas que escribió a su hermana:

"Imagínate 360 millones de almas sin Dios y sin esperanza en la China! Parece increíble, que 12 millones de personas mueran cada año sin ningún consuelo del evangelio!. . . Casi nadie le da importancia a la China donde habita cerca de la cuarta parte de la raza humana. . Ora por mí, querida Amelia, pidiéndole al Señor que me dé más de la mente de Cristo. . . Yo oro en el almacén, en la caballeriza, en cualquier lugar donde puedo estar solo con Dios. Y El me concede momentos gloriosos. . . No es justo esperar que V. . . (la novia de Hudson) vaya conmigo para morir en el extranjero. Siento profundamente dejarla, pero mi Padre sabe lo que es mejor para mí y no me negará nada que sea bueno. . ."

Por falta de espacio no podemos relatar aquí el heroísmo de la fe que el joven demostró, soportando los sacrificios y las privaciones necesarias para cursar la escuela de medicina y de cirugía, para servir mejor al pueblo de China.

Antes de embarcarse escribió estas palabras a su madre: "Anhelo estar allí una vez más, pues sé que tú, madre mía quieres verme, pero yo creo que lo mejor es no abrazarnos más, puesto que eso sería como encontrarnos para luego separarnos para siempre. . ." De todas maneras, su madre fue al puerto desde donde el barco se haría a la vela. Años más tarde él describió la partida como sigue:

"Mi querida madre, que ahora está con Cristo, fue hasta Liverpool para despedirse de mí. Nunca me olvidaré de cómo ella entró conmigo al camarote en que yo iba a permanecer casi seis largos meses. Con su cariño de madre arregló la ropa de la pequeña cama. Se sentó a mi lado y cantamos el último himno antes de separarnos uno del otro. Nos arrodillamos y ella oró;  ésa fue la última oración de mi madre antes de que yo partiese para la China. Se oyó entonces la señal para que todos los que no eran pasajeros bajasen del navío. Nos despedimos uno del otro, sin esperanza de volvernos a encontrar otra vez. . . Al pasar el navío por las compuertas, y cuando la separación comenzó a ser una realidad, de su corazón salió un grito de angustia tan conmovedor, que jamás lo olvidaré. Fue como si mi corazón hubiese sido traspasado por un puñal. Nunca había reconocido tan plenamente hasta entonces, lo que significaban las palabras: Porque de tal manera amó Dios al mundo. Estoy seguro de que, en ese momento, mi querida madre también llegó a comprender más que en cualquier otra oportunidad de su vida, el amor de Dios para con el mundo que perece. Oh, cómo se entristece el corazón de Dios al ver cómo sus hijos cierran los oídos al llamamiento divino para salvar al mundo, por el cual su amado, su único Hijo sufrió y murió!"

Los pasajeros de los navíos modernos conocen muy poco la incomodidad de viajar en un barco de vela. Después de pasar una de las muchas tempestades por que atravesó el Dumfries, nuestro héroe escribió: "La mayor parte de lo que poseo está mojado. El camarote del pobre comisario se inundó. . ." Solamente por las oraciones y los grandes esfuerzos de todos a bordo fue que lograron salvar su propia vida, cuando el barco, arrastrado por un gran temporal, estuvo a punto de naufragar en las rocas de la playa de Gales. El viaje que habían esperado realizar en cuarenta días, les llevó cinco meses y medio! Sólo fue el 1° de marzo de 1854 que Hudson Taylor, a la edad de 21 años, logró desembarcar en Shangai. Fue entonces que él escribió las siguientes impresiones:

"No puedo describir lo que sentí al pisar tierra. Me parecía que el corazón me iba a estallar dentro del pecho; las lágrimas de gratitud y de gozo me corrían por el rostro."

Entonces lo invadió una gran nostalgia; no había ni un amigo, ni un conocido, ni siquiera una persona en todo el país, que estuviese allí para darle la bienvenida, ni siquiera alguien que lo conociese por su nombre.

En ese tiempo la China era una tierra incógnita, con excepción de los cinco puertos del litoral, abiertos para la residencia de los extranjeros. Fue en la casa de un misionero en Shangai, uno de los cinco puertos, que el joven encontró hospedaje.

La victoria alcanzada en todas las diferentes pruebas que experimentó en ese tiempo, fue debida a la característica sobresaliente de Hudson Taylor, tal vez la de seguir siempre adelante, sin quedarse nunca paralizado en su obra, fuese cual fuese el contratiempo.

Durante los primeros tres meses que pasó en la China, distribuyó 1.800 Nuevos Testamentos y Evangelios y más de 2.000 libros. Durante el año de 1855 hizo ocho viajes C uno de ellos de 300 kilómetros subiendo por el río Yangtsé. En otro viaje visitó 51 ciudades en las que nunca antes se había oído el mensaje del evangelio. En esos viajes siempre lo prevenían del peligro que corría su vida entre la gente que nunca había visto a un extranjero.

A fin de ganar más almas para Cristo, a pesar de la censura de los demás misioneros, adoptó el hábito de vestirse igual que los chinos. Se rasuró la cabeza por el frente, dejando el resto del cabello que formase una larga trenza. El pantalón, que tenía más de medio metro de holgura, lo aseguraba conforme era la costumbre, con un cinturón. Las medías eran de algodón blanco, el calzado de satén. El manto que le colgaba de los hombros, le sobresalía de la punta de los dedos de las manos más de 70 centímetros. Pero una de las cruces más pesadas que nuestro héroe tuvo que llevar, era la falta de dinero cuando la misión que lo había enviado se encontraba sin recursos.

El 20 de enero de 1858, Hudson Taylor se casó con María Dyer, una misionera de talento en la China. De ese enlace nacieron cinco hijos. La casa en que vivieron primero, en la ciudad de Ningpo, se convirtió después en la cuna de la famosa Misión del Interior de la China. Las privaciones y las obligaciones del servicio en Shangai, Ningpo y otros lugares fueron tales, que Hudson Taylor antes de completar seis años en la China, se vio obligado a volver a Inglaterra para recuperar su salud. Para él fue casi como una sentencia de muerte cuando los médicos le informaron que nunca más debía volver a la China.

No obstante, el hecho de que perecían un millón de almas todos los meses en China era una realidad para Hudson Taylor; así pues, al llegar a Inglaterra inició inmediatamente, con su espíritu indómito, la tarea de preparar un himnario, así como la revisión del Nuevo Testamento para los nuevos convertidos que había dejado en China. Continuaba usando su típico traje chino y trabajaba con el mapa de la China en la pared y la Biblia siempre abierta sobre la mesa. Después de alimentarse y llenarse con la Palabra de Dios, observaba el mapa, recordando a aquellos que no disfrutaban de tales riquezas. Le llevaba todos los problemas a Dios. No había nada demasiado grande ni demasiado insignificante que él no encomendase al Señor en sus oraciones.

En cuanto a sus actividades, estaba tan sobrecargado de trabajo con la correspondencia y la preparación de los cultos en pro de la China, que después de su llegada transcurrieron más de veinte días antes de poder ir a abrazar a sus queridos padres en Bransley.

Acostumbraba a pasar orando, en ayunas, a veces la mañana, otras veces la mañana y la tarde. El siguiente pasaje que él escribió, demuestra cómo su alma continuó ardiendo en los discursos que pronunciaba en las iglesias de Inglaterra sobre la obra misionera:

"Había a bordo, entre los compañeros de viaje, cierto chino que se llamaba Pedro, quien había pasado algunos años en Inglaterra pero a pesar de conocer algo del evangelio, no reconocía nada de su poder de salvación. Me sentí entonces responsable por él y me esforcé en orar y en hablarle, con el fin de característica sobresaliente de Hudson Taylor, tal vez la de seguir siempre adelante, sin quedarse nunca paralizado en su obra, fuese cual fuese el contratiempo.

Durante los primeros tres meses que pasó en la China, distribuyó 1.800 Nuevos Testamentos y Evangelios y más de 2.000 libros. Durante el año de 1855 hizo ocho viajes C uno de ellos de 300 kilómetros subiendo por el río Yangtsé. En otro viaje visitó 51 ciudades en las que nunca antes se había oído el mensaje del evangelio. En esos viajes siempre lo prevenían del peligro que corría su vida entre la gente que nunca había visto a un extranjero.

A fin de ganar más almas para Cristo, a pesar de la censura de los demás misioneros, adoptó el hábito de vestirse igual que los chinos. Se rasuró la cabeza por el frente, dejando el resto del cabello que formase una larga trenza. El pantalón, que tenía más de medio metro de holgura, lo aseguraba conforme era la costumbre, con un cinturón. Las medías eran de algodón blanco, el calzado de satén. El manto que le colgaba de los hombros, le sobresalía de la punta de los dedos de las manos más de 70 centímetros. Pero una de las cruces más pesadas que nuestro héroe tuvo que llevar, era la falta de dinero cuando la misión que lo había enviado se encontraba sin recursos.

