Dios empezó a preparar a D. L. Moody mucho antes que iniciara su ministerio público. Dios obra en tantos y variados modos para adiestrar a sus siervos, para la obra a la que les ha llamado cumplir.
Como dice la Biblia en el libro de Job: «Hace cosas grandes e incompresibles, ¿quién las entenderá?» (Job 5:9). El plan misterioso de Dios para este siervo tenía circunstancias bien difíciles. Ellas se entienden sólo al mirar retrospectivamente en los años pasados, comprendiendo que Dios preparaba a un siervo.
Una herencia Puritana
Hubo siete generaciones de los Moody (en Norteamérica) antes de la de Dwight Moody. John Moody desembarcó en el lugar que ahora se llama Connecticut en el año 1633. Impulsado por los deseos típicos de los puritanos de aquellos días, quería hacer un hogar y servir a Dios en libertad. Seguro es que hubo mejoras y desmejoras en unas u otras de las siguientes generaciones, pero encontramos piedad en la familia, aún doscientos años después de la llegada de John Moody. Para nosotros hoy en día, esto es difícil de imaginar, a causa de nuestra pequeña y limitada visión.
Los antepasados de la madre de Dwight Moody, Elisabet, fueron casi iguales a los de su padre. Llegaron a Norteamérica en 1630 y se establecieron acerca de Northfield, Massachusetts. Allí vivieron por 200 años, sirviendo a Dios en las tradiciones de los puritanos. La finca quedó en manos de esta familia durante 200 años, según su biografía. Las dos familias fueron pioneras por su característico trabajo duro en una finca recién colonizada. Además, fueron puritanos en todas las convicciones y visiones de los colonizadores de esa nueva tierra. Moody vio al pasado y miró a estos antepasados con gratitud, al ver las cualidades puestas en su propia vida por ellos.
Edwin Moody y Elisabet Holton se casaron en la sala de la casa de los Holton. Se gozaron por un matrimonio feliz y amoroso, al cual Dios dio nueve hijos. Edwin se ganó la vida del mismo trabajo que lo hicieron todos los Moody anteriores, como albañil. Construyeron casas de piedra y de ladrillo. También hicieron otras construcciones en todo el valle donde vivían. Esta feliz vida siguió por casi trece años, hasta que la providencia cambió el hogar y el rumbo de los Moody para siempre.
La escuela de la pobreza
Cuando Moody tenía cuatro años, falleció su papá inesperadamente. Hasta entonces, la familia vivía en plenitud, pero todo cambió. Este cambio de sucesos dejó a la señora de Edwin Moody como una viuda pobre, con siete hijos, y embarazada de gemelos. La familia tenía una deuda grande, sin provisiones por la inesperada muerte. Por último, solamente quedó la casa después de pagar a los acreedores.
A la primera mirada, esto parece como una grave tragedia, difícil de comprenderse; pero la providencia muchas veces parece ser así. Yo puedo imaginarme al negociante eficiente y dedicado que Moody pudo volverse. Tenía todas las capacidades para hacerse un hombre prominente en su comunidad, con bastantes bienes materiales para gozarse. Pero Dios tenía otros planes para él, para su familia y para su madre, la cual ya estaba en medio de una gran lucha. Un millón de almas estaban en peligro y, para Dios, la pena no fue demasiado grande para ganarlos.
La señora de Edwin Moody pudo ver el resultado de ese gran empeño: miles vinieron a escuchar a su hijo predicar el evangelio eficaz de Cristo. Me ha impresionado lo tocante a cuantos siervos de Dios fueron criados en la pobreza. Dios, sí, mandó a Su Hijo a un hogar humilde y pobre para su crianza y preparación. Podemos aprender mucho de esto. Muchas bendiciones salieron de la crianza de Moody en la pobreza. Quiero destacar unas de las más prominentes para instrucción nuestra.
* Desde el primer día fueron dependientes de Dios en todo. Cuando los acreedores se llevaron hasta la leña, a los Moody les quedó solamente una opción: orar y confiar en Dios, quien sabe de las necesidades de los huérfanos y las viudas. Los niños se quedaron en la cama hasta la hora de ir a la escuela (¡para no enfriarse, hacía mucho frío en ese lugar en esa época!), y la mamá oró. Un tío, Cyrus Holton, llegó con leña para calentar la casa y los corazones de toda la familia. Podemos imaginarnos cuántas veces Dios les proveyó de tal manera.
