Cartas a una extraña

Susan Morin

Fue una noche glacial en enero de 1992 cuando sonó el teléfono y mi hijo de 15 años gritó: «¡Mamá, es para ti!».

«¿Quién es?», pregunté. Yo estaba cansada. Había sido un día largo. De hecho, había sido un mes largo. El motor de mi automóvil había muerto unos días antes, y yo había vuelto al trabajo después de una gripe. Me sentía agobiada de tener que comprar otro vehículo y había perdido la paga de una semana debido a la enfermedad. Una nube de desesperación se cernía sobre mi corazón.

«Es Bob Thompson», respondió.

El nombre no me decía nada. Cuando iba a tomar el teléfono, el apellido me parecía vagamente familiar. ¿Thompson… Bob Thompson… Thompson? Como una computadora buscando la ruta correcta, mi mente hizo finalmente la conexión. Beverly Thompson. En el breve tiempo que tardé en llegar al teléfono, mi mente recordó los últimos nueve meses.

Pidiendo una tarea

Mientras manejaba hacia mi trabajo en marzo del año anterior, algunos parches de nieve aún cubrían la tierra, pero el río, serpenteando a mi izquierda, estaba descubierto y lleno de raudales. El sol cálido que llegaba por el parabrisas era como la promesa de una primavera temprana.

El invierno de 1991 había sido duro para mí como madre sola trabajando. Los tres hijos estaban en su adolescencia, y era muy difícil hacer frente a sus cambiantes rasgos emocionales y a nuestras necesidades económicas. Cada mes yo me esforzaba en proporcionar lo indispensable.

Yo asistía fielmente a la iglesia y a un estudio bíblico, pero tenía muy poco tiempo para otra cosa. Mi anhelo era servir al Señor de alguna manera significativa. Así que aquel día de nuevo me disculpé con él por tener tan poco para retribuirle. Parecía que yo siempre estaba pidiéndole satisfacer mis necesidades o responder mis oraciones.

«¿Señor, qué puedo hacer por ti? Yo siento que estoy siempre tomando de ti porque mis necesidades son tan grandes». La respuesta a mi pregunta parecía muy simple. Orar.

«Bien, Señor, entonces, ocuparé este tiempo de mi viaje al trabajo en orar. ¿Puedes señalarme algunas personas por las cuales deba orar? Yo no tengo ni siquiera que conocer sus necesidades, simplemente permíteme saber quiénes son». Mi corazón se elevó cuando continué hablándole durante el resto de mi viaje de 45 minutos desde New Hampshire a Vermont.

Intercediendo con detalles mínimos

Llegué al trabajo y procedí a abrir el correo y preparar el depósito. Yo estaba en la sección Cobranzas de una fábrica de juguetes de peluche. Abrí un sobre y junto al cheque había una nota que decía: «Siento haberme atrasado en el pago. He estado muy enferma. Gracias, Beverly Thompson».

No puedo explicarlo, pero supe al instante que ésta era la persona que el Señor me había dado para orar por ella. «Señor, ¿tú quieres que ore por ella, verdad?», le pregunté silenciosamente. La respuesta vino en una sensación combinada de paz y emoción – ¡Supe que él había contestado mi oración de hacía menos de una hora!

Así empezó mi jornada de oración por Beverly Thompson. Al principio me era difícil orar por alguien a quien ni siquiera conocía. Aparte de su nombre, sólo sabía que ella tenía una librería en Presque Isle, Maine, donde vendía animales de peluche. ¿Qué edad tendría? ¿Sería casada, viuda, soltera o divorciada? ¿Cuál sería su problema? ¿Tendría algún hijo?

Las respuestas a estas preguntas no fueron reveladas mientras oré por Beverly, pero yo averigüé cuánto la amaba el Señor y que él no se olvidaba de ella. Muchas veces yo rompía en llanto cuando oraba en su favor. Oraba para que él la consolase por cualquier cosa que ella tuviera que soportar. O suplicaba para que tuviese fortaleza y valor para aceptar cosas que le fuesen duras de afrontar.

Una mañana, mientras los limpiadores barrían la lluvia primaveral de mi parabrisas, yo veía débiles tonos de marrones y grises. Oré para que el Señor le permitiera a Beverly ver ese mismo paisaje monótono transformado en los verdes y amarillos de la primavera en un solo día lleno de sol. Oré para que ella pudiera encontrar esperanza aunque pareciera cubierta por los tonos apagados de su vida y pudiera confiar en un Dios que puede transformar el invierno en primavera.