El 20 de enero de 1858, Hudson Taylor se casó con María Dyer, una misionera de talento en la China. De ese enlace nacieron cinco hijos. La casa en que vivieron primero, en la ciudad de Ningpo, se convirtió después en la cuna de la famosa Misión del Interior de la China.

Las privaciones y las obligaciones del servicio en Shangai, Ningpo y otros lugares fueron tales, que Hudson Taylor antes de completar seis años en la China, se vio obligado a volver a Inglaterra para recuperar su salud. Para él fue casi como una sentencia de muerte cuando los médicos le informaron que nunca más debía volver a la China.

No obstante, el hecho de que perecían un millón de almas todos los meses en China era una realidad para Hudson Taylor; así pues, al llegar a Inglaterra inició inmediatamente, con su espíritu indómito, la tarea de preparar un himnario, así como la revisión del Nuevo Testamento para los nuevos convertidos que había dejado en China. Continuaba usando su típico traje chino y trabajaba con el mapa de la China en la pared y la Biblia siempre abierta sobre la mesa. Después de alimentarse y llenarse con la Palabra de Dios, observaba el mapa, recordando a aquellos que no disfrutaban de tales riquezas. Le llevaba todos los problemas a Dios. No había nada demasiado grande ni demasiado insignificante que él no encomendase al Señor en sus oraciones.

En cuanto a sus actividades, estaba tan sobrecargado de trabajo con la correspondencia y la preparación de los cultos en pro de la China, que después de su llegada transcurrieron más de veinte días antes de poder ir a abrazar a sus queridos padres en Bransley.

Acostumbraba a pasar orando, en ayunas, a veces la mañana, otras veces la mañana y la tarde. El siguiente pasaje que él escribió, demuestra cómo su alma continuó ardiendo en los discursos que pronunciaba en las iglesias de Inglaterra sobre la obra misionera:

"Había a bordo, entre los compañeros de viaje, cierto chino que se llamaba Pedro, quien había pasado algunos años en Inglaterra pero a pesar de conocer algo del evangelio, no reconocía nada de su poder de salvación. Me sentí entonces responsable por él y me esforcé en orar y en hablarle, con el fin de encaminarlo hacia Cristo. Pero cuando el barco se iba acercando a Sung Kiang y me estaba preparando para bajar a tierra para predicar y distribuir folletos, oí el grito de un hombre que había caído al agua. Salí a la cubierta junto con otras personas, para descubrir que Pedro había desaparecido.

"Inmediatamente arriamos las velas: pero la corriente de la marea era tan fuerte, que no podíamos asegurar cuál era el lugar exacto donde el hombre había caído. Entonces vi que había unos pescadores cerca de nuestro barco, que estaban usando una red barredora. Angustiado les grité:

"Vengan a pasar la red por aquí, pues un hombre se está muriendo ahogado!
   "Veh bin fue la respuesta inesperada, que quería decir: 'No es conveniente.'
   " No digan si es o no conveniente. Vengan ligero, antes de que ese hombre perezca.
   "Estamos pescando.
   "Lo sé! Pero vengan inmediatamente y les pagaré bien.
   "Cuánto nos quiere dar?
   "Cinco dólares, pero no se queden conversando allí. Salven al hombre sin demora!
   "Cinco dólares no es suficiente; respondieron ellos. No lo haremos por menos de treinta dólares.
   "Pero yo no tengo tanto! Les daré todo lo que tengo.
   "Cuánto tiene usted?
   "No lo sé... pero no es más de catorce dólares.

"Entonces los pescadores vinieron y pasaron su red en el lugar indicado. Enseguida, en la primera pasada recogieron el cuerpo del hombre. Sin embargo, todos mis esfuerzos para restaurarle la respiración fueron inútiles. Una vida había sido sacrificada por la indiferencia de los que podían salvarla casi sin esfuerzo."

Al oír contar esta historia, una onda de indignación recorrió todo el gran auditorio. ( ) Habría en todo el mundo un pueblo tan endurecido e interesado como ése?! Pero al continuar su discurso, la convicción hirió aún más el corazón de los oyentes.

"Vale más entonces el cuerpo que el alma? Censuramos a esos pescadores, diciendo que fueron culpables de la muerte de Pedro porque era fácil salvarlo. Pero, qué sucede entonces con los millones de personas que estamos dejando perecer por toda una eternidad? Qué diremos acerca de la orden implícita: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura? Dios nos dijo también:

"Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras.'

"Creéis que cada persona entre esos millones de la China, tiene un alma inmortal y que no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, a no ser el precioso nombre de Jesús, por el cual debamos ser salvos? Creéis que El, El solamente, es el Camino, y la Verdad, y la Vida, y que nadie viene al Padre, sino por El? Si así lo creéis, examinaos para ver si estáis haciendo todo lo posible para llevar su nombre a todos.

"Nadie debe decir que no ha sido llamado para ir a la China. Al enfrentar tales hechos, todos necesitan saber si han sido llamados para quedarse en casa. Amigo, si no tienes la seguridad de que has sido llamado para continuar donde estás, cómo puedes desobedecer la clara orden del Salvador para ir? Si, con todo, estás seguro de que estás en el lugar donde Cristo quiere que estés, no por causa de tu conveniencia o de las comodidades de la vida, entonces, estás orando como conviene a favor de los millones de perdidos de la China? Estás usando tus recursos para la salvación de esos millones de almas?"

Cierto día, al completar la estadística, no mucho después de haber regresado a Inglaterra, Hudson Taylor vino a saber que el número total de misioneros evangélicos en la China había disminuido en vez de aumentar. A pesar de que la mitad de la población pagana del mundo se encuentra en la China, el número de misioneros había disminuido durante el año, de 115 a solamente 91. Comenzaron a resonar en los oídos del misionero estas palabras: Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano.

Era la mañana de un domingo, 25 de junio de 1865, a la orilla del mar. Hudson Taylor, cansado y enfermo, estaba con algunos amigos en Brighton. Pero no pudiendo soportar más el regocijo de la multitud en la casa de Dios, se retiró para andar solo en la arena de la playa mientras la marea bajaba. Todo a su alrededor era paz y bonanza, pero en el alma del misionero rugía una tempestad. Por fin, sintiendo un alivio indecible, exclamó: "Tú, Señor, sólo Tú puedes asumir toda la responsabilidad. A tu llamado y como tu siervo, avanzaré, dejando todo en tus manos."

Así pues, la "Misión del Interior de la China" fue concebida en su alma, y todas las etapas del progreso de la misma se realizaron por medio de sus esfuerzos. En la calma de su corazón, en la comunión profunda e indecible con Dios, se originó la misión. Teniendo un lápiz en la mano, abrió la Biblia; mientras las ondas del vasto mar le bañaban los pies, escribió estas simples pero memorables palabras: "Oré en Brighton pidiendo que se me concediesen 24 obreros competentes y dispuestos, el 25 de junio de 1865."

Más tarde, recordando la victoria de esa ocasión, escribió:

"Grande fue el alivio que sentí al regresar de la playa. Después que terminó el conflicto interior, todo fue gozo y paz. Parecía que me faltaba muy poco para correr hasta la casa del señor Pearse. En la noche de ese día dormí profundamente. Mi querida esposa tuvo la impresión de que la visita a Brighton me había servido para renovarme maravillosamente. ¡Y era verdad!"

El victorioso misionero, juntamente con su familia y con los 24 misioneros llamados por Dios, embarcaron en Londres, en el Lammermuir, con destino a China, el 26 de septiembre de 1866. El anhelado objetivo de todos ellos era el de erguir la bandera de Cristo en las once provincias, aún no ocupadas, de la China. Algunos de los amigos los animaron, pero otros dijeron: "Todo el mundo se olvidará de los hermanos. Como no existe una junta aquí, en Inglaterra, nadie se interesará en la obra por mucho tiempo. Es fácil hacer promesas hoy en día; dentro de poco tiempo no tendrán ni el pan cotidiano."

El viaje duró más de cuatro meses. Acerca de una de las tempestades que ellos sufrieron, uno de los misioneros escribió estas palabras:

"Durante todo el temporal, el señor Taylor demostró la mayor serenidad. Por fin, los marineros se negaron a trabajar. El capitán aconsejó entonces a todos los de a bordo que se pusieran los salvavidas, diciendo que el navío no iba a resistir la fuerza de las olas por más de dos horas. Entonces el capitán avanzó en dirección de los marineros con el revólver en la mano. Viéndolo, el señor Taylor se aproximó a él y le pidió que no obligase de ese modo a los marineros a trabajar. El misionero se dirigió a los hombres también y les explicó que Dios iba a salvarlos, pero que eran necesarios los mayores esfuerzos de todas las personas que se encontraban a bordo. Añadió que tanto él como todos los pasajeros estaban dispuestos a ayudarlos, y que, como era evidente, la vida de ellos también corría peligro. Los hombres, convencidos por esos argumentos, comenzaron a quitar todos los destrozos ayudados por todos nosotros; en poco tiempo conseguimos amarrar los grandes masteleros, los cuales golpeaban con tanta fuerza, que estaban destruyendo un lado del navío."