El hijo mayor tenía sólo doce años al fallecer el padre. La mayoría de los norteamericanos no conocemos cómo es confiar en Dios para las necesidades diarias. Nuestros hijos van a sufrir por esta falta de confianza – ¡es seguro!
* Vivían en la escasez durante los años siguientes a la muerte del padre. Todas las semanas, repetidamente, tenían que decir «no» a los deseos de la carne; y esto fue un buen entrenamiento para su siguiente fructífera vida cristiana. La ropa se usó y se remendó hasta gastarse. A los zapatos se les consideró como una cosa de lujo; las cosas sencillas les encantaban a aquellos niños de pocos recursos. Sin duda, esto hizo que Moody siempre fuera compasivo ante los necesitados. Su corazón simpático es lo que atrajo a tantas almas al Maestro. Debemos buscar cómo enseñar a nuestros hijos a vivir sencilla y humildemente, aunque tengamos que construir tales condiciones de escasez.
* Las comidas fueron sencillas y básicas. Por necesidad, comían las mismas comidas a menudo. Esto será difícil para nosotros que comemos una gran variedad a cada rato.
Cuando Moody volvió a la casa de su madre quejándose por las comidas de su patrón, Elisabet le regresó para que cumpliera el tiempo comprometido. Su queja tuvo razón – 19 comidas repetidas de panes de maíz con leche, sin nada más. Yo creo que debemos hacer sencillas las comidas de nuestros hijos y enseñarlos a estar contentos con ellas.
Moody tuvo que llevar el yugo de la virilidad desde su juventud. Los niños tuvieron que buscar trabajo años antes que sus amigos. La pobreza los forzó a salir de su hogar a los diez años, para trabajar toda la semana en las fincas cercanas. Luego, volvían a su casa durante los fines de la semana para asistir a la iglesia. Yo sé que hoy día muchos de nosotros sentiríamos lástima al ver tal jovencito trabajando afuera del hogar, pero fíjate en lo que se produjo. La sociedad moderna nos ha señalado más que de lo que nos damos cuenta. Yo estoy convencido que hacemos gran favor en darles a nuestros hijos responsabilidades abnegantes.
¿Tienen ustedes riquezas? ¿Tienen todas las comodidades a su alcance? Muchos de nosotros somos ricos, pero no lo damos a conocer. Las riquezas son muy peligrosas porque hay muchas trampas en ellas. Si tienen riquezas, los amonesto a que vivan a un nivel muy abajo de su sueldo y regalen lo demás a otras personas. Sus hijos los bendecirán en el futuro por esta decisión. Es posible tener un sueldo de un millón de dólares, sin que otros lo sepan.
Una madre piadosa y resuelta
La querida Elisabet Moody es un precioso ejemplo de perseverancia para cada madre que lee este escrito. Ella es un ejemplo para cada madre desamparada, que anhela criar a sus hijos para Dios; sin un padre en el hogar. «Confía en Dios», fue su credo sencillo. Este también es el mensaje sencillo y básico de la Biblia. No podía darles a sus hijos una educación teológica como a otros mencionados en este libro, pero ella tenía en su corazón la realidad de esta teología. Esto es mucho más importante. No sé cómo estaba el nivel de espiritualidad en el hogar de los Moody antes de la muerte del padre.
Extrañamente, la historia del matrimonio Moody se queda silenciosa durante los primeros trece años. Posiblemente la tragedia de la pérdida del esposo y la desesperación de su situación le trajeron una realidad bendita en su relación personal con Dios. Ella vivió hasta el momento que pudo ver la grandeza del ministerio de su hijo Dwight, y murió sólo tres años antes de él – a sus 91 años. ¡Imagínate cómo se sentía en su vejez, pensando en los días de escasez ya pasados! Quizás se recordó de los tiempos en que estuvo casi al punto de dejarlo todo y Dios la ayudó a seguir adelante. Ya estaba clara en este asunto, pero antes todo era oscuro y nublado. Conservaba las prácticas y convicciones de sus antepasados puritanos en cuanto a la crianza de los hijos. Analicemos algunos de los métodos prácticos que usaba para moldear a «un siervo del Señor».
