Yo me encontraba en Argentina, y cierto día fui a visitar a algunos enfermos en el hospital. Era la primera vez en mi vida que veía pacientes con poliomelitis en pulmones de acero. La escena era tan impresionante que casi no logré soportar.
«¿Querría usted conversar con aquel judío?», me pidió una de las enfermeras. Él no estaba en un pulmón de acero, sino acostado en una cama cuya parte inferior se alzaba y bajaba mecánicamente. Sus piernas eran elevadas por el movimiento y, de esa forma, el diafragma comprimía el pulmón expulsando el aire. Cuando las piernas bajaban, él inspiraba. Estaba recibiendo alimentación a través de un tubo introducido en las fosas nasales. No podía hablar, pero sí escribir.
Apenas lo miré, pensé desesperada: «Oh Señor, no soy capaz de hablar con él. Quiero ir a algún rincón donde pueda llorar un poco. No voy a poder hablar con este hombre».
Siempre que digo al Señor: «No puedo hacer eso», él me responde: «Ya sé de eso hace mucho, pero es bueno que sepas que ahora dejarás que yo lo haga». «Entonces, hazlo, Señor», respondí.
Y él lo hizo. Logré hablar con aquel hombre. Le mostré un bordado que tenía el diseño de una hermosa corona. En el reverso de él, sin embargo, se veía apenas una maraña de líneas. Y le dije: «Viéndolo a usted acostado ahí pensé en este bordado. Hubo una época en que mi vida parecía esa maraña de líneas. La impresión era de que nada tenía sentido, no había nada de bello, nada de armónico. Yo estaba en una prisión, donde mi hermana murió prácticamente delante de mis ojos. Pero todo el tiempo yo sabía que Dios no tiene problemas, sólo planes. En el cielo nunca se entra en pánico. Y al tiempo después comprendí el lado divino del bordado. Como yo había sufrido mucho en aquella presión, pude consolar a otros...».
En seguida le hablé sobre el Mesías, Jesús, el Hijo de Dios, que murió en la cruz por nuestros pecados ... Y ahora viene a morar en nuestro corazón. Podemos orar en su nombre, usar su nombre para obtener victorias. Y le transmití el glorioso mensaje de la muerte y de la vida de Jesús.
El hombre tomó un pedazo de papel y escribió lo siguiente: «Ya estoy viendo el lado bonito del bordado de mi vida».
¡Qué victoria conquistó aquel hombre al poder comprender el lado divino, a pesar de estar allí postrado, sin poder moverse, ni hablar, ni respirar! Fueron maravillosos los instantes que pasé en su compañía, y me dejaron un profundo sentido de gratitud. Después pude orar con él y dar gracias al Señor.
Al día siguiente, volví al hospital y pregunté a la enfermera: «¿Puedo conversar con aquel hombre de nuevo?». Entonces ella me contó que, después de que yo me fuera, él le hizo señas, pidiéndole que se aproximase y escribió en su pequeño block de notas: «Por primera vez en mi vida oré en nombre de Jesús».
En seguida, cerró los ojos y murió. Aquel judío encontró a Jesús en el último instante de su vida. Y Dios me usó para eso, en un momento en que yo no me sentía capaz de hacer nada. De hecho, Dios demuestra su poder cuando somos débiles.
Corrie Ten Boom, adaptado de O maior privilégio da Vida, DeVern Fromke.