Así pues, fueron horas de inmenso regocijo cuando, por fin, el Lammermuir arribó al puerto de Shangai con todos los de a bordo sanos y salvos. (Otro navío, que llegó poco después, había perdido dieciséis de las veintidós personas que traía a bordo!)

Los misioneros iniciaron el año de 1867 con un día de ayuno y oración, pidiendo corno Jabes, que Dios los bendijese y les ensanchara su territorio. (El Señor los oyó, y les contestó dándoles entrada durante ese año, a otras tantas ciudades!) Finalizaron el año con otro día de ayuno y oración. Un culto duró desde las once da la mañana hasta las tres de la tarde, sin que nadie se sintiera disgustado. En otro culto, que comenzó a las ocho y media de la noche y en el cual sintieron aún más la unción del Espíritu Santo, continuaron juntos orando hasta la media noche, cuando celebraron la Cena del Señor.

A comienzos del año 1867, el Señor llamó a Gracia Taylor, la hija de Hudson Taylor, para el Hogar eterno, cuando ella cumplía ocho años de edad. Al año siguiente la esposa de Taylor y su hijo, Noel, fallecieron de cólera. Fue así como se expresó el padre y marido:

"Cuando amaneció el día, apareció a la luz del sol lo que había sido ocultado por la luz de la vela el color característico de la muerte en el rostro de mi esposa. Mi amor no podía ignorar por más tiempo no solamente su estado grave, sino que realmente ella se estaba muriendo. Cuando logré calmar mi espíritu, le dije:

"Sabes, querida, que te estás muriendo?
"Muriendo! Tú lo crees? Por qué piensas tal cosa?
"Puedo ver que sí, querida. Tus fuerzas se están acabando.
"De veras? No siento ningún dolor, solamente cansancio. " Sí, estás partiendo para la Casa paterna en breve estarás con Jesús.

"Mi querida esposa, acordándose de mí y de cómo yo me iba a quedar solo, en un tiempo de tan grandes luchas, privado de la compañera con la cual había tenido la costumbre de llevar todos los problemas al trono de la gracia, me dijo: Lo Siento mucho..
Entonces ella se detuvo, como queriendo corregir lo que dijera, por eso le pregunté:

"¿Sientes pena de irte para estar con Jesús?"

"Nunca me olvidaré de cómo ella me miró y me respondió:  Oh, no. Bien sabes, querido, que durante más de diez años no hubo sombra alguna entre mi Salvador y yo. No siento la partida para estar con El, sino que me entristezco porque tendrás que quedarte solito en estas luchas. Pero. . . El estará contigo y te suplirá todas tus necesidades."

"Nunca presencié una escena tan conmovedora", escribió la señora Duncan: "Cuando la señora de Taylor dio su último suspiro, el señor Taylor cayó de rodillas, con su corazón transido de dolor, y la entregó al Señor, agradeciéndole la dádiva de los doce años y medio que pasaron juntos. Le agradeció también la bendición de que El mismo se la llevara a su presencia. Entonces, solemnemente se dedicó a sí mismo nuevamente al servicio del Señor."

Como es de suponerse, Satanás no dejó que la Misión del Interior de la China invadiese su territorio con veinticuatro obreros más, sin incitar al pueblo a una mayor persecución. En muchos lugares se distribuyeron impresos que atribuían a los extranjeros los más bárbaros y horripilantes crímenes, especialmente a los que propagaban la religión de Jesús. Ciudades enteras se alborotaron, y muchos de los misioneros tuvieron que abandonarlo todo y huir para escapar con vida.

Casi seis años después que "el grupo del Lammermuir" desembarcase en la China, Hudson Taylor estaba nuevamente de regreso en Inglaterra. Durante ese tiempo de la obra en la China, la misión había aumentado de dos estaciones con siete obreros, a trece estaciones con más de treinta misioneros y cincuenta obreros, estando separadas las estaciones, una de la otra, a unos ciento veinte kilómetros, como termino medio.

Fue durante esa visita a Inglaterra que Hudson Taylor se casó con la señorita Faulding, también una fiel y probada misionera a la China.

En ese tiempo, cierta persona amiga escribió lo siguiente acerca de Hudson Taylor:

"El señor Taylor anunció un himno, se sentó al armonio y tocó. No fui atraído por su personalidad. Era de físico delgado y habló con una voz suave. Como los demás jóvenes, yo creía que una voz potente siempre acompañaba a un prestigio verdadero. Pero cuando él dijo: 'Oremos' y nos dirigió en la oración, mudé de parecer; yo nunca había oído a nadie orar como él. Había en su oración una determinación, un poder, que hizo que todas las personas presentes se humillaran y se sintieran ante la presencia de Dios. Hablaba con Dios frente a frente, como si estuviese hablando con un amigo suyo. Sin duda tal oración era el fruto de una larga permanencia con el Señor; era como el rocío que baja del cielo. He oído orar a muchos hombres, pero nunca había oído a nadie como el señor Taylor y el señor Spurgeon. Nadie, después de haber oído cómo esos hombres oraban, puede olvidarse de tales oraciones. La mayor experiencia que he tenido en mi vida fue oír al señor Spurgeon, quien tomó, como si dijésemos, de la mano a un auditorio de seis mil personas y lo llevó hasta el Santo de los Santos. Y escuchar al señor Taylor rogar por China fue como reconocer algo de lo que significa la oración eficaz del justo."

Fue en 1874 que Hudson Taylor escribió lo siguiente, cuando junto con su esposa, subía el gran río Yangtsé y meditaba sobre las nueve provincias que se extendían desde los trópicos de Birmania hasta las altiplanicies de Mongolia y las montañas del Tibet:

"Mi alma ansía y mi corazón desea con ardor la evangelización de los 180 millones de habitantes de esas provincias que se encuentran sin obreros cristianos. (Oh, si yo tuviese cien vidas para consumirlas o darlas en bien de ellos!")

Pero, en medio del viaje, recibieron la noticia de la muerte de Amelia Blatchley, la fiel misionera, en Inglaterra. Ella no solamente cuidaba a los hijos del señor Taylor, sino que también servía como secretaria de la Misión.

Fue grande la tristeza que sintió Hudson Taylor cuando llegó a Inglaterra y encontró que no solamente sus hijos queridos estaban separados y dispersos, sino que la obra de la Misión estaba casi paralizada. Pero ésa no fue aún su mayor tristeza. Durante su viaje por el río Yangtsé, el señor Taylor, al bajar la escalera del navío, sufrió una seria caída, pues cayó sobre los calcañares, de tal manera que el golpe lesionó la espina dorsal. Después de llegar a Inglaterra, la lesión producida por la caída se agravó hasta dejarlo postrado en cama. Fue entonces que le sobrevino la mayor crisis de su vida, justamente cuando había la mayor necesidad de sus esfuerzos.(Completamente paralítico de las piernas, tenía que pasar todo el tiempo acostado boca arriba!)

Una pequeña cama era su prisión; o mejor dicho, era su oportunidad. Al pie de la cama, en la pared, se encontraba colgado un mapa de la China. Y alrededor de él, de día y de noche, estaba la Presencia divina.

Allí, acostado de espaldas, mes tras mes, permaneció nuestro héroe, rogando y suplicando al Señor a favor de la China. Le fue concedida la fe para pedir que Dios enviase 18 misioneros. En respuesta a sus Llamamientos para la oración, escritos con la mayor dificultad y publicados en el periódico, sesenta jóvenes respondieron de una vez. Veinticuatro de ellos fueron escogidos. Allí al lado de su lecho, él inició clases para los futuros misioneros y les enseñó las primeras lecciones de la lengua china  y el Señor los envió para la China.

El siguiente párrafo nos habla de cómo el misionero que se encontraba inutilizado físicamente se puso bien:

"El se curó tan maravillosamente, en respuesta a sus oraciones, que podía cumplir con un increíble número de sus obligaciones. Pasó casi todo el tiempo de sus vacaciones con sus hijos en Guernsey, escribiendo. Durante los quince días que pasó allí, a pesar de tener deseos de compartir con sus hijos las delicias de la playa, salió con ellos solamente una vez. Sin embargo, dedicó su tiempo a escribir y las cartas que escribió para la China y otros lugares, valieron más que el oro."

