William Tyndale nació en Inglaterra, en la frontera de Gales, probablemente en el condado de Gloucestershire, si bien no es posible precisar la localidad ni la fecha exactas se cree que su nacimineto fue el año 1594. El hombre que dio a los ingleses su Biblia, labor que le valió el martirio. ¿Por qué?
William Tyndale descolló en el estudio del griego y el latín. En julio de 1515, con 21 años de edad a lo sumo, se graduó como Maestro en Artes por la Universidad de Oxford. En 1521 fue ordenado sacerdote católico. En aquellos años cundía la agitación entre los católicos alemanes a causa de las labores de Martín Lutero. Inglaterra, sin embargo, permaneció fiel al catolicismo hasta que el rey Enrique VIII rompió con Roma en 1534.
En la época de Tyndale, la educación no se impartía en inglés, la lengua vulgar, sino en latín, el idioma de la Iglesia y de la Biblia. En 1546, el Concilio de Trento reiteró que la Vulgata latina, que realizó Jerónimo en el siglo V, era la única versión que debía utilizarse, pese a que solo podía leerla la gente ilustrada. ¿Por qué debía privarse al pueblo de Inglaterra del derecho de tener la Biblia en inglés y leerla sin trabas? “Jerónimo también tradujo la Biblia a su lengua materna. ¿Por qué nosotros no?”, alegaba Tyndale.
Actúa con fe
Después de acabar su instrucción en Oxford, y posiblemente sus estudios suplementarios en Cambridge, Tyndale trabajó dos años en Gloucestershire como preceptor de los hijos pequeños de John Walsh. Durante esta etapa alimentó el deseo de verter la Biblia al inglés, y muy probablemente tuvo la oportunidad de pulir sus dotes de traductor con la ayuda del nuevo texto bíblico de Erasmo, que contenía el texto griego y el latino en columnas paralelas. En 1523, Tyndale dejó a los Walsh y marchó a Londres. Aspiraba a que Cuthbert Tunstall, obispo de Londres, le otorgara el permiso para realizar su versión.
La autorización era imprescindible, pues las Constituciones de Oxford (los estatutos de un sínodo celebrado en esa ciudad en 1408) prohibían la traducción y lectura de la Biblia en lengua vernácula, salvo que mediara permiso episcopal. Por atreverse a contravenir esta prohibición, gran número de lolardos (predicadores itinerantes) acabaron en la hoguera inculpados de herejía. En su caso, leían y distribuían la Biblia de John Wiclef, una versión inglesa de la Vulgata. Tyndale creía que ya era tiempo de traducir del griego los escritos cristianos, de hacer para su Iglesia y su pueblo una versión nueva y auténtica.
El obispo Tunstall era un docto que había hecho mucho en apoyo de Erasmo. Como prueba de su propia competencia, Tyndale tradujo uno de los discursos de Isócrates, un texto griego bastante complejo, en un esfuerzo por obtener la aprobación de Tunstall. Abrigaba la esperanza de granjearse su amistad y mecenazgo, y de que aceptara su propuesta de traducir las Escrituras. ¿Qué haría el obispo?
El rechazo y los motivos
Pese a que Tyndale llevaba consigo una carta de presentación, Tunstall se negó a recibirlo. Tyndale, por tanto, tuvo que solicitar por escrito una entrevista. No está claro si Tunstall acabó dignándose a dialogar con él. Sea como fuere, le respondió que ‘tenía la casa llena’. ¿Qué motivó este desaire tan tajante?
La labor reformadora de Lutero en la Europa continental sembraba gran inquietud en la Iglesia Católica, con sus lógicas repercusiones en Inglaterra. En 1521, el rey Enrique VIII editó un enérgico tratado en el que defendía al Papa y arremetía contra Lutero. Agradecido, el pontífice le concedió el título “Defensor de la Fe”. El cardenal Wolsey, a las órdenes del monarca, también se entregaba con fervor a destruir las obras luteranas que habían entrado de contrabando. Como obispo católico fiel al Papa, al rey y a su cardenal, Tunstall se sentía obligado a suprimir toda idea que tuviera visos de simpatizar con el rebelde Lutero. Tyndale se hallaba entre los más sospechosos. ¿Por qué?
Durante su estancia en casa de la familia Walsh, Tyndale había criticado sin reparo alguno la ignorancia y el fanatismo de los eclesiásticos de la zona. Entre ellos figuraba John Stokesley, que conocía a Tyndale desde Oxford, y quien acabó sucediendo a Cuthbert Tunstall en el obispado londinense.
