Hubo un día que morí

“Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gal 2:20).

Cuando el Señor Jesucristo murió en la Cruz, no murió tan sólo como mi Sustituto, sino también murió como mi Representante; no sólo murió por mí sino como si fuese yo. Cuando murió, yo también morí en un sentido muy real. Todo lo que yo era como hijo de Adán, mi viejo yo, malo y no regenerado, fue clavado en la Cruz. A los ojos de Dios mi historia como hombre en la carne llegó a su final.

¡Mas eso no fue todo! Cuando el Salvador fue sepultado, yo también fui sepultado con él. Estoy identificado con Cristo en Su sepultura. Esto describe la eliminación del viejo “Yo” de la vista de Dios para siempre.

Además, cuando el Señor Jesús se levantó de los muertos, me levanté también con él. Pero la descripción aquí cambia. No es el viejo yo que fue sepultado el que se levantó, sino el nuevo hombre: Cristo viviendo en mí. Resucité con Cristo para caminar en una vida nueva.

Desde el punto de vista de Dios todo esto ocurrió posicionalmente, pero él quiere que se haga realidad en mi vida de una manera práctica. Quiere que me considere a mí mismo muerto a través de este ciclo de muerte, sepultura y resurrección. Pero, ¿cómo se logra esto?

Cuando soy tentado, mi respuesta a la tentación debe ser igual a la de un cadáver cuando es incitado al mal: ¡Sin respuesta! Debo decir: “He muerto al pecado, ya no eres tú mi amo. En lo que respecta a ti, estoy muerto”.

Día tras día debo considerar a mi viejo y corrupto yo como sepultado en la tumba de Jesús. Esto significa que no me ocuparé introspectivamente de él. Nada buscaré en él que sea digno de consideración ni me decepcionaré por su total corrupción.

Finalmente, viviré cada momento como uno que ha resucitado con Cristo a una nueva vida: nuevas ambiciones, nuevos deseos y motivos, nueva libertad y nuevo poder.

George Müller habla de cómo esta verdad de la identificación con Cristo le convenció:

“Hubo un día que morí. Murió George Müller a sus opiniones, preferencias, gustos y voluntad; morí al mundo, a su aceptación o censura, a la aprobación o reproche aun de mis hermanos o amigos. Desde entonces, he vivido solamente para presentarme aprobado para Dios”.

William MacDonald
De día en día