Cierto misionero escribió lo siguiente acerca de una visita que le hiciera en la China:

"Nunca me olvidaré del gozo y la amabilidad con que me recibió. Me condujo inmediatamente a la "oficina" de la Misión del Interior de la China. Debo decir que fue para mí una sorpresa o una extrañeza, o ambas cosas? Los "muebles" eran cajones de madera. Una mesa estaba cubierta de innumerables papeles y cartas. Al lado de la chimenea había una cama, bien arreglada, que tenía un pedazo de tapete que le servía de cubrecama. En esa cama el señor Taylor descansa tanto de día como de noche.

"El señor Taylor, sin ofrecerme ninguna disculpa, se tendió en la cama y comenzamos la plática más preciosa de toda mi vida. Todos los conceptos que yo tenía sobre las cualidades que debe poseer un 'gran hombre', quedaron completamente cambiados; no había en él nada de espíritu de superioridad. Vi en él el ideal de Cristo, de la verdadera grandeza, tan evidente que permanece aún en mi corazón, a través de los años, hasta el momento presente. Hudson Taylor reconocía profundamente que para evangelizar a los millones de chinos, era imperioso que los creyentes de Inglaterra mostrasen mucha más abnegación y sacrificio. Pero, cómo podía él insistir en que otros practicasen el sacrificio, sin primeramente practicarlo él en su propia vida? Así pues, él cortó deliberadamente de su vida toda apariencia de comodidad y lujo."

Durante los viajes que hizo por el interior de la China, "invariablemente él se levantaba para pasar una hora con Dios, antes que rayase el día", escribió otro, que lo acompañaba, a veces, para irse después a dormir nuevamente. "Cuando yo me despertaba para ir a alimentar a los animales, siempre lo encontraba leyendo la Biblia a la luz de una vela. Fuese cual fuese el ambiente o el bullicio en las hospederías inmundas, no descuidaba el hábito de leer su Biblia. En tales viajes, por lo general oraba de bruces, porque le faltaban fuerzas para permanecer tanto tiempo arrodillado." "¿Cuál será hoy el tema de su discurso?  le preguntó cierto creyente que viajaba con él en el mismo tren.

"No sé a ciencia cierta; aún no he tenido tiempo para decidirlo, le respondió Hudson Taylor.

"¿ Que no tuvo tiempo!  exclamó el hombre . Pero, qué otra cosa ha hecho usted sino descansar, después que se sentó allí?

"No conozco lo que sea descansar" fue la respuesta serena que él le dio . Desde que nos embarcamos en Edimburgo, he pasado todo este tiempo orando y llevando todos los nombres de los miembros de la Misión del Interior de la China, y los problemas de cada uno, al Señor."

No llegamos a comprender cómo en medio de una de las mayores obras de evangelización de toda la historia, él podía decir:

"Nunca fuimos obligados a abandonar una puerta abierta, por falta de recursos. A pesar de que en muchas ocasiones gastamos hasta el último centavo, a ninguno de los obreros nacionales, ni a ninguno de los misioneros, les faltó el 'pan' cotidiano prometido. Los tiempos de privaciones son siempre tiempos bendecidos, y lo que es necesario nunca llega demasiado tarde."

Otro secreto del gran éxito que alcanzó al llevar el mensaje de salvación al interior de la China, fue la determinación de que la obra no solamente continuase con carácter internacional, sino también que se extendiese entre todas las denominaciones, es decir, que se aceptase a misioneros dedicados a Dios, de cualquier nacionalidad y de cualquier denominación.

En 1878, al regresar de un viaje, comenzó a orar pidiendo que Dios enviase treinta misioneros más, antes de que acabase el año 1879. Si consideramos todo el dinero que hacía falta para pagar los pasajes y sustentar a tantas personas, ¿diremos que su fe era grande? Pues bien, veintiocho personas, cuyo corazón ardía por el deseo de la salvación de los perdidos de la China, confiando solamente en Dios para su sustento cotidiano, se embarcaron antes de acabar el año 1878, y seis más partieron en 1879.

En una conversación que tuvo con un compañero de luchas, en la ciudad de Wuchang, Hudson Taylor comenzó a enumerar los puntos estratégicos en que debían comenzar inmediatamente a evangelizar los dos millones de habitantes del valle del gran río Yangtsé, y el de su tributario, el río Han. Con no más de cincuenta o sesenta nuevos obreros, la Misión no podía dar semejante paso ! (y la propia Misión no tenía más de cien obreros en total)! Sin embargo, a Hudson Taylor le fue dada la fe de pedir otros setenta  recordando las palabras: Designó el Señor también a otros setenta.

"Hoy nos reunimos para pasar el día en ayuno y oración", escribió Hudson Taylor el 30 de junio de 1872. "El Señor nos bendijo grandemente. . . Algunos pasaron, la mayor parte de la noche en oración.. . El Espíritu Santo nos llenó hasta parecernos imposible recibir más sin morir."

En cierto culto alabamos ininterrumpidamente a Dios durante casi dos horas, por los setenta obreros ya recibidos  mediante la fe. En realidad se recibieron más de setenta, y dentro del plazo fijado.

El Señor condujo la Misión poco a poco, a tener una visión todavía más amplia y llevó a los obreros a pedir al Señor otros cien, en 1887. Así dijo el señor Stephenson: "Si me mostrase una foto de todos los cien, sacada aquí en la China, no sería más real de lo que realmente es."

Con todo, Hudson Taylor no inició precipitadamente el programa de orar y de esforzarse para recibir cien misioneros más. Como siempre, debía tener la seguridad de la dirección de Dios, antes de resolverse a orar y de esforzarse para alcanzar la meta.

¡Seis veces más del número que habían pedido se ofrecieron para ir! Pero la Misión rechazó firmemente a todos los que no concordaban con los principios declarados desde el comienzo. Así pues, exactamente el número pedido embarcó para la China  no fueron ciento uno ni tampoco noventa y nueve, sino exactamente cien.

Después que Hudson Taylor visitó el Canadá, los Estados Unidos y Suecia en 1888 y 1889, la Misión del Interior de la China alcanzó uno de sus mayores progresos, nunca antes registrados en los anales de la historia de las misiones. Al referirse a su visita a Suecia, nuestro misionero escribió lo siguiente acerca del pesar que lo acompañó durante todo ese viaje:

"Confieso que me siento avergonzado porque hasta este momento nunca antes había meditado sobre lo que el Maestro realmente quiso expresar cuando mandó a predicar el evangelio a toda criatura. Durante muchos años me esforcé, como muchos otros siervos de Dios, para llevar el evangelio a los lugares más distantes; hice planes para alcanzar a todas las provincias y muchos de los distritos menores de la China, sin comprender el sentido evidente de las palabras del Salvador.

"¿A toda criatura? El número total de propagadores entre los creyentes de la China no pasaba de cuarenta mil. Si hubiese otro tanto de adherentes, o si ese número se triplicase, y si cada uno de ellos llevase el mensaje a ocho de sus compatriotas aún así, no llegarían a más de un millón. A toda criatura: estas palabras me quemaban el alma. ¡Pero cómo la iglesia, y yo mismo, fallábamos en aceptarlas justamente como Cristo quería! Eso lo percibí entonces; y para mí había solamente una salida, la de obedecer al Señor.

"¿Cuál será nuestra actitud para con el Señor Jesucristo con respecto a esa orden? Substituiremos acaso el título de 'Señor', que le fue dado, para reconocerlo sólo como nuestro Salvador? Aceptaremos el hecho de que El quitó la penalidad del pecado, y rehusaremos reconocer que fuimos comprados por precio, y que El tiene derecho de esperar nuestra obediencia implícita? Diremos que somos nuestros propios señores, listos a concederle lo que le debemos a El que nos compró con su propia sangre, con la condición de que El no nos pida demasiado? Nuestra vida, nuestros seres queridos, nuestras posesiones, son solamente nuestros, no son de El? Daremos lo que creemos conveniente y obedeceremos su voluntad si El no nos pide demasiados sacrificios? Estamos dispuestos a dejar que Jesucristo nos lleve a los cielos, pero no queremos que ese hombre reine sobre nosotros?

"El corazón de todo hijo de Dios rechazará, seguramente, tal hecho así formulado: pero no es verdad que innumerables creyentes, en todas las generaciones, se comportaron y se comportan como si ésa fuese la propia base de su vida? Son pocas las personas de entre el pueblo de Dios, que reconocen la verdad de que o Cristo es el Señor absoluto, o no lo es en forma alguna! Si somos nosotros los que juzgamos la Palabra de Dios, y no es la Palabra la que nos juzga; si concedemos a Dios solamente cuanto queremos, entonces somos nosotros los señores y El es nuestro Deudor, y consecuentemente, El debe estar agradecido por la limosna que le damos; debe sentir gratitud por nuestro asentimiento a sus deseos. Sí por el contrario, El es el Señor, entonces debemos tratarlo como Señor: ¿por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?"

