“Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Heb 10:17).
Una de las verdades contenidas en la Escritura que más satisfacen al alma es la disposición de Dios para olvidar todos los pecados que han sido cubiertos por la sangre de Cristo.
Nos llenamos de asombro cuando leemos: “Cuanto está lejos el Oriente del Occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal 103:12). Es una maravilla que podamos decir con Ezequías: “Echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Isa 38:17). Todo nuestro ser se sobrecoge cuando escuchamos al Señor que nos dice: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados” (Isa 44:22). Pero es aún más maravilloso leer: “perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31:34).
Cuando confesamos nuestros pecados, Dios no solamente nos perdona, sino que también los olvida instantáneamente. No es exagerado decir que el Salvador sepulta inmediatamente nuestros pecados en el mar de Su olvido. Esto se ilustra bien con la experiencia de un creyente que tenía un reñido combate contra un pecado que lo dominaba. En un momento de debilidad, se rindió a la tentación. Apresurándose a entrar en la presencia del Señor, dejó escapar estas palabras: “Señor, lo he hecho una vez más”. Enseguida imaginó que el Señor le decía, “¿Qué es lo que has hecho una vez más?” El asunto es que en una fracción de segundo, después de la confesión, Dios ya lo había olvidado.
Es toda una paradoja cautivadora que el Dios omnisciente pueda olvidar. Por una parte, nada escapa a Su conocimiento. Cuenta las estrellas y las nombra, enumera nuestras caídas y lágrimas. Determina cuándo un gorrión cae a tierra, y sabe cuántos son los cabellos de nuestra cabeza. Y a pesar de todo, olvida aquellos pecados que se confiesan y abandonan. David Seamands decía: “yo no sé cómo la omnisciencia divina puede olvidar, pero sé que lo hace”.
¡Un detalle más! Se ha dicho bien que cuando Dios perdona y olvida, coloca un letrero que dice: “Coto de Pesca”. Me está prohibido pescar mis propios pecados pasados o los pecados de otros que Dios ya ha olvidado. En este respecto debemos tener una pobre memoria y una buena capacidad para olvidar.
William MacDonald
De día en día