El maestro de Westminster

Semblanza de David Martyn Lloyd-Jones, el último gran maestro de Westminster.

Gales es un lugar único en el mundo. Aun siendo parte de Gran Bretaña, los galeses se apresuran a dejar en claro que ellos no son ingleses, y lo enfatizan hablando en su propio idioma en lugar de decirlo en inglés.

Gales tiene una muy especial historia espiritual, pues ha experimentado grandes avivamientos, seguidos muchas veces de profundas depresiones espirituales.

La historia registra algunos galeses notables, como Christmas Evans, Daniel Rowland, William Williams, Howell Harris, Evan Roberts… y David Martyn Lloyd-Jones, nuestro biografiado.

Primeros pasos

David Martyn Lloyd-Jones nació el 20 de diciembre de 1899, cuando concluía el siglo XIX. Dios tenía un plan para este hijo de Henry y Magdalene Lloyd-Jones, para traer de nuevo los fuegos del avivamiento que Evans, Roberts y otros habían experimentado antes. Algunos han dicho que Charles Spurgeon fue el último puritano, pero el tiempo demostraría que deberían haber esperado oír al «Doctor» antes de hacer tal afirmación.

La vida del joven Martyn fue bastante tranquila hasta enero de 1910, cuando tenía 11 años. Hasta entonces su padre había sido un hombre de negocios bastante exitoso en su ciudad natal de Llangeitho. Pero aquel año ocurrió algo que cambiaría muchas cosas.

En la oscuridad de la noche estalló un fuego que casi costó las vidas de Martyn y sus hermanos, que dormían en la planta superior. Aunque la familia fue salvada, la mayor parte de los bienes familiares se perdieron. Henry nunca se recuperó totalmente del revés financiero. Casi por accidente, Martyn averiguó poco después cuán desesperada se había vuelto verdaderamente su situación.

Durante sus primeros años de escuela, él llevó esta carga en su corazón. Como resultado, se volvió muy serio para su edad, y muy decidido en tener éxito en su educación y en su vida. «Fue como si él se apartaba mucho de lo que es común a la juventud, y esto le hizo decir alguna vez: ‘Yo nunca tuve una adolescencia’», afirma Ian Murray. Aunque cálido de corazón, Lloyd-Jones siempre llevaría con él una reputación de austeridad y severidad.

Lloyd-Jones fue criado en el metodismo calvinista galés. El término «metodismo calvinista» puede parecer contradictorio, porque los metodistas son arminianos – que enfatizan el libre albedrío del hombre – y los calvinistas dan énfasis en la soberanía de Dios respecto a la salvación. De alguna manera, el metodismo calvinista de Gales buscó lo mejor de ambas posturas.

Entre 1914 y 1916, Lloyd-Jones fue a una escuela primaria de Londres, y luego estudió medicina. Hizo su práctica en el prestigioso Hospital de St. Bartholomew, y fue brillantemente exitoso. Aprobó sus exámenes tan tempranamente que tuvo que esperar para graduarse.

En 1921 comenzó a trabajar como asistente principal de Sir Thomas Horder, uno de los mejores médicos de esos días.

A la edad de 26 años, Martyn obtuvo su diploma de miembro del Colegio Médico y tenía una carrera brillante y lucrativa delante de él. Sin embargo, Dios tenía planes para que fuese médico de almas en lugar de cuerpos.

Conversión y llamamiento al ministerio

Poco a poco, a través de la lectura, su mente fue atraída por el evangelio de Cristo. No tuvo ninguna crisis dramática de conversión, pero llegó a un punto en que se comprometió completamente con el evangelio.

Después de eso, cuando se sentaba en el consultorio, escuchando los síntomas de sus pacientes, comprendió que aquello que muchos de ellos necesitaban no era la medicina ordinaria, sino el evangelio que él había descubierto para sí mismo. Él podría ocuparse de los síntomas, pero la preocupación, la tensión, las obsesiones, sólo podrían ser tratadas por el poder de la conversión. Él sentía cada vez más que la mejor forma de usar su vida y talentos era predicando ese evangelio.

Martyn se involucró rápidamente en la iglesia de la Capilla de Charing Cross. Entre otras cosas, allí conoció a Bethan Philips. Bethan asistía allí con sus padres y dos hermanos. Su padre era un oftalmólogo muy conocido y Bethan estaba a punto de recibirse como médico en el University College Hospital.

Tras varios años de noviazgo, Martyn y Bethan se casaron, en 1927. Después de su luna de miel en Torquay, se instalaron en su primer hogar, una pequeña casa parroquial de la iglesia de Sansfield, en Aberavon, Gales, decididos a servir en aquello a que se sentían llamados.

El sorprendente movimiento del joven especialista y su esposa no podía dejar de atraer la atención, y la prensa vino hasta ellos. La señora Lloyd-Jones respondió a un periodista en la puerta de su casa con la frase: ‘Sin comentarios’ y al día siguiente quedó horrorizada al leer el titular: ‘«Mi marido es un hombre maravilloso», dice la señora Lloyd-Jones’. De este matrimonio nacieron dos hijas, Elizabeth y Ana.

Los médicos locales no estaban muy contentos con el recién llegado. Pensaban que él había venido para mostrar su superioridad y arrebatarles a sus pacientes.

Contra lo esperado, Martyn no pudo abandonar completamente su carrera médica. En la Gales del sur, su brillante habilidad de diagnóstico escaseaba. Después de unos años durante los cuales fue deliberadamente ignorado por los médicos locales, fue llamado para un caso difícil. Él supo exactamente la naturaleza de la oscura enfermedad de la que el paciente aparentemente se recuperaría, y luego moriría. Su pronóstico se confirmó exactamente, y el médico general dijo: ‘Debo arrodillarme para pedir su perdón por lo que yo he dicho sobre usted’. Después de eso fue difícil controlar las llamadas médicas.

Un escritor describió así el barrio de Sansfield: «Contiene por lo menos a 5.000 hombres, mujeres y niños que viven en la mayor parte en la sordidez y el hacinamiento». O como alguien dijo, era un lugar para «el jugador, la prostituta y el publicano».

Lloyd-Jones no era un ministro recién salido de una universidad teológica liberal, que acomodara su mensaje a la opinión contemporánea y a los prejuicios de su congregación. Las palabras de su primer sermón inspiradas a partir de 2ª Timoteo 1:7 ilustran cuáles eran sus convicciones: «Nuestras ... iglesias están atestadas con personas casi todas las cuales toman la Cena de Señor sin dudar un momento, pero... ¿imagina usted por un instante que todas esas personas creen que Cristo murió por ellos? Bien, entonces, dirá usted, ¿por qué son miembros de la iglesia, por qué ellos fingen creer? La respuesta es que ellos tienen miedo de ser honestos consigo mismos... Yo me sentiré mucho más avergonzado por toda la eternidad por las ocasiones en las que dije que yo creía en Cristo cuando en realidad no era así...».

Eso fue demasiado para algunos, que abandonaron la congregación. Pero en su lugar –lentamente al principio– fue creciendo el número de los que eran cautivados por la verdad, la clase obrera de Gales del Sur. El mensaje los trajo, y el poder del Espíritu Santo los convirtió. No había súplicas dramáticas, sólo un ministro joven con el mensaje claro de la justicia de Dios y su amor, que trajeron a un caso duro tras otro al arrepentimiento y la conversión.

La iglesia creció con la constante corriente de conversiones. Notorios bebedores se hicieron cristianos gloriosos, y obreros y mujeres vinieron a las clases de Biblia que él y su esposa dirigían.

Para aquellos que están habituados a la predicación bíblica puede ser difícil entender la conmoción que causaba este joven predicador. Primero, él no estaba entrenado teológicamente (al menos no de las formas reconocidas). En lugar de predicar de un leccionario o alguna otra forma pre-elaborada, Lloyd-Jones era ante todo un predicador de la Biblia. Desde el principio, él buscó dar una comprensión verso por verso de la Palabra de Dios. Quizás esto reflejaba su propia vida personal que incluía leer la Biblia completa cada año. Basta leer los mensajes suyos sobre Romanos o sobre Efesios para entender cuán profundo era su afecto por la Palabra y su obediencia a la misma.

Tampoco cabe duda de que su lectura de los Puritanos tuvo también una profunda influencia sobre él. Los Puritanos a menudo han sido caricaturizados, pero Lloyd-Jones los leyó realmente. Leyó todo el Directorio Cristiano de Richard Baxter y los muchos volúmenes de John Owen. Desde su punto de vista, los Puritanos diferían de otras corrientes organizadas en varias puntos importantes.

Primero, acentuaban la naturaleza espiritual del culto por sobre las formas y rituales externos. Segundo, enfatizaban el cuerpo reunido de Cristo por sobre el individuo, haciendo así la disciplina de la iglesia necesaria y saludable para la causa de Cristo. Finalmente, creían en la aplicación directa de la Palabra para el alma de cada persona. El espíritu del Puritanismo, creía Lloyd-Jones, podía ser trazado de William Tyndale a John Owen y a Charles Spurgeon. Era este espíritu de la centralidad de la Palabra de Dios el que conducía al nuevo predicador en el país de Gales.

A medida que sus predicaciones eran conocidas, la presencia de Lloyd-Jones fue más y más solicitada. Muchos otros predicadores comenzaron a encontrar en él un modelo de lo que debía ser el ministerio del púlpito. Fue a predicar a Canadá y América y a menudo era invitado para hablar ante varias asambleas en Gran Bretaña.

Fue en la noche fría y brumosa del 28 de noviembre de 1935 que Lloyd-Jones predicó a una asamblea en el Albert Hall, en Londres. Durante su mensaje, «el Doctor» explicó los problemas bíblicos que él veía en muchas de las más usadas formas de evangelización y crecimiento de la iglesia. Dijo: «¿Pueden muchos de los métodos de evangelismo que se introdujeron hace unos cuarenta o cincuenta años realmente justificarse por la Palabra de Dios? Cuando leo sobre la obra de los grandes evangelistas en la Biblia, veo que ellos no estaban primeramente preocupados por los resultados; ellos se ocupaban en proclamar la palabra de verdad. Ellos dejaron el crecimiento a Él. Ellos estaban interesados sobre todo en que las personas fuesen puestas cara a cara con la propia verdad».

Llegada a Westminster

Uno de los oyentes aquella noche era un anciano de 72 años, G. Campbell Morgan, pastor de la Capilla de Westminster, quizá el predicador con más renombre de la época. Se dice que el anciano pastor le dijo a Lloyd-Jones: «¡Nadie sino usted podría haberme sacado en semejante noche!». Después de oír a Lloyd-Jones, Campbell Morgan quiso tenerlo como su colega y sucesor en 1938. Pero no era tan fácil, porque él manejaba otras opciones tan atractivas como aquella. Al final, prevaleció el llamado de la Capilla de Westminster, y la familia Lloyd-Jones con sus hijas, Elizabeth y Ana, se estableció definitivamente en Londres en abril de 1939.

La asociación de Morgan y Lloyd-Jones fue un digno ejemplo de cómo los cristianos pueden trabajar juntos, aun cuando difieran en aspectos secundarios. G. Campbell Morgan era un arminiano, y su exposición de la Biblia, aunque famosa, no se ocupó de las grandes doctrinas de la Reforma. Martyn Lloyd-Jones, en cambio, estaba en la tradición de Spurgeon, Whitefield, los Puritanos y los Reformadores. Pero ambos hombres respetaron cada uno las posiciones y talentos del otro, y su asociación, hasta que Campbell Morgan murió, fue pacífica y fomentó mucho la obra de Cristo en Londres.

Cuando las nubes de tormenta de la Segunda Guerra Mundial ya amenazaban, Lloyd-Jones asumió el pastorado pleno de la Capilla de Westminster.

Durante los años de guerra, los habitantes de Londres soportaron por meses las interminables incursiones nocturnas de los bombarderos alemanes. A causa de que la Capilla de Westminster estaba situada muy próxima al Palacio de Buckingham y otros edificios importantes del gobierno, estaba en peligro constante de ser destruida. La congregación estuvo en un estado constante de crisis financiera y emocional. Sin embargo, los servicios siguieron casi con normalidad. En 1944, una bomba voladora explotó en la Capilla de los Guardias, a unos pocos metros de allí, cubriendo al predicador y la congregación de polvillo blanco. Un miembro de la congregación abrió sus ojos después del estampido, vio a todos cubiertos en blanco ¡y creyó que debía estar en el cielo!

Westminster también estaba acercándose rápidamente a su propia crisis interior. Algunos de la «vieja guardia» no querían mucho al joven calvinista que había compartido el púlpito con su venerado Dr. Morgan. Es un testimonio del poder de la Palabra de Dios y del espíritu humilde de Lloyd-Jones que la iglesia no sólo sobrevivió, sino que finalmente prosperó. Después de la guerra, la congregación creció rápidamente. En 1947 los balcones fueron abiertos y de 1948 hasta 1968 cuando él se retiró, había un promedio de unos 1.500 asistentes los domingos en la mañana y 2.000 en la noche.

A principios de 1953, el estudio de la Biblia de los viernes por la noche empezó en la Capilla principal. Fue allí cuando Lloyd-Jones inició su monumental discurso sobre el libro de Romanos. Así como la obra de Martín Lutero sobre Romanos y Gálatas influyó en los Puritanos posteriormente, este gran trabajo sobre Romanos ha influido en la actual generación de creyentes. Así como él empezó, él continuaría, ministrando a su gente con la Palabra de Dios en lugar de su propia personalidad.