Fue así como Hudson Taylor, sin esperarlo, obtuvo la más amplia visión de su vida, una visión que dominó la última década de su ministerio. Con los cabellos ya grises, después de cincuenta y siete años de experiencia, afrontó el nuevo sentido de responsabilidad con la misma fe y confianza que lo caracterizaban cuando era más joven. Su alma ardía al meditar en sus antiguos propósitos! Se volvió aún más firme al ejecutar la visión de otrora!

Fue así como se sintió guiado a unificar todos los grupos evangélicos que trabajaban en la evangelización de la China, pidiéndoles que orasen y se esforzasen por aumentar el número de misioneros, enviando otros mil, en el espacio de cinco años. El número exacto de misioneros enviado a la China durante ese período, fue de mil ciento cincuenta y tres!

No es pues de admirar que las fuerzas físicas de Hudson Taylor comenzasen a flaquear, no tanto por las privaciones y el cansancio de los continuos viajes, ni por los agotadores esfuerzos de escribir y predicar, ni debido al peso de las grandes e innumerables responsabilidades de dirigir la Misión del Interior de la China. Los que lo conocían íntimamente, sabían que era un hombre gastado de tanto amar.

La gloriosa cosecha de almas que tenía lugar en la China, aumentaba cada vez más. Pero la situación política del país empeoraba día tras día, hasta que culminó en la matanza de los bóxers, en el año 1900, cuando centenares de creyentes fueron muertos. Solamente de la Misión del Interior de la China perecieron cincuenta y ocho misioneros, y veintiuno de sus hijos.

En esa ocasión Hudson Taylor y su esposa se encontraban nuevamente en Inglaterra, cuando comenzaron a llegar telegrama tras telegrama, comunicándoles los horribles sucesos acaecidos en la China; aquel corazón que tanto amaba a cada uno de los misioneros, casi cesó de latir a causa de esas noticias. Acerca de esos acontecimientos él se expresó así: "No sé leer, ni sé pensar, ni siquiera sé orar; pero sí sé confiar."

Cierto día, algunos meses después, Hudson Taylor, con el corazón transido de dolor y las lágrimas corriéndole por el rostro, estaba contando lo que había leído en la carta que acababa de recibir de dos misioneras, que la habían escrito justamente el día antes de ser asesinadas en las manos de los bóxers. He aquí lo que él dijo:

"Oh, qué gozo el de salir de tal motín de personas enfurecidas, para ir ante la presencia del Señor, para estar en su regazo y contemplar su sonrisa!" Cuando pudo continuar, añadió: "¡Ellas ahora no están arrepentidas, pues tienen la corona incorruptible! Andan con Cristo en vestiduras blancas, porque son dignas."

Hablando acerca de su gran deseo de ir a Shangai, para estar al lado de los refugiados, él dijo: "No sé si podría ayudarlos, pero sé que me aman. Si pudiesen venir a mí en su tristeza para llorar juntos, al menos podrían tener un poco de consuelo." Pero al recordar que le era imposible realizar tal viaje por causa de su salud quebrantada, su tristeza parecía mayor de lo que podía soportar.

A pesar de sentir profundamente su incapacidad para trabajar como de costumbre, encontró un gran alivio al permanecer junto a su esposa, a quien tanto amaba. Terminó para ellos la época en que debían pasar largos meses y años separados uno del otro, debido a las luchas que él debía sostener en tantos lugares.

Fue el 30 de julio de 1904 que su esposa falleció. "No siento ningún dolor, ningún dolor", le decía ella, a pesar de la dificultad para respirar. Entonces, de madrugada, percibiendo la angustia de espíritu de su marido, le pidió que orase rogando al Señor que se la llevase lo más pronto posible. Esa fue la oración más difícil de la vida de Hudson Taylor, pero por amor a ella, oró pidiendo a Dios que libertase el espíritu de su querida esposa. Después que él oró, en cuestión de minutos la angustia cesó en su pecho y ella durmió poco después en Cristo.

La desolación de espíritu que Hudson Taylor sintió después de la partida de su fiel compañera, era indescriptible. Sin embargo, encontró una paz inefable en esta promesa: Bástate mi gracia. Comenzó a recuperar las fuerzas físicas, y en la primavera hizo su séptimo viaje a los Estados Unidos de América. Desde allí hizo su último viaje a la China, desembarcando en Shangai el 17 de abril de 1905.

El valiente jefe de la Misión, después de tan prolongada ausencia, fue recibido en todos los lugares con grandes manifestaciones de amor y estimación por parte de los misioneros y de los creyentes, especialmente de los que escaparon de los indescriptibles espectáculos de la insurrección de los bóxers.

En Chin Kiang, el veterano misionero visitó el cementerio donde están grabados los nombres de cuatro hijos y de su esposa. Los recuerdos eran motivo de inmenso gozo, es decir, el día de la gran reunión se aproximaba.

En medio del viaje cuando visitaba las iglesias allí en la China, sin que nadie lo esperase, ni él mismo, acabó su carrera en la tierra. Eso aconteció en la ciudad de Chang sha, el 3 de junio de 1905. Su nuera contó lo siguiente, sobre ese acontecimiento: "Nuestro querido Papá estaba acostado. Conforme a su costumbre, sacó de su cartera las cartas de sus seres queridos y las extendió sobre la cama. Se inclinó para leer una de las cartas cerca del candelero encendido, que estaba colocado sobre una silla al lado de su lecho. Para que él no se sintiese demasiado incómodo, le arreglé otra almohada y se la coloqué debajo de la cabeza, y me senté en una silla a su lado. Le mencioné las fotografías de la revista Missionary Review que estaba abierta sobre la cama. Howard mi esposo, había salido para ir a buscar algo que comer, cuando Papá de repente viró la cabeza y abrió la boca como si quisiera estornudar. Enseguida abrió la boca por segunda y por tercera vez pero no dijo nada, no pronunció palabra alguna. No mostró ninguna dificultad en su respiración, ni tuvo ninguna ansiedad. No me miró. . . no parecía consciente. . . No era la muerte: era la entrada a la vida inmortal. Su semblante reflejaba descanso y serenidad. Las arrugas que habían surcado su rostro, debido al peso de largos años de lucha, parecían haber desaparecido en pocos momentos. Parecía una criatura dormida en el regazo de su madre; el propio cuarto parecía estar lleno de una inefable paz."

En la ciudad de Chin kiang, a la orilla del gran río que tiene una anchura de más de dos kilómetros, fue enterrado el cuerpo de Hudson Taylor.

Fueron muchísimas las cartas de condolencia que se recibieron de los fieles hijos de Dios del mundo entero. Emocionantes fueron los cultos celebrados en su memoria en varios países. Impresionantes fueron los artículos y libros publicados acerca de sus victorias en la obra de Dios. Pero las voces más destacadas, las que Hudson Taylor habría apreciado más si hubiera podido oírlas, fueron las de los muchos niños chinos, los cuales cantando alabanzas a Dios colocaron flores sobre su tumba.

JUAN PATON


Misionero a los antropófagos 1824_1907


Cerca de Dalswinton, en Escocia, vivía un matrimonio conocido en toda la región como los viejos Adán y Eva. A ese hogar llegó de visita, cierta vez, una sobrina, Janet Rogerson. Es de suponerse que no hubiese muchas cosas en aquella casa aislada de un par de ancianos, que pudiesen distraer a la joven siempre viva y alegre. Pero algo le atrajo su interés; cierto muchacho llamado Santiago Paton, entraba, día tras día, en el bosque próximo a la casa. Llevaba siempre un libro en la mano, como si él fuese allí con el propósito de estudiar y meditar. Cierto día, la jovencita, vencida por la curiosidad, entró furtivamente por entre los árboles y espió al muchacho que recitaba los Sonetos Evangélicos de Erskine. Su curiosidad se convirtió en una santa admiración cuando el joven, dejando el sombrero a un lado, en el suelo, se arrodilló debajo de un árbol para derramar su alma en oración ante Dios. Ella, con su espíritu juguetón, avanzó y le colgó el sombrero en una rama del árbol que estaba más próximo. En seguida se escondió en donde pudo, para presenciar cómo el muchacho, perplejo, iba a estar buscando su sombrero. Al día siguiente la escena se repitió. Pero el corazón de la muchacha se conmovió al ver la perturbación del joven, inmóvil por algunos minutos, con el sombrero en la mano. Fue así como él, al volver al día siguiente al lugar donde se arrodillaba diariamente, encontró una tarjeta prendida en el árbol. La tarjeta decía lo siguiente: "La persona que escondió su sombrero se confiesa sinceramente arrepentida de haberlo hecho y le pide que ore, rogando a Dios que la convierta en una creyente tan sincera como lo es usted."

El joven se quedó mirando por algún tiempo la tarjeta, olvidándose completamente de los Sonetos aquel día. Por fin, desprendió la tarjeta del árbol, y estaba reprochándose por no haberse dado cuenta de que era un ser humano quien le había escondido el sombrero en dos ocasiones, más tarde vio entre los árboles, una muchacha que llevaba un balde en la mano, cantando un himno escocés que pasaba frente a la casa del viejo Adán.

