Bajo las alas protectoras de Dios


Una serie de «coincidencias» más allá de la razón.


Cuando aún no cumplía 19 años, y era un estudiante lejos de casa, Franklin Graham obtuvo su licencia de piloto. Desde entonces, cada vez que hacía un viaje largo y contaba con los recursos para hacerlo, arrendaba un avión pequeño y se trasladaba, muy ufano.

Esta vez, cuando sus padres, Billy y Ruth Graham, lo invitaron a pasar un fin de semana con ellos a Vero Beach, Florida, decidió arrendar una avioneta Cherokee Comanche turbo alimentado para el viaje desde Lonview, Texas, donde se encontraba. Debía atravesar cuatro estados para llegar a destino. Para darle seguridad a sus padres, se hizo acompañar por su instructor de vuelo, Calvin Booth, y un matrimonio amigo, Dorothy y Lee Dorn.

Cuando venían de regreso el domingo en la noche, luego de haber disfrutado un excelente fin de semana con la familia, el meteorólogo de turno les advirtió que las condiciones de vuelo en el último tramo entre Mobile y Longview no eran buenas, así que deberían dar un rodeo hacia la ciudad de Jackson, en el norte.

Poco después de despegar de Mobile, titilaron las luces del panel y luego se debilitaron. Pese a girar el reóstato una y otra vez, a la hora de vuelo, la luz se hizo tan débil en el panel que Franklin apenas podía leer los cuadrantes. Entonces las agujas de los instrumentos de navegación aérea se fueron a la posición de apagado.

Así que, de un momento a otro, Franklin se quedó sin instrumentos de navegación y la radio estaba muerta. En unos instantes más, se apagaron las luces de la cabina, de modo que la oscuridad era total.

Franklin y Calvin agarraron sus linternas y leyeron las instrucciones de emergencia. Las revisaron una y otra vez, así como el circuito de interruptores, pero nada pasó. A las claras se veía que estaban en problemas. Franklin estaba asustado; Calvin también; pero nadie dejó traslucir nada.

Calvin, sonriendo, dijo: «Parece que debemos entender la acción a seguir o estaremos en un gran problema, ¿verdad?».

La última vez que hablaron con el controlador de tierra que les había dado por radar el vector alrededor de la línea de cambios atmosféricos, había sido a sesenta y cinco kilómetros al sur de Jackson, y volaban a casi cuatro mil metros. A todo piloto se le enseña que en caso de emergencia debe volar en sentido triangular. Al hacerlo, los controladores de radar pueden verlo en sus pantallas y saber que está perdido o en problemas. Ya habían volado en un sentido.

«Esto es ridículo», dijo Calvin con voz tranquila. «Aunque nos vieran en el radar, ¿qué podrían hacer? ¿Enviar a alguien en nuestra ayuda?». «¿Qué hacemos?», preguntó Franklin. «Debemos volar más bajo», dijo Calvin.

Ellos sabían que la elevación del área de Jackson sería segura hasta descender a casi quinientos metros sobre el nivel del mar. Descendieron en la oscuridad a través de nubes espesas. Finalmente pudieron ver una luz que brillaba en medio de las nubes debajo de ellos.

«Eso abajo debe ser una ciudad. Tal vez sea Jackson», señaló Calvin.

Calvin sacó el diagrama para ver dónde se hallaba el aeropuerto. Franklin decidió descender sobre las luces de la ciudad. No estaban seguros dónde estaba la base de las nubes. Si las nubes estaban muy cerca de tierra podrían volar demasiado bajo y chocar. Necesitaban casi quinientos metros.

Como estaba todo oscuro dentro y fuera de la avioneta, el resplandor de la ciudad debajo de ellos renovó la esperanza y disminuyó sus temores. Lee y Dorothy oraban en el asiento trasero.

Franklin puso la linterna entre los dientes mientras iniciaban el lento descenso. Salieron de las nubes a setecientos metros sobre el nivel del mar. Al menos ahora podían ver claramente las luces de la ciudad. Calvin señaló hacia lo que pensaba que era el aeropuerto.

Siguiendo el procedimiento adecuado, entraron a los ciento cincuenta metros sobre la norma de tráfico aéreo. La Administración Federal de Aviación (FAA, por su nombre en inglés) utiliza señales de luz desde la torre para comunicarse con un avión que haya perdido su radio. Circundaron casi tres minutos, esperando que alguien los viera y les diera la señal apropiada de luz. A ellos les pareció una hora.

De pronto, apareció una luz verde. El rayo llegaba desde la torre, y les indicaba que podían aterrizar. «La torre nos vio», gritó Franklin. «Tenemos despejado el camino».

Lee y Dorothy, que habían orado con fervor, vitorearon.