En su enfoque al trabajo del púlpito, Lloyd-Jones trabajaba firmemente a través de un libro de la Biblia, tomando un versículo o parte de un versículo a la vez, mostrando lo que enseñaba, cómo eso se ajustaba a la enseñanza sobre el asunto en otra parte de la Biblia, cómo la enseñanza entera era pertinente a los problemas de nuestro propio día y cómo la posición cristiana contrastaba con las ideas actualmente en boga.

Él se ponía a sí mismo en un segundo plano, e intentaba mostrar a su congregación la mente y la Palabra de Dios, permitiendo que el mensaje de la Biblia hablara por sí mismo. Sus predicaciones explicativas apuntaron a permitir a Dios hablar tan directamente como era posible al hombre en el banco con el pleno peso de la autoridad divina.

Otras actividades

A pesar de las dificultades de la guerra, Lloyd-Jones estuvo comprometido en la fundación de tres instituciones importantes. La primera fue la creación de una Biblioteca Evangélica de grandes obras cristianas, que pronto superó los 20.000 volúmenes. Así una nueva generación de creyentes se acercó a los escritos de Bunyan, Baxter, Owens y otros.

La segunda institución que Lloyd-Jones ayudó a crear fue la Confraternidad de Westminster. El libro Los Puritanos, es una recopilación de los mensajes anuales de Lloyd-Jones a dicha agrupación.

Y lo tercero, fue el apoyo a la Confraternidad Inter-universitaria (IVF), bajo cuyo alero se realizó cada mes de diciembre la Conferencia Puritana. Había un fuerte sentimiento por la necesidad de regresar a los fundamentos teológicos de la tradición protestante, al período cuando cien años después de la Reforma, sus implicaciones teológicas habían funcionado. Se leyeron y se discutieron documentos y Lloyd-Jones dirigió las reuniones con habilidad y autoridad.

La casa editorial Banner of Truth y la revista Evangelical Magazine nacieron, con la ayuda y estímulo de Martyn Lloyd-Jones, que también apoyó poderosamente el trabajo de la Biblioteca Evangélica. A nivel pastoral, él condujo reuniones fraternales mensuales de ministros desde principios de los 40’s, donde los pastores discutían todos los problemas que enfrentaban dentro de la iglesia y en su entorno. Aquí su siempre vasta experiencia, su profunda sabiduría y su sentido común ayudaron a muchos ministros jóvenes con dificultades aparentemente únicas e insolubles.

En el verano de 1947 el doctor hizo otra visita a los Estados Unidos y fue recibido calurosamente. A pedido de Carl F. H. Henry, él habló en la Universidad de Wheaton. Se publicaron los cinco mensajes que él dio. En ellos Lloyd-Jones compartió su idea acerca del tipo de predicación que el mundo realmente necesita.

Controversias

Un carácter fuerte y un liderazgo fuerte no pueden evitar la controversia. Creyendo, como él hizo, en el poder del Espíritu Santo para convencer y convertir, él se opuso profundamente a la tradición con la que había crecido desde Moody de reuniones multitudinarias con música suave y apelaciones emocionales para la conversión. También se opuso a las uniones arbitrarias entre denominaciones basadas en el pragmatismo en lugar de la doctrina. Nada causaría más problemas a Lloyd-Jones que su firme creencia en la necesidad de una adhesión a ciertas doctrinas fundamentales.

A finales de la Guerra, mientras muchos se reunían para oír al doctor, otros líderes religiosos estaban empezando a ignorarlo. Cuando en 1946 una publicación reunió los nombres de los «Gigantes del Púlpito», incluyendo hombres como Weatherhead, el nombre de Martyn Lloyd-Jones fue ignorado.

A principios de los años 1950’s, mucho había cambiado en el paisaje espiritual de Inglaterra. En 1952, Arturo W. Pink murió en relativa oscuridad en una isla de Escocia. En ese momento pocos habrían adivinado que sus escritos serían un día publicados y leídos por creyentes en todo mundo.

Alrededor de 1959, Lloyd-Jones observó que había un resurgimiento del interés en las doctrinas de la gracia y las enseñanzas de los puritanos en la iglesia. Sin embargo, aquéllos en los cuales se producía este regreso no eran de su propia generación. El interés real estaba entre los ministros y creyentes más jóvenes. Esta nueva generación de líderes del púlpito vio las inmutables verdades de la palabra de Dios en una forma que no lo hizo su generación anterior. Algunos acusaron a Lloyd-Jones de ignorancia teológica en el mejor de los casos, y en el peor, de arrogancia espiritual. La verdad es que él reprendía a menudo a sus jóvenes aprendices por transformar la discusión sobre Calvinismo y Arminianismo en un punto de controversia. De hecho, él expresaba públicamente su creencia de que A. W. Pink debió haber tenido un espíritu más a largo plazo y conciliatorio en su esfuerzo para volver a las personas a la verdad.

La controversia más seria vino en sus relaciones con la Iglesia de Inglaterra. Martyn Lloyd-Jones era un firme creyente en la unidad evangélica. Él no creía que las barreras sectarias debían separar a aquéllos que tenían una verdadera fe en común. Pero cuando el movimiento ecuménico liberal hizo más y más concesiones a las corrientes de opinión mundana, él apoyó el éxodo desde aquellas denominaciones.

Una de las grandes pasiones de Martyn Lloyd-Jones era el retorno a la combinación de la doctrina de los Calvinistas y el entusiasmo de los Metodistas. En los años 60’s, él estaba ansioso porque el énfasis en la sana doctrina recientemente recuperado no se convirtiese en una árida dureza del doctrinal. Para neutralizar este peligro, él empezó a dar énfasis a la importancia de la experiencia. Él habló mucho de la necesidad del conocimiento experimental del Espíritu Santo, de la convicción plena por el Espíritu, y de la verdad que Dios trata inmediatamente y directamente con sus hijos – a menudo ilustrando estas cosas con la historia de la iglesia.

Al contrario de gran parte de la enseñanza que se levantaría durante la Renovación Carismática de los 60’s, Lloyd-Jones enfatizó varios rasgos del verdadero avivamiento. Primero, él proclamó que Dios es soberano y no hay, por tanto, ninguna fórmula para el avivamiento. Dios se mueve de formas diferentes en tiempos diferentes. En segundo lugar, insistió en que la iglesia necesitaba el avivamiento, no para que más personas entraran en la iglesia, sino para que Dios fuese devuelto a Su lugar justo en las vidas y pensamientos de la gente.

Tal como en el problema de unidad de la iglesia, sus ideas sobre lo que ahora se conoce como ‘psicología cristiana’ probaron ser profundas y proféticas. Él no estaba en absoluto impresionado con el matrimonio entre la predicación bíblica y la psicología secular.

Hay una colección de sermones sobre el asunto en «Depresión Espiritual: Causas y Curas», publicada por primera vez en 1965. La obra apunta a la suficiencia de Cristo en la vida del creyente y concluye con estas palabras: «Yo hago lo máximo que puedo, pero Él controla el suministro y el poder, Él lo infunde. Él es el médico celestial y Él conoce cada variación en mi condición. Él ve mi complexión. Él siente mi pulso. Él conoce... todo. ‘Así es’, dice Pablo, ‘y por consiguiente todo lo puedo a través de Aquel que constantemente me está infundiendo fuerza’… Él nos conoce mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos, y según nuestra necesidad, así será nuestro suministro».

A principios de los 60’s, el doctor inició una serie de mensajes sobre el evangelio de Juan. Su intención en ellos no fue una exposición verso por verso como era habitual, sino una búsqueda del significado esencial de la certeza y la llenura del Espíritu Santo.

A principios de 1968, en su 68° año, Lloyd-Jones tuvo una operación importante y, aunque se recuperó por completo, decidió que después de 30 años en Westminster había llegado el tiempo de retirarse como ministro.

Su ministerio había sido muy bendecido por Dios. Había habido un arroyo constante de conversiones, muchas notables y, sobre todo, a una amplia variedad de personas de toda condición social se le había enseñado la anchura y la profundidad de la doctrina cristiana. En la Capilla había soldados de los cercanos cuarteles de Wellington Barracks, trabajadores de los hoteles y restaurantes del oeste, enfermeras de los grandes hospitales, actores y actrices de teatros del oeste-extremo, sirvientes civiles menores y mayores de Whitehall, y desempleados crónicos provenientes del hostal del Ejército de Salvación.

La Capilla siempre estaba llena de estudiantes, especialmente extranjeros, entre los que estaba el ahora Presidente Moi de Kenya. La Iglesia china asistía en la mañana y muchos Hermanos de Plymouth por la tarde. Cuando los Hermanos Exclusivos se dividieron, muchos de los que vivían en Londres vinieron a la Capilla de Westminster. Y había, por supuesto, muchos profesionales, maestros, abogados, contadores y quizás más de algunos de aquéllos que tenían alguna deficiencia mental.

Gente de todo tipo y condición venía a verlo después en la sacristía, donde él pasaría horas pacientemente escuchando y sabiamente aconsejando. Uno de ellos ha escrito: ‘Yo tengo un recuerdo encantador de ir a él en una necesidad personal profunda, todavía muy asustado de su manera pública formidable. Su apacibilidad y atractiva bondad, unidas a un consejo simple y recto, ganaron mi corazón. Su cerebro y brillantez como predicador le hacen digno de respeto y admiración; ese otro lado más manso, que conocí en privado, hace a uno amarle’.

En 1977 él habló sobre la diferencia en el método de Pablo de ayudar a los cristianos y aquello que se estaba popularizando con el nombre de consejería. Su convicción era de que mucho de lo que pasa como psicológico era realmente espiritual. Lloyd-Jones vio el púlpito como el enfoque de verdadero ‘Cristian counselling’. Eso no significa que él estuviera desinteresado de su gente y de sus problemas. Nada podía estar más lejos de aquello. Él ocupaba muchas horas en el consejo personal y la dirección bíblica.

Actividades finales

En los 12 años posteriores a su jubilación él continuó con la Conferencia de Westminster y dedicó mucho tiempo a dar consejo a otros ministros, contestar cartas y hablar eternamente por teléfono. Libre de la rígida rutina de los domingos en Westminster, él pudo entonces dedicarse a los compromisos externos que él había tomado como ministro, sobre todo ocupando los fines de semana en causas pequeñas y remotas que él amaba animar. Él viajó de nuevo a Europa y los Estados Unidos, pero rehusó nuevas y reiteradas invitaciones a otros países.

Lloyd-Jones tenía un hogar muy feliz que estaba abierto cada Navidad a los miembros de la iglesia que no tenían otro sitio adonde ir. En su jubilación él solía incitar a sus nietos mayores con algún argumento. Ellos eran como cachorros jóvenes yendo por un león viejo, atreviéndose donde nadie más se atrevería, vueltos atrás por un gruñido, pero volviendo a saltar en seguida.

En 1979, la enfermedad regresó, y tuvo que cancelar todos sus compromisos. Él aún anhelaba predicar de nuevo. Él había visto a muchos hombres seguir después de que ellos debían haber parado. En la primavera de 1980 pudo empezar de nuevo, pero una visita al Hospital en mayo reveló que su enfermedad exigía un tratamiento más severo que le impediría predicar. Entre las agotadoras sesiones en el hospital, que él enfrentó con valor y dignidad, continuó trabajando en sus manuscritos y dando consejo a ministros, pero en Navidad él estaba demasiado débil para esto. Al final, sin embargo, pudo pasarse tiempo con su biógrafo (su ayudante anterior, Ian Murray).

Hacia fines de febrero de 1981, con gran paz y confiada esperanza, él creyó que su obra terrenal estaba hecha. Dijo a su familia inmediata: ‘No oren por sanidad, no traten de retenerme de la gloria’.

El 1 de marzo, el Día del Señor, él pasó a la gloria de la cual tan a menudo había predicado, para encontrarse con el Salvador al cual había proclamado tan fielmente.

Milagros en la prisión

La gracia de Dios manifestada en la Prisión de Alta Seguridad de Sugamo, en Japón.
Una joven irlandesa, alegre y vivaz, navegó para el Japón el 9 de octubre de 1916. Era Irene Webster-Smith, y venía de una familia aristocrática. Irlandesa hasta la médula, ella a veces desbordaba alegría con humor inteligente y agradable que espantaba a los ultraformales y afectados, pero que atrajo a millares de japoneses en los años siguientes.

Aquella talentosa joven irlandesa no imaginaba que un día sería usada por Dios para transformar las vidas de catorce de los más duros criminales de guerra en Japón.

¿Cómo sucedió tal milagro?

Nishizawa San era uno de los líderes militares japoneses condenados por crímenes de guerra. El Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra lo consideró culpable y le condenó a la muerte por ahorcamiento. Él estaba en el presidio de Sugamo esperando la ejecución, cuando por primera vez se encontró con Miss Webster-Smith.

La esposa de Nishizawa era una cristiana y estaba muy preocupada por su marido. Como tenía permiso para visitarlo sólo media hora al mes, ella le había llevado un Evangelio de Juan en una de sus visitas. Pero Nishizawa no estaba interesado. Endurecido por los pecados de los más crueles, era completamente indiferente al esfuerzo de su esposa por conducirlo a Cristo.

Un día, Miss Webster-Smith, llamada ´Sensei’ (‘maestra’, o ‘sabia’) por los japoneses, fue a dictar una charla en una reunión de mujeres en Kashiwa. En aquella reunión estaba la Sra. Nishizawa. Ella se presentó a Sensei y entonces le rogó que fuese a visitar a su marido en la prisión. «Estoy muy preocupada por mi marido, y deseo mucho que él se convierta antes de morir. Si usted puede visitarlo, yo le cedo mi visita para que usted pueda verlo».