En aquel momento el muchacho, por instinto divino y en forma tan infalible como por cualquier voz que jamás hablara a un profeta de Dios, supo que la visita angélica que había invadido su retiro de oración, era la gentil y hábil sobrina de los viejos Adán y Eva. Santiago Paton todavía no conocía a Janet Rogerson, pero había oído hablar de sus extraordinarias cualidades intelectuales y espirituales.

Es probable que Santiago Paton comenzase a orar por ella — en un sentido diferente de aquel que ella le pidiera. De cualquier manera, la joven había hurtado, no solamente el sombrero del muchacho, sino también su leal corazón — un hurto que tuvo como resultado el casamiento de los dos.

Santiago Paton, fabricante de medias del condado de Dunfries y su esposa Janet, andaban, como Zacarías y Elizabeth en la antigüedad, en forma irreprensible delante del Señor. Cuando les nació el primogénito, le pusieron el nombre de Juan, dedicándolo solemnemente a Dios, en sus oraciones, para que fuese misionero a los pueblos que no tenían la oportunidad de conocer a Cristo.

Entre la casa propiamente dicha, en que vivía la familia Paton, y la parte que servía de fábrica, había un pequeño aposento. Acerca de ese cuarto, Juan Paton escribió lo siguiente: "Ese era el santuario de nuestra humilde casa. Varias veces al día, generalmente después de las comidas, nuestro padre entraba en aquel cuarto y, "cerrada la puerta", oraba. Nosotros, sus hijos, comprendíamos como por instinto espiritual, que esas oraciones eran por nosotros, como sucedía en la antigüedad cuando el sumo sacerdote entraba detrás del velo al Lugar Santísimo, para interceder en favor del pueblo. De vez en cuando se oía el eco de una voz, en un tono como de quien suplica por la vida; pasábamos delante de esa puerta de puntillas, a fin de no perturbar esa santa e íntima conversación. El mundo exterior no sabía de dónde provenía el gozo que resplandecía en el rostro de nuestro padre; pero nosotros, sus hijos, sí lo sabíamos; era el reflejo de la Presencia divina, la cual era siempre una realidad para él en la vida cotidiana. Nunca espero sentir, ni en el templo, ni en las sierras, ni en los valles, a Dios más cerca, más visible, andando y conversando más íntimamente con los hombres, que en aquella humilde casa cubierta de paja. Si, debido a una catástrofe indecible, todo cuanto pertenece a la religión fuese borrado de mi memoria, mi alma volvería de nuevo a los tiempos de mi mocedad: se encerraría en aquel santuario, y al oír nuevamente los ecos de aquellas súplicas a Dios, lanzaría lejos toda duda con este grito victorioso: Mi padre anduvo con Dios; ¿por qué no puedo andar yo también?"

En la autobiografía de Juan Paton se ve que sus luchas diarias eran grandes. Pero lo que leemos a continuación, revela cuál era la fuerza que operaba para que él siempre avanzase en la obra de Dios:

"Antes, sólo se celebraban cultos domésticos los domingos en la casa de mis abuelos: pero mi padre indujo a mi abuela primero, y luego a todos los miembros de la familia, para que orasen y leyesen un pasaje de la Biblia y cantasen un himno diariamente, por la mañana y por la noche. Fue así que mi padre comenzó, a los diecisiete años de edad, la bendita costumbre de celebrar cultos matinales y vespertinos en su casa; ésa fue una costumbre que observó, tal vez, sin ninguna excepción, hasta que se halló en el lecho de muerte, a los 78 años de edad; cuando aun en ese su último día de vida se leyó un pasaje de las Escrituras, y se oyó su voz mientras oraba. Ninguno de sus hijos se recuerda de un solo día que no hubiese sido así santificado; muchas veces había prisa por atender algún negocio; innúmeras veces llegaban amigos, disfrutábamos de momentos de gran gozo o de profunda tristeza; pero nada nos impedía que nos arrodillásemos alrededor del altar familiar, mientras el sumo sacerdote dirigía nuestras oraciones a Dios y se ofrecía a sí mismo y a sus hijos al mismo Señor. La luz de tal ejemplo era una bendición, tanto para el prójimo, como para nuestra familia. Muchos años después me contaron que la mujer más depravada de la villa, una mujer de la calle, pero que más tarde fue salvada y reformada por la gracia divina, declaró que la única cosa que evitó que cometiese suicidio fue que, encontrándose ella una noche obscura cerca de la ventana de la casa de mi padre, lo oyó implorando en el culto doméstico, que Dios convirtiese "al impío del error de su camino y lo hiciese lucir como una joya en la corona del Redentor". "Vi", dijo ella, "cómo yo era un gran peso sobre el corazón de ese buen hombre, y sabía que Dios respondería a sus súplicas. Fue por causa de esa seguridad que no entré al infierno y que encontré al único Salvador."

No es de admirarse que en tal ambiente, tres de los once hijos, Juan, Walter y Santiago, fuesen inducidos a entregar su vida a la obra más gloriosa, que es la de ganar almas. Creemos que este punto no estaría completo si no le añadiésemos un párrafo más de la misma autobiografía:

"Hasta qué punto fui impresionado en ese tiempo por las oraciones de mi padre, no lo puedo decir, ni nadie podría comprenderlo. Cuando todos nos encontrábamos arrodillados alrededor de él en el culto doméstico, y él, igualmente de rodillas, derramaba toda su alma en oración, con lágrimas, no sólo por todas las necesidades personales y domésticas, sino también por la conversión de aquella parte del mundo donde no había predicadores para servir a Jesús, nos sentíamos en la presencia del Salvador vivo y llegamos a conocerlo y amarlo como nuestro Amigo divino. Cuando nos levantábamos después de esas oraciones, yo acostumbraba quedarme contemplando la luz que reflejaba el rostro de mi padre y ansiaba tener el mismo espíritu; anhelaba, como respuesta a sus oraciones, tener la oportunidad de prepararme y salir, llevando el bendito evangelio a una parte del mundo que estuviese entonces sin misionero."

Acerca de la disciplina en el hogar, veremos aquí lo que él escribió:

"Si había algo realmente serio para corregir, mi padre se retiraba primeramente al cuarto de oración, y nosotros comprendíamos que él estaba llevando el caso ante Dios; ¡ésa era la parte más severa del castigo para mí! Yo estaba listo a encarar cualquier castigo, pero esto que él hacía penetraba en mi conciencia como un mensaje de Dios. Amábamos aún más a nuestro padre al ver cuánto tenía que sufrir para castigarnos, y, de hecho, tenía muy poco que castigar, pues nos dirigía a todos nosotros, sus once hijos, mucho más mediante el amor que mediante el temor."

Por fin llegó el día en que Juan tenía que dejar el hogar paterno. Sin tener dinero para el pasaje y con todo lo que poseía, incluyendo una Biblia, envuelta en un pañuelo, salió a pie para ir a trabajar y a estudiar en Glasgow. El padre lo acompañó durante una distancia de nueve kilómetros. Durante el último kilómetro, antes de separarse, los dos caminaron sin decirse una palabra — el hijo sabía por el movimiento de los labios de su padre, que él iba orando en su corazón, por él. Al llegar al lugar donde debían separarse uno del otro, el padre balbuceó: "iQue Dios te bendiga hijo mío! ¡Que el Dios de tu padre te prospere y te guarde de todo mal!" Después de abrazarse mutuamente el hijo salió corriendo, mientras el padre de pie en medio del camino, inmóvil, con el sombrero en la mano y las lágrimas corriéndole por el rostro, continuaba orando con todo su corazón. Algunos años después el hijo confesó que esa escena se le había quedado grabada en su alma, y lo estimulaba como un fuego inextinguible a no desilusionar a su padre en lo que de él esperaba, es decir, que siguiese su bendito ejemplo de andar siempre con Dios.

Durante los tres años de estudios que pasó en Glasgow, a pesar de trabajar con sus propias manos para sustentarse, Juan Paton hizo, en el gozo del Espíritu Santo, una gran obra en la siega del Señor. No obstante, resonaba constantemente en sus oídos el clamor de los salvajes de las islas del Pacífico y ése fue el asunto que ocupó principalmente sus meditaciones y oraciones diarias. Había otros que podían continuar la obra que él hacía en Glasgow, pero ¡¿Quién deseaba llevar el evangelio a esos pobres bárbaros?!

Al declarar su resolución de ir a trabajar entre los antropófagos de las Nuevas Hébridas, casi todos los miembros de su iglesia se opusieron a su salida. Uno de los más estimados hermanos así se explicó: "Entre los antropófagos! ¡Será comido por los antropófagos!" A eso Juan Paton respondió: "Usted hermano, es mucho mayor que yo, y en breve será sepultado y luego será comido por los gusanos; le digo a usted hermano, que si yo logro vivir y morir sirviendo y honrando al Señor Jesús, no me importará ser comido por los antropófagos o por los gusanos; en el gran día de la resurrección mi cuerpo se levantará tan bello como el suyo, a semejanza del Redentor resucitado."

