No hay un libro de psicología como la Biblia. Nos permite penetrar en la conducta humana como no lo podríamos conseguir con ningún otro instrumento. En el versículo de hoy, por ejemplo, se describe a un hombre que hace naufragar su vida a causa de un capricho. Sin embargo, en vez de aceptar su culpa, se vuelve contra Dios y descarga sobre él su rencor.
¡Cuán cierto resulta esto cuando lo referimos a la vida! Hemos conocido a muchos que profesan ser cristianos pero que llegaron a caer en formas viles de inmoralidad sexual. Esto les llevó a la vergüenza, la desgracia y la ruina financiera. Pero, ¿se arrepintieron? No, sino que se volvieron contra Cristo, renunciaron a la fe, y se convirtieron en ateos militantes.
Más frecuentemente de lo que nos damos cuenta, la apostasía tiene sus raíces en el fracaso moral. A. J. Pollock relata su encuentro con un joven que comenzó a vomitar toda clase de dudas y a negar las Escrituras. Cuando Pollock le preguntó: “¿Con qué pecado está usted condescendiendo?” El joven, destrozado, relató una escandalosa historia de pecado y libertinaje.
Lo grave de este asunto está en el modo perverso en que el hombre se enfurece contra Dios cuando sufre las consecuencias de sus propios pecados. W. F. Adeney decía: “Es monstruoso acusar a la providencia de Dios por padecer las consecuencias de acciones que explícitamente ha prohibido”.
¡Qué cierto es que: “todo aquél que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas”! (Jn 3:20). El apóstol Pedro nos recuerda que los escarnecedores que “caminan según sus propios malos deseos”, son “voluntariamente ignorantes”. Pollock comentó: “Esto pone de manifiesto la importante verdad que la incapacidad y oposición para aceptar la voluntad de Dios es en gran parte de carácter moral. Los hombres desean continuar en sus pecados. La carne tiene una aversión natural hacia Dios. Lo que ofende a los hombres es el carácter penetrante de la luz, y la influencia restrictiva de la Biblia. No es tanto la cabeza la que tiene la culpa sino el corazón”.
William MacDonald
De día en día