Un ruego tan conmovedor era irresistible y Sensei prometió hacer lo posible para atenderlo. Pero luego se dio cuenta que Nishizawa y los otros prisioneros de crímenes de guerra en Sugamo eran mantenidos bajo máxima seguridad. Las autoridades no dejaban pasar nada, principalmente después de que la esposa de un preso introdujo veneno de contrabando cuando visitaba a su marido. Ella puso el veneno en el alambre de la tela de la ventanilla de la entrevista; el prisionero lamió la tela y murió.

Al principio parecía imposible a Sensei pasar, a causa de los reglamentos y burocracia de los oficiales. Pero un entusiasmo y una determinación divinamente inspirados finalmente convencieron a las autoridades de que aquella viejecita encantadora tenía el derecho de visitar al condenado Nishizawa. Ella fue recibida en el gran edificio de piedra gris conocido como Presidio Sugamo.

La ventanilla fue fuertemente custodiada cuando Sensei se sentó a un lado de aquella pesada tela que la separaba de Nishizawa. Con una oración silenciosa, ella dijo al hombre: «Yo estuve con su esposa y sus hijos, y ellos están bien. Conocí a su esposa en una reunión cristiana».

Nishizawa respondió: «Ella me contó que se había convertido e incluso me dejó un librito». El tono de su voz no demostraba ningún interés. Pero Sensei inmediatamente vio su oportunidad. «El librito debería ser el Evangelio de Juan», pensó ella. Era el mismo, y dio a Sensei una oportunidad de explicar al prisionero que el Cristo del Evangelio había muerto en la cruz por los pecados de los hombres, y que él misericordiosamente perdonaría a todos los que se arrepintiesen y creyesen en él, Cristo les recibiría en su reino de gloria, donde vivirían eternamente con él.

Nishizawa fue visiblemente tocado por la exposición sincera y confiada del Evangelio en aquella ventanilla de la prisión. Antes que terminara la entrevista, él le hizo la pregunta vital: «¿Usted quiere decir que él perdonaría mis pecados? Yo cometí pecados horribles. Usted no se puede imaginar».

Rápidamente Sensei garantizó a Nishizawa que hay esperanza aun para el peor pecador que confíe en la sangre purificadora de Jesucristo y crea en él como su Salvador personal.

Profundamente tocado por el Espíritu Santo, el pobre preso oró con Sensei ahí mismo, clamando a Dios por misericordia. Luego, su corazón fue inundado de una paz y una alegría que nunca había sentido antes. Sensei le oyó decir: «Gracias a Dios, y muy agradecido de usted».

¡La gran transacción había sido hecha! Nishizawa era una «nueva criatura en Cristo Jesús». En seguida, él dijo a Sensei que creía que era salvo por Cristo. La misionera entonces lo alentó a buscar a alguien en la prisión y contarle lo que Cristo había hecho por él.

La única oportunidad que el preso tenía era la hora de los ejercicios, porque estaba confinado en una celda solitaria, y ni aun en los ejercicios le era permitido hablar con los otros prisioneros. Pero Nishizawa prometió que haría todo lo posible para testificar sobre su Salvador recién encontrado. Él hizo esto con tanto éxito que, uno tras otro, trece prisioneros de guerra en Sugamo fueron llevados a Cristo. Ellos pidieron el bautismo y fueron bautizados en las aguas por el capellán bautista de la prisión.

Entonces, un día Sensei sintió una gran y urgente necesidad de visitar a Nishizawa de nuevo. Pero los oficiales responsables eran inflexibles. Ella había utilizado la única entrevista permitida. Una segunda visita de clemencia era absolutamente imposible.

Sabiendo que el llamado urgente venía de Dios, ella sintió que necesitaba ver a Nishizawa de cualquier manera, antes que fuese ejecutado. Y cuando Sensei decidía hacer alguna cosa por su Señor, ni todos los poderes del infierno podrían detenerla. Ella fue directamente a la oficina del único hombre en Japón que podría abrirle las puertas de la prisión. Era el famoso general MacArthur, el hombre que en aquella época prácticamente gobernaba todo el Japón.

El general la recibió cortésmente y oyó su petición. Entonces él le dio permiso para ver al prisionero una vez más, proveyéndole incluso un auto oficial para conducirla hasta la prisión.

En la sala de entrevistas, ella miró con atención a Nishizawa cuando fue introducido. El rostro de él estaba radiante de alegría y él exclamó: «Justamente esta mañana pedí a Dios que la enviase a visitarme. ¡Él respondió mi oración! Yo quiero dejar con usted instrucciones respecto de los cuidados a mi esposa y mis hijos, y un último mensaje para ellos y para mis padres». Luego Sensei y Nishizawa oraron juntos y se despidieron.

Un poco antes de ser ejecutado Nishizawa, Sensei recibió una carta de él. Decía lo siguiente:

«Mamita Smith: Sinceramente yo la aprecio mucho, como el esfuerzo que usted hizo para visitarme de nuevo y alentarme, compartiendo conmigo su precioso tiempo. Agradezco también en el nombre del Señor, junto a los otros hermanos, pues sabemos que el favor del bautismo que fue realizado se debe a sus ingentes esfuerzos. Estoy viviendo días de gratitud, creyendo que puedo recibir la salvación del Espíritu Santo en mi último día, y totalmente confiando en él, pues para mí –salvo por la gracia de Dios– «el vivir es Cristo y el morir es ganancia». «Oro porque goce de buena salud en el nombre del Señor Jesucristo y de Dios Padre. Sinceramente suyo, un pecador salvado, M. Nishizawa».

Dos días más tarde, Sensei supo que Nishizawa y uno de los otros convertidos habían sido ejecutados en la noche anterior.

Adaptado de "The Flame".

La vida familiar de John y Charles Wesley

Durante las primeras décadas del siglo XVIII, Inglaterra estaba muy abatida espiritualmente. De hecho, estaba en uno de sus épocas más bajas. Pecado del tipo más feo abundaba en cada nivel de la sociedad, y parecía que no había esperanza que la Iglesia pudiera despertar y detener su descenso hacia la iniquidad. Sin embargo, igual como Dios proveyó a Ana en los días de Israel, así hubo una «señora elegida» en Epworth, Inglaterra, llamada Susana Wesley, quien se preocupó por sus hijos. Sin saberlo ella, Dios le guió a criar a un profeta y a un salmista, los que juntos despertarían a la nación, y además, al mundo entero.

Eso sucedió hace trescientos años y todavía sus voces se oyen en el cristianismo del siglo XXI. ¿Qué predicador no ha usado un dicho o un ejemplo de la vida de John Wesley? ¿Qué asamblea de cristianos no ha cantado uno de los himnos de Charles? El impacto de las vidas de estos dos hombres es inconmensurable. Es claro que Dios en su previo conocimiento iba guiando y velando sobre el entrenamiento de ellos. En este estudio se quiere indagar sobre la vida hogareña de Samuel y Susana Wesley, padres de John y Charles.

Estudiando las genealogías de las dos ascendencias, de John y Charles, encontramos un carácter noble en las dos. Ambos linajes tuvieron personas que trabajaron en la obra de Dios, en la Inglaterra de aquellos tiempos. Y cada generación siguiente fue impactada por esto. Las controversias acerca de las prácticas de la «alta» iglesia, la no-conformidad y el estado espantoso de la iglesia en general fueron candentes. En el comedor tuvieron extensas charlas acerca de esos temas. Al morir, el abuelo de Samuel estaba muy triste a causa de las persecuciones que él y otras personas de su familia habían sufrido. Un tío de Samuel, llamado John, fue cazado como un zorro, fue echado a la cárcel varias veces y al fin murió de una enfermedad que las mismas persecuciones le provocaron— a los 34 años de edad. Se dijo que John, el hijo de Samuel, fue imagen de John, el tío de su padre, por su fogoso celo y energía.

En el linaje del lado de la madre, encontramos el mismo caso. El padre de Susana, el Sr. Annesley, fue muy conocido como predicador puritano. Sirvió en varias iglesias anglicanas hasta que las controversias acerca de la no-conformidad se levantaron. Luego, se retiró de la iglesia-estado y se hizo puritano. Esto le costó mucho y tuvo que luchar constantemente durante sus 30 años siguientes. Muchos consideraron a este hombre igual al apóstol Pablo, y su forma de vida muestra claramente que era un puritano de mucha influencia. Por todo esto, los padres de John y Charles heredaron una gran carga acerca del avivamiento. La misma carga fue heredada a los hijos. Y, una vez entendido que Dios quería un avivamiento y una reforma en la iglesia, John y Charles se pusieron a la obra de todo corazón.

El padre de John y Charles

Samuel Wesley fue predicador en el pueblecito de Epworth, en la iglesia anglicana. Anteriormente había vivido en diferentes lugares; pero, en Epworth fue donde John y Charles se criaron. Samuel fue un hombre de disciplina y celo, regularmente estuvo bien firme en sus propias opiniones. Esta situación le provocó persecuciones y problemas que bien pudieron ser evitados, si se hubiera conducido con humildad. Con todo, las persecuciones que sufrió la familia prepararon a los hijos para las mismas, pues las habrían de sufrir en el futuro. Y el ejemplo paciente de su padre en los sufrimientos fortaleció a los hijos también.

Un rasgo que él y su esposa tenían en común fue la tenacidad en cuanto a no echar por tierra sus convicciones; y parece ser que los hijos heredaron lo mismo. Los dos valoraron el orden en su forma de vida; y así mismo fueron conocidos los hijos, por sus vidas ordenadas. Estudiando el hogar de los Wesley, se nota que la tenacidad de los padres a veces les causó problemas, pues cualquier pareja dogmática que viva junta tendrá diferencias entre sí. Pero, a pesar de esto, no desistiendo en nada, la madre se dio a la tarea de criar a sus hijos y a manejar la casa de Samuel.

Samuel fue autor y pastor, y a causa de las frecuentes visitas que hacía, estuvo muy ocupado. Siendo de naturaleza compasiva, se dio a conocer por sus numerosas visitas a las cárceles. Pagó los costos de su educación universitaria, viviendo felizmente en la pobreza a razón de esto.

También fue poeta; escribió poesía y prosa en el transcurso de su vida. Ninguna de sus obras perduró, pero algunos de sus hijos recibieron el mismo don; y Charles sobresalió en éste, escribiendo miles de canciones. Sin duda, el talento de Charles fue inspirado al ver a su papá trabajando hora tras hora en sus propias obras. ¡Oh, la sabiduría de Dios es inescrutable!

Parece ser que Samuel tuvo sueños y visiones que quería llevar a cabo, pero no pudo realizarlos. Concibió el plan de mandar misioneros a China, India y a todos los territorios británicos, ofreciendo que él y su familia se irían para guiar la obra.

Quizás debe considerarse a Samuel como un profeta en cierto sentido. En sus últimos días profetizó acerca del surgimiento de un avivamiento, diciéndoles a sus hijos: «Ustedes lo verán, pero yo no».

Para concluir, debo añadir lo siguiente: Samuel no era un padre de primera clase. Sin embargo, su hogar fue conocido por doquier como uno de los más piadosos de su tiempo. Sin duda que él ayudó a tal reputación.

La madre de John y Charles

Susana se crió en un ambiente piadoso. Su papá, por ser muy usado por Dios, les trajo muchas bendiciones a sus hijos. Según los registros, el hogar Annesley tuvo 22 hijos. Los tiempos fueron serios, y Susana maduró temprano, escuchando conversaciones sobre asuntos espirituales.

Fue una apasionada estudiante, y aprendió griego, latín y francés cuando aún era joven. Sus libros de estudio fueron la Biblia, la teología y los escritos de la iglesia primitiva. A causa de los tempestuosos tiempos en que creció, luchaba en sí misma con profundos asuntos espirituales, mientras que muchas de sus compañeras jugaban con muñecas. Sin duda, Susana fue una muchacha distinguida – devota, pensativa y llena de virtudes cristianas. Muchos historiadores la llaman ‘la madre del metodismo’ debido a sus definidos métodos en cuanto a la crianza de los niños.

‘La balanza’ describe bien su carácter— una mezcla de benignidad, disciplina, sobriedad y gozo. Consagró una hora cada mañana y tarde para estar a solas con Dios, orando y meditando.

Como madre, le dio 18 hijos a su marido, Samuel. De ellos, ocho murieron pequeños. Es difícil imaginarse la agonía de enterrar a ocho preciosos pequeñitos.

Los métodos de Susana

Hay muchas biografías acerca del hogar de los Wesley. En su mayoría, ellas pintan la vida hogareña de Samuel y Susana como casi perfecta. Pero las biografías pueden ser incompletas, especialmente si se refieren a alguien tan conocido como John Wesley.

La prueba del hogar Wesley son los beneficios que el mundo recibió por medio de John y Charles. Resulta patente que hubo algo en su niñez que les ayudó. Todos los registros demuestran que Susana era la figura prominente en la crianza de los hijos en el hogar de los Wesley. Su educación, dones de organización y firme personalidad, junto con el hecho de que Samuel era un hombre muy ocupado en otras cosas, pusieron a Susana al frente de las cosas hogareñas. Fue una mujer que derramó su vida en la crianza de sus hijos, con un firme propósito. Veamos cómo este propósito se manifestó en métodos prácticos sobre la crianza de los hijos.

Una vida ordenada y programada

Susana razonó sobre el provecho que tiene una vida disciplinada. Por esto, poco tiempo después de nacer, cada hijo empezó un bien sistematizado programa de crianza. Había un tiempo para dormir, un tiempo para comer, un tiempo para despertar, etc. Se esforzaba para desarrollar tales hábitos en la vida y memoria de cada hijo. Se aplicó esto aun hasta para los tiempos de descanso de un bebecito. Ella dedicó tal esfuerzo en esto que el bebé se dormía a la hora deseada: sin llorar o pelear. Igualmente, se aplicó este principio al tiempo para alimentar al bebé.