En efecto, las Nuevas Hébridas habían sido bautizadas con sangre de mártires. Los dos misioneros Williams y Harris que habían sido enviados para evangelizar esas islas pocos años antes, fueron muertos a garrotazos, y sus cadáveres fueron cocidos y comidos. "Los pobres salvajes no sabían que habían asesinado a sus amigos más fieles; así pues, los creyentes de todos los lugares al recibir la noticia del martirio de los dos, oraron con lágrimas por esos pueblos despreciados."

Y Dios oyó sus súplicas llamando entre otros a Juan Paton. Sin embargo, la oposición a su salida era tal que él resolvió escribir a sus padres. Mediante su respuesta llegó a saber que ellos lo habían dedicado para tal servicio el mismo día de su nacimiento. Desde ese momento, Juan Paton ya no tuvo más duda de que ésa era la voluntad de Dios, y decidió en su corazón emplear toda su vida sirviendo a los indígenas de las islas del Pacífico.

Nuestro héroe nos cuenta muchas cosas de interés acerca del largo viaje en barco de vela a las Nuevas Hébridas. Casi al fin del viaje se quebró el mástil del navío. Las aguas los llevaban lentamente para Tana, una isla de antropófagos, donde todo su equipaje habría sido saqueado y todos los de a bordo cocidos para ser comidos. Sin embargo, Dios oyó sus súplicas y alcanzaron otra isla. Unos meses después fueron a la misma isla de Tana, donde consiguieron comprar un terreno de los salvajes y edificar una casa. Resulta conmovedor leer que construyeron la casa sobre los mismos cimientos que había echado el misionero Turner quince años antes, y quien tuvo que huir de la isla para escapar de ser muerto y comido por los salvajes.

Acerca de su primera impresión sobre la gente, Paton escribió: "Estuve al borde de la mayor desesperación. Al ver su desnudez y miseria sentí tanto horror como piedad. ¿Había yo dejado la obra entre mis amados hermanos de Glasgow, obra en la que sentía un gran gozo para dedicarme a criaturas tan degeneradas como éstas? Me pregunté a mí mismo: '¿Será posible enseñarles a distinguir entre el bien y el mal, y llevarlos a Cristo, o aun civilizarlos?' Pero todo eso fue apenas un sentimiento pasajero. Luego sentí un deseo tan profundo de llevarlos al conocimiento y al amor de Jesús, como jamás había sentido antes cuando trabajaba en Glasgow."

Antes de que la casa donde irían a vivir los Paton estuviese terminada, hubo una batalla entre dos tribus. Las mujeres y los niños huyeron hacia la playa, donde conversaban y reían ruidosamente, como si sus padres y hermanos estuviesen ocupados en algún trabajo pacífico. Pero mientras los salvajes gritaban y se empeñaban en conflictos sangrientos, los misioneros se entregaban a la oración por ellos. Los cadáveres de los muertos fueron llevados por los vencedores hasta una caldera de agua hirviendo, donde fueron cocinados y comidos. En la noche todavía se escuchaba el llanto y los gritos prolongados de las aldeas vecinas. Los misioneros fueron informados de que un guerrero, herido en la batalla, había acabado de morir en su casa. Su viuda fue estrangulada inmediatamente, conforme a la costumbre, para que su espíritu acompañase al espíritu del marido y continuase sirviéndole de esclava.

Los misioneros entonces, en ese ambiente de la más repugnante superstición, de la más baja crueldad y de la más flagrante inmoralidad, se esforzaron por aprender a usar todas las palabras posibles de ese pueblo que no conocía la Escritura. Anhelaban hablar de Jesús y del amor de Dios a esos seres que adoraban árboles, piedras, fuentes, riachos, insectos, espíritus de los hombres fallecidos, reliquias de cabellos y uñas, astros, volcanes, etc. etc.

La esposa de Paton era una colaboradora muy esforzada y en el espacio de pocas semanas reunió a ocho mujeres de la isla y las instruía diariamente. Tres meses después de la llegada de los misioneros a la isla, la esposa de Paton falleció de malaria y un mes después su hijito también murió. ¡Resulta imposible describir el inmenso pesar que sentía Paton durante los años que trabajó sin su colaboradora en Tana! A pesar de casi haber muerto también de malaria; a pesar de que los creyentes insistían en que volviese a su tierra; y a pesar de que los indígenas hacían un plan tras otro plan para matarlo y luego comérselo, ese héroe permaneció orando y trabajando fielmente en el puesto donde Dios lo había colocado.

Se construyó un templo y un buen número de indígenas se congregaba allí para oír el mensaje divino. Paton no solamente logró llevar la lengua de los tanianos a la forma escrita, sino que también tradujo a esa lengua una parte de las Escrituras, la cual imprimió, a pesar de no conocer el arte tipográfico. Acerca de esa gloriosa hazaña de imprimir el primer libro en taniano, él escribió lo siguiente: "Confieso que grité de alegría cuando la primera hoja salió de la prensa, con todas las páginas en orden adecuado; era entonces la una de la mañana. Yo era el único hombre blanco en la isla, y hacía horas que todos los nativos dormían. No obstante, tiré mi sombrero al aire y dancé como un chiquillo, durante algún tiempo, alrededor de la máquina impresora.

"¿Habré perdido la razón? ¿No debería yo, como misionero, estar de rodillas alabando a Dios, por esta nueva prueba de su gracia? ¡Creedme amigos, mi culto fue tan sincero como el de David, cuando danzó delante del Arca de su Dios! No debéis pensar que, después de que estuvo lista la primera página, yo no me arrodillé pidiendo al Todopoderoso que propagase la luz y la alegría de su santo Libro en los corazones entenebrecidos de los habitantes de aquella tierra inculta."

Luego, cuando Paton había pasado tres años en Tana, una pareja de misioneros que vivía en la isla vecina, Erromanga, fue martirizada bárbaramente a hachazos, en pleno día. Cuando se cumplieron cuatro años de estar viviendo en Tana, el odio de los indígenas de esa isla llegó al máximo. Diversas tribus acordaron matar al "indefenso" misionero y acabar de esa manera con la religión del Dios de amor en toda la isla. Sin embargo, como él mismo se declaraba inmortal hasta acabar su obra en la tierra, eludía, en pleno campo, los innúmeros lanzazos, hachazos y porrazos que le dirigían los indígenas, y así, logró escapar a la isla de Aneitium. Entonces decidió ocuparse en la obra de traducción del resto de los Evangelios a la lengua taniana, mientras esperaba la oportunidad de volver a Tana. Con todo, se sintió dirigido a aceptar un llamado para ir a Australia. En el transcurso de unos meses, animó a las iglesias a que compraran una embarcación de vela para el servicio de los misioneros. También las instó a que contribuyesen liberalmente y que enviasen más misioneros para evangelizar todas las islas.

Acerca de su viaje a Escocia, después de haber pasado algunos años en las Nuevas Hébridas, él escribió: "Fui en tren a Dunfries, y allí encontré transporte para ir a mi querido hogar paterno donde fui acogido con muchas lágrimas. Solamente habían transcurrido cinco cortísimos años desde que yo había salido de ese santuario con mi joven esposa, y ahora, ¡ay de mí! madre e hijo yacían en su tumba en Tana, abrazados, hasta el día de la resurrección. . . No fue con menos gozo, a pesar de sentirme angustiado, que, pocos días después me encontré con los padres de mi querida y desaparecida esposa."

Antes de partir de Escocia en su nuevo viaje, Paton se casó con la hermana de otro misionero. Llamada por Dios a trabajar entre los naturales de las Nuevas Hébridas, sumergidos en las tinieblas, ella sirvió como fiel compañera de su marido por muchos años.

"Lo último que hice en Escocia fue arrodillarme en el hogar paterno, durante el culto doméstico, mientras mi venerado padre, como sacerdote de cabellos blancos nos encomendaba, una vez más, 'a los cuidados y protección de Dios, Señor de las familias de Israel.' Yo sabía por cierto, cuando nos levantamos después de la oración y nos despedimos unos de otros, que no nos encontraríamos más con ellos antes del día de la resurrección. No obstante, mi padre y mi querida madre nos ofrecieron de nuevo al Señor con corazones alegres, para su servicio entre los salvajes. Más tarde mi querido hermano me escribió que la `espada' que traspasó el alma de mi madre fue demasiado aguda y que después de nuestra partida, ella estuvo por mucho tiempo como muerta en los brazos de mi padre."