Pero, tenían un pequeño problema. ¿Cómo iban a bajar el tren de aterrizaje sin corriente eléctrica? Calvin revisó las instrucciones de emergencia.

«Debe haber una palanca en el piso entre los asientos. Intenta encontrarla». Franklin se desabrochó el cinturón y con su débil linterna alumbró el piso. ¡Allí estaba! La tiró y bombeó varias veces hasta lograr que el tren de aterrizaje se pusiera en posición.
Calvin tomó los controles para el aterrizaje. Cuando se acercaban, todas las luces de la pista se iluminaron. Obviamente, las autoridades de la FAA querían que vieran la pista ¡Era una vista maravillosa!

Calvin aterrizó de manera precisa y suave. Sin embargo, antes de que hubieran terminado de correr y salir de la pista, de manera abrupta, se apagaron todas las luces.

«Es un poco extraño», dijo Calvin. «Al menos pudieron haber esperado hasta que saliéramos de la pista antes de apagar las luces». Pero estaban tan aliviados que ese detalle no les importó.

Cuando llegaron hasta el final de la rampa, nadie llegó a encontrarlos, ni a felicitarlos por su excelente trabajo. Mientras salían del Comanche, apareció un hombre.

Franklin intentó contarle su problema, y el hombre le interrumpió: «¿Quién le autorizó el aterrizaje?». «Vimos una luz verde en la torre», replicó Franklin. «¿Vieron una luz verde?». Calvin empezó a explicar lo que había sucedido, y el hombre interrumpió de nuevo. «¿Pueden venir acá, por favor?».

El hombre los guió al interior del edificio y habló con otros agentes. Los aventureros del espacio pudieron explicar lo ocurrido cuando ellos estuvieron dispuestos a escuchar. «¿Vieron ustedes una luz verde?», preguntó de nuevo el hombre. «Definitivamente», dijeron al unísono los viajeros.

«¿Ocurre algo?», preguntó Calvin. El hombre negó con la cabeza. No se dijo nada más, pero era obvio que no los esperaban. Los tres actuaban de manera extraña y no aclararon lo que había sucedido con la luz verde o las luces de la pista.

Los viajeros pasaron la noche en un hotel cercano, y al día siguiente un mecánico encontró un cable quemado en el alternador. Hizo la reparación y salieron a media tarde.

¿Qué pasó realmente esa noche? Pasaron años antes de averiguarlo.

* * *

Esa noche, Sydney McCall estaba de turno en la torre de control del aeropuerto de Jackson, y tenía como visitas a Gary Cornett, ministro de música de la Iglesia Bautista Forest Hill, y su esposa Pat. Sydney mostraba a sus amigos los variados equipos y las operaciones del aeropuerto. Sydney hizo una demostración de la luz roja y de una luz blanca con el rayo dentro de la torre, pero por una razón inexplicable mantuvo la pistola de luces fuera de la ventana mientras demostraba la luz verde y decía: «Si vamos a autorizar a un piloto para que aterrice, le apunto directamente con esta pistola y enciendo la luz verde». Un compañero de trabajo de Sydney le pidió que mostrara la luces de la pista. Sydney comenzó a prenderlas y gradualmente se volvieron más y más brillantes, hasta que tuvieron la intensidad máxima. El último grado de resplandor es para emergencias, y las luces se diseñaron para que se vieran entre la niebla y las nubes, de modo que los pilotos en situaciones de emergencia puedan ver las pistas.

Apenas Sydney terminaba de dar estas explicaciones, un colega dijo con emoción: «Viene un aeroplano sin luces». Sydney respondió: «No hay ningún avión en el aire en ochenta kilómetros a la redonda». Pero al examinar con cuidado fue evidente que una avioneta monomotor sin luces se disponía a aterrizar.

¿Qué había sucedido? La mano de Dios había sincronizado perfectamente los tiempos de lo que ocurría en la torre y lo que ocurría en el aire con la avioneta. Cuando Sydney mostraba a sus amigos el uso de la luz verde, alguien debía estar en la posición adecuada para verla, y Franklin la vio. Pero aun teniendo la señal de luz, habría sido muy peligroso aterrizar sin luces en la pista. Por eso, fue providencial que en seguida Sydney activara las luces, como lo hizo.

Calvin Booth comentó: «La mano de Dios estuvo presente. Mira, acabábamos de dejar a Billy Graham en La Florida y él oró por nuestra seguridad antes de que saliéramos». Fue, literalmente, como estar «bajo las alas protectoras de Dios».
Ni Calvin ni nadie dijo en ese momento que el piloto de la nave era el mismo hijo de Billy Graham.

Adaptado de Un rebelde con causa (Franklin Graham)