Tales disciplinas fueron empleadas para poder tener más orden hasta en el tiempo ocupado en los quehaceres del hogar. Ella pensaba que era necesario que cada hijo estuviera en su lugar. Todo fue puntual: las oraciones, el desayuno, la escuela, tiempos de quietud, el descansar, el culto familiar, etc.; todo según el reloj. Claro, había tiempos cuando las providencias trastornaban todo, pero siempre volvió a su familia al orden. La estabilidad y seguridad que este principio produce en la vida y desarrollo de un niño son tremendas. Susana prosiguió estas metas sin desviarse, porque vio la sabiduría escondida y los efectos provechosos que tendrían para sus hijos.

Guió los apetitos de los hijos.

Susana sabía que si un hijo no aprendía a controlar sus apetitos, los mismos lo controlarían a él, posiblemente para el resto de su vida. Por esta razón, hizo estrictas reglas en cuanto al comer. Asimismo, entrenó a sus hijos a comer comidas que no les gustaban y a tomar bebidas de mal sabor. El tomar medicina tenía dos razones – ayudar a la salud del niño, y a enseñarles a soportar lo indeseable. No permitió comer entre los tiempos establecidos para las comidas, pues consideraba esto como mal hábito. Sí, comieron dulces, pero tales cosas como esas, consideradas lujo, fueron vigiladas cuidadosamente.

El hogar se mantuvo quieto.

Los hijos no deben controlar el ambiente de un hogar. Hay tantos quehaceres que cumplir diariamente, y para el provecho de todos, que el hogar tiene que estar calmado y quieto. Susana creyó y puso esto en práctica, entendiendo los beneficios que cada hijo ganaría si la misma cualidad se llegara a poner en práctica en ellos.

Hay un refrán que dice: «Siempre hablando, nunca aprendiendo.» A la edad de un año, los hijos de los Wesley habían aprendido a llorar quietamente. Lo mismo fue enseñado usando medidas positivas y negativas. Así, la casa no tuvo mucha bulla de un niño llorón; algunas personas dieron testimonio que era un hogar donde no se sabía si había niños en casa, a causa del ambiente calmado. De igual modo, los niños fueron enseñados a estar quietos durante las oraciones familiares, y así dar una señal de bendición al final de éstas, en vez de estar hablando.

«Hay que conquistar la voluntad del niño».

Éstas eran las palabras de Susana y están colmadas de poderosa sabiduría. Ella también dijo: «Me esfuerzo por capturar la voluntad de un hijo desde su temprana edad y trato de cuidarla hasta que el niño la entregue a Dios. Este es el único, fuerte y razonable cimiento de una educación, sin la cual, ni precepto ni ejemplo tendrá efectos.»

La voluntad del hombre es el centro de su vida religiosa. Si no la rinde a sus padres, le será mucho más difícil rendirla a Dios, y, todo entrenamiento en cuanto a la vida doméstica y a la vida espiritual será frustrado. Entonces, este principio es de suma importancia; hay que adquirirlo lo antes posible. Una relación amorosa, junto a la apropiada aplicación de la vara y la persistencia, te dará los deseados resultados en tu propio hogar.

Una escuela bien ordenada en el hogar

Así describió Susana su método sobre el educar a los hijos. Durante veinte años invirtió seis horas diarias a esta tarea santa. En sus últimos años, escribió a su hijo John sobre la intención de enseñar en el hogar, en términos bien definidos: «Hay muy pocas personas que dedicarían los mejores veinte años de su vida para salvar las almas de sus hijos.» Por medio de estas palabras y por la manera en que dirigió la escuela, podemos saber que formuló más que una mera educación académica.

Por medio de su influencia, cada hijo recibió pasión por aprender y vivir en justicia. El tiempo de la escuela empezaba y terminaba cada día con cantos, y cada hijo aprendió a leer con la Biblia como único libro de texto. A las cinco de la tarde, Susana dividía la familia en pares, un hijo que podía leer con otro que no podía. Luego, se leía el Salmo del día y un capítulo del Nuevo Testamento. Además, Susana escribió tres libros para ocuparlos en su escuela: A Manual of Natural Theory (Un manual de teoría natural), An Exposition of the Apostles’ Creed (Una explicación del credo apostólico) y An Exposition of the Ten Commandments (Una explicación de los diez mandamientos).

Cada tarde escogió a uno de sus hijos e invirtió tiempo charlando con él sobre temas espirituales. Hermanos: este es el supremo secreto del por qué del fruto de John y Charles. ¡Qué ejemplo de una madre dedicada! Se negó a sí misma de una vida social «normal» para invertirla en la crianza de sus hijos. Diez de los 18 hijos sobrevivieron hasta ser adultos, y todos ellos se entregaron al Señor. Y, al momento de sus muertes, todos estaban «en el Señor». Hay mucho que aprovechar en todo esto.

Es verdad que Susana tenía unas empleadas para ayudarla en la casa, pero recordemos que ellos vivieron antes de la invención de las comodidades modernas.

Moldear un carácter piadoso

Edificar el carácter (la fuerza moral y ética), fue una de las razones de la enseñanza en el hogar. Cada hijo necesita fe que produzca obras prácticas. Observando este hogar, se hace patente que Susana planeaba y llevaba a cabo muchas actividades que edificarían tal virtud en la vida de sus hijos.

¿Cuáles fueron las herramientas que ocupaba para realizar esto? Bueno, la respuesta es fácil. Como vivían en un pueblecito con cultivos alrededor, había muchos quehaceres. Cuidar los animales, ordeñar las vacas, sembrar las huertas y otros trabajos semejantes proveían buenas oportunidades para enseñar a los hijos sobre el carácter. La constante pobreza del hogar igualmente proveyó muchas ocasiones para entrenarlos. En cuanto a la moralidad, a los niños se les enseñó que la mentira es un vicio, y debemos cuidar nuestros compromisos. Susana enseñó a sus hijos que no recibirían castigo con la vara si confesaban sus errores a tiempo.

Se ha descrito ya la vida ordenada del hogar. Sin embargo, vale la pena mirarla otra vez en cuanto al carácter. La repetición de buenas acciones crea buenos hábitos. Así, tener tales acciones programadas en buen orden, diariamente, es de tremenda ayuda. Según el libro de Eclesiastés (capítulo 3), todo tiene su tiempo. En una vida hogareña bien ordenada, hay tiempo para que cada hijo lea la Biblia, limpie su cuarto, ordeñe la vaca, etc. Así, un niño crecerá cumpliendo tales quehaceres, sin pensar que lo mismo es anormal. ¿Ves el valor de esto?

Un ambiente de amor en el hogar

Todo lo dicho anteriormente puede parecer como algo grave y difícil, si lo miramos como un solo evento. Pero hay que considerar el lubricante que hace que toda esta maquinaría corra bien: el amor. Este amor es el amor «ágape», el amor sacrificado, y en el hogar de los Wesley el mismo prevaleció como el primer espíritu.

Susana fue una madre muy afectuosa. No era como un sargento del ejército, que demanda la obediencia sin amor. Muchas personas de su tiempo testificaron que su hogar era el más cariñoso de todos. De hecho, los niños de Susana, al ver los sacrificios de ella, casi la hacían un ídolo.

La disciplina mezclada con el amor, creó un vínculo entre la madre y los hijos que fue muy hermoso de ver. El carácter benévolo y amable, mezclado con las muchas horas que les invirtió, hizo que los corazones de los hijos estuvieran llenos de honor y respeto para ella.

Susana permitió tiempos para que los hijos pudieran jugar, sonreír y hacer bulla, como es normal para los niños. Y esto es de igual importancia en los demás puntos de un hogar, porque no se puede tener sólo la estricta disciplina, sin el amor. Tienen que fluir del uno al otro, y volverse otra vez. Esto se llama «balance».

El fruto de Susana Wesley

Según muchos historiadores, «Susana Wesley es la madre de la iglesia metodista». Empezando la búsqueda de materiales para este estudio, hallamos una y otra vez tales palabras, que parecen exageradas. Pero tras invertir muchas horas estudiando a esta mujer extraordinaria, vemos que hay abundante verdad en ellas.

¿Por qué? Porque si se estudia el movimiento metodista, se aclara que ella tuvo varias características que hicieron que el mismo movimiento tuviera una fuerza potente en Inglaterra y Norteamérica. He aquí algunas de esas características:

* Una vida personal santificada
* Una vida personal con devocionales
* Odio al pecado y a la injusticia
* Una vida ordenada
* Un avivamiento en las disciplina cristianas (oración, ayuno, etc.)

Bien se puede aumentar la lista con varios puntos más, pero estos bastan para este objetivo, que es el mismo objetivo al que hacen referencia los historiadores acerca de Susana. Observando la lista, vemos el objetivo: los puntos anotados son los mismos que Susana ocupaba en la enseñanza de sus hijos. Los primeros metodistas recibieron este nombre de parte de sus críticos, al pensar que había muchos métodos en la forma de vida de John, Charles y sus compañeros. Así fue como los llamaron metodistas, burlándose de ellos. Pero John y Charles simplemente pusieron en obra los principios que recibieron de su mamá en el hogar, y se los enseñaron a sus seguidores.

Entonces, leyendo todo esto, ¿qué piensas tú? ¿Fue Susana una madre que pasó sus días enseñando a sus hijos algo que no valdría la pena? Por supuesto, la respuesta es ‘No’. Ella fue guiada por Dios a criar una familia piadosa, en un tiempo de mucha impiedad. Dios la usó para que formara dos vasijas escogidas, preparadas para el uso del Maestro. Ella se entregó en las manos de Dios y sacrificó veinte años en el entrenar, castigar, leer, orar y amar.

Los resultados todavía se muestran por todos lados, y en muchos lugares la voz de ella y de sus hijos se escucha – aún hoy día.


D. Kenaston

La vida familiar de D. L. Moody

Dios empezó a preparar a D. L. Moody mucho antes que iniciara su ministerio público. Dios obra en tantos y variados modos para adiestrar a sus siervos, para la obra a la que les ha llamado cumplir.

Como dice la Biblia en el libro de Job: «Hace cosas grandes e incompresibles, ¿quién las entenderá?» (Job 5:9). El plan misterioso de Dios para este siervo tenía circunstancias bien difíciles. Ellas se entienden sólo al mirar retrospectivamente en los años pasados, comprendiendo que Dios preparaba a un siervo.

Una herencia Puritana

Hubo siete generaciones de los Moody (en Norteamérica) antes de la de Dwight Moody. John Moody desembarcó en el lugar que ahora se llama Connecticut en el año 1633. Impulsado por los deseos típicos de los puritanos de aquellos días, quería hacer un hogar y servir a Dios en libertad. Seguro es que hubo mejoras y desmejoras en unas u otras de las siguientes generaciones, pero encontramos piedad en la familia, aún doscientos años después de la llegada de John Moody. Para nosotros hoy en día, esto es difícil de imaginar, a causa de nuestra pequeña y limitada visión.

Los antepasados de la madre de Dwight Moody, Elisabet, fueron casi iguales a los de su padre. Llegaron a Norteamérica en 1630 y se establecieron acerca de Northfield, Massachusetts. Allí vivieron por 200 años, sirviendo a Dios en las tradiciones de los puritanos. La finca quedó en manos de esta familia durante 200 años, según su biografía. Las dos familias fueron pioneras por su característico trabajo duro en una finca recién colonizada. Además, fueron puritanos en todas las convicciones y visiones de los colonizadores de esa nueva tierra. Moody vio al pasado y miró a estos antepasados con gratitud, al ver las cualidades puestas en su propia vida por ellos.

Edwin Moody y Elisabet Holton se casaron en la sala de la casa de los Holton. Se gozaron por un matrimonio feliz y amoroso, al cual Dios dio nueve hijos. Edwin se ganó la vida del mismo trabajo que lo hicieron todos los Moody anteriores, como albañil. Construyeron casas de piedra y de ladrillo. También hicieron otras construcciones en todo el valle donde vivían. Esta feliz vida siguió por casi trece años, hasta que la providencia cambió el hogar y el rumbo de los Moody para siempre.

La escuela de la pobreza

Cuando Moody tenía cuatro años, falleció su papá inesperadamente. Hasta entonces, la familia vivía en plenitud, pero todo cambió. Este cambio de sucesos dejó a la señora de Edwin Moody como una viuda pobre, con siete hijos, y embarazada de gemelos. La familia tenía una deuda grande, sin provisiones por la inesperada muerte. Por último, solamente quedó la casa después de pagar a los acreedores.

A la primera mirada, esto parece como una grave tragedia, difícil de comprenderse; pero la providencia muchas veces parece ser así. Yo puedo imaginarme al negociante eficiente y dedicado que Moody pudo volverse. Tenía todas las capacidades para hacerse un hombre prominente en su comunidad, con bastantes bienes materiales para gozarse. Pero Dios tenía otros planes para él, para su familia y para su madre, la cual ya estaba en medio de una gran lucha. Un millón de almas estaban en peligro y, para Dios, la pena no fue demasiado grande para ganarlos.

La señora de Edwin Moody pudo ver el resultado de ese gran empeño: miles vinieron a escuchar a su hijo predicar el evangelio eficaz de Cristo. Me ha impresionado lo tocante a cuantos siervos de Dios fueron criados en la pobreza. Dios, sí, mandó a Su Hijo a un hogar humilde y pobre para su crianza y preparación. Podemos aprender mucho de esto. Muchas bendiciones salieron de la crianza de Moody en la pobreza. Quiero destacar unas de las más prominentes para instrucción nuestra.