Los cultos familiares
La madre de Moody siguió el ejemplo de sus antepasados puritanos y reunió a toda la familia todas las mañanas para leer y orar. El hogar de los Moody tenía sólo tres libros, pero los tres eran muy importantes. Una Biblia, un catecismo y un libro devocional de inspiraciones y oraciones. Con estos tres libros recibieron sus instrucciones en asuntos santos. Los domingos por las tardes, tenían por costumbre reunirse frente a la chimenea, luego la mamá les leía estos libros. Aunque Dwight salió de su hogar débil en cuanto al entendimiento de la Biblia, fue formado en el bien. Dios preparaba a su siervo humilde y sencillo, que se maravillaba cuando las multitudes venían a escucharle. Dios entrenaba a un siervo que no tomaría la gloria para sí mismo.
Una vida sólida en la Iglesia
Un poco después del fallecimiento de Edwin, Elisabet inscribió a los hijos en la escuela dominical de la iglesia. Esto produjo una bendición enorme en la familia en varias formas. Las viudas y los huérfanos deben estar bajo el cuidado de la iglesia, y, el pastor Everett pronto cumplió este deber. Para una madre desamparada, es necesario que sea así. Hombres piadosos sirven como modelos y ejemplos vivos cuando falta un padre. Aunque el corazón joven de los hijos hubiera querido ausentarse de las reuniones de la iglesia para jugar, luego de una dura semana de trabajo, no se permitió; la familia llevó su almuerzo a la iglesia y se quedó allí todo el día, asistiendo así a los dos cultos y a la escuela dominical, además. Moody reflexionó sobre estos «días de descanso» y las influencias tiernas recibidas en ellos. En la escuela dominical, Moody sintió su primer gusto, al reunir a otros para enseñanzas bíblicas. Con frecuencia, trajo a otros niños a las clases. Estoy seguro de que el pastor Everett no tenía ninguna idea de lo que hacía cuando animaba al joven Moody para ir en busca de otros. Realmente, Moody no se convirtió hasta que salió del hogar, pero es claro que ese pastor se responsabilizó mucho en cuanto a la conversión del muchacho.
La disciplina estricta
Elisabet adoptó el antiguo método de criar niños. Un benévolo y amable corazón para guiar, y la vara para respaldar cuando su guía no produjera el resultado apropiado. Es una bendición saber que ella fue paciente, atenta y celosa en su disciplina, instruyéndolos a la vez en los tiempos de castigos. Moody podía recordar la vez que, luego de recibir un castigo con la vara, dijo a su mamá: «No me hizo nada». Años después añadió: «Fue la última vez que su castigo no me hizo nada». Elisabet guardó a los niños lejos de las influencias malas, y a los niños no se les permitió jugar afuera del hogar. Siempre invitaba a los vecinitos a su propio hogar para los juegos y pasatiempos, para guardar a sus hijos del mal.
A pesar de que Moody siempre reflexionaba tiernamente en cuanto a la disciplina dada por su mamá, nunca ocupó la vara con sus propios hijos. Creo que podemos cosechar algo de este error para nuestros propios hogares. En la escuela, Moody tuvo dos profesores muy distintos, los cuales le impresionaron profundamente. El uno fue austero y demandante, y ocupaba la vara con frecuencia; el otro fue benévolo y amable, pero no la ocupaba. Parece que Moody lo evaluó y decidió que el amor y la gracia sirven mejor que la ley y la justicia. Esta decisión trajo efectos negativos a la generación siguiente. ¡Qué tristeza! Lo que podemos cosechar para nuestros hogares en esto es estar balanceado.
El método bíblico se balancea con el amor y la justicia, y con la gracia y la ley. Nuestros corazones deben rebosar con amor, y, a veces ocupar la vara. Si nosotros no estamos balanceados, nuestros hijos pueden reaccionar ante esto y caer en la otra zanja.
Justicia práctica
Ésta es el área en que más se distinguió la sencilla fe de Elisabet. La justicia diaria, común y práctica fue su virtud prominente. Y, esto es lo que más falta hoy en día. Carecemos mucho de la sabiduría común sobre el vivir en justicia, diariamente. Nosotros, los cristianos de las Américas, estamos llenos de teología, pero vacíos de lo pragmático. ¡Señor, ayúdanos a aprender de esta pobre viuda! ¿Qué les enseñó a sus hijos durante los veinte años que estuvieron bajo su techo?
* Les enseñó con su ejemplo y por precepto, dar aun cuando no hay suficiente para sí mismos. Cuando llegó un transeúnte o apareció algún necesitado en la comunidad, ella les dio. Imagínate el efecto de esto en los hijos. Sabían que había poco pan en la casa. Luego Dios, quien es Padre de huérfanos, añadió a la lección proveyendo suficiente pan para todos. ¡Confiemos en el Señor y demos a otros para instruir a los hijos! Ellos siempre están atentos a lo que pasa en el hogar.