«Querida Beverly»

En mayo, sentí que debía enviarle una tarjeta para contarle que yo estaba orando por ella. Cuando tomé esta decisión, yo sabía que corría un riesgo, pues había tomado su nombre de donde yo trabajaba, y aun podría perder mi trabajo. Y yo no estaba en posición de quedarme sin mis ingresos.

Pero, Dios, le dije, he aprendido a amar a Beverly. Yo sé que tú cuidarás de mí no importa lo que pase. En mi primera tarjeta, le conté a Beverly un poco acerca de mí y cómo yo le había pedido personas específicas al Señor para orar por ellas. Entonces mencioné cómo había conseguido su nombre. También le dije que el Señor sabía todo lo que ella estaba pasando y quería que ella supiera cuánto él la amaba.

Yo sabía ciertamente cuánto me amaba Dios a mí. Cuando me trasladé a este nuevo pueblo, había sido difícil, sobre todo por mi condición de madre sola. Pero sólo unas semanas después de llegar, compré una Biblia por 50 centavos en una venta de patio. Cuando llegué a casa, encontré una nota plegada dentro. Cuando la abrí, no podía dar crédito a mis ojos.

«Querida Susan», decía la nota manuscrita, «el que empezó en ti la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Fil. 1:6). Obviamente, el escritor estaba animando a otra Susan, pues yo había recogido la Biblia al azar. ¡Pero para mí fue la convicción de que Dios estaba personalmente interesado en mí!

Llegó el verano, y yo continué enviando tarjetas y notas a Beverly. Nunca tuve noticias suyas, pero nunca dejé de orar por ella: Incluso conté la historia al grupo de estudio bíblico de los martes por la noche, y ellos también la incluyeron en su oración.

A veces yo tenía que admitir delante de Dios que realmente quería una respuesta. Quería saber lo que Beverly pensaba sobre esta desconocida y su continua corriente de notas. ¿Creería que yo estaba completamente loca? ¿Esperaba ella que yo parara?

Llenando los vacíos

Tomé el teléfono de la mano de mi hijo e inmediatamente mi mano estuvo húmeda. Yo sé por qué él está llamando. Es para decirme que deje de molestar a su esposa. Ellos probablemente piensan que soy una loca religiosa. Un millón de cosas volaron por mi mente.

«Hola, Sr. Thompson», dije nerviosamente.

«Mi hija Susan y yo hemos ido por las cosas de mi esposa y encontramos sus tarjetas y notas y su número de teléfono. Quisimos llamarla para hacerle saber cuánto significaron ellas para Beverly y para contarle lo que pasó».

Mi corazón reposaba mientras este afligido esposo continuaba hablándome acerca de los últimos días de Beverly.

«Cuando revisamos sus pertenencias, encontramos sus tarjetas y notas atadas con una cinta roja. Sé que ella las leyó una y otra vez, porque parecían gastadas».

Entonces él dijo quietamente: «A mi esposa se le había diagnosticado cáncer pulmonar a la edad de 48 años».

Me estremecí al pensar en el sufrimiento físico de Beverly, pero las próximas palabras del señor Thompson me confortaron. «Ella nunca sufrió dolor alguno. Ahora sé que éste fue el resultado de las oraciones de usted».

Entonces él contestó una de mis interrogantes. «La razón por la que usted nunca tuvo respuesta de ella es porque también se le desarrolló un cáncer cerebral», dijo él.

«Nuestra relación con Dios se reducía a ir de vez en cuando a la iglesia, pero no era nada que tuviese mucho efecto en nuestras vidas», explicó el Sr. Thompson. «Quiero que usted sepa que mi esposa pidió ser bautizada dos semanas antes de fallecer. La noche antes de morir me dijo que era bueno para ella morirse, porque ella iba a casa para estar con su Señor».

Mientras Bob Thompson continuaba compartiéndome la historia de su esposa, el paisaje grisáceo de mi propia vida se fue transformado. A pesar de lo insignificante que mi vida me había parecido ser, Dios la utilizó para hacer resplandecer su amor sobre otra vida, brindando así un regalo que nadie podría desechar.

La experiencia aumentó mi fe significativamente. Dios tomó uno de los puntos más bajos en mi vida y añadió destellos de su gloria. Me hizo comprender que, cuando estamos dispuestos a obedecer, Dios trabaja de maneras profundas.

© 1999 Christianity Today International/
Today’s Christian magazine. Julio/Agosto 1999.