* Desde el primer día fueron dependientes de Dios en todo. Cuando los acreedores se llevaron hasta la leña, a los Moody les quedó solamente una opción: orar y confiar en Dios, quien sabe de las necesidades de los huérfanos y las viudas. Los niños se quedaron en la cama hasta la hora de ir a la escuela (¡para no enfriarse, hacía mucho frío en ese lugar en esa época!), y la mamá oró. Un tío, Cyrus Holton, llegó con leña para calentar la casa y los corazones de toda la familia. Podemos imaginarnos cuántas veces Dios les proveyó de tal manera.

El hijo mayor tenía sólo doce años al fallecer el padre. La mayoría de los norteamericanos no conocemos cómo es confiar en Dios para las necesidades diarias. Nuestros hijos van a sufrir por esta falta de confianza – ¡es seguro!

* Vivían en la escasez durante los años siguientes a la muerte del padre. Todas las semanas, repetidamente, tenían que decir «no» a los deseos de la carne; y esto fue un buen entrenamiento para su siguiente fructífera vida cristiana. La ropa se usó y se remendó hasta gastarse. A los zapatos se les consideró como una cosa de lujo; las cosas sencillas les encantaban a aquellos niños de pocos recursos. Sin duda, esto hizo que Moody siempre fuera compasivo ante los necesitados. Su corazón simpático es lo que atrajo a tantas almas al Maestro. Debemos buscar cómo enseñar a nuestros hijos a vivir sencilla y humildemente, aunque tengamos que construir tales condiciones de escasez.

* Las comidas fueron sencillas y básicas. Por necesidad, comían las mismas comidas a menudo. Esto será difícil para nosotros que comemos una gran variedad a cada rato.

Cuando Moody volvió a la casa de su madre quejándose por las comidas de su patrón, Elisabet le regresó para que cumpliera el tiempo comprometido. Su queja tuvo razón – 19 comidas repetidas de panes de maíz con leche, sin nada más. Yo creo que debemos hacer sencillas las comidas de nuestros hijos y enseñarlos a estar contentos con ellas.

Moody tuvo que llevar el yugo de la virilidad desde su juventud. Los niños tuvieron que buscar trabajo años antes que sus amigos. La pobreza los forzó a salir de su hogar a los diez años, para trabajar toda la semana en las fincas cercanas. Luego, volvían a su casa durante los fines de la semana para asistir a la iglesia. Yo sé que hoy día muchos de nosotros sentiríamos lástima al ver tal jovencito trabajando afuera del hogar, pero fíjate en lo que se produjo. La sociedad moderna nos ha señalado más que de lo que nos damos cuenta. Yo estoy convencido que hacemos gran favor en darles a nuestros hijos responsabilidades abnegantes.

¿Tienen ustedes riquezas? ¿Tienen todas las comodidades a su alcance? Muchos de nosotros somos ricos, pero no lo damos a conocer. Las riquezas son muy peligrosas porque hay muchas trampas en ellas. Si tienen riquezas, los amonesto a que vivan a un nivel muy abajo de su sueldo y regalen lo demás a otras personas. Sus hijos los bendecirán en el futuro por esta decisión. Es posible tener un sueldo de un millón de dólares, sin que otros lo sepan.

Una madre piadosa y resuelta

La querida Elisabet Moody es un precioso ejemplo de perseverancia para cada madre que lee este escrito. Ella es un ejemplo para cada madre desamparada, que anhela criar a sus hijos para Dios; sin un padre en el hogar. «Confía en Dios», fue su credo sencillo. Este también es el mensaje sencillo y básico de la Biblia. No podía darles a sus hijos una educación teológica como a otros mencionados en este libro, pero ella tenía en su corazón la realidad de esta teología. Esto es mucho más importante. No sé cómo estaba el nivel de espiritualidad en el hogar de los Moody antes de la muerte del padre.

Extrañamente, la historia del matrimonio Moody se queda silenciosa durante los primeros trece años. Posiblemente la tragedia de la pérdida del esposo y la desesperación de su situación le trajeron una realidad bendita en su relación personal con Dios. Ella vivió hasta el momento que pudo ver la grandeza del ministerio de su hijo Dwight, y murió sólo tres años antes de él – a sus 91 años. ¡Imagínate cómo se sentía en su vejez, pensando en los días de escasez ya pasados! Quizás se recordó de los tiempos en que estuvo casi al punto de dejarlo todo y Dios la ayudó a seguir adelante. Ya estaba clara en este asunto, pero antes todo era oscuro y nublado. Conservaba las prácticas y convicciones de sus antepasados puritanos en cuanto a la crianza de los hijos. Analicemos algunos de los métodos prácticos que usaba para moldear a «un siervo del Señor».

Los cultos familiares

La madre de Moody siguió el ejemplo de sus antepasados puritanos y reunió a toda la familia todas las mañanas para leer y orar. El hogar de los Moody tenía sólo tres libros, pero los tres eran muy importantes. Una Biblia, un catecismo y un libro devocional de inspiraciones y oraciones. Con estos tres libros recibieron sus instrucciones en asuntos santos. Los domingos por las tardes, tenían por costumbre reunirse frente a la chimenea, luego la mamá les leía estos libros. Aunque Dwight salió de su hogar débil en cuanto al entendimiento de la Biblia, fue formado en el bien. Dios preparaba a su siervo humilde y sencillo, que se maravillaba cuando las multitudes venían a escucharle. Dios entrenaba a un siervo que no tomaría la gloria para sí mismo.

Una vida sólida en la Iglesia

Un poco después del fallecimiento de Edwin, Elisabet inscribió a los hijos en la escuela dominical de la iglesia. Esto produjo una bendición enorme en la familia en varias formas. Las viudas y los huérfanos deben estar bajo el cuidado de la iglesia, y, el pastor Everett pronto cumplió este deber. Para una madre desamparada, es necesario que sea así. Hombres piadosos sirven como modelos y ejemplos vivos cuando falta un padre. Aunque el corazón joven de los hijos hubiera querido ausentarse de las reuniones de la iglesia para jugar, luego de una dura semana de trabajo, no se permitió; la familia llevó su almuerzo a la iglesia y se quedó allí todo el día, asistiendo así a los dos cultos y a la escuela dominical, además. Moody reflexionó sobre estos «días de descanso» y las influencias tiernas recibidas en ellos. En la escuela dominical, Moody sintió su primer gusto, al reunir a otros para enseñanzas bíblicas. Con frecuencia, trajo a otros niños a las clases. Estoy seguro de que el pastor Everett no tenía ninguna idea de lo que hacía cuando animaba al joven Moody para ir en busca de otros. Realmente, Moody no se convirtió hasta que salió del hogar, pero es claro que ese pastor se responsabilizó mucho en cuanto a la conversión del muchacho.

La disciplina estricta

Elisabet adoptó el antiguo método de criar niños. Un benévolo y amable corazón para guiar, y la vara para respaldar cuando su guía no produjera el resultado apropiado. Es una bendición saber que ella fue paciente, atenta y celosa en su disciplina, instruyéndolos a la vez en los tiempos de castigos. Moody podía recordar la vez que, luego de recibir un castigo con la vara, dijo a su mamá: «No me hizo nada». Años después añadió: «Fue la última vez que su castigo no me hizo nada». Elisabet guardó a los niños lejos de las influencias malas, y a los niños no se les permitió jugar afuera del hogar. Siempre invitaba a los vecinitos a su propio hogar para los juegos y pasatiempos, para guardar a sus hijos del mal.

A pesar de que Moody siempre reflexionaba tiernamente en cuanto a la disciplina dada por su mamá, nunca ocupó la vara con sus propios hijos. Creo que podemos cosechar algo de este error para nuestros propios hogares. En la escuela, Moody tuvo dos profesores muy distintos, los cuales le impresionaron profundamente. El uno fue austero y demandante, y ocupaba la vara con frecuencia; el otro fue benévolo y amable, pero no la ocupaba. Parece que Moody lo evaluó y decidió que el amor y la gracia sirven mejor que la ley y la justicia. Esta decisión trajo efectos negativos a la generación siguiente. ¡Qué tristeza! Lo que podemos cosechar para nuestros hogares en esto es estar balanceado.

El método bíblico se balancea con el amor y la justicia, y con la gracia y la ley. Nuestros corazones deben rebosar con amor, y, a veces ocupar la vara. Si nosotros no estamos balanceados, nuestros hijos pueden reaccionar ante esto y caer en la otra zanja.

Justicia práctica

Ésta es el área en que más se distinguió la sencilla fe de Elisabet. La justicia diaria, común y práctica fue su virtud prominente. Y, esto es lo que más falta hoy en día. Carecemos mucho de la sabiduría común sobre el vivir en justicia, diariamente. Nosotros, los cristianos de las Américas, estamos llenos de teología, pero vacíos de lo pragmático. ¡Señor, ayúdanos a aprender de esta pobre viuda! ¿Qué les enseñó a sus hijos durante los veinte años que estuvieron bajo su techo?

* Les enseñó con su ejemplo y por precepto, dar aun cuando no hay suficiente para sí mismos. Cuando llegó un transeúnte o apareció algún necesitado en la comunidad, ella les dio. Imagínate el efecto de esto en los hijos. Sabían que había poco pan en la casa. Luego Dios, quien es Padre de huérfanos, añadió a la lección proveyendo suficiente pan para todos. ¡Confiemos en el Señor y demos a otros para instruir a los hijos! Ellos siempre están atentos a lo que pasa en el hogar.

* Les enseñó a buscar primero el reino de Dios en medio de la escasez. Los versos que nos enseñan eso fácilmente se creen en medio de la plenitud; pero, ¿cómo se puede buscar a Dios en medio de las necesidades? Los niños aprendieron de primera mano que Dios es su Padre y que cuida a sus propios hijos.

* Les enseñó por precepto y ejemplo que no se permitía el quejarse en el hogar de los Moody. Fíjate en la profundidad de esta lección y el impacto que tuvo en los hijos. Vivían en la pobreza. Había un montón de razones para quejarse». El lobo estaba a la puerta, siempre. Sin embargo, no se permitía el quejarse. La mamá entendía que el quejarse trae la amargura y la amargura guía hacia más pobreza, así como a las acciones malas. «En todo da gracias», fue la regla del hogar.

* Les enseñó del peligro de juzgar al vecino. A veces esto fue una tarea difícil, porque frecuentemente recibieron injusticias de las manos de los vecinos no compasivos. La viuda y los huérfanos son la responsabilidad de la comunidad cristiana, pero muchas veces son los más desatendidos y despreciados. Así pasó con los Moody, mayormente en los primeros años después de la muerte del papá. La mamá guió con cuidado vigilante a sus niños en medio de estas insensibilidades de los vecinos. Con frecuencia los niños escucharon el aviso al manifestarse la negligencia: «No vamos a juzgar al vecino».

* Les enseñó a ser independientes, que adelantaran por sí mismos. No estaban en el espíritu de: «Dame, dame, dame», en este hogar. Los vecinos no les debían nada, porque Dios controla todo. Tal vez has reaccionado a la palabra ‘independientes’ que usé arriba. En medio de la pobreza es una de las altas cualidades de carácter. Elisabet le enseñó a la familia a levantarse en fe sobre las obras y enfrentar las necesidades con resolución. Este fue el punto más firme del carácter de Moody durante los días de su ministerio. Un Dios sabio y una madre sabia colaboraron para establecerlo en él.

* Les enseñó de lo sagrado que es cumplir una promesa. «Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no» (Mateo 5:37). Esto hizo poner cuidado en la forma de hablar de los niños. Moody, al encontrarse en medio de cientos de solicitudes, fue lento en decir «Sí» por razón del entrenamiento de la madre. Muchas veces ella hizo volver a sus hijos para cumplir una promesa hecha en un momento de debilidad. Podemos aprender de este cuidado y compromiso hoy en día.

* Les enseñó del día de descanso. En aquellos días se llamaba el sábado (de acuerdo al término bíblico, aunque fue realmente el domingo. El día sábado no se llama Sábado en inglés), y se guardaba casi igual como los judíos guardaban su sábado. El día de descanso comenzaba al anochecer del día sábado y terminaba al anochecer del domingo. Todo se cambió en este Día del Señor. Todo era más calmado y lento, los corazones de los hijos se dedicaban a las cosas espirituales todo el día. Esto era muy diferente a lo que es el día domingo de hoy; todos juegan, compran, venden o trabajan. ¿Hemos perdido algo? ¡Creo que sí!

* Les proveyó un hogar amoroso, tierno y cariñoso. Cincuenta años después, Moody todavía reflexionaba con gozo al pensar en el hogar de sus padres. Fue como un imán que atraía sus pensamientos continuamente. Aunque su madre vivía en la pobreza, ella llenó su hogar con lo que vale más, aunque económicamente cuesta menos: el amor. Esta mamá tierna se dio a sí misma por sus hijos en el amor. Lo visualizaron y así se lograron formar el respeto y la adoración en sus hijos.

Conclusión

¿No admiras a esta santa? Yo, sí, la admiro. El respeto de mi corazón se levanta y la bendigo al concluir este escrito. Ella es un ejemplo a cada madre desamparada que anhela la piedad en sus hijos. Pasó a recibir su galardón a sus 91 años. Las palabras de su nieto deben citarse aquí. Describió a su abuela, en el servicio fúnebre, con palabras que coronan el recuerdo que ella dejó: «Sus hijos, los hijos de sus hijos y la entera comunidad se levantaron para llamarla bendita». Yo, también, soy una voz más que con gozo me levanto para llamarla mujer bendita, y madre en Israel.