* Les enseñó a buscar primero el reino de Dios en medio de la escasez. Los versos que nos enseñan eso fácilmente se creen en medio de la plenitud; pero, ¿cómo se puede buscar a Dios en medio de las necesidades? Los niños aprendieron de primera mano que Dios es su Padre y que cuida a sus propios hijos.
* Les enseñó por precepto y ejemplo que no se permitía el quejarse en el hogar de los Moody. Fíjate en la profundidad de esta lección y el impacto que tuvo en los hijos. Vivían en la pobreza. Había un montón de razones para quejarse». El lobo estaba a la puerta, siempre. Sin embargo, no se permitía el quejarse. La mamá entendía que el quejarse trae la amargura y la amargura guía hacia más pobreza, así como a las acciones malas. «En todo da gracias», fue la regla del hogar.
* Les enseñó del peligro de juzgar al vecino. A veces esto fue una tarea difícil, porque frecuentemente recibieron injusticias de las manos de los vecinos no compasivos. La viuda y los huérfanos son la responsabilidad de la comunidad cristiana, pero muchas veces son los más desatendidos y despreciados. Así pasó con los Moody, mayormente en los primeros años después de la muerte del papá. La mamá guió con cuidado vigilante a sus niños en medio de estas insensibilidades de los vecinos. Con frecuencia los niños escucharon el aviso al manifestarse la negligencia: «No vamos a juzgar al vecino».
* Les enseñó a ser independientes, que adelantaran por sí mismos. No estaban en el espíritu de: «Dame, dame, dame», en este hogar. Los vecinos no les debían nada, porque Dios controla todo. Tal vez has reaccionado a la palabra ‘independientes’ que usé arriba. En medio de la pobreza es una de las altas cualidades de carácter. Elisabet le enseñó a la familia a levantarse en fe sobre las obras y enfrentar las necesidades con resolución. Este fue el punto más firme del carácter de Moody durante los días de su ministerio. Un Dios sabio y una madre sabia colaboraron para establecerlo en él.
* Les enseñó de lo sagrado que es cumplir una promesa. «Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no» (Mateo 5:37). Esto hizo poner cuidado en la forma de hablar de los niños. Moody, al encontrarse en medio de cientos de solicitudes, fue lento en decir «Sí» por razón del entrenamiento de la madre. Muchas veces ella hizo volver a sus hijos para cumplir una promesa hecha en un momento de debilidad. Podemos aprender de este cuidado y compromiso hoy en día.
* Les enseñó del día de descanso. En aquellos días se llamaba el sábado (de acuerdo al término bíblico, aunque fue realmente el domingo. El día sábado no se llama Sábado en inglés), y se guardaba casi igual como los judíos guardaban su sábado. El día de descanso comenzaba al anochecer del día sábado y terminaba al anochecer del domingo. Todo se cambió en este Día del Señor. Todo era más calmado y lento, los corazones de los hijos se dedicaban a las cosas espirituales todo el día. Esto era muy diferente a lo que es el día domingo de hoy; todos juegan, compran, venden o trabajan. ¿Hemos perdido algo? ¡Creo que sí!
* Les proveyó un hogar amoroso, tierno y cariñoso. Cincuenta años después, Moody todavía reflexionaba con gozo al pensar en el hogar de sus padres. Fue como un imán que atraía sus pensamientos continuamente. Aunque su madre vivía en la pobreza, ella llenó su hogar con lo que vale más, aunque económicamente cuesta menos: el amor. Esta mamá tierna se dio a sí misma por sus hijos en el amor. Lo visualizaron y así se lograron formar el respeto y la adoración en sus hijos.
Conclusión
¿No admiras a esta santa? Yo, sí, la admiro. El respeto de mi corazón se levanta y la bendigo al concluir este escrito. Ella es un ejemplo a cada madre desamparada que anhela la piedad en sus hijos. Pasó a recibir su galardón a sus 91 años. Las palabras de su nieto deben citarse aquí. Describió a su abuela, en el servicio fúnebre, con palabras que coronan el recuerdo que ella dejó: «Sus hijos, los hijos de sus hijos y la entera comunidad se levantaron para llamarla bendita». Yo, también, soy una voz más que con gozo me levanto para llamarla mujer bendita, y madre en Israel.