«Fue una de esas gloriosas tardes de otoño que a veces tenemos en Inglaterra que fui llamada para entrar y sentarme con Charles Darwin. Siempre que lo oía, con su presencia elegante, yo imaginaba que de él se podría pintar un cuadro formidable para nuestra Academia Real, pero nunca pensé tanto en eso como en esta ocasión en particular.
«Él estaba sentado en la cama, recostado sobre almohadas, mirando fijamente hacia una escena distante en el bosque y en los campos sembrados de maíz que relucían a la luz de una maravillosa puesta de sol.
«Su semblante se iluminó de placer cuanto entré en el cuarto. Él señaló en dirección a la ventana, apuntando hacia la bella escena del crepúsculo. En su otra mano él sujetaba la Biblia abierta, la cual siempre estaba estudiando.
«¿Qué está usted leyendo ahora?», le pregunté. «Hebreos», respondió él, y agregó: «El libro Real, como lo llamo». Luego, colocando sus dedos en ciertos pasajes, comentó acerca de ellos.
«Hice algunas alusiones a las fuertes opiniones expresadas por muchas personas acerca de la historia de la creación, y sobre los juicios que hacían respecto de los dos primeros capítulos de Génesis. Él pareció turbado, sus dedos se retorcieron nerviosamente y un aire de agonía apareció en su rostro mientras decía: «Yo era un joven con ideas amorfas. Arrojaba preguntas, sugerencias, preguntando todo el tiempo sobre todo. Para mi asombro, las ideas se esparcieron como fuego. La gente hizo de ellas una religión».
«Hizo una pausa, y después de decir algunas otras palabras sobre la «santidad de Dios», y la «grandeza de este Libro», mirando con cariño la Biblia que sostenía todo el tiempo, dijo: «Tengo un kiosco en el huerto en el que caben unas 30 personas. Está por allá» – dijo señalando a través de la ventana abierta. «Me gustaría mucho que usted hablase allí. Sé que usted lee la Biblia en las aldeas. Me gustaría que mañana en la tarde los sirvientes del lugar y algunos vecinos se reunieran allí. ¿Les hablará?»
«¿Sobre qué debo hablar?», pregunté. «Cristo Jesús», respondió él en un tono claro y enfático, y agregó más suavemente: «... y su salvación. ¿No es ese el mejor tema? Y luego quiero que cante algunos himnos con ellos. Usted puede acompañarlos con su pequeño instrumento ...»
«Nunca olvidaré el brillo de su rostro cuando dijo esto, pues agregó: «Si usted lleva a cabo la reunión a las tres en punto, esta ventana estará abierta, y usted sabrá que estaré cantando con ustedes».
¿Habrá una escena más dramática? ¡El meollo de la tragedia nos queda expuesto aquí! Darwin, un entusiasta de la Biblia, hablando sobre «la grandeza de este Libro», siendo que el movimiento evolucionista moderno en la teología, unido al criticismo escéptico, ha destruido la fe bíblica de multitudes. Darwin, con aire afligido, lamentándose por todo aquello y declarando: «Yo era un joven con ideas amorfas». ¡Qué condenación avasalladora». ¡Las «ideas amorfas» del joven Darwin son la base de la teología moderna!
Oswald Smith, en Prayer Crusade.