Cartas a una extraña

Susan Morin

Fue una noche glacial en enero de 1992 cuando sonó el teléfono y mi hijo de 15 años gritó: «¡Mamá, es para ti!».

«¿Quién es?», pregunté. Yo estaba cansada. Había sido un día largo. De hecho, había sido un mes largo. El motor de mi automóvil había muerto unos días antes, y yo había vuelto al trabajo después de una gripe. Me sentía agobiada de tener que comprar otro vehículo y había perdido la paga de una semana debido a la enfermedad. Una nube de desesperación se cernía sobre mi corazón.

«Es Bob Thompson», respondió.

El nombre no me decía nada. Cuando iba a tomar el teléfono, el apellido me parecía vagamente familiar. ¿Thompson… Bob Thompson… Thompson? Como una computadora buscando la ruta correcta, mi mente hizo finalmente la conexión. Beverly Thompson. En el breve tiempo que tardé en llegar al teléfono, mi mente recordó los últimos nueve meses.

Pidiendo una tarea

Mientras manejaba hacia mi trabajo en marzo del año anterior, algunos parches de nieve aún cubrían la tierra, pero el río, serpenteando a mi izquierda, estaba descubierto y lleno de raudales. El sol cálido que llegaba por el parabrisas era como la promesa de una primavera temprana.

El invierno de 1991 había sido duro para mí como madre sola trabajando. Los tres hijos estaban en su adolescencia, y era muy difícil hacer frente a sus cambiantes rasgos emocionales y a nuestras necesidades económicas. Cada mes yo me esforzaba en proporcionar lo indispensable.

Yo asistía fielmente a la iglesia y a un estudio bíblico, pero tenía muy poco tiempo para otra cosa. Mi anhelo era servir al Señor de alguna manera significativa. Así que aquel día de nuevo me disculpé con él por tener tan poco para retribuirle. Parecía que yo siempre estaba pidiéndole satisfacer mis necesidades o responder mis oraciones.

«¿Señor, qué puedo hacer por ti? Yo siento que estoy siempre tomando de ti porque mis necesidades son tan grandes». La respuesta a mi pregunta parecía muy simple. Orar.

«Bien, Señor, entonces, ocuparé este tiempo de mi viaje al trabajo en orar. ¿Puedes señalarme algunas personas por las cuales deba orar? Yo no tengo ni siquiera que conocer sus necesidades, simplemente permíteme saber quiénes son». Mi corazón se elevó cuando continué hablándole durante el resto de mi viaje de 45 minutos desde New Hampshire a Vermont.

Intercediendo con detalles mínimos

Llegué al trabajo y procedí a abrir el correo y preparar el depósito. Yo estaba en la sección Cobranzas de una fábrica de juguetes de peluche. Abrí un sobre y junto al cheque había una nota que decía: «Siento haberme atrasado en el pago. He estado muy enferma. Gracias, Beverly Thompson».

No puedo explicarlo, pero supe al instante que ésta era la persona que el Señor me había dado para orar por ella. «Señor, ¿tú quieres que ore por ella, verdad?», le pregunté silenciosamente. La respuesta vino en una sensación combinada de paz y emoción – ¡Supe que él había contestado mi oración de hacía menos de una hora!

Así empezó mi jornada de oración por Beverly Thompson. Al principio me era difícil orar por alguien a quien ni siquiera conocía. Aparte de su nombre, sólo sabía que ella tenía una librería en Presque Isle, Maine, donde vendía animales de peluche. ¿Qué edad tendría? ¿Sería casada, viuda, soltera o divorciada? ¿Cuál sería su problema? ¿Tendría algún hijo?

Las respuestas a estas preguntas no fueron reveladas mientras oré por Beverly, pero yo averigüé cuánto la amaba el Señor y que él no se olvidaba de ella. Muchas veces yo rompía en llanto cuando oraba en su favor. Oraba para que él la consolase por cualquier cosa que ella tuviera que soportar. O suplicaba para que tuviese fortaleza y valor para aceptar cosas que le fuesen duras de afrontar.

Una mañana, mientras los limpiadores barrían la lluvia primaveral de mi parabrisas, yo veía débiles tonos de marrones y grises. Oré para que el Señor le permitiera a Beverly ver ese mismo paisaje monótono transformado en los verdes y amarillos de la primavera en un solo día lleno de sol. Oré para que ella pudiera encontrar esperanza aunque pareciera cubierta por los tonos apagados de su vida y pudiera confiar en un Dios que puede transformar el invierno en primavera.

«Querida Beverly»

En mayo, sentí que debía enviarle una tarjeta para contarle que yo estaba orando por ella. Cuando tomé esta decisión, yo sabía que corría un riesgo, pues había tomado su nombre de donde yo trabajaba, y aun podría perder mi trabajo. Y yo no estaba en posición de quedarme sin mis ingresos.

Pero, Dios, le dije, he aprendido a amar a Beverly. Yo sé que tú cuidarás de mí no importa lo que pase. En mi primera tarjeta, le conté a Beverly un poco acerca de mí y cómo yo le había pedido personas específicas al Señor para orar por ellas. Entonces mencioné cómo había conseguido su nombre. También le dije que el Señor sabía todo lo que ella estaba pasando y quería que ella supiera cuánto él la amaba.

Yo sabía ciertamente cuánto me amaba Dios a mí. Cuando me trasladé a este nuevo pueblo, había sido difícil, sobre todo por mi condición de madre sola. Pero sólo unas semanas después de llegar, compré una Biblia por 50 centavos en una venta de patio. Cuando llegué a casa, encontré una nota plegada dentro. Cuando la abrí, no podía dar crédito a mis ojos.

«Querida Susan», decía la nota manuscrita, «el que empezó en ti la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Fil. 1:6). Obviamente, el escritor estaba animando a otra Susan, pues yo había recogido la Biblia al azar. ¡Pero para mí fue la convicción de que Dios estaba personalmente interesado en mí!

Llegó el verano, y yo continué enviando tarjetas y notas a Beverly. Nunca tuve noticias suyas, pero nunca dejé de orar por ella: Incluso conté la historia al grupo de estudio bíblico de los martes por la noche, y ellos también la incluyeron en su oración.

A veces yo tenía que admitir delante de Dios que realmente quería una respuesta. Quería saber lo que Beverly pensaba sobre esta desconocida y su continua corriente de notas. ¿Creería que yo estaba completamente loca? ¿Esperaba ella que yo parara?

Llenando los vacíos

Tomé el teléfono de la mano de mi hijo e inmediatamente mi mano estuvo húmeda. Yo sé por qué él está llamando. Es para decirme que deje de molestar a su esposa. Ellos probablemente piensan que soy una loca religiosa. Un millón de cosas volaron por mi mente.

«Hola, Sr. Thompson», dije nerviosamente.

«Mi hija Susan y yo hemos ido por las cosas de mi esposa y encontramos sus tarjetas y notas y su número de teléfono. Quisimos llamarla para hacerle saber cuánto significaron ellas para Beverly y para contarle lo que pasó».

Mi corazón reposaba mientras este afligido esposo continuaba hablándome acerca de los últimos días de Beverly.

«Cuando revisamos sus pertenencias, encontramos sus tarjetas y notas atadas con una cinta roja. Sé que ella las leyó una y otra vez, porque parecían gastadas».

Entonces él dijo quietamente: «A mi esposa se le había diagnosticado cáncer pulmonar a la edad de 48 años».

Me estremecí al pensar en el sufrimiento físico de Beverly, pero las próximas palabras del señor Thompson me confortaron. «Ella nunca sufrió dolor alguno. Ahora sé que éste fue el resultado de las oraciones de usted».

Entonces él contestó una de mis interrogantes. «La razón por la que usted nunca tuvo respuesta de ella es porque también se le desarrolló un cáncer cerebral», dijo él.

«Nuestra relación con Dios se reducía a ir de vez en cuando a la iglesia, pero no era nada que tuviese mucho efecto en nuestras vidas», explicó el Sr. Thompson. «Quiero que usted sepa que mi esposa pidió ser bautizada dos semanas antes de fallecer. La noche antes de morir me dijo que era bueno para ella morirse, porque ella iba a casa para estar con su Señor».

Mientras Bob Thompson continuaba compartiéndome la historia de su esposa, el paisaje grisáceo de mi propia vida se fue transformado. A pesar de lo insignificante que mi vida me había parecido ser, Dios la utilizó para hacer resplandecer su amor sobre otra vida, brindando así un regalo que nadie podría desechar.

La experiencia aumentó mi fe significativamente. Dios tomó uno de los puntos más bajos en mi vida y añadió destellos de su gloria. Me hizo comprender que, cuando estamos dispuestos a obedecer, Dios trabaja de maneras profundas.

© 1999 Christianity Today International/
Today’s Christian magazine. Julio/Agosto 1999.

D. L. Moody. Corazón de evangelista

Semblanza de D. L. Moody, tal vez el mayor evangelista de Estados Unidos.

«Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad...» (2ª Timoteo 2:24-25).

Las palabras de los anteriores versos describen bien el ministerio de D. L. Moody (como comúnmente se escribe su nombre). Moody fue un evangelista usado por Dios para ganar almas para su reino. Su mansa y suave disposición le permitió convencer a decenas de miles de personas que «se arrepientan para conocer la verdad» (2ª Ti. 2:25).

Dwight Moody, escogido por Dios para estar en medio del avivamiento de 1859-60 en los EE.UU., fue una vasija preparada para el uso del Maestro. Se dice que ganó a un millón de almas en los llamados evangelísticos de sus campañas por todas partes del mundo. Estableció tres instituciones de entrenamiento de ministros y para otros obreros cristianos. Hoy en día miles de libros ingleses llevan el sello de ‘Moody Press’, otro recuerdo de su influencia. El apellido Moody es muy conocido por la mayoría de los cristianos de habla inglesa. ¿Por qué? La respuesta está llena de desafío e inspiración para todos nosotros los que anhelamos ser siervos del Rey.

R. A. Torrey, sucesor de Moody como presidente del Moody Bible Institute, dio la respuesta a esta pregunta en un servicio memorial en 1923, veintitrés años después de la muerte del Sr. Moody. El título del discurso fue «Las razones por las que usó Dios a Dwight Moody». Destacó 7 puntos sobresalientes de las características más importantes de la vida de Moody. Pocos conocían a Moody tan íntimamente como Torrey le conoció.

A continuación transcribimos el sermón de Torrey, levemente editado:

1. Un hombre plenamente rendido

La primera cosa que explica porqué Dios usó a D. L. Moody tan poderosamente es que fue un hombre plenamente rendido. Cada gramo de sus ciento veintisiete kilos pertenecía a Dios. Cuanto era y cuanto poseía pertenecía totalmente a Dios. No pretendo insinuar que el señor Moody fuera perfecto; no lo era. Si lo intentara, supongo que podría señalar algunos defectos en su carácter. Por mi cercanía con él, pienso que conocí cuantos defectos había en su carácter mejor que nadie. Sin embargo, sé que pertenecía enteramente a Dios.

El primer mes que estuve en Chicago, tuvimos una charla acerca de algunas cosas acerca de las cuales diferíamos bastante, y el señor Moody me habló con suma bondad y franqueza diciendo en defensa de su punto de vista: «Torrey, si creyera que Dios quiere que salte fuera de esa ventana, lo haría». Y lo hubiera hecho. Si él pensaba que Dios le demandaba hacer cualquier cosa, la hacía. Pertenecía totalmente, sin reservas, sin condiciones, enteramente a Dios.

Enrique Varley, un amigo muy íntimo del señor Moody en los primeros años de su ministerio, solía relatar cómo una vez le había dicho al señor Moody: «Hay que ver lo que Dios hará con un hombre que se rinde plenamente a él». Cuando Varley dijo eso, el señor Moody le dijo: «Bueno yo seré ese hombre». Y por lo que a mí toca, no pienso que «hay que ver» lo que Dios hará con un hombre entregado por completo a él, pues ya ha sido visto en D. L. Moody. Si usted y yo habremos de ser usados en nuestra esfera como D. L. Moody lo fue en la suya, debemos poner cuanto tenemos y cuanto somos en las manos de Dios para que nos use como él quiere, nos envíe donde él quiere, y haga con nosotros lo que él quiere, cumpliendo por nuestra parte con todo aquello que Dios nos ordena. Hay miles y decenas de miles de hombres y mujeres en el trabajo cristiano, hombres y mujeres brillantes, altamente dotados, quienes hacen grandes sacrificios, quienes han puesto todo pecado consciente fuera de sus vidas. Sin embargo, se han detenido frente a las demandas de una rendición total a Dios, no alcanzando, por ende, la plenitud del poder. Pero el señor Moody no se detuvo frente a la entrega absoluta a Dios; fue un hombre plenamente rendido, y si usted y yo habremos de ser usados, usted y yo debemos ser hombres y mujeres plenamente rendidos.

2. Un hombre de oración

El segundo secreto del gran poder demostrado en la vida del señor Moody era que fue en el sentido más profundo y cabal un hombre de oración. A veces me dicen: «¿Sabe? Viajé muchos kilómetros para ver y oír a D. L. Moody y ciertamente era un predicador maravilloso». Sí, D. L. Moody ciertamente era un predicador maravilloso; el más maravilloso que yo haya oído, y era un gran privilegio oírle predicar como solamente él podía hacerlo; pero a causa de mi conocimiento íntimo de él, deseo testificar que fue mucho más un orante que un predicador. Vez tras vez se enfrentó con obstáculos aparentemente insuperables, pero siempre halló el camino para resolver cualquier problema. Él sabía y creía en lo más profundo de su alma que «nada es difícil para el Señor», y que la oración puede hacer cualquier cosa que Dios quiere hacer.

