El creyente es acepto en el Amado

“No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel” (Num 23:21).

Balaam, el profeta mercenario pronunció una notable verdad cuando dijo que el Dios que todo lo ve no podía ver el pecado en Su pueblo Israel. Lo que resultó cierto para Israel es maravillosamente cierto para el creyente en nuestros días: cuando Dios le mira, no puede encontrar un sólo pecado por el cual castigarle con la muerte eterna. El creyente está “en Cristo”. Esto significa que está ante Dios con toda la perfección y la dignidad de Cristo. Dios le recibe del mismo modo que acoge a Su propio Hijo Amado. Esta es una posición de privilegio inmejorable y que jamás terminará. Por mucho que buscase, no podría encontrar acusación alguna contra aquél que está en Cristo.

Esto se ilustra con un incidente ocurrido a un inglés y su Rolls Royce. Viajaba por Francia durante sus vacaciones cuando repentinamente el eje trasero se rompió. El mecánico local no tuvo recambio para el eje, de modo que llamó por teléfono a Inglaterra. La compañía envió no solamente el eje trasero sino a dos mecánicos para asegurarse que éste se instalara correctamente. El inglés pudo continuar su viaje y más tarde regresó a Inglaterra, esperando que le enviaran la cuenta. Pasaron los meses, y al ver que ésta no llegaba, escribió a la compañía describiendo el incidente y pidió la cuenta. Un poco más adelante recibió una carta de la compañía que decía: “Hemos investigado cuidadosamente en nuestros registros y no encontramos que a un Rolls Royce se le haya roto jamás un eje trasero”.

Dios puede buscar cuidadosamente en Sus registros y no encontrará jamás en la cuenta del creyente ningún pecado que le condene al infierno. El creyente es acepto en el Amado, y está completo en Cristo. Está revestido de toda la justicia de Dios y goza de una posición perfecta ante él. Puede decir con triunfo y confianza:

Si primero a mi bendito Salvador alcanzas;
Y de la estima de Dios arrojarle logras,
Si rastro del pecado en Jesús demuestras,
Entonces puedes decirme que no soy limpio.

William MacDonald
De día en día