La oposición a Tyndale se hace asimismo patente por el careo que sostuvo con un alto jerarca eclesiástico, quien dijo: “Mejor nos iría sin la ley de Dios que sin la del Papa”. Tyndale le respondió de forma lapidaria: ‘Desafío al Papa y todas sus leyes. Si Dios me hace merced de seguir vivo, de aquí a no muchos años lograré que el muchacho que guía el arado sepa más de la Escritura que vos’.
Tyndale hubo de comparecer ante el administrador de la diócesis de Worcester por falsas acusaciones de herejía. “Me amenazó gravemente y me vilipendió”, señaló Tyndale posteriormente, agregando que lo había tratado como a “un perro”. Pero no hubo pruebas para inculparlo de herejía. Los historiadores creen que se dio notificación a Tunstall en secreto de todos estos asuntos a fin de influir en su decisión.
Después de pasar un año en Londres, Tyndale llegó a la siguiente conclusión: “No solo faltaba espacio para traducir el Nuevo Testamento en el palacio de su Ilustrísima de Londres, sino en toda Inglaterra”. Así era. Ante el clima de represión desencadenado por la obra de Lutero, ¿qué impresor de Inglaterra iba a atreverse a publicar una Biblia en inglés? Por ello, en 1524, Tyndale cruzó el Canal de la Mancha para nunca volver.
Nuevos problemas en la Europa continental
Cargado con sus valiosos libros, halló asilo en Alemania. Disponía de 10 libras, gentileza de su amigo Humphrey Monmouth, comerciante londinense muy influyente. En aquellos días, este donativo casi le bastaba para imprimir las Escrituras Griegas que quería traducir. Monmouth acabó detenido por ayudar a Tyndale y por sus supuestas simpatías hacia Lutero. Fue interrogado y recluido en la Torre de Londres, y solo vio la libertad después de suplicar el indulto al cardenal Wolsey.
Se desconoce la localidad alemana a la que fue Tyndale. Algunos indicios apuntan a Hamburgo, donde tal vez pasó un año. ¿Se reunió con Lutero? No es seguro, aunque los cargos presentados contra Monmouth así lo afirman. Pero algo sí es indiscutible: Tyndale se entregó por entero a traducir las Escrituras Griegas. ¿Dónde podría conseguir que publicaran su manuscrito? Confió esta tarea a Pedro Quentell, de Colonia.
Todo fue por buen camino hasta que un enemigo suyo, Juan Dobneck, conocido por el nombre de Cochlaeus, averiguó lo que sucedía. Cochlaeus comunicó sin dilación sus hallazgos a un amigo íntimo de Enrique VIII que enseguida hizo gestiones para que se prohibiera la impresión que realizaba Quentell de la versión de Tyndale.
Tyndale y su ayudante, William Roye, escaparon para salvar la vida, llevándose consigo las páginas impresas del Evangelio de Mateo. Remontaron el Rin hasta llegar a Worms, donde finalizaron su trabajo. Con el tiempo, se publicaron seis mil ejemplares de la primera edición del Nuevo Testamento de Tyndale.
Logra su objetivo pese a la oposición
Una cosa era traducir e imprimir el Nuevo Testamento y otra muy distinta introducirlo en Gran Bretaña. Los agentes eclesiásticos y las autoridades civiles estaban decididos a impedir que se hicieran envíos a través del Canal de la Mancha. La dificultad se superó gracias a comerciantes con buena disposición que ocultaron los volúmenes en fardos de telas y de otras mercancías, y los introdujeron de contrabando en las costas de Inglaterra, de donde se distribuyeron incluso hasta Escocia. Tyndale cobró ánimo, pero la batalla no había hecho más que comenzar.
El 11 de febrero de 1526, el cardenal Wolsey, acompañado de 36 obispos y otros prebostes de la Iglesia, se reunieron cerca de la Catedral de San Pablo de Londres “para ver cómo se arrojaban canastos de libros al fuego”, entre ellos varios ejemplares de la valiosa traducción de Tyndale. Hoy solo quedan dos ejemplares de la primera edición. El único completo (solo carece de la portada) se halla en la Biblioteca Británica. Irónicamente, el otro, al que le faltan 71 páginas, fue descubierto en la Biblioteca de la Catedral de San Pablo. Nadie sabe cómo llegó allí.