El señor Moody solía escribirme cuando estaba por emprender un trabajo nuevo, diciéndome: «Empezaré a trabajar en tal y tal lugar en tal y tal fecha; desearía que reúnas a los estudiantes para un día de ayuno y oración»; y a menudo he tomado esas cartas y las he leído a los estudiantes en el salón de conferencias diciendo: «El señor Moody quiere que tengamos un día de ayuno y oración, primeramente por la bendición de Dios sobre nuestras propias almas y trabajo, y luego por la bendición de Dios sobre él y su trabajo». Con frecuencia nos reuníamos en el mencionado salón hasta altas horas de la noche; a veces hasta la una, las dos, las tres, las cuatro o aún las cinco de la madrugada, clamando a Dios, sólo porque el señor Moody nos instaba a esperar en Dios hasta recibir Su bendición. ¡Cuántos hombres y mujeres he conocido cuyas vidas y caracteres han sido transformados por esas noches de oración, y quienes han realizado cosas poderosas en muchos países gracias a esas noches de oración!

Una vez el señor Moody vino a mi casa en Northfield y me dijo: «Torrey, quiero que demos una vuelta juntos». Me metí en su carruaje y nos dirigimos hacia Lover’s Lane (El Paseo de los Enamorados), conversando acerca de algunas graves e inesperadas dificultades que habían aparecido referentes al trabajo en Northfield y Chicago y conectadas con otro trabajo muy apreciado por él. Cuando viajábamos, unos nubarrones precursores de tormenta cubrieron el cielo y repentinamente, mientras estábamos hablando, comenzó a llover. Él condujo el vehículo hacia un cobertizo cerca de la entrada a Lover’s Lane para proteger el caballo. Luego, puso las riendas sobre el guardabarros y dijo: «Torrey, ore»; enseguida oré lo mejor que pude mientras que en su corazón se unía a mí en oración. Y cuando quedé callado, él comenzó a orar. ¡Cómo quisiera que ustedes hubieran escuchado esa oración! Nunca la olvidaré, tan simple, tan llena de fe, tan precisa, tan directa y tan poderosa. Cuando la tormenta cesó, volvimos a la ciudad, y los obstáculos habían sido allanados; el trabajo en las escuelas y otro trabajo que corrían peligro siguieron mejor que nunca y han continuado hasta el presente. Mientras volvíamos, el señor Moody me dijo: «Torrey, dejemos que los demás hablen y critiquen; nosotros perseveraremos en el trabajo que Dios nos ha encomendado, dejando que él se encargue de las dificultades y conteste las críticas».

Sí, D. L. Moody creía en el Dios que contesta la oración, y no solamente creía en él en manera teórica sino también en manera práctica. Enfrentó cada dificultad en su camino con la oración. Todo lo que emprendió fue respaldado por la oración, y en todo dependía de Dios.

3. Un estudiante profundo y práctico de la Biblia

La tercera razón de porqué Dios usó a D. L. Moody, es que fue un estudiante profundo y práctico de la Palabra de Dios. Hoy en día se dice a menudo que D. L. Moody no era estudiante. Deseo decir que era estudiante; en gran manera era un estudiante. No era un estudiante de psicología; tampoco de antropología, estoy bien seguro de que él no sabría ni el significado de esa palabra; no era un estudiante de biología ni de filosofía, ni aún era estudiante de teología en el sentido técnico; pero era un estudiante: un estudiante profundo y práctico del único Libro que merece ser estudiado más que todos los otros libros en el mundo: la Biblia. Cada día de su vida, y tengo razones para afirmarlo, se levantaba bien temprano para estudiar la Palabra de Dios, hasta el ocaso de su vida. El señor Moody acostumbraba a levantarse a eso de las cuatro de la madrugada para estudiar la Biblia. Él me decía: «Para lograr estudiar siquiera algo, tengo que levantarme antes que los demás»; y se encerraba en una habitación apartada de su casa a solas con su Dios y su Biblia.

Nunca olvidaré la primera noche que pasé en su hogar. Me había ofrecido tomar la superintendencia del Instituto Bíblico y ya había comenzado mi trabajo; yo estaba en camino hacia una ciudad del este para presidir en la Convención Internacional de los Obreros Cristianos. Me escribió diciendo: «Tan pronto como termine la Convención, venga a Northfield». Se enteró aproximadamente cuándo yo llegaba, y condujo su carruaje a South Vernon para esperarme. Esa noche reunió a todos los maestros de la Escuela de Monte Hermón y del Seminario de Northfield en su casa para verme y para intercambiar ideas respecto a los problemas de ambas escuelas. Hablamos hasta altas horas de la noche y luego, idos ya los directores y los maestros de las escuelas, el señor Moody y yo conversamos un rato más acerca de los problemas. Era muy tarde cuando me acosté esa noche, pero cerca de las cinco de la mañana oí un golpecito en mi puerta. Después oí decir al señor Moody en voz baja: «Torrey, ¿estás levantado?». Casualmente ya estaba en pie; no es mi costumbre levantarme a esa hora, pero ya estaba levantado en esa mañana particular. Me dijo: «Quiero que vengas a un lugar conmigo», y fui con él. Luego me di cuenta de que él ya había estado una o dos horas en su cuarto estudiando la Palabra de Dios.

Oh, usted puede hablar y hablar sobre el poder; pero si deja de lado el único Libro que Dios le ha dado como instrumento a través del cual él imparte y ejercita Su poder, no lo tendrá. Puede leer muchos libros, asistir a muchas convenciones e ir a reuniones de oración para orar toda la noche por el poder del Espíritu Santo; pero a menos que persevere en una conexión constante y estrecha con el único Libro, la Biblia, usted no tendrá poder. Y si alguna vez lo consiguiera, no lo mantendrá sin un estudio diario, serio e intensivo de ese Libro. Noventa y nueve cristianos de cada cien están meramente jugando al estudio Bíblico y por lo tanto, noventa y nueve cristianos de cada cien son meramente debiluchos cuando debieran ser gigantes tanto en su vida cristiana como en su ministerio.

El señor Moody atrajo inmensas multitudes debido en gran parte a su conocimiento completo de la Biblia y su conocimiento práctico de la Biblia. Y ¿por qué ansiaban tanto oírle? Porque sabían que si bien no era perito en muchas de las corrientes filosóficas, creencias y novedades en boga, conocía muy bien el único Libro que este viejo mundo anhela conocer: la Biblia.

Oh, hermanos, si desean lograr un auditorio y hacerle algo de bien a ese auditorio una vez logrado, estudien, estudien, ESTUDIEN el único Libro, y prediquen, prediquen, PREDIQUEN el único Libro, y enseñen, enseñen, ENSEÑEN el único Libro, la Biblia, el único Libro que contiene la Palabra de Dios, el único Libro que tiene poder para reunir, mantener la atención y bendecir a las multitudes durante cualquier período de tiempo, por largo que sea.

4. Un hombre humilde

La cuarta razón de porqué Dios usó a D. L. Moody constantemente, a través de tantos años, es porque era un hombre humilde. Pienso que D. L. Moody fue el hombre más humilde que conocí en toda mi vida. Al señor Moody le gustaba citar las palabras de alguien: «La fe consigue más; el amor trabaja más; pero la humildad conserva más». El mismo poseía la humildad que conservaba cuanto conseguía. Como ya he dicho, fue el hombre más humilde que conocí, o sea, el hombre más humilde considerando las cosas grandes realizadas por él y los elogios que se le tributaron. ¡Cómo le gustaba ponerse en el último término y ubicar a otros en el primer plano! ¡Cuán a menudo se ponía de pie sobre la plataforma con algunos de nosotros, insignificantes compañeros, sentados detrás de él y cuando hablaba nos mencionaba así: «¡Hay hombres mejores que vienen detrás de mí!». Al decirlo señalaba hacia atrás de su hombro con su dedo pulgar a los «insignificantes compañeros». No entiendo cómo podía creerlo, pero realmente creía que los otros eran de veras mejores que él. No simulaba ser humilde. En lo íntimo de su corazón constantemente se subestimaba a sí mismo y sobrestimaba a los demás. Sinceramente creía que Dios iba a usar a otros con mayor intensidad que a él.

Al señor Moody le agradaba quedarse en el último plano. En las convenciones de Northfield, o en cualquier otro lugar, empujaba a otros hacia el frente y, si podía, les hacía predicar todo el tiempo: McGregor, Campbell Morgan, Andrew Murray, y los demás. La única manera de hacerle tomar parte en el programa era ponerse en pie en la convención y hacer moción que escucháramos a D. L. Moody en la siguiente reunión. Siempre quería pasar inadvertido.

¡Oh, cuántos hombres han prometido mucho y Dios los ha usado, y luego han pensado que eran una gran cosa y Dios se vio obligado a echarlos a un lado! Creo que los obreros más prometedores se han estrellado contra las rocas más por su propia estima y autosuficiencia que por cualquier otra causa. En estos últimos cuarenta años o más puedo recordar de muchos hombres que hoy están en la ruina y la miseria, hombres que en un tiempo se pensaba que iban a llegar a ser algo grande. Pero han desaparecido por completo de la escena pública. ¿Por qué? Porque se sobrestimaban. ¡Cuántos hombres y mujeres han sido dejados a un lado porque comenzaron a pensar que eran importantes y Dios tuvo que ponerlos aparte!

Dios usó a D. L. Moody, a mi entender, en mayor grado que a cualquier otro en su día; pero eso no le hacía mella, nunca se envaneció. En una oportunidad, hablándome de un gran predicador de Nueva York, ya muerto, el señor Moody dijo: «Una vez cometió un error muy grave, el más grave que yo hubiera esperado de un hombre tan sensato como él. Se me acercó al final de un breve mensaje que había dado y me dijo: ‘Joven, has presentado una gran conferencia esta noche’». Luego el señor Moody continuó: «¡Qué necedad lo que ha dicho! Casi me envaneció». Pero, gracias a Dios no se envaneció y cuando casi todos los pastores de Inglaterra, Escocia, e Irlanda y muchos de los obispos ingleses estaban listos para seguir a D. L. Moody donde quiera él los guiase, aún entonces nunca lo envaneció ni un poquito. Se postraba sobre su rostro delante de Dios, pues sabía que era humano y le pedía que lo vaciara de toda autosuficiencia. Y Dios lo hacía.

¡Oh hombres y mujeres, especialmente hombres y mujeres jóvenes! Quizá Dios está comenzando a usarles; probablemente la gente ya dice de usted: ‘¡Qué hermoso don que tiene como maestro bíblico! ¡Qué poder tiene como predicador para ser tan joven!’. Escuche: póstrese delante de Dios. Creo que ésta es una de las tretas más peligrosas del diablo.

Cuando el diablo no puede desanimar a una persona, se le acerca con otra táctica, la cual él sabe es mil veces peor en su resultado; él lo ensalza susurrando en su oído: ‘Tú eres en la actualidad el primer evangelista. Tú eres el hombre que barrerá con todo lo que se te ponga por delante. Tú eres el que va hacia adelante. Tú eres el D. L. Moody del día’; y si usted le hace caso, él le arruinará. En toda la costa de la historia de los obreros cristianos yacen los restos de los naufragios de nobles embarcaciones, portadoras de grandes promesas pocos años ha. Zozobraron porque sus tripulantes se inflaron y fueron llevados por los vientos huracanados de su propia estima hacia las rocas donde se estrellaron.

5. Un hombre libre del amor al dinero

El quinto secreto del poder y actuación sin altibajos de D. L. Moody es que fue un hombre libre por completo del amor al dinero. El señor Moody podría haber sido rico, pero el dinero no tenía encanto alguno para él. Le gustaba juntarlo para la obra del Señor, pero rehusaba acumularlo para sí mismo. Me dijo durante la Feria Mundial que si hubiera aceptado los derechos de producción de los himnarios publicados por él, hubiera ganado hasta ese momento un millón de dólares. El señor Moody se negó a tocar el dinero. Le pertenecía por ser el responsable de la publicación de los libros, y, además, el dinero empleado en la primera edición vino de su bolsillo. El señor Sankey tenía unos himnos que había llevado a Inglaterra y deseaba se los publicaran. Fue a una editorial (creo que fue Morgan and Scott) y ellos rehusaron publicarlos, pues como decían, Philip Philips había pasado recientemente y publicado un himnario y no había tenido éxito. De todos modos, el señor Moody tenía algún dinero y dijo que lo invertiría en la publicación de esos himnos en edición económica, y así lo hizo. Los himnos tuvieron una venta extraordinaria e inesperada; luego fueron publicados en forma de libros y aumentaron en gran manera las ganancias. Estas fueron ofrecidas al señor Moody, quien se negó a tomarlas. «Pero», le suplicaron, «el dinero es suyo»; más él no lo tocó.

El señor Fleming H. Revell era en ese tiempo el tesorero de la Iglesia de la Avenida Chicago, conocido comúnmente como el Tabernáculo Moody. Solamente el subsuelo de este nuevo templo se había construido, pues se habían acabado los fondos monetarios. Enterado de la situación de los himnarios el señor Revell sugirió, en una carta dirigida a amigos en Londres, que el dinero fuera destinado para terminar el edificio. Y así fue. Después llegó tanto dinero, que debió ser destinado a varias actividades cristianas por una junta en cuyas manos el señor Moody puso el asunto.

