Ken Walker
El reloj acababa de marcar las 9 de la mañana del 11 de septiembre, cuando el teléfono sonó en la oficina de Stanley Praimnath, en la torre sur del World Trade Center.
Unos minutos antes, Praimnath, importante ejecutivo del Fuji Bank, había tomado el ascensor expreso hasta el vestíbulo, después de oír hablar de un ‘incidente’ en la Torre Norte. Pero al llegar allí, los guardias le aseguraron que todo estaba bien y le aconsejaron volver a su oficina.
En la parte posterior del piso ochenta y uno, las oficinas estaban aún en su mayoría vacías. Él tomó su teléfono. «¿Está usted viendo las noticias?», preguntó una mujer desde la oficina de Chicago del Fuji Bank. «¿Usted se encuentra bien?».
«Estoy muy bien», dijo Praimnath, preguntándose porqué ella había llamado. Sólo entonces, volvió la mirada por la ventana hacia la Estatua de la Libertad, como lo había hecho tantas veces. Pero esta vez, la vista impresionante se vio obstaculizada por la visión surrealista de un avión comercial... ¡que venía directamente hacia la torre!
Gritando, Praimnath soltó el teléfono en mitad de la frase y se lanzó al piso. Encogido debajo de su escritorio en posición fetal, comenzó a clamar a Dios. «¡Señor, ayúdame!». Praimnath Siguió orando con desesperación, mientras un estruendo llenó el aire, con el fragor de una jaula de acero rasgándose a trozos.
Praimnath no tenía idea de que el ‘incidente’ anterior había sido otro aparato chocando en la Torre Norte. Cuando el aparato se estrelló en su edificio, todo lo que él supo era que este podría ser su último día.
«Venga hacia la luz»
Al principio Praimnath ni siquiera sabía que el avión había explotado o que el edificio estaba ardiendo. Cuando miró afuera, vio una llama azul que bailaba en un ala y pensó que quizás quemaría el edificio. «Si hubiese sabido la verdad, probablemente me habría aterrado más», dice ahora.
Aunque esos momentos iniciales siguen siendo una sombra, cuando finalmente se puso en pie, la oficina parecía un campo de batalla. Todo el equipamiento de la sala estaba disperso. Los escombros cubrían el piso. El polvo llenaba el aire, como si alguien hubiera abierto bolsas de cemento y las hubiera lanzado hacia el techo.
Arañando a través de montículos de escombros, trató de salir de aquel derrumbe. Cortes y magulladuras cubrían su cuerpo. Su camisa blanca había desaparecido.
«Señor, tengo que ir a casa con mi familia», murmuró. «Tengo que ver a mis hijas».
En ese momento, vio una luz irrumpiendo a través de la oscuridad. Sorprendido de que alguien hubiera aparecido allí con una linterna, él pensó: «¡Este es mi ángel guardián! El Señor envió alguien a ayudarme!».
«¡Veo la luz! ¡Veo la luz!», gritó.
«Venga hacia la luz», dijo una voz. «Estoy aquí para ayudarle».
Pero cuando Praimnath trató de avanzar, otra pared se derrumbó. Protegiéndose la cara con su mano derecha, hizo una mueca de dolor cuando un clavo se incrustó en su palma. Cuándo él dijo a su rescatador lo que había sucedido, el hombre lo instó: «Muérdalo hacia afuera; chupe la sangre y escúpala».
«¡No puedo!», dijo él. La fatiga lo abrumaba. El olor del combustible del jet llenaba el aire. De alguna manera, hizo acopio de fuerzas para asir el clavo. Cuando brotó la sangre, la limpió en su camiseta hecha andrajos.
Logró acercarse a la luz; sin embargo, otro tabique caído bloqueó su camino. Los cables eléctricos colgaban desde el techo. La voz le dijo que subiera sobre los escombros, pero él se sentía demasiado cansado. Por último, Praimnath le preguntó al hombre si él creía en Cristo. Cuando la voz respondió afirmativamente, le sugirió que orasen.
Luego, el estudiante de karate de 1,80 m de estatura sintió que sus fuerzas volvían. Dando un puñetazo en el tabique, logró hacer una abolladura profunda, hasta que el otro hombre exclamó: «¡Puedo ver su mano!».