Sin amedrentarse, Tyndale hizo nuevas ediciones de su versión, que fueron sistemáticamente confiscadas y quemadas por el clero inglés. Más tarde, Tunstall cambió de estrategia. Hizo el trato de comprarle al comerciante Augustine Packington todos los libros de Tyndale, incluido el Nuevo Testamento, a fin de quemarlos. Como Packington había llegado antes a un acuerdo con Tyndale, coordinó con este la operación. En su obra Chronicle, Halle explica: “El obispo tuvo los libros; Packington, las gracias, y Tyndale, el dinero. Después se imprimieron más Nuevos Testamentos, y entraron a raudales en Inglaterra”.
¿Por qué se oponía el clero con tanta obstinación a la versión de Tyndale? A diferencia de la Vulgata, que rodeaba de un halo de misterio el texto sagrado, la versión que hizo Tyndale del texto original griego transmitía por primera vez el mensaje bíblico en un lenguaje accesible al pueblo inglés. En el capítulo 13 de 1 Corintios, por ejemplo, decidió traducir el vocablo griego a·gá·pe por “amor” en vez de “caridad”. Insistió en emplear “congregación”, y no “iglesia”, a fin de destacar que se refería a los fieles, y no a los templos. Pero lo que acabó con la paciencia clerical fue la sustitución de “sacerdote” por “anciano” y de “hacer penitencia” por “arrepentirse”, lo que despojó al clero de su pretendida autoridad sacerdotal. David Daniell dijo al respecto: “Allí no aparece el purgatorio; tampoco la confesión auricular y la penitencia. Se habían derruido dos pilares de la riqueza y el poder de la Iglesia”. (William TyndaleA Biography Biografía de William Tyndale.) Este fue el desafío que lanzó la traducción de Tyndale, y la erudición moderna confirma la certeza de su elección de palabras.
Traslado a Amberes, traición y muerte
Entre 1526 y 1528, Tyndale se trasladó a Amberes, donde se sentía a salvo entre los comerciantes ingleses. Allí escribió The Parable of the Wicked Mammon (Parábola del malvado Mammón), The Obedience of a Christian Man (La obediencia del cristiano) y The Practice of Prelates (La práctica de los prelados). Tyndale prosiguió con su labor de traductor, y fue el primero en utilizar el nombre de Dios, Jehová, en una versión al inglés de las Escrituras Hebreas. El nombre aparece más de veinte veces.
Mientras Tyndale se mantuvo en casa de su amigo y benefactor Thomas Poyntz, en Amberes, estuvo a salvo de las intrigas de Wolsey y sus espías. Durante ese tiempo, Tyndale adquirió nombradía por cuidar de los enfermos y los indigentes. Pero un inglés llamado Henry Phillips, que logró ganarse con astucia la confianza de Tyndale, lo traicionó en 1535. Fue llevado al Castillo de Vilvoorde, a 10 kilómetros al norte de Bruselas, donde vivió encarcelado dieciséis meses.
No puede determinarse con certeza quién contrató a Phillips, pero todas las sospechas concurren en el obispo Stokesley, que a la sazón se dedicaba con afán a quemar “herejes” en Londres. En 1539, ya en su lecho de muerte, Stokesley “se ufanó de haber quemado en vida suya a cincuenta herejes”, dijo W. J. Heaton en su obra The Bible of the Reformation (La Biblia de la Reforma). Entre ellas figuró William Tyndale, quien fue estrangulado y luego quemado en público en octubre de 1536.
Integraron la comisión que juzgó a Tyndale tres eminentes teólogos de la universidad católica de la ciudad de Lovaina, donde había cursado estudios Phillips. También estuvieron presentes tres canónigos lovanienses y tres obispos, además de otros dignatarios, para ver cómo se condenaba a Tyndale por herejía y se le suspendía del sacerdocio. Con gran regocijo lo vieron morir cuando rondaría los 42 años.
“Tyndale —explicó el biógrafo Robert Demaus hace más de cien años— siempre se destacó por su sinceridad e intrepidez.” En una carta a John Frith, colaborador suyo que acabó en la hoguera por obra de Stokesley, Tyndale dijo: “Nunca he alterado ni una sílaba de la Palabra de Dios contra mi conciencia, ni lo haría hoy, aunque se me entregara todo lo que está en la Tierra, sea honra, placeres, o riquezas”.
Así fue como William Tyndale dio su vida por el privilegio de proporcionar al pueblo inglés una Biblia fácil de entender. Pagó un precio muy caro, pero ¡qué inapreciable legado dejó!