En una ciudad a la cual fue el señor Moody en los últimos años de su vida, y adonde yo lo acompañé, se anunció públicamente que el señor Moody no aceptaría ofrenda alguna por sus servicios. En rigor de verdad, el señor Moody dependía hasta cierto punto de lo que recibía en sus reuniones, pero cuando fue hecho este anuncio, no dijo nada y partió de esa ciudad sin recibir un centavo por el duro trabajo hecho allí y, según creo, hasta pagó su propia cuenta en el hotel. Sin embargo, un pastor de esa misma ciudad hizo publicar un artículo en un diario, yo mismo lo leí, en el cual narraba un cuento fantástico sobre las demandas financieras con que el señor Moody los había recargado, informe absolutamente falso como me constaba personalmente.

Millones de dólares pasaron por las manos del señor Moody, pero pasaron de largo; no se pegaron en sus dedos. El dinero es el motivo por el cual muchos evangelistas han hecho desastres, terminando con sus ministerios prematuramente. El amor al dinero por parte de algunos evangelistas ha contribuido más que cualquier otra causa a desacreditar el trabajo evangelístico en nuestros días y a dejar más de uno en el olvido. Guardemos la lección en nuestros corazones y cuidémonos a tiempo.

6. Un hombre apasionado por la salvación de los perdidos

La sexta razón de porqué Dios usó a D. L. Moody es porque era un hombre apasionado por la salvación de los perdidos. El señor Moody resolvió, poco después de ser salvo, que nunca dejaría pasar veinticuatro horas sin hablar por lo menos a una persona sobre su alma. Su vida era muy agitada y a veces olvidaba su resolución hasta última hora. Muchas fueron las noches en que se levantó de la cama, se vistió y salió a la calle para hablar a alguno acerca de su alma, a fin de no dejar pasar un solo día sin haber hablado a siquiera uno de sus prójimos sobre su necesidad y el Salvador que podía satisfacerlo.

Una noche el señor Moody iba hacia su casa desde su trabajo. Era muy tarde y de repente recordó que no había hablado a ninguna persona ese día acerca de Cristo. Se dijo: «He aquí un día perdido. Hoy no he hablado a ninguno y no encontraré a nadie a esta hora». Pero mientras caminaba, vio a un hombre parado bajo un poste de alumbrado. El hombre era completamente desconocido para él aunque como veremos luego, el hombre sabía quien era el señor Moody. Éste caminó hacia el desconocido y preguntó: «¿Es usted cristiano?». El hombre contestó: «A usted no le importa si soy cristiano o no. Mire si no fuera porque es usted alguna clase de predicador, lo tiraría al zanjón por impertinente».

El señor Moody dijo algunas pocas palabras de todo corazón y se fue. Al día siguiente ese hombre visitó a uno de los más importantes entre los hombres de negocios, amigo del señor Moody, y le dijo: «Ese tal Moody de los suyos, está haciendo más mal que bien en el lado norte (de Chicago). Tiene entusiasmo sin sabiduría. Vino a mí anoche, un perfecto desconocido, y me insultó. Me preguntó si era cristiano y le dije que eso no le importaba y que si no fuera porque era una clase de predicador, lo hubiera tirado al zanjón por impertinente. Está haciendo más mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría. El amigo de Moody le mandó a buscar y le dijo: «Moody, usted está haciendo más mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría; anoche insultó a un amigo mío en la calle. Usted fue a él, un perfecto desconocido, y le preguntó si era cristiano, y me cuenta que si no fuera porque usted es una clase de predicador lo hubiera tirado al zanjón por impertinente. Usted está haciendo más mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría».

El señor Moody salió de la oficina de ese hombre un tanto cabizbajo. Se preguntaba si no estaría haciendo más mal que bien, si realmente tenía entusiasmo sin sabiduría. (Permítame decir, de paso, que es preferible tener entusiasmo sin sabiduría que tener sabiduría sin entusiasmo). Pasaron las semanas. Una noche el señor Moody estaba durmiendo cuando fue despertado por unos golpes violentos en la puerta de la calle. Saltó de la cama y se precipitó hacia la puerta. Pensó que su casa estaría en llamas. Pensó que el hombre iba a romper la puerta. Abrió la puerta y allí estaba este hombre. Dijo: «Señor Moody, no pude dormir tranquilo desde que usted me habló debajo del poste de la luz y he venido a esta hora porque no aguanto más; dígame, ¿qué debo hacer para ser salvo?». El señor Moody lo hizo entrar y le dijo qué debía hacer para ser salvo y el hombre aceptó a Cristo.

Otra noche, el señor Moody había llegado a su casa y ya se había acostado cuando se acordó que no había hablado a ninguno ese día acerca de aceptar a Cristo. «Bueno», se dijo, «no me conviene levantarme ahora: no habrá nadie en la calle a esta hora de la noche». Pero se levantó, se vistió, y fue a la puerta de la calle. Estaba lloviendo a cántaros. «¡Bah!», se dijo, «nadie andará fuera con semejante lluvia». Justo en ese momento oyó las pisadas de un hombre que andaba por la calle con un paraguas. El señor Moody lo alcanzó corriendo y le preguntó: «¿Me permite compartir su paraguas?». «¡Por supuesto!», respondió el hombre. Entonces el señor Moody inquirió: «¿Tiene usted con qué refugiarse en los tiempos de adversidad?». Y le predicó a Jesús. ¡Queridos hermanos! Si nosotros estuviéramos tan llenos de entusiasmo por la salvación de las almas como el señor Moody, ¿cuánto tiempo tardaría Dios en enviar un poderoso despertamiento que sacudiera todo el país?

El señor Moody era un hombre que ardía por Dios. No sólo estaba siempre ocupado él mismo, sino que estaba haciendo trabajar a otros también. Una vez me invitó a Northfield para pasar un mes con las escuelas, hablando primero en una y luego cruzando el río para hablar en la otra. Tuve que cruzar repetidamente de una a otra orilla en una barca, pues todavía no había sido construido el puente que hoy se levanta en ese sitio. Un día me dijo: «Torrey, ¿sabía usted que el barquero que lo cruza diariamente es inconverso?». No me pidió que le hablara, pero entendí la indirecta. Cuando poco después se enteró de que el barquero era salvo, se puso muy contento.

Otra vez, cuando andábamos por cierta calle de Chicago, el señor Moody se acercó a un hombre completamente desconocido para él, y le dijo: «Caballero, ¿es usted cristiano?». «Métase en lo suyo», fue la respuesta. El Señor Moody insistió: «Esto es lo mío». El hombre dijo: «Bueno, entonces usted debe ser Moody».

En Chicago era conocido como «el loco Moody», porque hablaba día y noche a todos los que podía, acerca de lo que es ser salvo. En cierta oportunidad se dirigía a Milwaukee, y el asiento que había elegido era compartido con otro viajero. El señor Moody se sentó al lado e inmediatamente comenzó a conversar. «¿A dónde va usted?», preguntó el señor Moody. Cuando supo el nombre del pueblo dijo: «Pronto llegaremos allí; vayamos al grano: ¿es usted salvo?». El hombre dijo que no, y el señor Moody sacó su Biblia y allí en el tren le mostró el camino de salvación. Luego dijo: «Usted debe aceptar a Cristo», y el hombre lo hizo; se convirtió allí mismo en el tren.

La pasión por las almas de D. L. Moody no se limitaba a las almas que podían serle útiles en llevar su trabajo adelante; su amor por las almas no conocía limitaciones de clases sociales. El no hacía acepción de personas. Podía hablar con un conde o un duque o con un niño despreciado de la calle; le daba lo mismo; era un alma perdida y él hacía lo que podía para salvarla.

Un amigo me contó que comenzó a oír hablar del señor Moody cuando el señor Reynolds de Peoria le dijo que una vez él encontró al señor Moody sentado en una choza de las ‘villas de emergencia’ que había en esa parte de la ciudad alrededor del lago, la cual era conocida en ese entonces por ‘las Arenas’, con un negrito sobre sus rodillas, una vela de sebo en una mano y una Biblia en la otra. El señor Moody estaba deletreando las palabras (pues el niño no sabía leer de corrido) de ciertos versículos de las Escrituras, en un intento por conducir a ese ignorante niño de color a Cristo. Hombres y mujeres jóvenes y obreros cristianos, si ustedes y yo experimentásemos semejante pasión por las almas ¿cuánto se tardaría antes que tuviéramos un despertar? ¡Supongamos que esta noche el fuego de Dios cayera y llenara nuestros corazones; un fuego consumidor que nos envíe por todo el país, y cruzando el océano a China, Japón, India, África, a contar a las almas perdidas el camino de la salvación!

7. Un hombre investido con poder de lo Alto

La séptima cosa que fue el secreto de por qué Dios usó a D. L. Moody es porque estaba investido concretamente con poder de lo alto, tenía un bautismo con el Espíritu Santo muy claro y definido. El señor Moody sabía que tenía «el bautismo con el Espíritu Santo»; no dudaba de ello. En su juventud fue muy apresurado, tenía un deseo tremendo de hacer algo, pero en realidad carecía de poder real. Trabajaba duramente en la energía de la carne. Pero había dos mujeres humildes de los Metodistas Libres quienes acostumbraban a asistir a sus reuniones en la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes). Una era la ‘tía Cook’ y otra la señora Snow (me parece que no se llamaba Snow en aquel entonces). Estas dos mujeres solían acercarse al señor Moody al finalizar los cultos y le decían: «Estamos orando por usted». Al fin, el señor Moody empezó a irritarse un poco, y una noche les preguntó: «¿Para qué están orando por mí? ¿Por qué no oran por los que no son salvos?». Ellas contestaron: «Estamos orando para que usted reciba el poder». El señor Moody no sabía qué significaba eso, pero se puso a pensar y después se acercó a las mujeres y les dijo: «Desearía que me digan qué es lo que quieren decir»; y ellas le explicaron que es el bautismo concreto con el Espíritu Santo. Entonces él quiso orar junto con ellas para que Dios le diera poder.

La ‘tía Cook’ me contó una vez con qué intenso fervor oró el señor Moody en esa ocasión. Ella me lo dijo con palabras que apenas me atrevo a repetir, aún cuando nunca las he olvidado. Y no sólo oraba con ellas, sino que también oraba solo. No mucho después, poco antes de salir para Inglaterra, estaba caminando por la calle Wall Street de Nueva York (el señor Moody muy rara vez relató esto y yo casi vacilo en contarlo), y en medio del bullicio y del trajín de esa ciudad su oración fue contestada. El poder de Dios cayó sobre él mientras caminaba por la calle y tuvo que apresurarse hacia la casa de un amigo y pedirle que lo dejara solo en una habitación. En esa habitación se quedó durante horas, y el Espíritu Santo vino sobre él llenando su alma con tanto gozo que debió rogar a Dios que detuviera su mano, pues temía morirse allí de puro gozo. Salió de ese lugar con el poder del Espíritu Santo sobre él, y cuando llegó a Londres (en parte por las oraciones de un santo postrado en cama de la iglesia del señor Lessey), el poder de Dios fluyó poderosamente a través suyo en el norte londinense, y cientos fueron agregados a las iglesias. Ese fue el punto de partida para que fuera invitado a predicar en las maravillosas campañas realizadas en años posteriores.

Vez tras vez el señor Moody me decía: «Torrey, quiero que prediques sobre el bautismo con el Espíritu Santo». No sé cuantas veces me pidió que hablara sobre ese tema. Una vez, cuando yo había sido invitado a predicar en la Iglesia Presbiteriana de la Quinta Avenida, Nueva York (invitado por recomendación del señor Moody; de no ser por él, tal invitación nunca se me hubiera extendido), justo antes de partir para Nueva York, el señor Moody vino hasta mi casa y me dijo: «Torrey, ellos desean que usted predique en la Iglesia Presbiteriana de la Quinta Avenida de Nueva York. Es una iglesia grande, enorme, costó un millón de dólares para construirla». Luego prosiguió: «Torrey, quiero pedirle una sola cosa, quiero decirle sobre qué debe predicar, quiero que predique ese sermón suyo ‘Diez razones por las cuales Creo que la Biblia es la Palabra de Dios’ y su sermón sobre ‘el Bautismo con el Espíritu Santo’». Vez tras vez cuando me llamaban para ir a alguna iglesia, él me instaba: «Ahora, Torrey, predique sin falta sobre el bautismo con el Espíritu Santo». No sé cuantas veces me repitió esto. Un día le pregunté: «Señor Moody ¿piensa que yo no tengo más sermones que esos dos: ‘Diez Razones por las Cuales Creo que la Biblia es la Palabra de Dios’ y ‘el Bautismo con el Espíritu Santo’?». «No importa», respondió, «dales esos dos sermones».

Una vez él tenía unos maestros en Northfield: todos ellos excelentes, pero no creían en un bautismo definido con el Espíritu Santo para el individuo. Creían que cada hijo de Dios estaba bautizado con el Espíritu Santo, y no creían en ningún bautismo especial con el Espíritu para cada uno.

El señor Moody me dijo: «Torrey, ¿puedes venir a mi casa después del culto de esta noche? Yo haré que vengan esos hombres, y quiero que trates acerca de este asunto con ellos». Por supuesto acepté. El señor Moody y yo hablamos un buen rato, pero ellos no concordaron del todo con nosotros. Y cuando se fueron, el señor Moody me hizo seña para que me quedara unos momentos más. Se sentó con su barba apoyada en su pecho, como lo hacía a menudo cuando estaba meditando profundamente; luego me miró y dijo: «¿Por qué se detendrán en pequeñeces? ¿Cómo no ven que ésta justamente es la cosa que ellos necesitan? Son buenos maestros, excelentes maestros, y estoy muy contento de tenerlos aquí; pero ¿cómo no ven que el bautismo con el Espíritu Santo es el único toque que les hace falta?».
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