De regreso a las islas, Paton fue constreñido por el voto de todos los misioneros a no volver a Tana, sino a iniciar la obra en la vecina isla de Aniwa. De esa manera, tuvo que aprender otra lengua y comenzar todo de nuevo. ¡Al preparar el terreno para la construcción de la casa, Paton llegó a juntar dos cestas de huesos humanos, provenientes de víctimas devoradas por los habitantes de la isla!

"Cuando esas pobres criaturas comenzaban a usar un pedacito de tela, o un faldón, era señal exterior de una transformación, a pesar de estar muy lejos de la civilización. Y cuando comenzaban a mirar hacia arriba a orar a Aquel a quien llamaban 'Padre, nuestro Padre', mi corazón se derretía en lágrimas de gozo; y sé por cierto que había un Corazón divino en los cielos que estaba regocijándose también." Con todo, igual que en Tana, Paton se consideraba inmortal hasta que completase la obra que le había sido designada por Dios. Innúmeras fueron las veces que evitó la muerte agarrando el arma levantada contra él por los salvajes para matarlo.

Por fin, la fuerza de las tinieblas unidas contra el Evangelio en Aniwa cedió. Eso tuvo lugar cuando él cavó un pozo en la isla. Para los indígenas el agua de coco era suficiente para satisfacer su sed, porque se bañaban en el mar; usaban un poco de agua para cocinar — ¡y ninguna para lavar la ropa! Pero para los misioneros la falta de agua dulce era el mayor sacrificio, y Paton resolvió cavar un pozo.

Al principio los indígenas lo ayudaron en esa obra, a pesar de que consideraban que el plan "de que el Dios del misionero proporcionara lluvia desde abajo", era la concepción de una mente extraviada. Pero después, amedrentados por la profundidad del pozo, dejaron que el misionero continuase cavando solo, día tras día, mientras lo contemplaban desde lejos, diciendo entre sí: "¡¿Quién oyó jamás hablar de una lluvia que venga desde abajo?! ¡Pobre misionero! ¡Pobrecito!" Cuando el misionero insistía en decirles que el abastecimiento de agua en muchos países provenía de pozos, ellos respondían: "Es así como suelen hablar los locos; nadie puede desviarlos de sus ideas fijas."

Después de muchos y largos días de trabajo fatigante, Paton alcanzó tierra húmeda. Confiaba en que Dios lo ayudaría a obtener agua dulce como respuesta a sus oraciones. A esa altura, sin embargo, al meditar sobre el efecto que causaría entre la gente si encontrase agua salada, se sentía casi horrorizado al pensar en ello. "Me sentí" escribió él, "tan conmovido, que quedé bañado en sudor y me temblaba todo el cuerpo cuando el agua comenzó a brotar de abajo y empezó a llenar el pozo. Tomé un poco de agua en la mano y la llevé a la boca para probarla. ¡Era agua! ¡Era agua potable! ¡Era agua viva del pozo de Jehová!"

Los jefes indígenas acompañados de todos sus hombres asistieron a este acontecimiento. Era una repetición, en pequeña escala, de la escena de los israelitas que rodeaban a Moisés cuando éste hizo brotar agua de la roca. Después de pasar algún tiempo alabando a Dios, el misionero se sintió más tranquilo y bajó nuevamente al pozo, llenó un jarro con "la lluvia que Jehová Dios le daba mediante el pozo", y se lo entregó al jefe. Este sacudió el jarro para ver si realmente había agua en él; entonces tomó un poco de agua en la mano, y no satisfecho con eso, llevó a la boca un poco más. Después de revolver los ojos de alegría, la bebió y rompió en gritos: "¡Lluvia! ¡Lluvia! ¡Sí; es verdad, es lluvia! ¿Pero, cómo la conseguiste?" Paton respondió: "Fue Jehová, mi Dios, quien la dio de su tierra en respuesta a nuestra labor y nuestras oraciones. ¡Mirad y ved, por vosotros mismos, cómo brota el agua de la tierra!"

Entre toda esa gente no había un solo hombre que tuviese el valor de acercarse a la boca del pozo; entonces formaron una larga fila y asegurándose los unos a los otros con las manos, fueron avanzando hasta que el hombre que estaba al frente de la fila pudiese mirar dentro del pozo; Enseguida, el que había mirado, entonces pasaba al fin de la "cola", dejando que el segundo mirase para ver la "lluvia de Jehová, allí, bien abajo".

Después que todos hubieron mirado, uno por uno, el jefe se dirigió a Paton diciéndole: "¡Misionero, la obra de tu Dios, Jehová, es admirable, es maravillosa! Ninguno de los dioses de Aniwa jamás nos bendijo tan maravillosamente. Pero, misionero, ¿continuará El dándonos siempre esa lluvia en esa forma? o, ¿vendrá como la lluvia de las nubes?" El misionero explicó, para gozo inefable de todos, que esa bendición era permanente y para todos los aniwaianos.

Durante los años siguientes a este acontecimiento, los nativos trataron de cavar pozos en seis o siete de los lugares más probables, cerca de varias villas. Sin embargo, todas las veces que lo hicieron, o se encontraron con roca, o el pozo les daba agua salada. Entonces se decían: "Sabemos cavar, pero no sabemos orar como el misionero, y por lo tanto, ¡Jehová no nos da lluvia desde abajo!"

Un domingo, después que Paton había conseguido el agua de pozo, el jefe Namakei convocó a todo el pueblo de la isla. Haciendo ademanes con una hachita en la mano, se dirigió a los oyentes de la siguiente manera: "Amigos de Namakei, todos los poderes del mundo no podrían obligarnos a creer que fuese posible recibir la lluvia de las entrañas de la tierra, si no lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos y probado con nuestra propia boca. . . Desde ahora, pueblo mío, debo adorar al Dios que nos abrió el pozo y nos da la lluvia desde abajo. Los dioses de Aniwa no pueden socorrernos como el Dios del misionero. De aquí en adelante, yo soy un seguidor del Dios Jehová. Todos vosotros, los que quisiéreis hacer lo mismo, tomad los ídolos de Aniwa, los dioses que nuestros padres temían, y lanzadlos a los pies del misionero.. . Vamos donde el misionero para que él nos enseñe cómo debemos servir a Jehová. . . Quien envió a su Hijo, Jesús, para morir por nosotros y llevarnos a los cielos."

Durante los días siguientes, grupo tras grupo de salvajes, algunos con lágrimas y sollozos, otros con gritos de alabanzas a Jehová, llevaron sus ídolos de palo y de piedra y los lanzaron en montones delante del misionero. Los ídolos de palo fueron quemados; los de piedra, enterrados en cuevas de 4 a 5 metros de profundidad, y algunos, de mayor superstición, fueron lanzados al fondo del mar, lejos de la tierra.

Uno de los primeros pasos en la vida cotidiana de la isla, después de que se destruyeron todos los ídolos, fue la invocación de la bendición del Señor en las comidas. El segundo paso, una sorpresa mayor y que también llenó al misionero de inmenso gozo, fue un acuerdo entre ellos de celebrar un culto doméstico por la mañana y otro por la noche. Sin duda esos cultos estaban mezclados, por algún tiempo, con muchas de las supersticiones del paganismo.

Pero Paton tradujo las Escrituras y las imprimió en la lengua aniwaiana, y enseñó al pueblo a leerlas. La transformación que sufrió el pueblo de esa isla fue una de las maravillas de los tiempos modernos. ¡Qué emoción tan grande se siente al leer acerca de la ternura que el misionero sentía por esos amados hijos en la fe, y del cariño que ellos, los otrora crueles salvajes que se comían los unos a los otros, mostraban para con el misionero!

¡Ojalá que nuestro corazón arda también en deseos de ver la misma transformación de los millones de habitantes primitivos que hay aún en tantas partes del mundo!

Paton describió la primera Cena del Señor que celebraron en Aniwa, con las siguientes palabras: "Al colocar el pan y el vino en las manos de esos ex antropófagos, otrora manchadas de sangre y ahora extendidas para recibir y participar de los emblemas del amor del Redentor, me anticipé al gozo de la gloria hasta el punto de que mi corazón parecía salírseme del pecho. ¡Yo creo que me sería imposible experimentar una delicia mayor que ésta, antes de poder contemplar el rostro glorificado del propio Jesucristo!"

Dios no solamente le concedió a nuestro héroe el inefable gozo de ver a los aniwaianos ir a evangelizar las islas vecinas, sino también el gozo de ver a su propio hijo, Frank Paton, y a su esposa, ir a vivir en la isla de Tana, para continuar la obra que él había comenzado con el mayor sacrificio.

Fue a la edad de 83 años que Juan G. Paton oyó la voz de su precioso Jesús, llamándolo para el hogar eterno. ¡Cuán grande ha sido su gozo, no solamente al reunirse con sus queridos hijos de las islas del sur del Pacífico, los cuales habían entrado al cielo antes que él, sino también al poder dar la bienvenida a los otros que van llegando allí, uno por uno!