Descenso final
El ‘ángel guardián’ de Praimnath era Brian Clark, ejecutivo de una agencia de corretajes ubicada tres pisos más arriba. Después de que Clark lo sacó a través de la pared, se abrazaron y avanzaron hacia el hueco de la escalera. Afortunadamente, las paredes de la torre estaban cubiertas con una pintura luminosa que había sido aplicada después de un atentado terrorista en 1993.
El miedo y la ansiedad llenaron a Praimnath mientras corrían escaleras abajo. Doblegado por el agotamiento, él se aferraba a Clark. Él recuerda haberle dicho: «Usted es mi ángel guardián, que el Señor envió para ayudarme».
«Fue una enorme proeza», recuerda Praimnath. «Yo nunca lo habría hecho de no ser por este hombre. Cuando finalmente llegamos al nivel del entresuelo, algunos bomberos nos preguntaron si había otros. Cuando respondimos que sí, ellos iniciaron una ascensión frenética».
Los dos hombres contemplaron una escena espantosa. Fragmentos de vidrio caían desde arriba. Se veía partes de cuerpos dispersas alrededor. Escombros llameantes eran lanzados a través del aire.
Mirando sus zapatos con planta de goma, Praimnath dijo: «Estas cosas se van a derretir». Viendo el agua que corría en cascada por las escaleras, Praimnath, Clark y otros se pusieron bajo el sistema de aspersión y se mojaron antes de huir el edificio.
Segundos más tarde, se detuvieron en la histórica Trinity Church. Pronto, vieron con horror cómo la Torre Sur se sacudía siniestramente. Bengalas de humo se elevaban de los escombros del edificio como velas romanas. Finalmente, la Torre Sur –el edificio en que Praimnath había estado sólo minutos antes– empezó a caer sobre sí misma. Sólo 47 minutos habían transcurrido entre el impacto del avión y el colapso de la torre.
Negocios pendientes Hoy, Praimnath, de 45 años, se embarga de una profunda mezcla de admiración y gratitud cuando considera el hecho de que él es un sobreviviente del 11 de septiembre.
«Creo que la mano del Señor me guardó ese día», dice. «No hay ninguna otra manera de explicarlo».
Un año después de los atentados que cobraron millares de vidas y cambiaron el curso de la historia, el oriundo de Guyana Británica aún se pregunta por qué él escapó con vida cuando tantos otros no lo hicieron. Sólo puede suponer que, por razones que Dios sabe, no era su día para dejar esta tierra. Sin embargo, tiene una certeza: «Mi Señor tiene tareas pendientes para mí», dice suavemente. Y es seguro que esta labor es no sólo como gerente de operaciones del Banco, sino como marido, padre de dos muchachas y supervisor de escuela dominical en una iglesia en Long Island.
Sobre todo, Praimnath desea ofrecerse como testigo vivo del poder de Dios para salvar. «El relato de su escape milagroso del World Trade Center ha inspirado a muchas personas», dice el pastor y suegro de Praimnath, Jim Persram. «Lo sucedido en el WTC fue una cosa muy deprimente», dice Persram. «Pero el testimonio de Stanley ha sido una fuente de gran aliento y bendición».
Praimnath, que vino a Estados Unidos en 1981, todavía se entristece por los millares de vidas que fueron segadas el 9/11, y él sabe que millares continúan llorando la pérdida de seres queridos. Su corazón se quebranta por las familias de 23 personas de su oficina que murieron asesinadas.
Praimnath es consciente de que nunca podrá desechar por completo las horribles imágenes, olores y sensaciones que abrumaron sus sentidos aquella mañana. Sin embargo, su fe fue consolidada ese día. En cierto sentido, él fue levantado de la muerte, llamado afuera de las tinieblas. Y él se regocija de estar vivo hoy para contar su historia a todo aquel que quiera oírle.
Su compañía, que se ha reubicado temporalmente en Manhattan (a 20 minutos de la Zona Cero), se ha convertido en una base misionera. Dice Praimnath: «Personas que antes no querían oír nada sobre el Señor ahora vienen a mí diciendo: Stan, háblame acerca de tu Dios».
Praimnath admite que ha tenido un despertar espiritual desde el 11 de septiembre, y él espera que esa pasión no disminuya.
«Tomé las ropas hechas jirones que usaba ese día, las puse en una caja, y escribí LIBERACIÓN por todas partes», dice él. «Luego dije a mi esposa: Si alguna vez me vuelvo espiritualmente frío, quiero que tú me traigas esta caja, la abras, y me muestres de dónde me rescató el Señor».
Christianity Today International/Today’s Chris